13. El ángel blanco

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Hoy quería publicar el Especial de Halloween que ecribí en su día porque me venía perfecto para la situación pero está en mi ordenador viejo que no se enciende así que no he podido recuperarlo :/ en su lugar traigo un capi muy revelador xD

19

La ciudad de Enoc se erguía en medio del mar Negro. Cuando Caín mató a su hermano Abel, fue desterrado por Dios y maldecido por toda la eternidad. Entonces, caminó y caminó, desamparado por las peligrosas tierras infestadas de demonios, pero ninguno le atacó. Estaba protegido por la marca de Dios. Allí conoció a Lilith y tuvieron su primer hijo. Para celebrarlo, fundó una ciudad sobre las tierras deshabitadas de Nod, y la llamó igual que su retoño. Así surgió Enoc. O aquello era lo que contaban los viejos libros de historia, aunque Gabriel sabía que aquello no era del todo cierto, pues fue Caín el que liberó a Lilith y demás demonios del Infierno.

Las afueras de esta ciudad estaban compuestas por lo que se denominaba "El bosque maldito". Una terrible ciénega cuya vegetación se alimentaba de la sangre y energía vital de quien ambulase por ellas. Recordaba cómo, cuando era más joven, se escapaba a aquel lugar a entrenar y matar diablos. Ahora no tenía tiempo ni ganas de entretenerse con las molestas plantas. Un enorme arco de mármol negro se alzaba ante él, mostrándole que si lo cruzaba, se hallaría en Enoc. Enormes torres desafiaban el cielo, amenazantes. Estaba completamente seguro de que allí se encontraba Selene. No tenía muy claro por qué lo sabía, pero sentía la necesidad de volver al último lugar en que la había visto.

No le costó ningún esfuerzo encontrar el lugar. En cuanto vio una estatua decapitada, sabía que era ahí donde había ocurrido todo. Se trataba de un estrecho callejón que al final daba lugar a un ensanchamiento, donde se erguía la estatua del arcángel Uriel decapitado. Incluso pudo distinguir el punto exacto. La piedra del edificio estaba arañada, las marcas de las manos de su hermana en un intento de resistirse seguían allí. Alguien se había molestado en limpiar la sangre, pero no su sufrimiento. 

Se apoyó contra la pared intentando reprimir sus sentimientos. Ahora entendía por qué nunca se había atrevido a regresar. Algo afilado cortó su cuello. Sintió un aliento frío sobre la nuca y al girar la cabeza como pudo, se topó con dos ojos grises.

—Bienvenido a mi ciudad, señor Leirbag. ¿O debería decir Gabriel?

El ángel intentó materializar su guadaña, pero algo le estaba oprimiendo.

—No... —seguía hablando Caín—. Definitivamente el nombre más adecuado para ti es Lucifer.

—¿Dónde está Selene?

—Donde nadie pueda ponerle sus manos encima —le siseó, oprimiéndole con más fuerza aún. Enroscó su reptiliana cola alrededor de su cuello y comenzó a estrujarle los huesos.

Aquel demonio era bastante fuerte y sabía demasiadas cosas. No estaba la situación como para escatimar, así que no le importó a Gabriel desatar su poder más de los límites que se había autoimpuesto. Comenzó a emitir una suave luz blanco-azulada y Caín tuvo que apartarse repentinamente al sentir un calambrazo. Las partes de su cuerpo que habían estado en contacto con el ángel le dolían intensamente además de que algo no iba bien, no parecían responderle a su voluntad.

—He alterado las corrientes nerviosas de tu cuerpo —le explicó Gabriel mientras se colocaba en su sitio los huesos del cuello.

Efectivamente, el diablo había perdido el control de sus manos y de su cola. Ésta última se enrolló esta vez alrededor de su propia garganta mientras intentaba reprimir que sus propias manos agarrasen su sable sin su permiso. Podía sentir la impasible mirada de su adversario clavada sobre él. El diablo intentó pronunciar unas palabras en una lengua que Gabriel no entendió y unos caracteres rojos se iluminaron sobre la hoja de su arma. El sable se elevó y cortó la extremidad que le estaba oprimiendo a su amo. Una vez liberado, descargó su propia energía oscura sobre sí mismo, para volver a ajustar su sistema nervioso. Gabriel seguía traspasándole con la mirada. Caín se incorporó como pudo y, extendiendo el ala hacia atrás, hizo que surgiesen del suelo seis clones suyos. Sin embargo, ni siquiera habían terminado de salir y comenzaron a deshacerse.

