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Querido Alan:

La madre de Max era alguien amable y agradable.
Su sonrisa tranquilizaba a cualquiera y daba ánimos a todo el que estuviera cabizbajo.
Y te daba confianza

Cocinaba de maravilla. Tanto que aunque no tuvieras hambre, el simple olor de sus platillos te abría el apetito.

No entendía como de una mujer así, pudo haber salido un hijo como Max.
No me malentiendas. Max no era malo. Conociéndolo hasta se podía convertir en un amigo. Lo que lo arruinaba eran sus malas andadas y sus vicios.

Él no quería preocuparla. Lo sabía.

Ella pensó que era su novia.

Habrías visto la cara de Max. Digna de una fotografía. Y luego, pasó algo imposible de creer, ¡se sonrojó! ¡Max se sonrojó!

Y yo que pensaba que los chicos de hoy no hacían eso.

Me reí un buen rato. Todos lo hicimos.
Pasé una tarde muy agradable, sin recordar los problemas, desilusiones o mi corazón roto.
Como esas veces que las pasábamos juntos, tú y yo. Sin nadie más. Solos, contra el mundo.

Aunque cuando Max me llevó a mi casa esa noche y después de haberme besado, me dijo que, él deseaba que lo que creyó su madre, fuese real.

Me pidió ser su novia.

Acepté.

Tuya:
Amelia.

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