Capítulo 12

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ALANA

Una presión asfixiante en mi garganta interrumpió el sueño placentero en el que estaba sumida. Abrí los ojos mientras boqueaba por aire, intentando alcanzar aquello que mis pulmones tanto ansiaban.

La imagen que me recibió me tomó por sorpresa. Vincenzo estaba sobre mí, con sus manos frías envolviéndome con fuerza el cuello y una expresión vacante e inexpresiva adueñándose de su rostro.

Mi cuerpo instintivamente reaccionó a la amenaza, mis piernas se enredaron en sus caderas y, tensando los músculos de mis muslos y mi estómago, tiré de él con fuerza hasta que sus manos liberaron mi cuello y él calló sobre la cama conmigo a horcajadas sobre su regazo.

Estaba jadeando en un intento vano de recuperar mi estabilidad, con la piel lastimada y el cuerpo temblando en adrenalina mientras que el Diavolo solo yacía inmóvil, sosteniendo mis caderas con una fuerza magulladura y observándome con tanta oscuridad, con tanto poder, que no pude reunir el control necesario para parar mis impulsos.

Empuñé su pelo en mis manos y tomé su boca en un beso tan salvaje, tan… jodidamente adictivo, que mis dedos se enroscaron sobre las hebras oscuras hasta arrancar algunas de su cuero cabelludo. Vincenzo solo tardó segundos en tomar control del beso, apretó mi mandíbula entre la yema de sus dedos y volteó mi cabeza hacia un lado para profundizar el contacto de nuestras bocas, logrando arrancarme un gemido escandaloso.

Me moví sin vergüenza sobre la cremallera de su pantalón, empapando la tela con mi humedad. Empujé mis caderas de arriba abajo con fuerza mientras me movía en círculos, buscando ese punto exacto que me llevaría a tocar la gloria, pero no fue suficiente. Con el Capo nunca lo era.

Quería más… Quería arrancarle la ropa y meterme su polla en la boca hasta que me hiciera atragantarme con su grosor. Quería montar su cara hasta gritar como una loca y olvidarme hasta de mi propio nombre, pero más que nada quería deshacerme de todas las capas de ropa que separaban su piel de la mía y enterrarlo en mí hasta sentirlo golpearme el alma con cada estocada.

Lo deseaba, de eso no cabía duda. Deseaba al asesino de mis padres, al mismo hombre que me había destruido la vida sin dudarlo dos veces. Al mismo que dejó sola a una pequeña de siete años llorando sobre dos cadáveres en una casa en llamas.

Era retorcido como nada. Tan jodidamente enfermo que me daba asco a mí misma, pero, a la misma vez, era la sensación más placentera y adictiva que jamás había sentido.

Joder, lo odiaba tanto, pero, tal vez, lo deseaba más de lo que quería admitir.

Vincenzo parecía leer mis deseos a la perfección, o podría ser que mis deseos también eran los suyos, porque sus manos se enredaron en mi camisola y, con un solo tirón, rasgaron la seda hasta dejarme expuesta a sus ojos con solo mis bragas diminutas y su pantalón interponiéndose entre nosotros.

Dejé caer lo que quedaba de mi camisola y me dediqué a desabotonar su camisa con desespero. Se sentó en la cama sin apartar sus ojos de los míos mientras me ayudaba a tumbar la tela blanca por sus brazos. Su boca atrapó uno de mis pezones y mordió con fuerza, arrancándome un gemido estrangulado. Se apartó luego de minutos que se sintieron como horas mientras maltrataba mis pechos a mordidas y pellizcos salvajes, las oleadas de dolor que enviaban sus manos a mi cuerpo me hacían vibrar de placer. Se saboreó los labios y al bajar mi mirada pude notar por qué. Un hilo de sangre bajaba por mi pecho derecho.

El muy hijo de puta me había sacado sangre como un maldito vampiro y, en vez de horrorizarme, me había excitado aun más de lo que ya estaba. Pude notar la humedad aumentando en mi entrepierna y la desesperación por tenerlo dentro de mí llevarme al límite.

Sin permitir que Vincenzo tuviera tiempo de reaccionar, abrí el botón de su pantalón y bajé su bragueta de un tirón, jalando la tela junto a sus bóxer solo lo suficiente para liberar su erección.

