Capítulo 11

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ALANA

Mis puños desnudos golpeaban el saco de boxeo sin parar. Las vendas que deseché cuando Lucius había venido por mí aún estaban en una esquina del gimnasio, en el mismo lugar donde las había tirado al quitármelas, sin molestarme en volvérmelas a colocar cuando volví.

Cuando salí del estudio de mi querido esposo no dudé en marcar el camino de regreso aquí, necesitaba ahogar las frustraciones que consumían mi mente. Emborracharme me haría vulnerable, algo que no me convendría estando rodeada de depredadores al asecho, así que elegí el dolor de mi piel desnuda chocando contra el cuero del saco para traerme de vuelta a la realidad.

Estar en la presencia de Vincenzo me confundía. Mis emociones se volvían una guerra de conflictos que me hacían actuar de forma irracional. Él sacaba lo peor de mí a relucir y no precisamente de la forma que yo esperaría.

No estaba ciega a la realidad de que la vida me estaba jugando una mala pasada, porque las ganas que le tenía no me quitaban el deseo de verlo tres metros bajo tierra, pagando cada una de las pesadillas que había tenido que sufrir por su culpa.

—Pareciera que te ofendió personalmente por la brutalidad con la que lo estás golpeando.

Paré a medio gancho y detuve el saco con las manos antes de que me golpeara en la cara. Miré hacia mi izquierda, a donde estaba Kiara apoyada en el marco de la puerta con un vestido azul corte de princesa y una ballerinas planas blancas cubriéndole los pies.

—Pensé que estabas de viaje. No te había visto desde que llegué aquí.

Esquivó mi mirada y mordió su labio inferior, un gesto que solo hacía cuando quería decir algo y no sabía cómo.

—Me quedé con Carla, te estaba evitando.

Su admisión no me dejó sorprendida. Supuse que así era. Salvatore nunca le permitiría salir siquiera de la Villa sin alguien de su completa confianza al lado, y eso solo lo incluía a él y a Vincenzo.

Además, había dormido en su habitación anoche y toda su ropa seguía en el armario. Kiara era de esas mujeres que siempre empacaba medio closet para un viaje de dos días.

—Estás enojada conmigo.

Asintió sin mirarme aún a los ojos.

—Me mentiste.

…si ella solo supiera la magnitud de mis mentiras.

—Lo sé, pero tuve que hacerlo.

Mi admisión hizo que me enfrentara de golpe, su frente estaba arrugada en disgusto.

—¿Tan poco confías en mí? —rio, sacudiendo la cabeza, incrédula—. Que estúpida soy. Te pregunté si tú estabas detrás de la muerte de esos hombres, si tú eras el Don; y me miraste a los ojos y me dijiste que no. Imagino que te divertiste bastante viéndome la cara de estúpida, ¿no?

—Sabes muy bien que no fue así. No se trata de confianza. Este mundo tiene reglas, Kiara. —Una mueca sardónica envolvió mi boca al recordar que las reglas que estaba defendiendo ahora ante ella, eran las mimas que yo pensaba romper para mi beneficio—. Tú eres una Valentino y la sangre en tus venas pesa más que cualquier lazo de amistad que nosotras pudiéramos formar.

Un carcajada sarcástica se coló por entre sus cuerdas vocales, seguida de una incrédula sacudida de cabeza.

—Suenas idéntica a Vincenzo cuando hablas así, debí haber previsto que esto sucedería en algún momento. —Señaló a la alianza en mi dedo anular, la misma que Vincenzo me había enviado con Carla ayer en la noche, junto a una orden suya de llevarla puesta siempre.

Una orden que deseé ignorar solo para arrancarle una reacción a ese rostro de piedra suyo.

Ya me estaba contagiando con las estupideces de Salvatore.

»Creo que las felicitaciones están en orden. No me invitaste a la boda.

Me encogí de hombros, dejando ver una pequeña sonrisa en mis labios.

Con Kiara siempre había podido ser esa yo que solo Maritza decía que veía. Mis acciones y mis sonrisas no se sentían falsas, a pesar de que cada palabra que salía de mi boca sabía a mentira.

—Fue un poco exprés, si te soy sincera, para nada a la altura de una mujer como yo. A penas nos dio tiempo a invitar a tu hermano como testigo y a un supuesto cura pervertido para hacer la ceremonia.

Eso último la hizo reír genuinamente.

—No te creas todo lo que te cuente Salvatore. Lo más cercano que ha estado el padre Giusto a una orgía es la misa del Domingo.

Parecía que la pequeña Valentino aún no aprendía la lección más importante. Las apariencias engañaban y, a veces, las personas más coloridas por fueras eran las que guardan más oscuridad por dentro.