—He venido hasta aquí de noche por algo. —El ángel señaló con la cabeza hacia el cielo—. Hoy hay luna llena.

Caín sabía que Ireth se encontraba más animada las noches de luna llena, ¿sería que su hermano también?

—La luna me da ventaja, así que ninguna de tus ilusiones podrá engañarme. De hecho, puedo verte tal y como eres en realidad...

Caín no pudo evitar mirar hacia la luna. Había algo en ella extraño, como si le estuviera drenando la energía poco a poco. Horrorizado, decidió que tenía que acabar ese combate lo antes posible. Su contrincante resplandecía en medio de la oscuridad de la noche, impasible, con su enorme guadaña apoyada en su hombro y su larga melena agitada por el viento. Sus ojos y la luna iban tornándose cada vez más rojos a medida que ésta iba absorbiendo energía. Sobre las dos grandes alas blancas aparecieron cuatro alas más, tan negras como la noche. Gabriel, el ángel de la Muerte, o Lucifer, el Lucero del Alba, ahora entendía por qué le llamaban así.

"Seis alas. Yo sólo tengo una..."

—Así que mis sospechas eran ciertas.

Acababa de presenciar el resurgimiento de Lucifer. En otra situación se podía considerar afortunado, pero ahora no estaban las cosas como para celebraciones. Había llegado el momento de probar su nuevo poder, aunque prefería que ese momento se hubiese demorado algo más. Todavía no estaba muy acostumbrado y le costaba controlarlo.

—Un ángel que tiene poder sobre la noche, oculta su verdadero poder y se gana fácilmente la confianza de los demás —siguió hablando el actual Satanás—. La verdad es que resultaba bastante evidente. Me sorprende que no te hayan descubierto.

—¿Dónde está Selene?

—...Lástima que hayas vuelto demasiado tarde. Me temo que ya no eres nadie, Lucifer. —Caín había comenzado a liberar también su poder. Debido a la gran cantidad de energía que emanaba, las rocas y piedra de los edificios se estaban comenzando a desprender, formando un remolino entorno al diablo.

—¿Te sorprende que te llame por tu verdadero nombre? —exclamó el cainita mientras se abalanzaba con su sable contra Gabriel—. Dicen que la primera vez es especial —se burló, socarrón.

El choque entre ambas armas producía ondas expansivas que arrasaban con los edificios más cercanos. Si seguían así la ciudad iba a quedar destruida y eso a Caín no le hacía ninguna gracia. Le estaba costando bastante concentrar sus ataques en un solo punto, de hecho, estaban siendo bastante descontrolados.

—Todavía no sabes controlar bien tu nuevo poder. ¿Y tú eres el que me ha sustituido? —Su voz sonaba completamente diferente. Mucho más profunda y fría, aunque todavía podía percibir un atisbo de la personalidad del ángel.

—¿Para qué quieres a Selene? Ella está a salvo conmigo, tú no pudiste salvarla.

Caín aprovechó el momento de dudas que había creado para desaparecer y reaparecer rápidamente detrás de él. Consiguió darle en el brazo.

—¿Qué para qué la quiero? —la herida se cerró lentamente.

—Si la llevas al Cielo, la utilizarán y explotarán.

—Es que yo no quiero llevarla al Cielo. —Gabriel se detuvo un momento en el aire y comenzó a soltar una larga carcajada. Caín no entendía qué le hacía tanta gracia—. Precisamente porque sé que la están buscando. Por eso mismo quiero acabar con ella. Sería una buena forma de estropear sus planes...

Aquella posibilidad no se le había ocurrido al diablo y le aterrorizó la idea. Eso le enfureció mucho más.

