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Cuando despiertas de una oscuridad sangrienta y te encuentras en medio de un yermo desértico y desolador, con tu alma encadenada a aquella prisión te preguntas qué es lo que hiciste mal, cómo acabaste en esa situación. Entonces alzas la vista al desapacible cielo y escuchas voces, cánticos y rumores que arrastra el viento y te entran ganas de llorar. Quieres apagar tu llama interior para acabar con todo definitivamente, pero no puedes hacerlo ya que la ira que sientes te mueve a querer destruir todas esas ataduras. Tu corazón arde, pero el pecho sigue palpándose igual de frío porque la voz de aquella extraña conocida llamada cordura te dice que es el fin, que la hora para ti ha llegado y has sido un completo fracasado.

Nathan elevó la cabeza con dificultad, sorprendido de reconocer aquella voz. Sus cabellos de miel rojiza le caían sobre el rostro, desgarbados, pero entre sus resquicios pudo distinguir al que había sido su compañero y rival unos días atrás. Tres guardias de azules ropajes arrastraban a un malherido Haziel. El arrogante ángel trataba de escabullirse a pesar de su lamentable aspecto. Sus ropas que una vez habían sido presuntuosas y elegantes se habían quedado reducidas a jirones empapados de sangre. El pecho se lo habían perforado y tiras de carne colgaban a duras penas. Hilos escarlata se escurrían por su barbilla y cuello. Estaba haciendo todo lo posible por mantener el conocimiento, pero sus iris se disolvían en blanco tras cada intento desesperado. Su huida al Planeta Azul había fracasado.

Uno de los guardias se adelantó, y sus dedos activaron una combinación secreta en medio de la puerta invisible que les cercaba. Unos símbolos se iluminaron y tras comprobar que la clave era la correcta, empujaron a Haziel al interior, para volver a cerrar la puerta. Haziel trató de ponerse en pie, mirando desesperadamente a los pies de los demás reos, mas ninguno se acercó a ayudarle. Todos sabían lo que pasaría a continuación. El cuerpo de Haziel se volvió rígido y su casi desfallecida mirada se dilató. A simple vista no se observaba nada fuera de lo normal, pero en el plano etérico cadenas de luz surgieron del suelo como serpientes encantadas y se cerraron en torno a su alma. El ángel jadeaba descompasadamente.

—¿Qué nos van a hacer?—exigió a los mirones que le respondieran a pesar de su nefasta condición.

—Simplemente vamos a dejar de existir —le respondió un ángel de rizos castaños que había perdido el ojo derecho recientemente y una desagradable herida afeaba sus inmaculados rasgos.

—No pueden hacer eso—insistió.

—Sí que pueden. Nathan les escuchó hablando sobre ello —esta vez el que habló se trataba de una chica de piel acaramelada y corta melena.

El nombre de su ex-rival removió algo en su interior. Consiguió aderezarse a pesar de todo y se volvió ante el elemental de fuego que le contemplaba casi con el mismo estupor con el que él lo hacía.

—¿Qué estás haciendo aquí? —masculló.

—Eso mismo te iba a preguntar a ti. Tú conseguiste liberar tu esencia, deberías estar en la celebración —apuntó Nathanael que no le había pasado desapercibido el brillo rosado que desprendían sus plumas.

Haziel comenzaba a comprender lo que estaba aconteciendo. Todos los ángeles que estaban allí se trataban de compañeros suyos que no habían logrado superar el Examen.

—Tú estás muerto. Unos diablos te mataron —declaró con sorna. Nathan respondió con una forzada mueca; captó la burla.

—No, no lo hicieron. Eso es lo que os contaron para ocultaros la verdad.

Haziel echó un vistazo a su alrededor. Fina grava gris se filtraba entre sus heridas, pegándose a su sangre. Parecía que les habían dejado a la deriva en medio de un vasto desierto grisáceo, aunque en realidad una barrera invisible les rodeaba. La luz no les llegaba de forma directa, sino que pasaba a través de un filtro de forma que allí siempre estaba nublado. Lo único que se podía divisar eran pálidas dunas siendo moldeadas por el viento desangelado. Volvió a examinar a Nathan y esta vez recayó sobre su hombro. La infección se había extendido notablemente hasta el codo dejando un rastro de akasha corrompido y contaminado. Nathan incluso había oído a los guardias discutir sobre si le amputaban el brazo o no, para evitar que el resto de su akasha se echase a perder.

—No puede haberte pasado a ti —musitó.

—Han pasado muchas cosas —se dispuso el elemental a ponerle al día.

A Haziel le estaba costando asimilar todo lo que Nathan le acababa de contar. Sus compañeros de prisión parecían igual de desconcertados.

—Esos humanos… Están todos corruptos, no se puede confiar en ninguno —bramó tras enterarse de la verdad sobre Torquemada.

—Tampoco es que podamos fiarnos de los ángeles—le recordó Nathan, apenado.

—¿De verdad que existe algo como la antimateria?—preguntó Aniel, un ángel femenino.

—Cuando desintegre tu cuerpo verás que sí que existe.

Aniel bajó la mirada para ocultar todo su pesar y las puntas de su corta melena rubia la hicieron cosquillas en la mejilla.

—No tengas miedo—la animó Nathan—. Los ángeles no podemos sentir miedo.

—He estado pensando sobre ello —habló el chico de suaves rizos que se llamaba Caliel—. ¿Por qué creéis que no hemos conseguido aprobar?

—Porque no lograsteis liberar vuestra esencia—respondió rápidamente Haziel.

Caliel le caló con su único ojo restante.

—No estás en condiciones de presumir. A ti no te ha servido de mucho sacar plumas rosas.

—Mi caso es diferente.

—¿Cómo de diferente? ¿Qué sentías por Evanth realmente?—le atacó verbalmente.

—Esto no tiene nada que ver con Evanthel.

—Podemos sentir miedo, lujuria, incluso amor —esto último lo pronunció mirando a Nathan—. ¿Qué clase de ángeles somos? Dios no quiere gente con mente propia que se mueva por sus propios sentimientos. Quiere soldados, marionetas que le obedezcan sin rechistar. Todo esto del Examen es puro teatro para maquillar la verdad.

—Pero ahora Amarael es la nueva diosa. Hay esperanza—dijo Nathan de repente, una semana después.

Los cánticos de la Diosa habían llegado hasta allí.

—Lo de Amara forma también parte de esta farsa. Desengáñate.

—¿Qué clase de hijos seríamos si aceptásemos todo lo que Serafiel decide? Nosotros sabemos que algo pasa, ¡tenemos que evitarlo! No podemos quedarnos de brazos cruzados.

De alguna forma la presencia de su antiguo rival le había hecho recuperar el espíritu de la lucha.

