𝐕𝐈

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Áulide, algunos años antes de la Guerra de Troya

Al día siguiente partimos de Esciro y los dioses nos enviaron vientos favorables para llegar en pocos días a las costas de Áulide.

Atracamos el barco y me sobrecogió e incluso me enorgulleció ver a tantos hombres reunidos por una causa común: rescatar a Helena porque jamás se había creado un ejército tan grande como este, de eso estaba muy seguro. Cuando descendimos a tierra el recibimiento a Aquiles lo encontré impresionante porque la práctica totalidad de los hombres se arrodillaron mientras clamaban lo siguiente:

— Ο γιος του Πηλέα θα μας φέρει τη νίκη! (El hijo de Peleo nos traerá la victoria).

Aquiles caminó entre ellos con una petulante sonrisa en el rostro y ahí me di cuenta de lo orgulloso que era. Se sabía el mejor de los héroes griegos y este recibimiento no hacía más que confirmarlo.

***

Algunos hombres más iban llegando a las costas de Áulide y la impaciencia por partir era cada vez más patente. Mis hombres me preguntaban cada día cuándo íbamos a partir a Troya a lo que les contestaba que no lo sabía porque los vientos parecían haber cesado sin razón aparente y sin ellos nos resultaría imposible partir. La tensión creció cuando los alimentos comenzaron a escasear y sobre todo cuando algunas enfermedades comenzaron a extenderse entre los hombres provocando que algunos tuvieran muertes indignas.

— ¡Los dioses rechazan nuestras pretensiones! — comenzaron a exclamar algunos hombres con gran desesperanza.

Aún más soldados se unieron y los lamentos eran cada vez más desalentadores.

— Parece que estamos destinados a morir sin entrar en el campo de batalla— clamó uno con la voz en grito.

— Debemos abandonar Áulide porque lo único que vamos a sufrir son penurias y hambre— sugirió otro.

Los hombres descontentos comenzaron a armarse, esperanzados por poder regresar a sus casas. Casi tuvo lugar un motín de no ser por la rápida actuación de Agamenón. Pegó un grito tan ronco y alto que los gritos cesaron y los hombres cayeron sobre sus propias rodillas, temerosos de enfadar al poderoso rey de Micenas.

— ¡Ya basta! ¿Acaso habéis olvidado el motivo por el que estamos aquí reunidos? Los troyanos no sólo han tenido la osadía de secuestrar a la esposa de mi hermano, la bella Helena, sino que también se han apropiado de los tesoros de Esparta. Los troyanos han contravenido los deberes de hospitalidad impuestos por Zeus alejando a Helena de su esposo y es por eso que los principales líderes aqueos nos reuniremos ahora mismo y encontraremos una solución para poder partir ya a la guerra.

Una calma momentánea volvió a reinar en el ambiente hasta ahora cargado de tensión y los principales reyes marchamos a la amplia tienda de Agamenón para reunirnos y discutir qué haríamos para poder partir hacia Troya de una vez.

— La situación es muy crítica. Debemos actuar ya o de lo contrario, los hombres se amotinarán y en esa ocasión vez sí les saldrá bien— apostillé yo.

Todos me dieron la razón y Odiseo alzó la mano para intervenir.

— Esta ausencia de viento parece que se debe a un motivo divino y en consecuencia, debemos consultar al adivino Calcante porque él sabrá qué deidad nos está impidiendo partir hacia Troya— propuso él.

Agamenón hizo un gesto a dos de sus hombres de confianza y el adivino Calcante entró en la tienda junto con ellos y no paró de caminar hasta estar frente a todos nosotros.

— Me has llamado, rey Agamenón, Atrida— anunció el adivino.

Agamenón adoptó una expresión seria y le ordenó con frialdad que compartiera con todos nosotros qué dios estaba tan molesto como para impedirnos abandonar Áulide.

