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Argos, muchos años antes de la Guerra de Troya

Mi consejero me hizo llamar a la sala de audiencias y con algo de desconfianza, acudí. Nada más entrar, incliné levemente mi cabeza en señal de respeto durante unos segundos.

— Me has llamado— anuncié con solemnidad.

Él adquirió una expresión adusta y eso no me dio buena espina.

— Sería conveniente que contraigas matrimonio y para ello has de partir a Esparta para pedir la mano a Helena de Esparta. Esparta es una región próspera y esta sería una oportunidad que deberías aprovechar para forjar una alianza duradera entre Argos y Esparta.

— Así lo haré.

En los siguientes días preparé mi equipaje y la embarcación que usaría con la ayuda de mis subordinados. Después mi consejero me hizo llamar para entregarme unos regalos que debería ofrecerle a Helena en el momento en el que me presentara ante ella para pedirle su mano. Me fueron entregados una tinaja de aceite recién prensado, otra tinaja de vino y unas bonitas pulseras de oro para adornar sus muñecas y sin más preámbulos me eché a la mar con rumbo a Esparta, tierra de espléndidos guerreros.

El mar estaba muy tranquilo y pensé que los dioses deseaban que llegara a Esparta cuanto antes. Agradecido por la bondad de los olímpicos, hice una libación de vino y fue en ese momento cuando mi maestra me habló por primera vez(*).

— Diomedes— me llamó una voz femenina.

Me giré extrañado por si una mujer hubiera sido capaz de infiltrarse en mi tripulación y para mi sorpresa, no había ninguna abordo. Un miedo desconocido me invadió de repente y caí sobre mis rodillas.

— ¿Quién eres? — le pregunté a la misteriosa deidad.

— Diomedes, Tidida, no temas pues soy la diosa Atenea.

Mi piel se erizó al escuchar de nuevo la voz de la diosa guerrera y pese al miedo que sentía, hice acopio de toda mi valentía para hacerle frente.

— Algo querrás de mí, hija de Zeus— aventuré con la mayor seguridad que pude reunir.

— ¿Has olvidado todo lo que he hecho por ti? — me preguntó.

Su voz sonó fría y parecía que con ella me quería clavar helados cuchillos por todas las partes de mi cuerpo. Hice un gran esfuerzo de memoria y al fin supe a lo que se refería.

— Jamás olvidaré cómo me ayudaste a vengar el arrebato del trono de mi abuelo Eneo— le respondí.

***

Recordé en ese momento cómo mi abuelo envió una misiva en la que pedía ayuda porque sus sobrinos le habían destronado del trono de Calidón en favor de su hermano Agrio. Yo nunca había batallado en campo abierto pese a la gran formación que tuve en las destrezas de la guerra y con algo de miedo llegué a Calidón y fue entonces cuando Atenea se me manifestó por primera vez. Una lechuza se colocó en una rama y de pronto una voz femenina se dirigió a mí.

— Diomedes, hijo de Tideo, grandes habilidades de guerrero tienes junto con una gran agudeza mental y sin embargo, te invade un gran miedo a irrumpir en el campo de batalla.

— Sin duda alguna eres una diosa y no puedes ser otra que Palas Atenea, la hija de Zeus. Ayúdame oh diosa a vengar a mi abuelo y ármame de valor para devolverle lo que le ha sido arrebatado— le supliqué cuando deduje quién era.

Atenea cumplió su palabra y no me abandonó en ningún momento porque inspirado por su valor, luché con gran arrojo contra todos los hijos del hermano de mi abuelo y les di muerte a todos menos a dos que no dudaron en huir despavoridos cuando vieron mi armadura y mi espada manchadas con la sangre de sus hermanos. No dudé en echar a correr tras ellos para darles muerte cuando Atenea me ordenó que cesara en mi persecución porque ya había vengado a mi abuelo, el cual finalmente fue asesinado por ellos por mucho que intenté evitarlo.

En el viaje de regreso a casa me invadió una gran tristeza al pensar en cómo mis dos primos habían asesinado a sangre fría a mi abuelo.

— No llores la muerte de tu abuelo, pues ha vivido unos gloriosos años siendo rey de Calidón y nada podías hacer para salvarle de su muerte.

Esa que me había hablado era Atenea y lo supe por lo inexpresiva que me sonó su voz debido a que era muy reacia a los sentimentalismos. Me limpié la lágrima traicionera que había comenzado a resbalarse por una de mis mejillas, avergonzado por haberme atrevido a llorar y escuché qué más tenía que decir.

— Has luchado con gran arrojo contra tus primos y casi asesinas a todos, quédate con eso— me aconsejó y antes de que pudiera responder, supe que se había marchado porque no volví a escucharla mientras seguía mi camino.

***

Cuando volví al presente el sol ya se escondía y decidimos atracar en un pequeño pueblo costero que no parecía estar a más de una jornada o dos a caballo de Esparta. Como nadie nos mostró hospitalidad, dormimos a la intemperie haciendo turnos para vigilar. Cuando a mí me tocó hacer una guardia mientras mis hombres descansaban, una lechuza impoluta se colocó delante de mí. Mi diosa comenzó a hablar conmigo sin dejarse ver en su forma divina.

— Hay algo sobre tu padre que no sabes— anunció.

Bastaron esas palabras para que recordara el instante en el que me anunciaron que había muerto mi padre durante el largo asedio de los 7 contra Tebas. Un mensajero se había dado gran prisa para llegar a Argos. Recordé cómo irrumpió en palacio con una expresión de dolor contenido y cómo me relató que había perdido a mi padre. Recordé también que cuando le pregunté qué había pasado exactamente, se dio media vuelta y abandonó el palacio.

— ¿Sabes cómo murió? — le pregunté a Atenea con la esperanza de que me lo dijera.

— Sí lo sé, de hecho fui testigo de lo ocurrido.

***

Atenea se adentró en mi mente y me mostró a mi padre herido por un tebano. Después me mostró cómo ella partía hacia el campo de batalla para darle una pócima que le salvaría la vida si la tomaba a tiempo. Sin embargo, ella acabó llegando demasiado tarde porque cuando lo hizo mi padre estaba devorando la cabeza de aquel tebano que le había herido. Me horroricé al contemplar aquella grotesca imagen.

***

— Mi padre no es capaz de algo así— le dije a la diosa con gran decepción.

— Lo que te he mostrado es real, Diomedes. Tu padre devoró los sesos de su enemigo porque creía que así se curaría.

— ¿Qué ocurrió después? — quise saber.

Ella me contó que tan horrorizada quedó con ese acto sacrílego por parte de mi padre que decidió tirar al suelo el contenido de la pócima y dejarle morir.

— ¿Sabes?, sentía cierta predilección por tu padre pero cuando vi lo que hizo, me decepcionó— me confesó.

— Deberías guardarme aversión por ser hijo de mi padre; sin embargo, sigues intercediendo por mí ,¿puedo saber el por qué? — le pregunté con timidez.

— Porque te he observado desde que has nacido y sé con toda certeza que no serás igual que tu padre. Serás un formidable guerrero y yo estaré ahí para verlo.

(*)  Una libación es el acto de derramar alguna bebida como vino o algún tipo de licor en honor a una divinidad. 


Nota de la autora: 

En este capítulo nos adentramos un poco más en el pasado de Diomedes. Pregunta: ¿qué opinión os despierta de momento este héroe? os leo✨

No os olvidéis de que vuestras interacciones en esta historia me motivan mucho, al igual que la compartáis con más gente si os gusta lo que estáis leyendo❤️

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