—Vaya, por una vez estoy de acuerdo contigo, ¿quién lo diría? —se burló Haziel—. Lo que tengo claro es que no pienso quedarme de brazos cruzados como un chico bueno. Ya somos lo peor, escoria para los demás, ¿así que qué importa lo que piensen de nosotros de ahora en adelante?

La conversación se interrumpió cuando llegaron los guardias. Traían todo un regimiento por lo que algo malo se aproximaba. Haziel buscó la aprobación silenciosa de Nathan. El elemental de fuego asintió y buscó la mirada de Caliel, pero en ella sólo brillaba la duda. Caliel todavía pensaba que ellos como ángeles habían fracasado mas eso no quitaba que quisiera dejar de ser un ángel. En realidad así pensaban todos los que estaban allí, a pesar de todo seguían siendo títeres.

—Vuestro destino os aguarda —les dijo una voz aterradora, sonaba como tres personas hablando al unísono.

Tiraron de las cadenas de luz que les ataban y a Nathan le sentó como si le intentasen arrancar el alma. Habían desactivado la barrera invisible no sin asegurarse de que estuviesen bien rodeados. Repartieron unas túnicas especiales, allí donde quiera que les enviasen la atmósfera resultaba venenosa. Incluso tuvieron que cubrirse la cabeza con capuchas. Así vestidos, con una seda especial roja y dorada, parecía que formaban parte de un ritual más que de una marcha fúnebre.

—Cuánto lujo para unas escorias como nosotros—ironizó Haziel—. Si hasta nos han puesto escolta privada.

Una intensa y lacerarte descarga de energía sacudió al arrogante joven.

—Es para que vuestro akasha no se contamine—volvió a hablar la estruendosa voz.

A diferencia de la mayoría de los ángeles estos guardias no habían adoptado forma humana pues poseían cara de ave, cuerpo alargado y de tórax delgado, pero fuertes músculos recubiertos de plumaje blanco.

—Tienes una lengua muy larga, incluso puede que me dé para hacerme un puñal con ella. Aunque, ¿quién quiere un puñal teniendo estas garras? —dijo acercándoselas demasiado a la cara. Con una mano le abrió el ojo derecho mientras que le amenazaba con la otra a sacárselo.

Haziel trató de cerrarlo pero le resultó imposible. Ya podía sentir la punta de la garra acariciando su pupila. Entonces un grito les puso en sobre alerta y el guardia tuvo que soltarle. Se trataba de Aniel, se había derrumbado. Un par de soldados la obligaron a levantarse y pudieron empezar con el traslado.

Haziel se lo agradeció mentalmente, sabía que la chica lo había hecho a propósito para salvarle.

La marcha transcurrió en silencio. En aquellos momentos tenían muchas cosas en que pensar, como todo lo que habían hecho mal y comprender la voluntad del Creador. Haziel no pensaba en eso y Nathan tampoco. Las cadenas especiales les bloqueaban sus poderes y les habían puesto algo en las alas que les impedía salir volando, sin embargo las ganas de asestarle un puñetazo a Veuliah, el capitán de la escolta, iban incrementándose por momentos. Ellos poseían esa fuerza, la chispa del espíritu e iban a utilizarla.

Haziel se detuvo y aunque las cadenas tiraban de él, no se movió.

—¿Otra vez tú? —le reprendió Veuliah que no le había quitado ojo de encima.

—Me duele demasiado el cuerpo, no puedo seguir avanzando.

—¿Que te duele el cuerpo? —rió el guardia con un estrépito no muy agradable—. Todavía no sabes lo que es el verdadero dolor, pero muy pronto dejarás de sentir nada, ya lo verás.

Veuliah elevó su gigantesco báculo dorado y lo golpeó contra el suelo tres veces haciendo que los cascabeles y aros de la punta resonasen. Aquel sonido perforó el cerebro de Haziel, destrozándole los tímpanos y haciéndoselos estallar. Para un ángel aquel dolor era mucho más intenso ya que los humanos sólo pueden sentir en el plano material, pero un ángel veía y percibía mucho más allá, como dos meteoritos colisionando.

Nathan aprovechó este momento de descuido para arrebatarle al guardia más cercano su arma. Con soldados humanos esto habría funcionado ya que estarían regocijándose del sufrimiento de su compañero, pero un ángel no. Los ángeles no disfrutaban con el dolor y tampoco les inmutaba. Veuliah castigaba a Haziel porque lo merecía y si alguno de los sacrificios se les escapaba, los castigados serían ellos.

Nathan tiró de la partesana pero su dueño fue más rápido y le arrojó contra el suelo. Con una de las afiladas puntas le perforó un ala. Nathan se aguantó el dolor y le propinó una patada en la espinilla, lo suficientemente fuerte para hacerle trastabillar. Veuliah se dispuso a ayudar a su compañero. Haziel, que se había recuperado más rápido de lo que el guardia esperaba, le atacó por la espalda. Los ángeles nunca atacaban por la espalda, mas en esos momentos esas cosas no importaban. Veuliah, irritado, volvió a enarbolar su báculo. El extremo inferior acababa en una punta afiladísima. Haziel se posicionó de tal forma que cuando Veuliah descargó su arma contra él, la punta cortó las cadenas y Haziel las utilizó a modo de nunchaku para mantener alejados a los guardias que intentaban detenerle.

Nathan recordó de repente una runa sagrada que Amara le enseñó una vez. Se trataba de una muy antigua y poderosa, demasiado para enseñársela en la escuela, pero recordaba perfectamente aquella tardeen que Amara leía con detenimiento un libro prohibido que la chica había sacado de la biblioteca de Jofiel. Amara solía hacer esas cosas gracias al trato especial que Raphael la daba. Por alguna razón la forma de aquella runa se le había quedado grabada en el subconsciente a Nathan y ahora su forma brillaba en su mente de forma muy clara. Utilizó la sangre de una herida que se le había abierto recientemente para trazarla rápidamente en el frío suelo blanco y cuando el trazo estuvo acabado, le infundió de su propia energía sagrada. La runa brilló y una luz muy densa y cegadora les abrumó. Cuando todo volvió a la normalidad todos los guardias se hallaban inconscientes en el suelo. Sus compañeros le miraban atónitos.

—No hay tiempo que perder —les apremió saliendo de su propio estupor—. Tenemos que salir de aquí.

—¿Y a dónde quieres que vayamos?—preguntó Caliel—. No hay lugar para nosotros.

—En el Cielo no, pero hay más sitios —enunció Haziel sacudiéndose la túnica. Le había arrebatado a Veuliah su báculo.

—Tenemos que salvar a Gabriel—proclamó Nathan muy convencido—. Él tiene que saber mucho más que nosotros.

