Capítulo 16: You Have To Earn It

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16. Tienes Que Ganártelo

Voldemort vuelve al trabajo. Hay mucha gente que quiere hablar con él, por supuesto, pero en realidad él no quiere hablar con nadie. Una parte de él piensa que ha sido una idea terrible, piensa en volver a la seguridad de su habitación. No quiere hablar. No soporta oír el sonido de su propia voz.

Lucius no deja entrar a nadie, le trae una caja de bombones y una taza de café y se marcha sin decirle una palabra. Voldemort no cree haber estado nunca más agradecido por la existencia de ese hombre. Hace que su trabajo sea más fácil, cuando no está completamente abrumado. Una parte de él cree que había algo de Calmante en los chocolates, pero no le importa, no cuando lo ayuda tanto. Es lo único que lo mantiene concentrado.

Realmente no pensó que sería capaz de volver. Pero lo hace. Lucius ayuda, librándose de las partes más preocupantes de tener que explicar su ausencia, limitándose a decir a quien pregunte que el Ministro estaba enfermo. Nadie le cuestiona, lo que facilita infinitamente las cosas, porque ya tiene mucho trabajo.

Y, cuando vuelve a casa, trabaja más.

Pasa la primera noche en su despacho, firmando nuevos formularios y enviándolos al Ministerio. A Voldemort no le apetece dormir, no cuando su sueño está plagado de pesadillas, no cuando su habitación no es aquella a la que se había acostumbrado. No cuando no hay un despertador sonando a las cinco de la mañana. Para cuando termina, es hora de ir al Ministerio de nuevo, a recoger más trabajo para él. Así vive durante tres días.

Lucius lo lleva por aparato a la mansión cuando se desmaya en su despacho, y Voldemort decide que quizá sea mejor que no trabaje demasiado.

Eso no le impide emborracharse por completo.

Con música en el gramófono y alcohol barato en la mano, se pasa las noches leyendo hasta que se desmaya en el sofá del salón. Por la mañana, se toma una poción para la resaca y se va a trabajar.

Los días se mezclan.

A veces escucha la profecía y se acuerda inmediatamente de Harry, llorando y bebiendo hasta el olvido. Le duele, pero escucha de todos modos, no puede dejar de hacerlo, en parte porque haría cualquier cosa por volver a estar con Harry, en parte porque siente que merece sufrir así.

Las visiones que tiene no le ayudan.

Siente el dolor de Harry como si fuera el suyo propio, y no soporta oírle llorar, pero lo oye cada vez que se desmaya, cada vez que cierra los ojos.

En la negrura de los ojos cerrados, puede oír a Harry llorando, intentando mantenerse callado, gimoteando mientras las lágrimas lo abruman. Voldemort lo siente todo, sale de la visión con lágrimas en los ojos.

Y cuando no lo ve por sí mismo, su cerebro le obliga a recordar la forma en que Harry solloza, y Voldemort está seguro de que es el sonido que oirá cuando vaya al Infierno, si es que existe.

Esto es culpa tuya, se dice a sí mismo. Es culpa tuya.

Quiere recuperar a Harry. Quiere arreglar este desastre que ha creado.

Voldemort lo hará.

¿Sabes por qué son importantes los funerales?

Va a su habitación por primera vez en semanas, en cuanto vuelve del trabajo. La caja que Harry le envió sigue allí, en el rincón donde la había dejado. Los elfos apenas habían tocado su habitación, sobre todo porque se olvidó de quitar la orden de no limpiar su cuarto.

El fuerte de mantas sigue allí. Coge la caja del rincón y se mete dentro del fuerte, lanzando un Lumos con la varita.

Cuando abre la caja, encuentra algunos de los libros que dejó en casa de Harry. Su cepillo de dientes, su bote de champú. Sus batas de dormir, limpias y dobladas. Sus plumas y su tintero, encantados para no derramarse durante el viaje. Sus cosas huelen a Harry y Voldemort llora con sólo mirarlas.

Pero las devuelve a su sitio.

Es porque la muerte es un acontecimiento desgarrador. Así que, en vez de dejar que te destroce, empiezas los preparativos para el funeral.

Y se encarga de limpiar su habitación. A mano, en vez de con hechizos, como hace Harry todos los días. Impide que los elfos domésticos le preparen la comida, queriendo hacerlo él mismo, con sus propias manos, como hace Harry. Cada pequeña cosa que hace le recuerda a Harry, así que se deja recordar por él.

Elige el cementerio, el ataúd y dónde serán enterrados. Preparar el funeral le da algo que hacer para no dejar que su mente sea consumida por la angustia.

Compra semillas para su propio jardín, que cuida a diario. Es terrible haciendo punto, bordando y macramé -y no es refrescante, ser absolutamente terrible en algo en lo que Harry destaca- pero lo intenta de todos modos. Sin embargo, se le da bien hacer anillos y pulseras, y los trabajos manuales son una forma estupenda de mantener su mente tranquila.

Le demuestra que la vida sigue. Que ahora duele, pero que todo va a salir bien.

Voldemort empieza a llevar un crucifijo bajo la camisa. No porque sea una persona religiosa (cree que la Biblia está llena de chorradas, la verdad), sino porque le recuerda a Harry.

Es una buena forma de guardar un trozo de Harry dentro de su corazón. Y alivia bastante su tristeza.

Finalmente, Voldemort abandona el alcohol.

Decide que va a ganarse el perdón de Harry. Que lo va a arreglar. Que va a trabajar duro.

Se compra un diario, en el que escribe cadenas y cadenas de disculpas. No cree que ninguna sea suficiente para Harry, no después del dolor que Voldemort le causó.

Voldemort decide que quizá debería dejar de disculparse y empezar a explicarse. Lo escribe, desde el principio, desde que mató a los padres de Harry, y escribe como un loco, durante días y días. El cuaderno se llena, y Voldemort siente que ni siquiera ha empezado a darle a Harry una razón adecuada para perdonarle.

Pero tal vez no se trate tanto de lo que escribe como de lo que dice. A Harry no le importan las palabras rebuscadas ni las disculpas complicadas. No le importa el poder ni el dinero. Le importa la honestidad y la verdad.

Tal vez lo que escribe no importa realmente. Tal vez no sea tan fácil como simplemente leer de un cuaderno.

Voldemort se lo va a ganar.

Un domingo por la mañana, aparece en el orfanato.

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