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Áulide, algunos años antes de la Guerra de Troya

Habían pasado varios años desde que Odiseo y yo habíamos coincidido en el palacio del difunto rey de Esparta, años que no pasaron en balde. Nuestro encuentro tuvo lugar en las costas de Áulide, lugar escogido por el rey de Micenas para reunir y organizar todo el ejército aqueo. Observé con detenimiento a mi amigo Odiseo y me percaté de que había crecido un poco más en estatura y sus músculos se veían más desarrollados. En cambio, su mirada vivaz y cargada de astucia se había ensombrecido y no dudé en preguntarle si le pasaba algo.

— Me entristece separarme de mi esposa y de mi hijo recién nacido Telémaco— me confesó en un rincón apartado de los reyes Agamenón y Menelao.

Los Atridas parecían estar enfrascados en discutir algún asunto y aproveché entonces para darle la enhorabuena por el nacimiento de su primogénito.

— El nacimiento de un hijo es siempre motivo de alegría, mi buen amigo Odiseo. Sé que te aflige tener que permanecer alejado de él, pero confío en que esta guerra será breve— intenté consolarle.

Odiseo siguió permaneciendo abrazado a mí y me confesó la verdadera razón por la que estaba tan apesadumbrado.

— He consultado a un adivino y me ha advertido que si voy a esta guerra tardaré mucho en regresar a mi hogar.

Me aparté de él y le miré desconcertado porque Agamenón y Menelao me habían transmitido lo contrario. Quise decir algo más pero ambos se aproximaron a nosotros.

— Diomedes, Tidida y Odiseo, Laertíada, tenemos una misión que encomendaros. Según el adivino Calcante será imprescindible la presencia en la contienda aquea de Aquiles, el hijo de Peleo y la nereida Tetis, para nuestra victoria. Levantaos y partid cuanto antes para dar con él y convencerle de que debe partir a la guerra con todos nosotros.

Odiseo y yo nos incorporamos del suelo y les prometimos que así lo haríamos. Seleccionamos a varios de nuestros hombres de confianza y nos echamos a la mar. Sin un rumbo fijo, comenzamos a preguntar por él en algunas pequeñas islas en las que atracamos y no recibimos noticias de él. Ambos comenzamos a desesperarnos porque sí o sí debíamos regresar con él, pero por suerte había una divinidad dispuesta a ayudarnos.

— Aquiles, el fuerte hijo de Peleo, se refugia en la corte del rey Licomedes para evitar la profecía que pesa sobre él y para ello siguiendo las instrucciones de su divina madre Tetis se hace pasar por una mujer que se hace llamar Pirra.

Esa voz femenina que tan bien conocía guardó silencio.

— Odiseo, ¿has escuchado esa voz? — le pregunté con incredulidad.

— Sí, la diosa Atenea se nos ha manifestado— repuso con gran convicción.

Ambos sentimos de pronto un escalofrío detrás de nosotros e intuimos que ella estaba en la cubierta del barco, sin dejarse ver, como casi siempre.

— ¿A ti también se te ha manifestado la diosa alguna vez? — le pregunté intentando ignorar el gélido escalofrío que estaba sintiendo en la espalda.

Odiseo quiso responderme pero fue interrumpido por la autoritaria voz de Atenea.

— Es de vital importancia que reclutéis a Aquiles, pues sin él no podréis vencer a los troyanos, domadores de caballos y para ello debéis tramar un ardid que desenmascare su verdadera identidad.

Odiseo y yo quisimos preguntarle cómo y no obtuvimos respuesta alguna. Ese escalofrío cesó y supimos que ya se había marchado al Olimpo. Después decidimos echarnos a dormir un rato para al día siguiente trazar un plan perfecto.

— Amigo, se me ha ocurrido un plan perfecto. Agasajaremos a las bellas jóvenes hijas de Licomedes con hermosas joyas y prendas y entre éstas colocaremos esta espada— me indicó mientras blandía con su mano derecha una bonita espada de hierro.

— ¿Y luego qué hacemos? — le pregunté.

Odiseo sonrió astutamente y prosiguió relatándome su plan.