—Su juicio se celebra en Majón, en El palacio de la Justicia. No nos va a dar tiempo a subir siete cielos —apuntó Aniel algo insegura.

—Tiene que darnos tiempo.

La determinación de Nathanael era contagiosa así que echaron a correr perdiéndose por los pasillos que resultaron ser un laberinto. Todavía no se había activado la alarma por alguna extraña razón, la suerte estaba de su parte y eso les dio esperanzas.

Consiguieron llegar a un corredor de paredes, suelo y techo recubiertos de azul eléctrico, bañados con focos de luz blanca esparcidos a todo lo largo como diamantes desperdigados. La entrada estaba vigilada por cinco guardias, pero ellos contaban con el factor sorpresa y la ventaja numérica así que los lograron derribar.

—He matado a un ángel —se lamentó Aniel retirándose el cabello sudoroso de la frente sin poder retirar la vista de su mano temblorosa manchada de sangre sagrada.

—Ellos iban a matarnos a nosotros —la serenó Haziel apoyando una mano en el hombro de la joven.

—¿Por aquí llegaremos a Rakia? —preguntó algo escéptica Rochel, un ángel de cuerpo femenino, fuerte y esbelta cuyos cabellos verdosos iban recogidos en una coleta alta.

—Por algún lado tiene que estar la salida. Fuera de Vilon todos estarán pendientes del juicio de Gabriel así que lo tenemos fácil para llegar hasta el Palacio de la Justicia.

—¿Y una vez que irrumpamos en el juicio y salvemos a Gabriel qué pretendes que hagamos?

—Gabriel sabrá lo que tenemos que hacer.

Rochel le retó con la mirada y Nathan le aguantó el desafío hasta que ella se apartó. Rochel se acercó a Nathan haciéndole partícipe de su preocupación.

—Aunque contemos la verdad delante de todo el mundo no nos creerán y si lo hacen tampoco servirá de mucho. Esto lo ha decidido Metatrón, el Creador, Dios.

—Hasta que no lo intentemos no lo sabremos —insistió Nathan. No estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, lucharía hasta el final.

Rochel suspiró.

—No me dejas elección.

Veloz como un rayo le despojó a Nathan de su túnica. El veneno actuó rápidamente inmovilizándole el cuerpo. Antes de que los demás reaccionasen, Rochel rompió uno de los focos de luz con la espada que le había arrebatado a un guardia, y la alarma por fin se activó.

—¡Traidora! —espetó Haziel haciéndose oír por encima de las estruendosas sirenas.

—Los únicos traidores aquí sois vosotros.

—Tenemoss…que salvar…Gabriel —se esforzaba por decir Nathan. Aunque ninguno de ellos estaba usando los pulmones ya que para eso tenían sus alas, se sentía igual que si se los estuvieran oprimiendo.

—¿Sabes por qué van a ejecutar a Gabriel? Le encontraron devorando el cuerpo del arcángel Jofiel y también fue él el que mató a nuestros compañeros y casi mata a tus dos amigos.

—Todo es una trampa…

Rochel sacudió la cabeza en un gesto negativo tras la cabezonería del joven.

—Somos ángeles. Nuestra misión consiste en proporcionar el akasha de nuestros cuerpos así que moriré siendo ángel. Es mejor que caer en la oscuridad.

Nathan la observa desvanecerse en su borrosa percepción mientras hablaba bañada por las sombras que las luces rojas dibujaban en ella. Después todo se volvió negro aunque las sirenas seguían martilleando su cabeza.

***

Claudia subía las escaleras saltando los peldaños de dos en dos. Arriba divisó a Adramelech apoyado sobre la pared del pasillo.

—¿Y el amo?

—Yo que tú no iría a verle ahora—le respondió el intendente—. Está raro… No sé qué es lo que ha pasado.

Claudia necesitaba ver a Caín por lo que hizo caso omiso de la advertencia y se dirigió a la puerta del final del corredor. Llamó dos veces antes de empujarla. Primero asomó su cabeza emplumada y en cuanto localizó al Satanás, entró por completo. Caín se encontraba sentado sobre su cama, con los ojos vidriosos y un cigarro consumiéndose entre sus dedos. La oscuridad envolvía a la habitación.

—Amo Caín, tengo algo muy importante que contarle. El diablo no parecía reaccionar.

—Es sobre Amara…

Al escuchar aquel nombre los músculos de Caín se le contrajeron y atestó un puñetazo contra la pared, agrietándola.

—¡Ni se te ocurra mencionarla!—le gritó.

Lo acontecido durante el baile aún le dolía y no estaba seguro qué había sido lo más hiriente de todo. Quizás que nunca podría volver a acceder a Amara.

—Hoy será nombrada Diosa.

—¿Acaso quieres que te mate? —le amenazó con una voz más afilada que el mejor de los cuchillos.

Claudia tragó saliva. Nunca le había visto así en todos esos años y esto ya era mucho decir.

—No lo entiende. ¿Cree de verdad que Metatrón lo permitirá?

—No le queda otra. La valquiria se lo dejó muy claro.

—Eso a él le trae sin cuidado. Parece mentira que no le conozcas.

—¿Serafiel te ha contado algo?

Claudia asintió. Por fin su amo estaba dispuesto a prestarle atención.

—La va a absorber. Con la energía de ella quiere devolverle a Metatrón todo su poder.

—¡No se atreverán!

—Claro que lo harán.

Caín se levantó repentinamente y se dirigió a la única ventana que había en la alcoba.

—Dile a Adramelech que pase.

Claudia agachó la cabeza, obediente, y salió en busca del intendente. Instantes después Adramelech se arrodillaba ante él.

—Convoca consejo de guerra.

—¿Consejo de guerra?

—¿No me has oído? Necesito a Satanachia y a los demás.

Tanto Claudia como el demonio mayor se quedaron atónitos.

—No me diga que…

—Adramelech, ¿qué te pasa hoy? Tenemos poco tiempo así que apresúrate.

—¿Piensa atacar al Cielo?

—Voy a matar a Metatrón. Necesito una distracción para poder llegar hasta él.

—¿Y qué es del equilibrio y todo de lo que habla SQ54LL?

—Al Infierno con el equilibrio. Amara es más importante. No pienso permitir que me la jueguen de esta forma. No hay nada más que hablar.

Ireth observaba desde el otro lado de la habitación cómo Caín se imbuía en su armadura de lord oscuro.

—¿Te puedo ayudar? —le preguntó tímidamente.

—Te vas a cortar.

—Me puedo curar.