Muchas veces le había dicho a Kiara que no confiara en todos aquellos que le regalaran una sonrisa inocente, porque esos eran lo que más mierda tenían que esconder.

Y yo era el puro ejemplo de ello.

—¿Estoy perdonada? —fingí un puchero, uno de los tantos que había utilizado en el pasado para manipularla en hacer lo que quería.

Se sacudió de hombros, pero pude notar de la pequeña sonrisa que tiraba de la esquina de su boca.

—Tal vez, tendré que pensarlo—. Se apartó del marco y caminó hacia mí, deteniéndose a unos pasos del saco de boxeo contrario al mío—. Nona me dijo que dormiste anoche en mi habitación. ¿Tú y Vincenzo están enojados?

Rodé los ojos. Aún me maravillaba lo lejos que podía llegar la inocencia de Kiara Valentino, a pesar de la sangre que corría por sus venas. Ella había sido sobreprotegida por Salvatore toda su vida, pero eso no quitaba el hecho de que haber nacido y crecido bajo el apellido más temido del mundo no dejara sus cicatrices.

—Vincenzo y yo no tenemos un matrimonio real, Kiara. Se podría decir que es solo una transacción de negocios entre dos personas de poder.

—Claro, si tú lo dices. —Mordió su labio inferior para contener sus palabras sin éxito—. Es claro que es así por la forma en la que se miran. ¿O crees que no me di cuenta que ambos se escaparon al baño a la mima vez la noche de la gala en honor a tu tío?

—Kiara, cariño. El que me lo folle no quiere decir que le deba jurar amor eterno. Yo no me caso con alguien solo porque sea bueno en la cama.

Vi sus mejillas enrojecerse hasta casi ocultar la palidez de su cara y tuve que contener una carcajada en su beneficio.

—No es necesario tantos detalles, gracias.

Reí y sacudí levemente la cabeza al mismo tiempo.

El tono de llamada de mi celular me alertó a mirar al bolsillo frontal de mi bolsa de gimnasio, que se iluminaba con la pantalla encendida a través de la tela.

Saqué el móvil de la bolsa y fruncí el ceño al notar el nombre de Maritza en el indicador de llamadas. Ella rara vez llamaba por teléfono, ni siquiera lo hizo en esos tres años que estuve internada en una escuela privada en Londres, prefiriendo enviarme cartas por correo en vez de utilizar el móvil como cualquier otra persona haría.

—Diga —respondí, alejándome unos pasos de Kiara en busca de privacidad.

—Es Luca, pretende que estás hablando con Maritza.

—Estoy muy bien, tía. ¿cómo estás tú? —respondí automáticamente. No era la primera vez que simulaba una llamada, tampoco sería la última.

La clave estaba en responder entre palabras las preguntas y afirmaciones de la otra persona al otro lado de la línea. Con alguien como Vincenzo un simple ‘estoy bien’ no bastaría, ni siquiera creía que una llamada simulada fuera posible con alguien tan perceptivo como él, pero Kiara no era su primo.

Tengo dos noticias, una buena y una mala. ¿Cuál quieres primero?

Sonreí con dulzura, a pesar de que lo que quería hacer en realidad era mandarlo a la mierda, no estaba de humor para sus enigmas.

—No tienes que darle tantas vueltas al asunto, tía. Me puedes decir si no te gustó el regalo. No me voy a enojar.

Si lo dice con tanto cariño —bufó sarcásticamente—. Encontré algo sobre la foto, pero no podemos hablar por teléfono. La conversación será larga.

—Claro que sí, no veo porque habría problema alguno. Iré de compras pronto y te compraré algo mejor, ya verás. Se que te encanta la moda italiana y en el centro de Sicilia hay tiendas exquisitas. Además, me muero por probar los pasteles de esa cafetería de la que te hablé. “Mauricio’s Delizie”, ¿recuerdas? —dije, recordando aquel local que habíamos visitado en nuestro primer viaje a Sicilia siete años atrás.

Muy bien, en treinta y ocho horas estoy allí. Alana… —Hubo una pausa larga en la línea que me hizo dudar si la llamada se había cortado, sino hubiera sido por la respiración cansada que chocaba con la bocina de mi móvil, hubiera creído que había colgado.

Se escuchó en carraspeo de garganta de fondo de llamada y el repiquetear constante de unos dedos agiles golpeando en ritmo el cristal de una copa.

»Sobre lo otro que me pediste. Ya borré todos los rastros que te podrían atar con las explosiones de los barcos y eliminé los registros de propiedad de las tierras de las costas de los Colombo, solo queda la original en papel de la caja fuerte de tú habitación de pánico.