Gemí cuando lo sentí caer duro y pesado sobre mi mano. Apreté la mano a su alrededor y encontré sus ojos a través de la neblina que creaba mi deseo, su expresión seca le bajaría los zumos a cualquiera otra mujer, pero no a mí. Podía sentir su deseo claro y visible en sus músculos tensos y expectantes bajo los míos, en la dureza de su polla en mi mano y el presemen que se colaba por la punta como si estuviera tan desesperado como yo porque lo acogiera en mi interior.

Moví mis bragas a un lado y me alcé sobre él, frotando la punta sobre mis pliegues húmedos con una mirada retadora. Estimulé mi clítoris de esa forma hasta que su espectáculo de poder comenzó a resquebrajarse ante mis ojos, dando paso a una expresión salvaje me que hizo estremecer.

Vincenzo se alzó hasta sentarse en la cama, empuñó mi pelo con una mano y mi rostro con la otra, chupando mi labio inferior entre los suyos.

—Deja de jugar, pequeña diabla —gruñó contra mi boca—. Me estás colmando la paciencia.

—Aww, el gran diablito quiere que su nueva esposa lo folle duro. Tan lindo. —Pasé mi lengua por una de sus mejilla antes de acercar mi boca a su oído—. Pensé que te gustaba el sexo mudo. Un hombre como tú debería aprender a decir más suciedades en la cama. Me decepcionas un poco, la verdad.

Una risa ronca se escapó de los labios del Diavolo, erizándome la piel. Gemí y moví mis caderas instintivamente, enterrándome solo la punta.

—Ahí es donde te equivocas, Alana. Solo te estoy follando para hacerte un favor. Te recuerdo que putas es lo que me sobra para quitarme las ganas.

Apreté los puños que reposaban sobre sus hombros, encajándome las uñas con fuerza en las palmas de las manos para contener la rabia. No le daría el gusto de ver cuanto me afectaban sus palabras, por eso fue que, cuando me alcé de su regazo y alejé nuestros cuerpo, la sonrisa cínica no se movió de mi boca.

—Te diría que yo también puedo follarme a quién me dé la gana, pero estoy segura que ya le informaste a cada hombre y mujer en esta isla que soy intocable.

Me levanté de la cama, caminé a la silla situada en la esquina contraria de la habitación y me senté en ella, abriendo mis piernas. Volví a apartar mis bragas hasta exponerme completamente ante él. Me acomodé sobre el acolchonado asiento y, sin apartar mis ojos de los suyos, adentré dos de mis dedos en mi interior. Alcé las caderas al ritmo de mi mano mientras mi pulgar frotaba mi clítoris al mismo movimiento. Pellizqué mis pezones con mi mano libre sin apartar mis ojos de su expresión de deseo contenido, bebí cada tic, cada mueca, cada mirada como un elixir, permitiendo que me acercase más y más al paraíso.

Estaba tan excitada por la estimulación anterior que no me hizo falta más que segundos. El orgasmo me llegó desprevenido, no estaba preparada para la intensidad con la que me arrastraría o el gemido ahogado de placer que escapó de mi boca.

Inspiré hondo y esbocé una sonrisa satisfecha, relamiéndome los labios secos en busca de mis palabras.

—Ahora ya puedes ir a buscar una de tus putas para que te satisfaga —dije al fin, alzándome de la silla.

Me dirigí al baño sin mirar en su dirección. Sabía que, si lo hacía, la tentación de verlo semidesnudo, con su polla palpitando contra su estómago, haría que mi deseo sobrepasara hasta mi maldito orgullo.

Abrí la ducha y me puse bajo el chorro de agua fría, tenía la temperatura corporal por las nubes. Mi piel vibraba aún por el recuerdo de sus carisias violentas. Definitivamente, un orgasmo no había sido suficiente… Menos uno sin Vincenzo.

Su calor y su aroma me alcanzó demasiado tarde para reaccionar. Presionó su pecho contra mi espalda, obligándome a pegar mi cuerpo desnudo a la pared. El frío del mármol contra mie piel desnuda logró alzar mis bellos de punta, arrancándome un estremecimiento involuntario.

Aún no podía entender como alguien que me sobrepasaba en peso y tamaño podía ser tan sigiloso al caminar y al andar. Yo no era una mujer fácil de tomar por sorpresa. Me había pasado cinco años de mi vida en Japón,  entrenando con el mejor maestro de artes marciales del país, un hombre que se consideraba una leyenda entre leyendas y, aun así, Vincenzo Valentino había logrado cogerme desprevenida más de una vez.