La semidemonio sonrió para sus adentros. Había ganado ella así que se acercó al diablo y repasó con sus yemas el contorno de la pesada armadura. Los pinchos y pliegues que sobresalían de ella la hacían peligrosa al tacto, mas a Ireth no le importaba. Aprovechó también para acariciarle la piel desnuda de su torso, provocándole un dulce estremecimiento.

—No me hagas esto.

—¿El qué? —se hizo ella la inocente.

Caín le lanzó una mirada significativa. Ireth frotó con su manga la negra obsidiana para sacarle brillo y dejarla reluciente.

—Caín… ¿Es verdad que vas a enfrentarte a Metatrón?

Él no respondió por lo que lo interpretó como un sí.

—Si crees que estás preparado adelante, pero me gustaría acompañarte. Puedes necesitar de mis habilidades.

—Eso es imposible. No pienso llevarte directa a su nido.

—Piensan que estoy muerta. Me podría disfrazar.

—Por eso mismo. Un disfraz no bastaría, Ireth. Metatrón puede ver más allá y estoy seguro de que

Serafiel también. Ahora que te han dejado en paz no voy a estropearlo todo.

—No quiero que te pase nada —la voz de la semidemonio quebró.

—Todo va a salir bien, ya lo verás. Sé lo que me hago.

Aquellas palabras no bastaban para tranquilizarla. Caín suspiró y la rodeó con sus brazos, con cuidado de no herirla.

—Ahora debo irme, mi vida—le susurró al oído.

Ahora sí que consiguió derretirla. Parecía que las cosas volvían a marchar bien entre ellos. Al fin había dejado al ángel y ella había vuelto a la normalidad. Temía que por enfrentarse a Metatrón todo esto se volviese a estropear, pero quería confiar en él. Le terminó de colocar el yelmo y se quedó aguardando en silencio a que Caín se marchase. A pesar de todo le resultaba difícil dejarle partir una vez más. Estaba cansada de tener que ser rescatada por él, ella no era una princesa débil de cuentos y quería devolverle el favor, demostrarle que él también la necesitaba. En cuanto se quedó sola aprovechó para actuar rápidamente. Por más que empujaba el pomo, la puerta no cedía. Caín la había dejado encerrada, la conocía demasiado bien.

Escuchó unos golpes repiqueteando contra el cristal. Corrió las cortinas y la desmayada luz del exterior le irritó los ojos. Claudia, en su forma animal, martilleaba con su duro pico la ventana desde el exterior.

Ireth le permitió pasar y el cuervo regresó a su figura antropomórfica.

—¿Dónde está Caín? —le preguntó muy alterada.

—Se acaba de ir.

—¿Se lo has permitido?

—¿Qué iba a hacer si no? Es su decisión.

—No lo entiendes. Va directo a una trampa.

—¡¿Qué?!

—Metatrón y Amara lo han preparado todo, me acabo de enterar ahora.

—¿Pero esa niñata inútil no estaba en peligro? Caín ha ido a salvarla…

No sabía cómo encajar aquello. Si algo le pasaba a Caín por culpa de ese ángel…Los ojitos de Claudia brillaban con una acuosidad especial. Ireth conocía los sentimientos que Claudia albergaba también por el diablo y comprendía perfectamente su preocupación por él.

—Claro que no está en peligro. Serafiel me mintió, por eso necesito hablar con él.

Mientras conversaban se vieron interrumpidas por un enorme estruendo y un fuerte aleteo. Una nube negra se perdía en el horizonte.

—¡Mierda! Demasiado tarde—se lamentó Claudia.

—Aún no han salido todos los escuadrones. Nebiros está en el patio, reuniendo a sus tropas.

Entre las dos consiguieron derribar la puerta. Ireth cogió una diadema de espino engarzada con amatistas que reposaba sobre un aparador absorbiendo la oscuridad de la atmósfera: la Corona de espinas, y se la colocó. En el pasillo se toparon con Adramelech.

—¿A dónde vais?

—Lo siento.

De las yemas de Ireth surgieron chispas azules y le tocó entre el entrecejo, en el tercer ojo, dejándolo aturdido. La semidemonio no se creía que hubiese funcionado el ataque por lo que Claudia tuvo que sacarla de su ensimismamiento. Ireth jamás se habría imaginado colaborando junto a Claudia, no se llevaban precisamente bien.

Recorrieron todo el castillo hasta salir al patio trasero, donde Nebiros pasaba revisión a sus filas.

—Nuestro Satanás ordena que te acompañe como subcomandante —le dijo ante la expresión

sorprendida de éste. Nebiros imponía y podía respirar el hálito ponzoñoso que rezumaban sus poros, pero Ireth no se amedrantó y le miró directamente a sus ojos amarillos.

—¿Y tú quién eres para dirigirte a mí de esta forma?—le espetó el mariscal de campo.

—La futura Reina Oscura—respondió sin parpadear.

***

Cuando Nathan logró recuperar la conciencia el concierto estrepitoso y machacante de la alarma se había detenido. Todo le resultaba muy confuso pero poco a poco logró despejarse. Hasta entonces no reparó en que estaban llevando su cuerpo en volandas. Delante podía vislumbrar a sus compañeros desfilando en silencio. Incluso Haziel parecía sometido. Su primer intento de fuga había resultado fallido, mas no iba a rendirse. Cuando sus custodios se dieron cuenta de que ya estaba despierto, le volvieron a depositar en el suelo para que siguiera marchando junto a sus compañeros. Sus pies se deslizaban por una pulida superficie de cristal y bajo ellos tan sólo se podía contemplar las estrellas y fragmento de material galáctico siendo arrastrados por las leyes físicas. Era como si estuviese observando uno de sus recuerdos y cada pedacito de roca brillante le recordaba a un momento de su vida; no sólo de la suya propia sino que la corriente arrastraba los recuerdos y desechos de personalidad de las almas que una vez estuvieron vivas.

Su destino se comenzaba a vislumbrar al final del camino y tenía forma de prisión. Les habían trasladado de una celda a otra. Les quitaron los trajes especiales pues allí ya no corrían peligro y lograron hacer que todos pasaran dentro. Las puertas se cerraron a cal y canto, sin dejar fisura alguna, como si allí no hubiese existido nunca ninguna puerta.

La nueva habitación estaba conformada por baldosas heptagonales rojas y blancas que no ayudaron al elemental a recuperar su estado de ánimo. En una de las paredes había una gran ventana. Haziel la golpeó sin conseguir obviamente resultado alguno. Al otro lado les estaba observando un serafín.

El serafín parecía poseer cuerpo de mujer, aunque su rostro se hallaba oculto por unas perfectas alas de plumaje marrón. Aún desde esa distancia podían percibir su aura de poder. En total poseía seis alas, dos de ellas las usaba para tapar su rostro.