—¡Magnífico! —exclamé con fingido entusiasmo, aunque sí estaba satisfecha con el trabajo de mi Numerale—. Ya verás que el próximo vestido te va a gustar. Lo prometo.

Seguro que sí, no me cabe duda —musitó en voz baja—. Otra cosa más antes de colgar. El capo tiene razón, alguien más está entrando en las tierras de los Colombo. La porción de costas que aún no nos pertenecía fue comprada hace un par de semanas. La transferencia fue hecha de una cuenta extranjera y el rastro electrónico me llevó a Europa, más específicamente España.

—¿Y dónde exactamente queda esa tienda de la que hablas, tía?

No lo sé, no se pudo cuadrar una localización completa. Al llegar al servidor del Banco Nacional Español comenzó a rebotar por varios servidores alrededor de todo el país.

Apreté los labios e inspiré hondo, necesitaba paciencia para derribar todos los obstáculos del camino sin perder los papeles antes de lograrlo.

—Necesito la dirección exacta, tía, para poder encontrar la tienda de la que hablas. ¿Tal vez una de tus amigas sepa dónde es?

Pondré a los chicos a trabajar en ello —cedió renuente. Ambos sabíamos que no nos convendría ganar más enemigos, con Vincenzo nos bastaba para tener una alta probabilidad de perder la guerra, pero tampoco iba a permitir que llegara cualquiera a jodernos los planes por los que tanto había trabajado.

—Gracias, tía. Eres la mejor. Besos.

Colgué el móvil y lo lancé sin cuidado en la bosa nuevamente. Kiara me miraba pensativa desde su lado de la habitación.

Sabía a que venía la mirada, ella no era su primo, pero tampoco era estúpida.

A pesar de que nunca he mostrado todas mis cartas ante ella, me conocía lo suficiente como para saber que la conversación que acababa de transcurrir segundos atrás estaba fuera de carácter para mí.

Yo no era una mujer cariñosa, menos con mi Maritza, porque ella no necesitaba mis mentiras cuando ya conocía toda mi verdad.

—Está un poco sensible luego de la muerte de Matteo y estoy intentando involucrarme más con ella —expliqué, tomando la botella de agua del bolsillo exterior de la bolsa y dando un sorbo largo.

—¿Irás a la ciudad pronto? —Asentí—. ¿Puedo ir contigo? Quiero comprar un vestido nuevo para la gala de aniversario y me vendría bien tu ayuda.

Alcé una ceja, sorprendida. Nadie me había dicho nada sobre una gala.

—No sabría que asistiríamos a una fiesta de aniversario. Vincenzo no me informó de ello.

Kiara frunció el ceño con la confusión enmarcada en el rostro.

—Pensé que lo sabrías. Es el centenario de la Famiglia Valentino y tú como la esposa del Capo deberías asistir.

Sonreí con malicia. Oh, lo haría, y de tal forma que no habría una cabeza que no se voltearía en mi dirección.

—¿Sabes dónde está la habitación de tu primito querido? Tengo una conversación pendiente con él.

—En el ala este del piso de arriba. Aunque yo no recomiendo que vayas, a Vincenzo no le gusta que entren a su habitación sin su permiso.

Me acerqué a ella rodando los ojos. Acuné una de sus mejillas con dos palmaditas suaves y le dediqué una de mis miradas más inocentes.

—Cariño mío, por transacción de negocios o no, yo soy su esposa y esa habitación también es mía. Nos vemos luego.

Le lancé un beso, me colgué la bolsa del hombro y me dirigí a la puerta del gimnasio con la intención de ocupar mi lugar en la cama del Diavolo.

Él quiso poner un anillo en mi dedo, y ya era hora de que le fuera mostrando el alto mantenimiento que requería su nueva esposa para estar siempre feliz.

***

La habitación de Vincenzo era todo lo que esperaba y a la misma vez algo completamente diferente. El decorado en colores monocromáticos de grises y blancos, acompañados de un azul tan pálido cubriendo las paredes desnudas que me provocaba una sensación de frialdad. Todo se veía tan clínico, justo como lo haría una habitación de hospital si hubiera sido decorada por un diseñador de interiores.

Lo que sí me sorprendió fue la escases de negro en el lugar, había pensado que alguien como Vincenzo tendría hasta un tapiz negro con la frase “Bienvenido al aposento del diablo” a la entrada de la habitación.

Tomé mis maletas de la esquina de la cama donde las había dejado al entrar y me dirigí al closet que estaba a mi derecha. La entrada se encontraba sin puerta, abierta completamente, permitiéndome ver el interior del mismo.