—Entonces no tendré remordimientos en acabar contigo.

—¿Remordimientos? ¿El Rey de los infiernos? —volvió a reír—. Eres patético.

Lucifer tensó sus plumas y cayeron como una lluvia de afiladas estacas sobre Caín, que logró esquivarlas.

—¿Te has divertido robando mi vida? Lilith, el trono, Selene...

Nunca se lo había planteado así. Tenía que haber un modo de bloquear el poder lunar.

—¿Pensabas que me iba a quedar sin hacer nada? Tan solo esperaba el momento oportuno —seguía con su discurso Lucifer.

Si hubiese alguna forma de llevarlo a una zona donde los rayos lunares no alcanzasen... Echó a volar hacia los escombros de uno de los edificios que habían derribado durante la pelea. Su intención era que lo persiguiera hasta allí, pero su rival no parecía seguirle. Se encontraba cansado, muy débil. Ya casi no le quedaban fuerzas. Tenía que ponerse a salvo como fuese. Si fallaba, Ireth...no quería pensar en aquello. Sacó fuerzas de donde ya no le quedaban, pero la meta parecía estar cada vez más lejana. Con cada paso que daba, tenía la sensación de que se alejaba dos más. Estaba tan concentrado en no caer desmayado, que no le vio venir. Dos espadas se abalanzaron contra él como saetas y una de ellas atravesó limpiamente en su ala, clavándose en el suelo. Le tenía sobre él, con la guadaña alzada que en cualquier momento se hundiría entre sus entrañas.

De pronto, dejó de sentir esa fuerza invisible que le debilitaba. Sintió el olor a sangre sobre su cuerpo y el frío líquido salpicándolo. Lucifer ya no se alzaba ante él amenazante, sino de rodillas sobre el frío suelo. Una flor carmesí adornaba su pecho. Se había atravesado con su propia arma, como si fuese una espada, y parecía estar teniendo una lucha interna. La viscosidad de la sangre de su enemigo sobre él le hizo reaccionar y logró extraer la espada que le inmovilizaba. Se quedó contemplando al ángel en silencio. Se abrazaba así mismo mientras tiritaba. Su pelo caía lacio sobre su rostro y encogía las alas.

—Rápido, ¡mátame! —Su voz ya no sonaba fría ni amenazante, sino más bien le estaba rogando—. Yo... Solo quería ayudar... Hacer todo lo posible por los demás...

Caín, confuso, se acercó más hacia él.

—¿Lucifer?

—No... Soy Gabriel... ¡El ángel Gabriel! El ángel blanco...

Caín contemplaba la escena seriamente. A pesar de que había torturado a muchos ángeles para que cayesen en la oscuridad, ver a un ser así en esas condiciones era desolador incluso para alguien como él. Estaba luchando con toda su alma contra su parte oscura. Aquello no tenía mucho sentido si él era en realidad Lucifer reencarnado, pero los restos de la personalidad del ángel parecían estar interfiriendo.

—Tienes que salvar a Selene... ¡Sálvala! —le suplicaba, desesperado.

Aquella desesperación no era propia del ser que había estado a punto de acabar con él. Ahora era algo patético, frágil, acabado. Y seguía luciendo hermoso. Aquellas eran las criaturas perfectas de Dios, por dentro completamente rotas, pero por fuera siempre aparentando perfección.

—Creo que podría ayudarte... Tu poder me será útil.

Gabriel pareció comprender sus intenciones.

—Todavía no has asimilado tu nuevo poder. Es muy peligroso que absorbas más. —La voz le temblaba mientras intentaba hablar con la de Gabriel.

—Lo hago por Selene, nada más. Mi vida no me importa.

Caín le empujó sobre la pared. Se encontraba muy cerca de sus ojos almendrados, de su nariz perfilada y de sus esculpidos labios de mármol. Le acarició con sus dedos malditos su sudoroso rostro y los bajó hasta untárselos con la sangre de la herida de su pecho. Con esa sangre, le dibujó una cruz invertida en todo su semblante y acercó sus labios a su boca, mordiéndole el labio inferior. La habilidad original de Caín consistía en absorber la energía de los demás a través de su aliento. Quizás de allí había evolucionado la habilidad de los vampiros. Gabriel permaneció todo el tiempo con los ojos muy abiertos, a pesar de que lo único que conseguía ver era el oscuro cabello del diablo.