“Tenéis que comprender que esto es por el bien del Mundo”, resonó una voz dentro de sus cabezas.

“Necesitamos vuestro akasha, ésa es la voluntad de nuestro Padre.”

Otra vez la misma mierda de siempre. Haziel la había escuchado tantas veces que temía acabar creyéndosela. Nathan atisbó por el rabillo como Caliel y Rochel asentían en completo mutismo. Quería llorar, pero no les iba a dar ese placer.

“Voy a buscar la antimateria. No sé qué está pasando, pero está tardando demasiado. Todo debería estar listo ya.”

Unas persianas se bajaron, dejándoles completamente aislados y sin saber qué estaba ocurriendo fuera.

“Aguardad en silencio a vuestro destino”, volvió a sonar la voz del serafín para después apagarse del todo.

***

Caín aguardó oculto tras unas estatuas a que el serafín se marchase. Todo estaba saliendo más o menos como lo había planeado. Lo único que se interponía delante de su camino eran tres Gracias. Estos seres poseían cuerpo de perro sin orejas y garras de león infundidas en fuego y electricidad. Un poco de sangre de ángel no le vendría mal a su sable. Uriel estaba sediento, podía sentirlo en su vaina así que se lanzó contra ellas. Lo que peor llevaba era las garras de fuego, pero ningún ángel de segunda iba a poder contra el mismísimo Satanás.

***

Algo estaba ocurriendo fuera, los jóvenes ángeles cautivos podían escuchar rugidos y gritos. Las persianas volvieron a abrirse de repente. Nathan esperaba encontrarse a algún serafín o algo incluso peor.

Jamás habría acertado. Al otro lado Caín le saludaba con una sonrisa maliciosa sentado sobre el cadáver de tres Gracias apiladas. Caín, el ser que más odiaba en el Mundo y el culpable de todo. Los últimos efectos del veneno se desvanecieron súbitamente dando lugar a la rabia. La sangre le bullía sólo con su visión.

—Vaya, vaya. Y yo que pensé que no te volvería a ver nunca más—le saludó el diablo.

Nathan todavía no podía creérselo, pero la oscuridad de su brazo le decía lo contrario. Con todo se había olvidado de la infección, pero la presencia del Satanás la había reactivado y un desagradable escalofrío le recorría hasta la médula.

—Lárgate al Infierno. Amara quedó muy lejos de tu alcance, bastardo.

—Cuida tu boca, chico-cerilla. Si sigues vivo es gracias a mí, Torquemada ya se habría hecho una espada con tus restos. Por cierto, eso no tiene muy buena pinta—añadió refiriéndose a la infección.

Nathan maldijo por lo bajo, se sentía demasiado impotente—. Estoy aquí para rescataros —les dijo a los demás volviéndose hacia ellos—. El que quiera vivir que se una a mí.

—Tú eres Caín —le reconoció un ángel. Durante el examen había podido verle en uno de los ventanales, con la capa negra ondeando con el viento de los lamentos.

—Las mujeres siempre se acuerdan de mí.

No le respondió a su jocoso comentario. Estaban bastante desconcertados. Caín se dispuso a toquetear los diferentes ordenadores de la sala donde se encontraba. Algo se activó y comenzaron a proyectarse diferentes imágenes en unos monitores. Los demonios atacando el Cielo. Shejakim siendo destruido. Las ruinas de Zevul volvían a arder por segunda vez.

—¿Qué es todo eso? —se estremeció Caliel.

—Mis tropas están atacando vuestro hogar. Por lo que veo ya han llegado a Zevul, el Cuarto Cielo.

A Caín nada de eso le importaba. Lo que quería era ver Avarot.

—Maldito seas setecientas veces —masculló Nathanel.

—En realidad ya he sufrido más de setecientas maldiciones.

Caín dejó de hurgar en el panel control y centró su atención en los ángeles sin esperanza que estaban al otro lado de la vitrina.

—Parece ser que hoy nadie me entiende a la primera. No me he presentado como es debido: soy Caín I, padre de vampiros y actual Satanás y rey de Enoc. Uniros a mí y vuestro poder será infinito.

—Esto no tiene ninguna gracia.

—Algo sí que tiene, pero yo tampoco me estoy riendo. Ahora mismo pertenecéis al bando de los perdedores. Estáis a tiempo de redimiros.

—Jamás haremos caso de tus palabras envenenadas —clamó tajantemente Rochel. Los demás la apoyaron.

—Yo no miento, no necesito hacerlo. De un momento a otro aparecerá un serafín con la antimateria para desintegraros. Si no queréis convertiros en polvo uniros a mí y os liberaré.

—Preferimos morir como ángeles cumpliendo con nuestro deber—sentenció Caliel.

—Os tienen lavado el cerebro. Haced lo que queráis, pero que sepas, Nathanael, que Amara está en peligro.

—Porque tú estás aquí.

—No. Está en peligro porque Serafiel tiene planes horribles para ella. Necesito llegar a Avarot y de una forma u otra lo voy a hacer así que tú verás si quieres acompañarme o prefieres quedarte esperando como un niño obediente y resignado, demasiado cobarde para afrontar la realidad.

—No le escuches—le advirtió Caliel a su compañero.

—¿Vas a Avarot? ¿A ver a Amara?

—¡No le escuches!—repitió Caliel gritando esta vez.

—Si voy solo a Avarot quizás no llegue a tiempo.

—Espera —le dijo el elemental apretando los puños y rechinando los dientes—. Iré contigo, pero no pienso unirme a ti. Salvaré a Amara y después te mataré.

Todos le miraron como si les estuviese traicionando. Todos salvo Haziel que seguía de brazos cruzados apoyado contra la pared.

A Caín le pareció bien por lo que se dispuso a sacarle de allí.

—En realidad la oscuridad no es tan mala como la pintan. No si sabéis controlarla —decía mientras trazaba unos símbolos enoquianos en el trozo de pared que no tenía cristal. Algunos se asomaron lo máximo que pudieron para ver lo que hacía—. Puedo concederos títulos nobiliarios si queréis.

En realidad pensaba utilizarlos como carnaza, pero quién sabía, quizás resultaban más útiles que muchos de sus seguidores. Un portal de oscuridad apareció allí donde Caín había puesto su mano. Aguardaría a que Nathan lo cruzase.

—Yo también os acompaño —anunció Haziel despegándose del trozo de pared que había elegido como lecho de muerte.

Esta vez fue a él a quien miraron acusadoramente.

—AVE SATANAS! —recitó haciendo caso omiso de los reproches.

Caín le taladró con la mirada y Haziel aguantó sus iris grises mientras le abrasaban, sin permitirse vacilar. Caín no se fiaba de él, sabía que algo tramaba, hasta que reparó en la peculiar marca de su nuca, reconociéndola al instante.