—¿Qué mierda haces? —siseé al notar como entrelazaba nuestros dedos y colocaba mis manos por encima de mi cabeza.

—Ayudando a mi esposa, no puedo dejarla desesperada e insatisfecha, me haría un gran hijo de puta.

Su voz contra mi oído era frialdad pura. Apreté los dientes, tragándome el gemido que quería escapar al sentir su erección rozar la cara interna de mis muslos.

—Vete a la mierda, Vincenzo, antes de que me tientes a demostrarte que tu desesperada esposa tiene lo necesario para tentar a cualquier idiota en esta isla a pesar de tu advertencia.

Una de sus manos liberó la mía y sus dedos bajaron hasta curvarse sin piedad en mis mejillas. El muy hijo de puta iba a dejar marcas sino aflojaba el agarre en mi piel. Volteó mi rostro hacia él con un gesto brusco, obligándome a reposar mi cuerpo más al suyo para no lastimar mi cuello con el movimiento.

—Inténtalo, Diavolessa, y por cada hombre mío que te folles, yo mandaré a Lucius a matar a uno de los tuyos. —Me dio la vuelta repentinamente y me alzó en peso hasta obligarme a enroscar mis pies alrededor de sus caderas, volvió a apretar mi rostro entre sus dedos y atrajo nuestras bocas, dejando solo milímetros de separación entre nuestros labios—. Empezaré por Luca, el muy cabrón cree que tiene algún tipo de control sobre lo que es mío, y yo no comparto con nadie.

Reí, me gustaba verlo celoso y posesivo tanto como me irritaba. Romper su máscara pasiva se había convertido en mi pasatiempo favorito, uno que no pensaba desaprovechar.

—Qué te puedo decir, Diavolo. Luca siempre ha sabido como follarme bien. —Pasé mi lengua por su labio inferior, saboreando restos de whiskey. No lo había visto con una copa en la mano desde que desperté, aunque, claro, las había tenido ocupadas mientras intentaba asfixiarme con ellas.

»Dicen por ahí que el hombre perfecto es aquel que sabe usar su pistola dentro y fuera del dormitorio —dije, recordando la ridícula frase que había escuchado una vez a la esposa de uno de mis Caporégime—. Y Luca fue quién me demostró que era cierto.

Atacó antes de que pudiera reaccionar, sus manos me apretaron la cintura y me alzaron para encajarme en su polla erecta.

Lo acogí en mi interior con facilidad, estaba tan jodidamente excitada, tanto que me ahogaba intentando contener mis propios jadeos de alivio.

Cada estocada que me propinó fue salvaje y certera y la rapidez se sus embestidas me obligaron a cruzar mis talones en su espalda y a encajar mis uñas en la piel de sus hombros.

El muy hijo de puta me estaba destrozando por dentro y lo estaba haciendo de la forma más demoledora y placentera posible.

—¿Eso es todo lo que tienes para dar, Diavolo? —jadeé con una sonrisa ladina. Vi como sus ojos se volvieron árticos al mismo tiempo que mi satisfacción crecía—. Pensé que tus intenciones eran superar mis expectativas. Estoy un poco decepcionada con tu pobre actuación.

—Tu coño dice lo contrario. Puedo escuchar los húmeda que estás. Puedo oler tu excitación desde aquí arriba, Diavolessa, me está empapando las pelotas.

—Vete a la mierda —medio gruñí mientras ahogaba un gemido.

Vincenzo rio, el sonido me erizó todos los bellos de la piel y alzó la sensibilidad de mi cuerpo a otro límite. ¿Quién iba a decir que una risa podía ser tan adictiva? Pero no era cualquier risa, nunca antes había conocido a alguien capaz de convertir un sonido que debería ser sanador y libre en una advertencia, en una maldita amenaza oscura.

Vincenzo apoyó todo mi peso en la pared, atrapándome entre su cuerpo y el mármol, deslizó sus manos hasta acunar mis nalgas y alzó mi caderas, cambiando el ángulo hasta que cada golpe, cada estocada, cada frote tocó un lugar tan profundo que los dedos de mis manos y mis pies se curvaron en placer.