Bebió de su poder oscuro que le abrasaba la garganta como si bebiese nitrógeno líquido y le embriagaba como el más fuerte de los licores. No soportó demasiado. Aquella oscuridad era mucho más venenosa de lo que se había imaginado. Le costaba creer que ese ángel conseguía resistírsele. Se separó de él con los labios doliéndole agudamente. Al soltarle, el ángel cayó de nuevo sobre el suelo.

—He conseguido extraerte algo, pero si hubiese seguido, habría sido peligroso para ambos.

Se alejó de él unos pasos, dándole la espalda. Podía sentirle aún temblando. Se volvió una vez más y le arrojó a sus pies una pequeña llave de cobre. Gabriel se le quedó mirando, interrogante.

—Es una copia de la llave del depósito de los Cazadores. Allí están encerrados los ángeles que están a punto de caer en la oscuridad. Ya no tienen salvación, así que en el fondo les harás un favor. Date un festín en honor al nuevo señor infernal.

El satán se disipó entre la niebla dejando a Gabriel temblando, mientras contemplaba la llave y lo que eso implicaba.

* * *

En cuanto regresé de nuevo a mi castillo, ella salió a recibirme inmediatamente.

—¡Caín! ¿Qué ha pasado en la ciudad? ¿Estás bien? Se te ve herido, déjame curarte.

Elevó con sus ágiles manos mi brazo y mientras lo acariciaba sutilmente, emanaban de sus yemas chispas azuladas. El mismo brazo con el que instantes después la abofeteé. La expresión de sorpresa, terror, rabia, odio y todo entremezclado, dando lugar a lágrimas que empañaban sus anhelantes ojos, me atormentaría de ahora en adelante durante mis pesadillas. ¿Por qué tenían que ser así las cosas? Todo sería mucho más fácil si ella se comportase de forma obediente y pensara con la cabeza antes de actuar. ¿Cómo le explicaba el miedo que había sentido al descubrir que ese ángel la había encontrado? ¿Cómo hacerle entender que no puede pasarle nada malo porque entonces yo me derrumbaría? Del golpe se había caído sobre la cama mientras me seguía desquebrajando por dentro con esa mirada. No, eso no es lo que quería. Lo único que importa es esa sonrisa suya que tanto me reconfortaba. Si para que sonriese tenía que dejarla partir, entonces lo haría, aunque eso significase perderla. Yo no quería hacerle llorar, ni lastimarla. Sólo protegerla. Hacerla mía, susurrarle todo lo que siento mientras me entrego a ella, mientras nos entregamos. Me senté sobre el colchón tendiéndome sobre Ireth. Seguía temblando.

—Ireth, no temas. Yo te protegeré, te haré mi reina oscura. Así nadie se atreverá a acercarse a ti —le susurré mientras la oprimía entre mis brazos. Sus lágrimas sabían a anís. Bajé mi cabeza para buscar sus labios, pero me recibieron formando las palabras que siempre temí escuchar de ellos.

—Eres un monstruo.

Sí, lo era, siempre lo supe y por eso siempre intenté contenerme con ella, pero ¿lo decía en serio o sólo porque estaba dolida?

—Ireth, ahora tengo el poder suficiente para poder hacerte un demonio completo.

—¿Y si ya no quiero serlo?

—Pensé que estabas cansada de la pintura y de ser despreciada...

—Sí, estoy harta de que me despreciéis tú y todos los demás. Y estoy harta de fingir. Aléjate de mí, Caín, no me hagas más daño.