—¡Un nefilim!

—¿Qué?

—Nefilim—le repitió—. Eso es lo que eres.

—¿Qué mas sabes?

—Unas cuantas cosas más —dijo esbozando una sonrisa ladina—. Sin embargo no comparto información valiosa con el enemigo.

Haziel se sentía en una disyuntiva. Quería salir de allí como fuese y también quería conocer más sobre él mismo.

—Estás de suerte. Resulta que tengo debilidad por aquellos que son diferentes al resto así que tú también vendrás conmigo.

Haziel y Nathan se dispusieron a atravesar el portal. Caliel se interpuso, pero Aniel le apartó.

—Déjales que se vayan. Van a morir de todos modos.

El portal se cerró nada más cruzarlo Nathan. Los demás ya habían dejado clara su postura.

—Me debes dos.

—No te debo nada, maldito.

Caín ignoró sus insultos de niño de guardería y se preparó para abandonar de una vez aquella prisión. Frunció el ceño. A sus espaldas notaba una fuerte presencia angelical que le hacía arder algo en su interior. Se dio la vuelta para toparse cara con cara con el serafín que ya había regresado.

“Eres demasiado temerario para ser quien eres”, le habló el serafín dentro de su mente.

Las pantallas dejaron de emitir las imágenes de la guerra y pasaron a mostrar a una mujer de cabellos anaranjados claros que portaba una armadura de lord oscuro que le quedaba grande. Se hallaba rodeada por unas máscaras gigantes que volaban con unas pequeñas alas que les salía de las sienes. De sus cuencas oculares vacías emanaba una energía azulada que formaba un campo magnético que mantenía atrapada a la mujer. La energía sacudía sus entrañas sin piedad haciéndola gemir de dolor. Una de sus alas que caían abatidas era blanca y la otra, negra.

—¡¡¡Ireth!!!

A Caín se le había encogido el corazón por lo que no pudo reprimir aquella exclamación. La escalofriante risa del serafín retumbó en la cabeza de todos.

—No intentéis engañar al Diablo. Ireth está a salvo en Enoc.

La risa del serafín se hizo más penetrante.

“¿De verdad piensas que se iba a quedar quieta hasta que regresaras? Aún puede librarse de que le arranquen las alas si te portas bien.”

¿Cuánta gente iba a aprovecharse de su punto débil?

—El Cielo arderá hoy —siseó Caín esforzándose por mantener la compostura.

“Mira que me lo pones fácil.”

De la boca de dos de las máscaras surgieron unas lenguas alargadas, demasiado grandes y viscosas para tratarse de lenguas humanas, y se pegaron en torno a las alas de Ireth. Caín quería gritar, con todo se abstuvo. No podía permitirse algo así delante de todos esos ángeles.

Las lenguas continuaron oprimiéndola y una de ellas se enroscó alrededor de su estómago. Apretó tanto que los órganos internos le salieron por la nariz y los ojos llegando hasta el cerebro. A Caín le entraron ganas de vomitar.

“Tranquilízate. Tan sólo era un adelanto de lo que puede llegar a pasar si no te comportas. Puedo hacerte ver muchas cosas y mis hermanos se asegurarán de hacerlas realidad.”

No podía dejarse amedrentar de aquella manera, normalmente era él el que hacía las amenazas. Decidió que de todas formas les seguiría el juego hasta encontrar el momento oportuno. Se dejó caer de rodillas, con expresión derrotada. Incluso los ángeles más jóvenes se sorprendieron de verle así, derrotado tan fácilmente. El serafín, satisfecha, se dirigió a los ángeles fugados.

“¿No os da vergüenza haberos unido a los demonios? Haré que se os caiga la cara a trozos literalmente.”

—No nos hables de vergüenza sin ser capaz de mostrarnos tu rostro —le encaró Haziel haciéndose apócope de toda la gallardía que le quedaba.

El serafín accedió a retirar sus alas. Un escalofrío desagradable les caló muy hondo a los dos jóvenes cuando vieron el rostro sin cara que se ocultaba bajo el plumífero velo.

La cara del serafín era una máscara de akasha completamente lisa y pulimentada, cuya mitad derecha estaba tapiada con tatuajes crípticos de tinta sanguinolenta. Varios aretes dorados se clavaban en su cráneo y entre ellos brotaban etéreos mechones castaños que se fundían con las alas a la altura de la clavícula.

“Ningún ala es suficiente para protegerme de la luz de Dios por eso es mejor no tener ojos, así no se queman.”

Cuando terminó de hablar volvió a taparse.

Para Nathan el mundo se había vuelto del revés. El Cielo parecía el Infierno y los ángeles imprimían más miedo que los demonios. ¿Qué estaba ocurriendo? Mientras se perdía en sus turbios pensamientos hundió sus dedos en su cabello alborotado y tiró de ellos, liberando un grito que expulsaba la virulencia de su ira.

“Todo está preparado”, les comunicó el serafín. “Rezad y elevad vuestras almas al Creador.”

Pulsó unos botones en el panel de control y un contador con números digitales de fulgente rojo parpadearon mostrando una cuenta atrás de dos minutos. Los números comenzaron a desfilar marcha atrás y con ellos, las últimas esperazas se esfumaban.

Nathan presionó tantos botones como veía, desesperado. En lugar de arreglarlo, los segundos se aceleraron. El serafín chasqueó sus inflexibles dedos y más serpientes de luz brotaron del suelo y del techo, apresándolos en sus redes. El serafín extrajo de entre sus majestuosos ropajes escarlata una jeringuilla. Estaba cargada con un líquido grumoso en cuyo interior centelleaba un fino polvo plateado que parecía purpurina. El serafín se dirigió hacia Nathan con la jeringuilla preparada para hundirla en sus venas. Nathan trataba de resistirse a pesar de que las cadenas le estrangulaban. Podía sentir peligrosamente cerca de su cuello la punta de la aguja. Una gota de antimateria logró asomarse por el extremo brillando como una lágrima de cristal. La aguja se clavó sin timidez alguna, atravesando limpiamente el tejido epitelial. El serafín colocó su dedo sobre la base de la jeringuilla y éste vibró. Un poco más de presión y su contenido se vertería dentro del ángel. Presionó hasta el fondo en un silencioso sonido de succión. Un frío estremecedor le paralizó todos los músculos.

Estaba segura que tenía la jeringuilla contra el cuello del elemental, no comprendía cómo de repente la había inyectado en su propia vena y así era, la antimateria se la había puesto a ella misma.

Los ojos de Caín centelleaban rojos. La ilusión había salido bien.