— Lo siguiente es la mejor parte del plan. Uno de mis hombres hará sonar un cuerno y otro entrará corriendo alarmado al salón del trono y nos informará de que estamos siendo atacados por unos piratas. Entonces confío en que Aquiles, incapaz de ocultar por mucho más tiempo su verdadera naturaleza, blandirá la espada que hemos colocado entre los demás regalos para defender a las princesas de esos presuntos atacantes.

Los ojos de Odiseo brillaron intensamente y me vi contagiado por su entusiasmo.

***

Esciro, algunos años antes de la Guerra de Troya

Tras unos días más de navegación, acabamos llegando a la isla de Esciro, lugar sobre el que reinaba Licomedes. Ordené a algunos de mis hombres que tomaran entre sus manos algunos de los cofres que contenían los regalos para las princesas y Odiseo hizo lo mismo que yo. Con paso firme caminamos hasta que irrumpimos en el palacio del rey. Había varias damas hermosas bailando, las cuales cesaron su baile cuando nos vieron entrar en el salón del trono. Odiseo y nos miramos un instante y nos arrodillamos ante el rey.

— Rey Licomedes de Esciro, acepta estos presentes para tus hermosas hijas— dijo Odiseo mientras alzaba las palmas hacia arriba.

Nuestros hombres pasaron entre medias de nosotros y depositaron con sumo cuidado los cofres. Licomedes alternó su mirada entre los regalos que le ofrecimos y nosotros hasta que al fin nos ordenó que nos alzáramos.

— Es mi deber como anfitrión cumplir con los deberes de hospitalidad impuestos por Zeus. Ea, disfrutemos de una deliciosa cena y después relatadme qué motivos os han hecho venir a mis remotas tierras.

Después de disfrutar de un copioso banquete, Odiseo relató al rey y a las princesas el motivo de nuestro viaje, motivo que enmascaró con gran habilidad. Una vez acabada la cena, les pedimos a las princesas con amabilidad que tomaran cada una de ellas el regalo que más llamara su atención. Cada una fue escogiendo un regalo y la última en acercarse fue una chica rubia de hermosos ojos verdes que se hacía llamar Pirra. Odiseo me dio un sutil pisotón y entonces recordé que ese era Aquiles disfrazado de princesa. Pirra o mejor dicho, Aquiles, admiró los regalos durante un rato. Enseguida reparé en la forma en que brillaban sus ojos cuando se posaron en la espada que habíamos ocultado entre las numerosas joyas. Odiseo me guiñó el ojo y fue entonces cuando uno de sus hombres hizo sonar un cuerno desde fuera de palacio y otro irrumpió con gran estrépito en la sala del trono.

— ¡Nos atacan los piratas! — exclamó con el rostro descompuesto.

Odiseo y yo nos llevamos la mano a nuestro cinto y sacamos nuestra espada para hacer la actuación más creíble. Las princesas comenzaron a gritar y algunas intentaron esconderse en cualquier lugar con tal de no ser atacadas por los horribles piratas. Sin embargo, Pirra tomó con decisión la espada entre sus manos y ahí supimos con total convicción que ella era en realidad Aquiles.

— No temáis, pues no estamos siendo atacados por piratas. Sino que en realidad hemos trazado esta artimaña para desenmascarar a Aquiles, el hijo de Peleo, que se ha hecho llamar hasta ahora como Pirra, pues un guerrero tan formidable como él no debe permanecer ajeno a la guerra que se avecina— explicó Odiseo.

Las mejillas de Aquiles se sonrojaron y con gran culpabilidad se arrodilló ante nosotros.

— Disculpadme por mi vergonzosa actuación. Mi divina madre me ordenó que me ocultara en la corte del rey Licomedes vestida de mujer para no ser reclutado para la guerra. Llevadme con vosotros— nos suplicó.

Le pedimos que se alzara y le abrazamos como un amigo.

Aquella noche dormí profundamente pensando que nuestra misión había sido un éxito, el poderoso Aquiles lucharía a nuestro lado ante las grandes murallas de Ilión.

Calcante es en realidad aquel que cuenta a Diomedes y Odiseo el paradero de Aquiles, sin embargo, en esta historia he decidido que sea Atenea la que se lo rebelara.


Nota de la autora: Esta es la primera aventura de Odiseo y Diomedes, ¿os ha gustado?, a mí la verdad que este dúo me encanta porque creo que se complementan muy bien, ¿estáis de acuerdo? os leo✨


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