El interior, luego de ver la habitación y conocer más a fondo al Capo di tutti capi de la Cosa Nostra, no me sorprendió tanto como debería. La organización obsesiva de cada pieza de ropa, desde trajes de dos o tres piezas y camisas, hasta chaquetas y ropas casuales; estaba alineada métricamente por una escala de colores tan perfecta que dejaba poco que desear.
Maritza tenía como mantra que la ropa que vestías y el porte y el arte que demostrabas eran lo que te definían como persona.

Antes lo sospechaba, pero ahora estaba completamente segura.

Vincenzo Valentino no solo era un mafioso, era un jodido psciópata.

Algo que, por alguna razón inexplicable, en vez de asustarme me ponía más.

Esbocé una sonrisa maliciosa mientras ojeaba mi nuevo objetivo. A veces no se necesitaban balas para demostrar algo. A veces, solo un simple desorden bastaba para dejar a la otra persona descolocada y vulnerable el tiempo suficiente para aprovecharse.

No creía que ese fuera el caso con Vicenzo, pero al menos lo irritaría lo suficiente para lograr arrancar alguna reacción de él.

Acosté mis maletas en el piso y abrí los cierres, dejando ver la ropa perfectamente doblada en varios colores, la mayoría oscuros. Tomé varios vestidos de diferentes colores y comencé a colocarlos entre los trajes del Diavolo sin orden alguno, cambié su ropa de lugar, moví sus zapatos para colocar los míos y barrí la mitad del estante de sus gemelos para colocar mis joyas.

La sonrisa no se me borró del rostro durante todo el proceso. Me sentía como una niña, ni siquiera la realización de lo infantil y estúpido que era todo aquello fue capaz de eliminar la diversión del momento.

Miré satisfecha mi obra maestra, cerré las maletas y las guardé en el estante superior. Tomé mi bolsa de aseo junto a mi secador y saqué mi camisola de seda negra de uno de los cajones de corbatas que había vaciado anteriormente. Salí del closet y me dirigí al baño, dispuesta a darme una ducha.

Al cruzar el umbral encontré mi nuevo paraíso. El negro que tanto estaba buscando en la habitación lo vi reflejado en el mármol del suelo que se extendía hasta la mitad de la pared y que luego continuaba con un vestido de baldosas blancas.

Me quité la ropa deportiva y solté mi melena de moño corto que estaba atada en la base de mi cuello. Ojeé la bañera enorme con anhelo, pero sabía que no tenía la paciencia suficiente para preparar un baño. Estaba cansada, el desgaste mental que había sufrido días atrás, acompañado de las noches de pesadillas y la sección de entrenamiento que había forzado sobre mi cuerpo para ahogar mis frustraciones me habían llevado al agotamiento extremo.

Dejé mis cosas sobre el lavamanos, me adentré en la ducha y me sumergí bajo el chorro de agua fría sin pensarlo dos veces. Cerré los ojos e inspiré hondo, sintiendo como los torrentes de agua me empapaban la piel y me aligeraban el alma. Me lavé el cuerpo con prisa y luego seguí a mi cabello corto.

Tenía una rutina luego del baño que incluía el secado de cabello, cremas para la piel y el rostro y mascarillas capilares. Sabía que mi apariencia era mi mayor arma, pero apenas y conseguí secarme el cabello a medias antes de que el sueño comenzara a rendirme por completo.

Salí del cuarto de baño y me acerqué a la cama, arrancando la mitad de las almohadas y lanzándolas al suelo. Normalmente no era una mujer desordenada, todo lo contrario; pero el pulcro orden que tenía todo en la vida de Vincenzo había comenzado a molestarme demasiado. Necesitaba traer caos para desatar la tormenta sin que arrasara conmigo antes.

Me hundí entre las sabanas suaves con un suspiro. El olor fuerte a menta y whiskey me envolvió por completo, sumiéndome en un sueño profundo y sin pesadillas del que no quería despertar.

•••

Holis, Angelitos pecadores.

Lo prometido es deuda y aquí está la actualización, incluso la logré subir un día antes. Estoy un poco orgullosa de mí, la verdad.

¿Alguien más simpatiza con Alana aparte de mí?
¿Que puedo decir? Y también adoro desordenar el orden.

Este es uno de los capítulos más tranquilos, porque pronto se viene la sangre.

¿Que tal les pareció la conversación simulada de Luca y Alana? Me costó bastante trabajo saber que decir.

Ahora sí, me despido porque ya es bien tarde y mañana toca trabajar.

Pd: El capítulo está sin revisar, así que perdonen si hay muchos errores excesivos.

Pd2: Sé que ya lo he dicho antes, pero si ven el guión corto - en vez del largo — es porque Wattpad me los cambia.

Besos,
Dee.

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