—¿De verdad pensabas que me importa lo que le pueda pasar a una pequeña zorra?—le susurró, sibilante, al serafín.

—Eres despreciable—siseó Nathan.

—¿Eso crees?

Haziel decidió que ya iba siendo hora de hacer uso de la esencia que le había robado a su compañero caído. Empezó a desprender un halo perlino por cada poro de su cuerpo. Las cadenas no lo pudieron resistir y cedieron, flácidas como una goma dada demasiado de sí. Cuando volvieron a mirar al serafín, sólo encontraron una montaña de polvo. El pensar que en cuanto la cuenta atrás hubiese llegado a cero ellos se verían igual no les ayudó.

Apenas habían cantado esa pequeña victoria contra un serafín que la euforia volvió a disiparse rápidamente. Veuliah había aparecido de repente tras Haziel, con las alas extendidas y reteniéndole entre sus inquebrantables brazos. El guardia era un ángel muy poderoso, pero Haziel era el mejor de su promoción y estaba convencido de que también superaba a muchos más antiguos que él por lo que no se rindió. Caín le lanzó una espada de materia oscura y consiguió cogerla al vuelo. Veuliah le mostró sus férreas garras doradas. Con ellas seccionó su garganta, arañó su esternón y le deshizo las tripas. Haziel se aferró con más fuerza la empuñadura de la espada y con la determinación brillando en sus ojos de un profundo azul oscuro se la clavó a sí mismo haciéndola pasar por encima de sus costillas. Cargado nuevamente con más valor siguió empujando y la espada atravesó el pecho del guardia, clavándose justo en el corazón como había calculado, y salió por la espalda atravesando las alas. El cuerpo inerte de Veuliah cayó sobre su espalda.

Nathan consiguió extraerle la espada arrancándole un alarido, pero Haziel prefería eso a convertirse en un pincho moruno. La alarma volvió a activarse. Las desesperantes luces chisporroteaban al mismo compás con que los números del contador se escurrían. Haziel todavía se mantenía en pie aunque la vista se le estaba nublando. Caín ya había arriesgado demasiado por lo que no pensaba quedarse allí más tiempo. Volvió a abrir un portal en medio de la habitación y se adentró en él.

—Vete. Yo les detendré —le dijo Haziel a su compañero refiriéndose a las hondonadas de guardias que estaban llegando.

—Pero…

Caín regresó al ver que Nathan se demoraba y tiró de él obligándole a entrar en el portal.

—Salva a Amara y a Gabriel. Salva el Mundo que yo no he podido proteger.

Nathan se resistía. Propinó una última mirada a los ángeles que aguardaban su final tras la ventana.

—¡Os voy a salvar a todos!

—Vete, Nathan. Ya es demasiado tarde para nosotros —se despidió Caliel. Algo en su voz le dijo a Nathan que se arrepentía en el último momento pero ya era demasiado tarde.

La oscuridad del portal comenzó a succionar el cuerpo de Nathan. El elemental miró una vez más a sus compañeros. Haziel luchaba contra los guardias con los ojos en blanco y el pecho esculpido en rubí. Una Gracia le perforó con sus garras eléctricas mientras que la cuenta atrás llegaba a su final. El contador marcó cero y nunca unos números habían inspirado tanto miedo. Después, un grito silencioso se desintegró en la atmósfera como los dientes de león cuando soplas con suavidad.

Polvo de estrellas. Todos somos polvo de estrellas.

El réquiem del destino. Iris derretidos, venas deshechas, corazones pulverizados. Que en ellos brille la luz perpetua.

Nathan no se había sentido tan mal en toda su vida. Quería gritar, aporrear el aire, sacudir el mundo.

Todos sus pilares se iban desmoronando uno a uno. La celda de baldosas bicolor despareció cerrándose como un periscopio. Estaba tan afectado que no se percató de que el paisaje a su alrededor había cambiado.

—Es una lástima. De verdad me interesaba el nefilim —mencionó Caín rompiendo el desagradable silencio cuando sus pies pisaron tierra firme.

Nathan seguía sin reaccionar.

—Nunca entenderé esa adoración y sumisión absoluta por Metatrón.

—¿Somos defectuosos por cuestionarnos cosas?

—Al contrario. Tan perfectos que escapáis de los planes que Metatrón se ha hecho. Ya hemos llegado a Avarot, mis atajos nunca fallan —le anunció para que moviese el culo de una vez.

—¿Qué es un nefilim?—le preguntó con voz apagada.

—Un ángel…defectuoso —le explicó Caín escogiendo lentamente las palabras adecuadas—. Un ángel con una mutación en su código genético.

Nathan tenía la mente demasiado embotada como para comprender el significado completo de aquellas declaraciones. Parecía que había perdido las fuerzas necesarias para moverse. Permanecía allí clavado en el suelo, con los ojos vidriosos y la expresión descompuesta.

—No tenemos el tiempo a nuestro favor. Si te sirve de algo, la antimateria es mucho mejor que lo que antes había.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Antes en Vilon vivían ángeles, no los aniquilaban. En su lugar les hacían trabajar duramente. En el yermo desierto existían “oasis”, pequeños campos de concentración. En ellos había laboratorios y se realizaban todo tipo de experimentos atroces con otros ángeles, con elohim sobretodo.

—¿Por qué caíste? —formuló la pregunta que se le pasó repentinamente por la cabeza.

—No encajaba aquí. Era problemático y mis ideas se contradecían con los planes de Metatrón. Además soy diferente, anormal, imperfecto. Por eso me odiaban tanto. —Tras terminar de decir esto señaló su única ala negra.

—¿Cómo es posible que sólo tengas una?

—Nací así —contestó encogiéndose de hombros y emprendió rumbo hacia el gran palacio dorado que se extendía a lo lejos.

—¿Por eso te enviaron a Vilon? —siguió preguntando, echándose a andar tras él.

—Ninguna familia quería adoptarme así que me enviaron allí. Había un pozo muy ancho y muy profundo lleno de ácido. Mi trabajo consistía en sumergir de lleno el akasha crudo que se extraía de las minas para que el ácido lo refinase. Ni siquiera nos daban guantes ni podíamos utilizar un recipiente con una cuerda ya que el ácido lo disolvería y el akasha se perdería en el fondo. Al final de cada día unas virtudes nos curaban, pero ni siquiera lo hacían del todo. Se limitaban a restaurarnos un poco la piel y vendarnos para que las heridas no se infectaran. Pronto el ácido adquirió un tono oscuro de tanto devorar nuestras cicatrices.

Aquel relato tan sólo le acrecentó el vórtice en el estómago y los límites de lo correcto y la locura se solapaban.

—Vuestro Dios ni siquiera es lo que os pensáis.

