t r e i n t a y c i n c o

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—Sabes, tengo antojo de pizza —habló con voz débil y Alan pausó el videojuego para bajarse de la cama.

 Los últimos días, Amelia estaba demasiado débil para jugar siquiera, así que Alan se recostaba a su lado y jugaba por los dos.

—Meteré una a escondidas —prometió guiñándole el ojo y Amelia le sonrió con cariño—. ¿Pepperoni? 

—Mucho—respondió obvia y Alan se fue. Pero al salir se topó con la madre de Amelia.

—Hola señora Thompson —la saludó.

—Hola Alan, ¿cómo se encuentra?

—Igual, me dijo que quería pizza.

—¿Quieres dinero?

—Oh no, yo tengo —respondió y ella asintió.

—Muy bien, en ese caso me quedaré un rato con ella.

—Claro. 

—Alan, espera —le llamó y se giró.

—¿Sí?

—Tu madre me habló por teléfono —anunció y él casi rueda los ojos—, lo cuál es muy raro porque nunca lo hace o lo hizo alguna vez.

—Lo sé, es que un día que me quedé a dormir en su casa, pidió un número, y Amelia le dio el suyo. No pensé que lo fuera a usar en realidad. ¿Qué le dijo? —interrogó, ya se imaginaba el motivo.

Y ahora que lo meditaba, su madre pudo recordarle y brindarle ese teléfono para comunicarse cuando estaba preocupado sin saber nada de Amelia. Y eso lo molestó, lo molestó mucho.

—Estaba enojada, me reclamó que por nuestra culpa tu rendimiento escolar decayó y que suspenderás las materias —explicó y él bufó.

—Miente, además estoy en mi derecho viendo que mi mejor amiga está grave, ella merece que esté aquí —se defendió.

—Sí y te agradecemos eso, pero me preocupa...

—No lo haga. Escuche, unas materias no son tan importantes como la vida de alguien, esas se recuperan y sé que Amelia haría lo mismo por mí si el caso fuese al revés 

—Solo no te descuides tanto.

—Tranquila, estaré bien —dijo antes de dar media vuelta e irse.

Ya hablaría con su madre luego, estaba cansado de que se metiera en esto. 

La entendía pero ella debía hacer lo mismo.

*     *     * 

Ya era más tarde cuando regresó al hospital.

—¡Hey! — alguien le gritó y lo reconoció incluso antes de verlo.

Ver a Max de nuevo fue una revolución dentro de él. Nunca había querido besar tanto a alguien como en ese momento.

—¿Vas con Amelia? — preguntó cuando lo alcanzó y Alan asintió sin querer hablar mucho pues temía que notara su nerviosismo.

Max lo siguió por atrás todo el camino. Ambos mudos aunque por motivos distintos.

—Es aquí —anunció Alan señalando la habitación—. Su madre debe seguir adentro, si quieres...

—No, esta bien, entraré.

—En ese caso... —Se quitó la mochila y se la dio—, ella quería pizza y está adentro solo cuida que no te vean —pidió.

Alan esperó afuera, no quería entrometerse, bueno sí quería pero no debía.

—Volveré al rato —se despidió la señora Thompson al salir.

Dos horas pasaron hasta que Max abrió la puerta. Se veía distinto, su semblante había cambiado.

—Yo... iré al baño—le dijo y caminó rápido. Alan sospechó que en realidad quería desahogarse y lo entendía. Vaya que lo hacía.

—Quiero patearte el trasero —declaró Amelia cuando él entró.

—De acuerdo, quizá lo merezca —habló a su vez mientras levantaba las palmas.

—Claro que lo mereces. ¿Por qué le dijiste?

—¿Era un secreto? —le resaltó.

—Bueno no, pero siento que le hago más daño.

—No, le harías más daño sino se hubiese enterado hasta años después —observó y ella suspiró bajando la mirada.

—Supongo que tienes razón, es solo que pensé que luego de todo lo que pasó no querría volver a verme nunca.

—Pero vino, se preocupa por ti, aún le importas.

—Lo sé, lo bueno de esto es que me perdonó y ahora sí puedo morir en paz.

—No seas exagerada... pero, de nada —dijo con un nudo en la garganta.

—¡Oh no! —exclamó débil—. Aún no sé si agradecerte o estrangularte.

—Solo di gracias —replicó rodando los ojos y acostándose a su lado. 

—Gracias Alan—obedeció sonriendo—. Eres mi mejor amigo —añadió tomándole la mano.

—Y tú eres mi Amelia —respondió besando su palma para ponerla en su mejilla.

—No llores —pidió angustiada y él cayó en cuenta de las lágrimas en su rostro.

—Lo siento —se disculpó.

—Está bien, todo saldrá bien —le susurró.

Alan no podía parar de llorar. Sentía el tiempo cerca.

La abrazó con todas las fuerzas que podía sin hacerle daño.

—Quisiera estar en tu lugar —murmuró y sintió que el menudo cuerpo de Amelia temblaba. Ella también lloraba, por fin se quebraba.

—No digas eso, ya me prometiste algo. Estoy bien, confía en mí.

—Lo sé, pero te necesito, no quiero que te vayas, te necesitamos, yo te necesito, te necesito... —repetía aferrado a ella.

—Todo saldrá bien, yo siempre estaré a tu lado, todo saldrá bien... —decía ella en cambio, pero ambos abrazados el uno al otro. 

Sabiendo que no habría mucho tiempo antes de decir adiós.

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