Sus palabras se ahogaban antes de concluir. Sé que estaba intentando contener el llanto delante de mí. Si me iba ahora, la perdería para siempre. Ignoré sus protestas e hice lo que siempre quise hacer. Ella me golpeaba pero no me importaba, el roce de su piel con la mía era muy placentero y su boca me sabía a gloria. Hasta que sentí el frío metal dentro de mí. Al principio estaba tan entregado que no lo percibí, pero después vi la sangre sobre su piel, mi sangre. Me había clavado el puñal que una vez la regalé. La hoja era especial ya que las heridas que habría difícilmente podían ser curadas. Recordaba perfectamente cómo había tenido que infiltrarme en la habitación de Brella para conseguir los materiales. Todo el fuego que sentía en mí se disipó. Ahora todo era frío, sobretodo su aliento sobre mi cara.

—Por favor, déjame —me suplicaba.

Y comprendí que no tenía que haberla forzado, que no tenía derecho a ser tan egoísta si de verdad la amaba.

* * *

Belcebú miraba sus cartas con poco entusiasmo. Había apostado con Astaroth a que Nosferatus iba a ser castigado y parecía que había ganado. El perdedor, que en ese momento llevaba el cabello verde oscuro, ahora intentaba presionarlo para que aumentase la apuesta y pudiese recuperar lo que había perdido, pero no parecía muy interesado en las cartas.

—Ya te advertí de que no deberías haberle enfurecido —le recordó el Señor de las Moscas.

Nosferatus estaba bastante enfurecido. Había devorado a todo su harem de vampiresas excepto a Zadquiel y a otra más, y seguía de mal humor. Las heridas ya se le habían curado, pero le quedaba el recuerdo y la humillación. Era un ser bastante orgulloso.

—Te avisé de que no le hicieras nada a la chica —le recordó el príncipe—. Sabías que iba a ser coronado.

—Esta noche pienso devorar a Zadquiel. Ya me cansé de esperar.

—Sabes que eso no sería bueno para ti —intervino Samael—. La sangre de un ángel acabaría contigo.

—Lleva demasiado tiempo aquí comiendo de nuestra comida y respirando de nuestro aire maldito. No creo que su sangre me sienta mal.

—¿Y cuando hayas hecho eso qué pasará?

—Buscaré una nueva víctima. Podría ser la puta de tu hijo. Ya que he sido castigado por tomar un poco de su sangre, debería tomarla entera.

—Deberías respetar a tu señor. Ahora es rey.

—Que arda en el Infierno. ¿Por qué no acabamos con él? No necesitamos un rey, por mucho que el valquirio ese insista. Al fin y al cabo los que en verdad mandamos somos nosotros.

—Es más divertido hacerle pensar que tiene poder. Además, tengo planes para él.

—¿Por qué es tan importante para ti ése chico? —preguntó Belcebú revelando sus cartas.

—Porque él es la prueba de que esa noche existió —respondió tras meditarlo, hundiendo su rostro entre sus largos dedos.

—Qué estupidez. Sigues siendo un maldito ángel —le espetó Belcebú.

Samael hizo caso omiso a aquellas palabras. Llevaba demasiado tiempo siendo cuidadoso y esforzándose, no tenía por qué tirarlo todo por la borda ahora.

—Di que sí, Samael. Pronto estaremos de nuevo en el Cielo, recuperando los que nos arrebataron esas sabandijas —exclamó Astaroth mientras mostraba sus cartas. El duque enarcó una amplia sonrisa al ver el resultado—. ¡Ja! Te ha salido la muerte invertida, por lo tanto, he ganado yo.

—Toma todo el maldito dinero, a mí no me sirve para nada —le decía mientras le arrojaba los papeles manchados de sangre. Astaroth siempre se inventaba las reglas en cada partida, así que no tenía sentido discutirlo. Si se le quería ganar, tenía que ser con sus propias reglas.

—No es tu dinero lo que tienes que darme —le susurró con gélidas palabras.

—Lo que he apostado. No soy tan imbécil como para devolverte aquello.

El duque frunció los labios y no le quedó más remedio que resignarse. La culpa era del alcohol. Se encargaría de arrancarle la lengua al que le sirvió la bebida. Aún así no permitió que eso le bajara el estado de ánimo. Había tenido sus dudas con lo del castigo del vampiro, pero con lo que veía en las cartas lo veía más nítido.