—Nadie sabe lo que es Dios realmente.

—Yo sí: un cabrón y un ángel de diez alas. Alguien más poderoso como Amara puede suplantarle perfectamente. Ella no permitiría estas atrocidades pero Serafiel no la va a dejar. A él le venía muy bien que Metatrón se encontrase tan debilitado, así puede gobernar a su antojo. Está claro que con Amara ha visto peligrar el chiringuito. Le creo capaz de cualquier cosa.

—Quizás Serafiel esté corrupto, sus ansias de akasha no son sanas. No por eso Metatrón tiene que ser peor.

—Los ángeles sois una raza condenada a la extinción. No se os permite reproduciros y los más

poderosos sólo piensan en su propio bienestar. Si no acaban con vosotros los demonios, la Infección lo hará.

Nathan se llevó la mano a su brazo infectado.

>>Cuando la luz desaparezca, todo lo demás perecerá. Por eso es tan importante salvar a Amara.

La conversación se interrumpió al llegar frente las puertas del Paraíso. Para un ángel eran hermosas, a un humano se le encogería el corazón ante tal magnificencia. Caín las contempló con un semblante muy serio. Nunca había tenido la oportunidad de verlas, pero sus padres sí le habían hablado sobre ellas. Sabía lo que había al otro lado. Tras cruzarlas ya no había vuelta atrás. En realidad no tenía muchas alternativas así que le lanzó una señal de advertencia al elemental y ambos se prepararon para combatir contra el par de querubines que iban directos hacia ellos.

Una lluvia de flechas venenosas se les abalanzó. A Nathan le bastó un simple movimiento de la mano para hacerlas arder y las flechas se consumieron en ceniza antes de llegar a ellos.

—¿Por qué un imbécil como tú tiene tanto poder?

Nathan no tuvo tiempo de responderle aunque le hubiese gustado hacerlo porque ahora los querubines cargaban sus arcos con unas flechas especiales envueltas en fuego azul. El fuego normal del elemental no serviría esta vez así que empuñó con decisión una espada que Caín le acababa de dar. Nathan se asombró al sentir la fuerte energía vital que desprendía su arma. No era una espada cualquiera, sino la que se entregaba a los Guardias Azules. Ésa específicamente había pertenecido a Evanth, aunque eso el diablo no se lo dijo.

Antes de que Nathan pudiese acercarse lo necesario, Caín ya les había cortado la cabeza a los dos querubines y diseccionado sus cuerpos por la mitad. Las inmaculadas puertas se habían manchado de sangre. A Nathan le costó asimilarlo, ni siquiera le había visto acercarse a ellos, ¿cómo era posible?

—Se supone que esos guardias eran de lo mejor.

—¿En serio? —se vanaglorió Caín en un tono presuntuoso. Se notaba que los demonios estaban causando estragos y que arriba andaban escasos de personal. Guardó su sable en la vaina sin limpiar la sangre y cruzó las puertas adentrándose en el Jardín del Edén.

El Jardín seguía exactamente como Nathan lo recordaba, sumido en una relajante tranquilidad, ajeno a todo lo que estaba sucediendo más abajo. El agua del manantial fluía con musicalidad y el verde de las plantas se mezclaba con flores doradas, rojas, azules…de todos los colores posibles. Caín contemplaba unas paracleidas evocando a Amara rodeada por sus pétalos evanescentes. Una nube de mariposas fluorescentes se posó sobre Nathan, recubriéndole con su manto multicolor y produciéndole un cosquilleo agradable. Por el contrario, todo signo de vida se alejaba lo máximo posible de Caín, incluso las semillas que flotaban por toda la atmósfera parecían evitarle. Nathan se sacudió la melena para quitarse el fino polvo dorado mezclado con luciérnagas estáticas y fragmentos de cristal flotante.

—La última vez que estuve no había tanto polen.

Habían pasado demasiadas cosas desde aquel entonces. Para un ángel resultaba un periodo de tiempo demasiado corto pero aún así parecía un día que quedaba muy lejano tras todo lo acontecido.

—El polvo dorado creo que lo produce el Árbol del Conocimiento, lo otro no lo sé.

Unos matorrales púrpura crujieron y de entre sus hojas de ensueño se asomó la cabeza de un pequeño dragón de escamas metálicas. Nathan lo reconoció al instante. Se trataba de una cría de dragón que había conocido la vez que Ancel, Yael y él se infiltraron en el Edén.

—¡Cuánto has crecido! —exclamó acuclillándose para acariciarle el lomo. La criatura le lamió las heridas de la mano.

Caín detestaba los dragones, salvo los negros que le eran útiles pero eso no quitaba que no le gustasen.

—A nuestra derecha está el Palacio de la Justicia. El Merkabah, en la sala del trono, se encuentra todo recto —le informó a Nathan que parecía haberse olvidado completamente de Amara por una criatura que escupía fuego.

—¿Piensas que nos enfrentemos a todo el Merkabah?

—Los cuatro Chayots. Si no fuese así me decepcionaría.

Algo no iba bien. Caín pestañeó dos veces para aclarase la visión pero ésta sólo empeoraba. Las flores estaban envueltas en fulgentes llamas, los insectos parecían pequeñas estrellas fugaces. Todo a su alrededor ardía, allí donde pusiese la vista encontraba fuego.

—Apágalo.

—¿El qué?—le miraba Nathan sin comprender. La expresión de Caín empeoraba por momentos.

La vista se le estaba emborronando y el Jardín se desdibujaba con pavorosa rapidez. Por fin pudo concebir lo que estaba aconteciendo: el veneno del polen sólo le afectaba a él, produciéndole alucinaciones. Las piernas le flaqueaban y no podrían sostenerle en pie mucho tiempo, pero se negaba a pedirle ayuda al ángel. Se derrumbó, sin llegar a tocar el suelo ya que Claudia estaba allí para sostenerle.

—Gracias—le dijo, aliviado.

—No hay de qué.

Claudia sonrió ampliamente y le clavó una espada de akasha en el único punto débil de su armadura, atravesándole el hombro.

—Fue un placer matarte de una maldita vez.

Serafiel apareció de detrás de los arbustos con sus platinados cabellos cayendo sobre sus hombros mientras se recogía en la nuca unos mechones más ondulados y con una túnica blanca, roja y con ribetes de luna plateada que dejaban medio torso inmaculado al descubierto. Otros dos serafines le acompañaban.

—Bien hecho, Claudia.

La radiante figura se iba distorsionando en los ojos de Caín al mismo tiempo que la vida le goteaba por la carne mutilada.

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El viernes último capítulo. Gracias por leer, por el apoyo, por vuestros genialosos comentarios y por votar por esta historia ^^

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