— La diosa que ha ordenado a los vientos que cesen y que no nos envíen a Ilión es Ártemis, la hermana melliza de Febo Apolo, la que hiere de lejos y sólo hay una forma de aplacar su ira.

Calcante guardó silencio y vislumbré el temor en sus ojos, por lo que supuse que sabía que lo que diría cabrearía enormemente a Agamenón.

— La única manera es sacrificar a tu hija Ifigenia, rey Agamenón— repuso el adivino.

La reacción del rey de Micenas no se hizo esperar. Asió del cuello a Calcante y todos nosotros tuvimos que intervenir para que le soltara. Calcante inspiró grandes bocanadas de aire y sin que ninguno se lo pidiera, nos relató el motivo por el que la diosa arquera estaba tan molesta.

— Ártemis está muy molesta porque el rey Agamenón alegó ser mejor cazador que ella y por esa razón demanda que su preciada hija le sea sacrificada para así permitirnos emprender nuestro largo viaje hasta Ilión.

Lo siguiente nos pilló de improvisto. Agamenón se arrodilló delante del adivino y con lagrimones cayéndole por los ojos suplicó que intercediera por él ante la diosa de carcaj de plata para evitar el sacrificio de su hija. Calcante repuso en el tono más suave que pudo que nada podía hacer para eludir el sacrificio impuesto por la diosa. El rey se limpió las lágrimas y recomponiéndose, volvió a adoptar esa expresión cargada de autoridad que tanto temor inspiraba a algunos. Menelao se aproximó a su hermano y le tomó del brazo para llevarle a un rincón apartado de la tienda. Luego, nos hizo un gesto para que los dejáramos a solas y en un incómodo silencio todos abandonamos la tienda y permanecimos callados porque no había nada que pudiéramos decir para no pensar en las instrucciones dadas por el adivino Calcante.

— ¿Creéis que Agamenón será capaz de sacrificar a su hija para partir a la guerra?—preguntó Aquiles.

Se notaba que era uno de los líderes más jóvenes porque todos los demás que ya teníamos algún hijo estábamos consternados al imaginarnos la triste situación en la que un dios olímpico nos demandara sacrificar a uno de nuestros hijos como castigo. Por suerte el sabio Néstor, rey de Pilos, encontró las palabras adecuadas para acallar a Aquiles.

— Aquiles, Pelida, sacrificar a un hijo para aplacar la ira divina es la peor decisión que un padre debe tomar. El rey Agamenón de Micenas puede llegar a ser testarudo, pero estoy seguro de que por mucho dolor que le cause, Menelao logrará hacerle entrar en razón y sacrificará a su amada hija.

El hijo de Tetis y Peleo reparó en la gravedad de nuestros rostros y nos pidió disculpas en voz baja por haber formulado aquella pregunta tan impertinente. Las puertas de la tienda de Agamenón se abrieron de par en par y ambos reyes se aproximaron a nosotros. Agamenón se mesaba los cabellos. Le vi desesperado e incluso, derrotado, pero aun así reunió el valor suficiente para comunicarnos su decisión.

— Con todo el dolor de mi corazón haré lo peor que un padre le puede hacer a una hija, la sacrificaré para reconciliarme con Ártemis para que podamos partir de una maldita vez a Ilión. Escribiré una carta a mi hija y a mi esposa y les ordenaré que acudan a Áulide.

Menelao apretó uno de sus hombros para mostrarle su apoyo y el resto le miramos con tristeza, incapaces de hallar las palabras precisas para brindarle el apoyo que necesitaba en este momento de dificultad.


Nota de la autora: Ya han ido apareciendo otros personajes importantes en la Guerra de Troya como Aquiles, Agamenón, Menelao y el adivino Calcante, decidme ¿qué opinión os despierta cada uno de ellos? os leo.

No os olvidéis de comentar vuestras opiniones, pues amo leerlas e interactuar con vosotros y recordad agregar esta historia a vuestras listas de lectura si no os queréis perder ninguna actualización✨

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