—Pues yo lo tengo claro. Voy a vengarme de ese maldito ángel —les anunció Astaroth firmemente.

—¿Cuál de todos ellos? —preguntó Nosferatus, sarcástico.

—De la mocosa entrometida que se metió en la sala V.I.P. Si no llega a ser por Samael, me habría quemado hasta el tercer ojo.

—Pero la vieron con Caín, te recuerdo —le advirtió Belcebú.

—Les vieron juntos una noche, ¿y qué? Eso no significa nada. Cada noche se le puede ver con varias.

—Será mejor que no te entrometas con esto —le reprochó Samael—. Ese ángel es un asunto de nuestro Señor Oscuro. No creo que le haga mucha gracia que interfieras en sus planes.

—Las cartas nunca mienten —insistía—. Mirad: ¡el as de espadas y el rey de oros! Y más oros y más espadas —les decía señalando los naipes—. ¡Venganza y éxito!

—Y también te ha salido el loco(1).

—A estas alturas ya deberías saber que siempre me sale esa carta —canturreó en una carcajada sonora.

—Eso mismo dijiste la noche antes de la boda de Zadquiel —seguía insistiendo el ángel renegado. La expresión en el semblante del duque se ensombreció—. Sobreviviste a la explosión de Metatrón, pero te molesta una muchacha.

—Por eso mismo, Samael. No pienso tolerar una más. —Y dicho aquello, se levantó mientras se colocaba su sombrero de copa sobre su larga y llamativa melena y desapareció como si de un truco de magia se tratara. Samael parecía intranquilo.

—Déjale —le dijo Nosferatus—. Uno menos para disputarnos el poder. —Sus astutos ojos resplandecían sedientos.

1. Carta del tarot que no suele ser portadora de buenos augurios. (The fool en inglés)


20

Desde el incidente del día anterior, los arcángeles habían acudido a vigilar la situación. Raphael se encargó de curar a Ancel y éste ya estaba de vuelta con sus amigos. Le había dado muchas vueltas a lo que Amara le había dicho el día anterior. No comprendía por qué todavía no la había delatado. Todavía no era demasiado tarde, podría salvarla si la ayudaban a tiempo. Y comprendía menos aún por qué no lo había hecho cuando Raphael le había llamado. Él no era el único que estaba preocupado por la chica. El Gran Médico también lo estaba y le había pedido que la vigilase. Lo que le faltaba. Pero aún así, lo único que hizo fue asegurarle de que lo haría. Le había mentido a un arcángel. ¿Hasta qué punto sería capaz de llegar por ella?

—¿Pero de verdad que no recuerdas nada? —insistía Yael a su amigo.

—Os estoy diciendo lo que pasó: me pilló una ola y me ahogué, y cuando creí que no iba a aguantar más, noté algo desgarrándome el hombro y Gabriel aparece en imágenes confusas...—les volvió a relatar mientras se llevaba inconsciente la mano a la herida del hombro.

—Pero te han dicho que se trata de un mordisco, ¿no? —le preguntó Nathan. 

Su amigo asintió con la cabeza.

—¡Ya está! ¡Vampiros! —exclamó Yael.

—¿Vampiros? ¿En el mar? —Al elemental no le convencía demasiado esa teoría.

—¡Vampiros acuáticos! Se ocultan de los rayos del sol en las oscuras profundidades y, de vez en cuando, se acercan a la costa a por víctimas —explicó Yael mientras ponía voz misteriosa.

—Lo que os quiero decir es que siempre que estoy con Gabriel a solas, me atacan —intentaba Ancel hacerles entender.

—Te recuerdo que podríamos estar suspensos sino fuese por él...

—Ya, pero es inevitable que me mosquee.

Se callaron en cuanto llegaron al campamento, donde Gabriel les esperaba sentado junto al fuego de una hoguera. Tenía la mirada perdida entre las llamas y no reaccionó hasta que le saludaron.

—¡Ancel! Me alegro de que ya estés bien. Sentaros, los demás estarán a punto de llegar.

Ellos accedieron, aunque Ancel parecía bastante incómodo.