Me mordí el labio inferior para contener los jadeos. No quería ver como sus ojos se llenaban de triunfo ante mi creciente orgasmo, pero ¿a quién engañaba? Sabía que mi rostro hablaba claramente el placer que estaba sintiendo por mí.

Mañana no abría una parte de mi cuerpo que no estuviera marcada por el Diavolo, su agarre salvaje no dejaba cabida para duda, aunque nada que un poco de ropa y maquillaje no pudiera arreglar.

No pensaba tomarme el esfuerzo de hacerlo tampoco. No era una mujer débil, los pensamientos y opiniones ajenas no me movían como a cualquier otra dama de nuestra sociedad. Aunque, cuando las luces se apagaban, eran esa misma damas las que más suciedades dejaban para empolvar debajo de sus camas a la mañana siguiente.

Una estocada en específico arranco el grito que Vincenzo había estado esperando, volvió a cambiar la dirección de sus envestidas, esta vez girando mi cuerpo un poco a la izquierda, y golpeando esa zona sensible en mi interior hasta que no pude contener mis gemidos cargados de placer.

A la mierda el orgullo, ya habría otro momento en el que me preocuparía por ello.

Humedecí mis labios, sonriendo con malicia cuando la mirada oscura del Diavolo se posó en ellos. Vincenzo Valentino no era un hombre fácil de leer, era demasiado perceptivo e inteligente como para dejar una sola grieta en su armadura de hielo a la vista de mujeres como yo; pero ni siquiera él, con su eterno silencio, podía fingir el placer reflejado en sus pulilas dilatadas y en la tensión de sus músculos empapados por el agua y el sudor.

Ya sabía porqué le gustaba el sexo mudo, solo me había tomado dos encuentros sexuales con él para darme cuenta. El muy hijo de puta me quería hacer sentir menos, como una puta cualquiera indigna de las palabras del Capo. Quería hacerme creer que esa boca suya no se moría por decirme cochinadas al oído, pero sabía que era mentira e iba a demostrárselo.

Me aseguraría de hacerlo escupir cada palabra que sabía que había amenazado con, más de una vez, escapar de esa boca. Le haría rogarme, le haría añorarme hasta tenerlo de rodillas a mis pies, dispuesto a hacer cualquier cosa por mí; y disfrutaría como nunca en mi vida haciéndolo.

Y luego, solo cuando me encontrara satisfecha y saciara completamente esta adicción mía, le pegaría un tiro entre ceja y ceja y vengaría la muerte de mi familia.

Como saldría de esta villa viva luego de hacerlo era tarea para otro día, porque la presión en mi vientre iba aumentando junto a un cosquilleo placentero que subía por la base de mi columna.

Mierda, había tenido orgasmos mediocres, orgasmos buenos y orgasmos maravillosos, pero nunca ninguno me había borrado el mundo a mi pies ni me había cortado la respiración de esta forma.

Solté un grito mientras mi cuerpo se sacudía y las paredes de mi vagina se comprimían alrededor de la polla de Vincenzo, atrayéndolo más en mi interior. El Diavolo escondió el rostro en mi cuello con un gruñido. Salió de mí con una rapidez alarmante, dejando un vacío atrás que solo lograba alimentar más mi adicción.

Mi coño se contraía en el aire, todavía preso del orgasmo más brutal de mi vida. Mi cuerpo y mi mente querían más y más. No estaba saciada y Vincenzo tampoco, si la polla dura contra mi estómago era indicio de ello.

—Ahora sí, Diavolessa, ya puedo buscar una puta para que me satisfaga como querías —tiró mis palabras de vuelta como una burla—. Un trabajo que, claramente, no pudiste hacer tú.

Me soltó de sus brazo sin advertencia y salió de la habitación sin mirar atrás, dejándome con los pies tambaleantes y la respiración agitada y el cuerpo entero temblando bajo el peso de mi rabia.

El Capo di tutti capi pensaba que se podía jugar por siempre a este juego, pero lo que no sabía era que, sin importar cuantas veces le dieras vueltas al maldito revolver, alguno estaría obligado a caer ante la última bala.

Y tenía que asegurarme de esa no ser yo.

• • •

... Solo digo que esta escena me costó como ninguna. El sexo duro y salvaje no es lo mío (escribirlo, eso es...👀)

Pd: Recuerden que los guiones, si son cortos, es porque Wattpad los cambió.

Besos,
Dee.

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