—Hemos perdido un día de clase —protestó Nathan.

—Lo sé. Los de La Inquisición lo han complicado todo llamando a los arcángeles, pero al fin y al cabo vuestra seguridad es más importante. Mañana lo recuperaremos trabajando el doble de duro —les dijo añadiendo una sonrisa al final.

Cuando todos estaban reunidos frente al fuego, su profesor les enseñó un ánfora de plata con diferentes piedras preciosas incrustadas en torno a ella.

—Os he traído la ambrosía(1). —Se formó un pequeño revuelo de entusiasmo—. No se os deja tomarla hasta el banquete de graduación, pero yo considero que ya podéis.

La bebida de los inmortales. Quien la bebiese, su sangre se volvería incolora y mortífera para los mortales que se pusieran en contacto con ella. Muchas armas de los ángeles estaban cubiertas por esta sangre, denominada icor(2).Era útil contra los cainitas. Nathan saboreó lentamente el líquido ambarino. Era cierto que sabía siete veces más dulce que la miel y el aroma de las flores con las que estaba elaborado, le embriagó.

—Una bebida así debería de tomarse en un cáliz de oro y marfil, pero sigue sabiendo igual de bien —les decía Gabriel tras pegar un largo trago. Nathan observó de reojo cómo Ancel se llevaba su odre a la boca. Se había mantenido escéptico de probarlo a pesar de que no podía disimular las ganas que tenía de hacerlo, hasta que vio a su profesor servirse de la misma ánfora que les había ofrecido a ellos.

—Beberé hasta que mi sangre se vuelva incolora y con ella teñiré la punta de mi lanza. ¡Los cainitas temblarán al verme! —le escuchó decir a Haziel. Para que eso pasara tenía que beber demasiado. Por unos tragos no se le iba a volver la sangre incolora.

Pasaron la velada bebiendo, charlando y bromeando. Gabriel les contó varias anécdotas, historias sobre batallas que había librado. Nathanael cada vez sentía más admiración por su maestro. Sabía ser una persona amable y agradable entre los suyos, pero infalible contra sus enemigos.

—¿Cómo se enamoró de Iraiel? —le preguntó un animado Yael.

Gabriel suspiró mientras alzaba la vista al cielo estrellado. De vez en cuando el volcán, todavía activo, arrojaba al espacio pequeños fragmentos de lava.

—Eso es una bonita historia —suspiró sonriéndose a sí mismo—. La conocí en la primera misión en que me pusieron al mando. Yo era el más joven de todo el equipo y estaba muy nervioso. Todos ellos habían participado en más misiones que yo. Ella era la segunda al mando y chocábamos constantemente. Yo era bastante impulsivo, además de que estaba acostumbrado a ir en solitario, sin tener que preocuparme de los demás. En cambio, ella es muy estratégica, siempre le gusta analizarlo todo y preparar trampas para el enemigo. En una de nuestras discusiones, me cansé de sus discrepancias y le dije que se estuvieran quietos, que les iba a demostrar que no les necesitaba, y partí a enfrentarme al líder de los demonios, un conde infernal. Ella no me obedeció y ordenó preparar una emboscada para atrapar a todos los demonios. Conseguí derrotar al conde, pero cuando regresé, me encontré con que los habían hecho rehenes a todos. La rescaté a punto de ser violada por el que había sustituido a su amo. Recuerdo perfectamente cómo la miraba ese desgraciado —masculló apretando fuertemente su puño—. Bueno, el caso es que cuando la rescaté, me la encontré temblando, con los ojos cerrados sin atreverse a mirar. Ni siquiera se había dado cuenta de que había sido salvada. Y bueno, me salió solo... Quería consolarla y lo único que se me ocurrió fue besarla —en sus mejillas había aparecido un pequeño rubor al recordarlo todo.

—Así surgió todo —concluyó Nathan que se había imaginado a Amara en el papel de Iraia todo el tiempo. Era una historia que sólo parecía pasar en los cuentos.

—No, ¡qué va! Me abofeteó. Decía que con qué derecho hacía yo eso. En ese entonces, decidí que lo mejor sería ignorarla; hiciese lo que hiciese no la iba a gustar... Ahora, al mirar atrás, comprendí que elegí un terrible momento para algo así. Si ella no me hubiese rechazado, ahora me sentiría como que me aproveché de una situación en la que ella estaba vulnerable. Afortunadamente, cuanto yo más pasaba de ella, más detrás de mí iba. Hasta que un día le pregunté qué era lo que quería de mí.

—¿Y qué quería? —preguntó Yael que ya se imaginaba la respuesta.

—Mujeres...—volvió a suspirar—. Pues que la besara de nuevo como había hecho la otra vez. Me empujó contra la pared y me puso una espada de materia oscura que había robado a algún demonio sobre mi cuello, amenazándome con que si no lo hacía como la otra vez, me cortaría la cabeza.

—Se nota que sí que la dejaste satisfecha —rieron los jóvenes ángeles.

—Mucho más que satisfecha. Ella sólo me había pedido que la besara como aquella vez, pero yo soy muy generoso y la di mucho más —les contó con una sonrisa pícara. Todavía podía recordar lo que sintió en aquellos momentos, mientras se hundía en sus espesos bucles y el sudor bañaba sus cuerpos—. Lo que hagáis más adelante es cosa vuestra, pero de momento concentraros en aprobar y en cumplir las normas.

—¿Y lo de guiar a los muertos cómo funciona? —le siguió preguntando Yael.

—¡Qué cambio de tema! De amor hemos pasado a hablar de muerte. Yo sólo me encargo de conducir a las almas al Purgatorio —les seguía contando—, lo que después les pase no es cosa mía. Para ello tienen a sus ángeles guardianes y a la jueza Raguel. Cuando siento que alguien me necesita, acudo. Pero no puedo encargarme de todos los que me necesitan a la vez, así que tengo a Azrael y a sus moiras(3) que trabajan para mí.

—Los humanos dibujan a la muerte como un ser encapuchado y de negro —dijo Haziel.

—No siempre. En algunos sitios el blanco representa muerte. Los humanos sólo pueden ver el nivel físico por lo que para ellos somos invisibles al no ser que nos queramos mostrar, pero existe gente que sí que puede ver más allá. Son esas personas las que hablan de un ángel radiante vestido de blanco. Algunas veces incluso me confunden con una mujer.

El fuego se consumió y los ángeles se retiraron a descansar, mañana les había dicho que iba a ser un día muy duro. Gabriel se fue a su cueva terminándose lo que quedaba de la bebida divina.

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Vaya borrachos están hechos :P

1. En la mitología griega, la ambrosía (en griego ἀμβροσία) es unas veces la comida y otras la bebida de los dioses. La palabra ha sido generalmente derivada del griego ἀ- (a-, 'no') y μβροτος (mbrotos, 'mortal'), por tanto comida o bebida de los inmortales.

2. En la mitología griega, el icor (en griego ἰχώρ ikhôr) era el mineral presente en la enrarecida e incolora sangre de los dioses, o la propia sangre. Esta sustancia mítica, de la que se decía a veces que también estaba presente en la ambrosía o el néctar que los dioses comían en sus banquetes, era lo que los hacía inmortales. Cuando un dios era herido y sangraba, el icor hacía su sangre venenosa para los mortales, matando inmediatamente a todos los que entraban en contacto con ella.

En esta historia, para que la sangre se vuelva incolora, hay que pasar muchos años bebiendo esta bebida, por lo que no todos los ángeles tienen la sangre incolora.

3. Las Moiras, el equivalente griego de las Parcas romanas (Nona, Décima y Morta) y de las Nornas nórdicas (Urd, Verthandi y Skuld), eran tres: Cloto, Láquesis y Atropos. Personifican el Destino que rige con igual inflexibilidad tanto la existencia de los hombres como la de los dioses.
Se las suele representar bajo la forma de tres pálidas ancianas que hilan en silencio a la tenue luz de una lámpara de aceite.

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¡¡¡Os deseo un Halloween súper genial y sexy sensual :P!!!

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