36.Los demonios sí pueden llorar

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La fría esencia de la muerte se filtraba entre las franjas de carne abierta arañando el abatido corazón de Caín que se esforzaba por seguir latiendo. El unialado alzó con esfuerzo la cabeza buscando alguna explicación, alguna señal de que todo se trataba de un plan maestro por parte de su fiel cuervo. Por el contrario, Claudia sólo lucía una mueca de desdén para el que había sido su amo, el amor de su vida y su único amigo, antes de que él la odiase. Los oscuros mechones de tinta resbalaron igual de derrotados por la frente del diablo y los puños se le cerraron temblando de rabia.

—Remátalo por mí. Yo no tengo el poder suficiente, lamentablemente —le pidió Claudia a Serafiel y Caín pudo palpar la notable virulencia de su rencor.

—Será lo mejor para el Mundo—claudicó el príncipe serafín.

Caín se aferró a la empuñadura de su sable penosamente; los dedos se le estaban entumeciendo. Nathan lo observaba todo paralizado, sin lograr decidir quién era el verdadero enemigo: si el cruel y despiadado serafín de cabellos tan plateados como el metal con el que tenía forjado el corazón o el infame diablo que le había arrebatado a Amara, su luz y su todo.

—¿A qué estás esperando? ¡Vete a salvar a Amara!—le ordenó Caín.

Finalmente Nathan reaccionó, echando a correr hacia el norte. Los dos serafines que acompañaban a Serafiel le salieron al paso. El joven enarboló su espada y se sorprendió de la fuerza que ésta le otorgaba.

Logró rozar a uno de ellos y el cuerpo ardió. Estaba comenzando a comprender a su arma. Trazó un muro de fuego con la punta de la espada que el serafín restante no se atrevió a cruzar y Nathan huyó. La radioactividad del fuego se seguía extendiendo consumiendo todo cuanto se cruzaba por su camino.

Serafiel alzó la mano y lo hizo desaparecer. Contempló apenado la vegetación abrasada.

—Este jardín está hecho con la esencia vital de nuestro sagrado Metatrón y vosotros lo habéis dañado.

—Ya decía yo que algo apestaba por aquí—se burló Caín, jadeando.

***

Nathan había echado a correr hasta que llegó a un punto en el que el corazón se le dividía en dos. Si seguía recto podría salvar a Amara, pero el Palacio de la Justicia se encontraba a su derecha. ¿Gabriel o Amara? ¿A quién salvaba primero? Un punzante dolor en la sien le hizo llevarse la mano libre de la espada hacia la frente.

Gabriel. Salva primero a Gabriel.

Nathan no entendía lo que estaba pasando ni a qué se debía esa voz en su cabeza y tampoco tenía tiempo que perder por lo que se decidió por su profesor primero. Ya podía vislumbrar a lo lejos la magnificencia de las Puertas de la Justicia. Desplegó sus alas e incrementó la velocidad.

***

Serafiel dejó que Nathan se marchara sin hacer nada por impedirlo.

—No podrá llegar muy lejos. El camino a la sala del trono está protegido.

—Como a Amarael le pase algo…

—¿Qué harás entonces? ¿Me odiarás más aún?

—Sois todos unos malditos traidores—logró decir Caín sudando hielo.

—Cada uno obtiene lo que se merece—canturreó Claudia con malevolencia.

Aquella frase la había utilizado el propio Caín con Agneta. Parecía ser que efectivamente, el destino colocaba a cada uno en su lugar pero, ¿qué había hecho él para sufrir tantas traiciones? Un dolor lacerante le impidió pensar en la respuesta; Serafiel le había hecho algo.

Caín fijó su atención en él, olvidándose de Claudia y recordó al serafín sin rostro de Vilon. ¿Acaso a Serafiel no se le quemaban los ojos por estar tan cerca de Metatrón?

La piel del príncipe serafín se estaba levantando en finas tiras de akasha como la cal de las paredes cuando se comienza a despegar por el efecto corrosivo de la lluvia y del mal tiempo. Los trozos de piel descascarillada dejaban al descubierto una nueva capa de piel metálica y reflectante. Era como si todo este tiempo Serafiel hubiese estado llevando una máscara que ahora se le caía a pedazos, un disfraz de carne que le envolvía por completo ocultando su verdadero aspecto: un rostro de bruñido acero; parecía una estatua esculpida en plata. Aunque tenía nariz y boca, sus ojos no estaban más vivos que los de una estatua. Los rayos de los soles se concentraban en su piel acerada, arrancando fogosos destellos que consumían los colores del hermoso jardín para cubrirlo todo con su estela de luz.

Serafiel, envuelto en llamas, arqueó la espalda hacia atrás en una postura antinatural y dejó que sus cabellos cayeran como agujas sobre la tierra. Del lugar donde le correspondía tener el corazón surgieron tres cabezas de dragones: una blanca, la otra morada y la del medio, azul celeste.

—Arde bajo la hermosa Luz de la Mañana —hablaron cuatro voces al unísono.

Caín consiguió cerrar los ojos a tiempo y se cubrió con su ala.

—No sirve de nada que te cubras, el tercer ojo se te quemará igualmente.

El dragón morado se abalanzó como un misil. Caín logró esquivarlo retrocediendo con dos volteretas. El dragón se clavó en el suelo, quedándose atrapado por unos instantes y los animales de alrededor ardieron.

Caín se deshizo de uno de sus guanteletes y se arrancó una tira de tela negra con la que se vendó sus propios ojos.

—Te he dicho que eso no sirve de nada.

El dragón de escamas color corinto abrió de par en par sus fauces, escupiendo un hálito fulgente. Caín volvió a esquivarlo a pesar de no ver nada.

—La luz te destruirá. No eres más que un condenado de la oscuridad.

Esta vez fue el dragón blanco el que se alzó, temible, y barrió el escenario con un potente rayo de luz.

Caín simplemente aguardó sin moverse a que el rayo pasara por encima de él. La luz le envolvió y después prosiguió su camino. Caín se permitió una sonrisa complaciente.

—¡No es posible!

—Mi oscuridad es tan densa que ni tu luz puede penetrar en ella, pues cuanto más brillante es la luz, más oscura se vuelve mi sombra.

—Entonces serán tus oídos y tu cabeza los que estallen.

El aleteo de sus seis alas creaba un fuerte zumbido que se fue intensificando. Las ondas que las afiladas plumas producían se introducían por los oídos de Caín, machacándole el cerebro. Caín jamás había escuchando tal estruendo. Era peor que la aterradora risa de Metatrón haciéndose eco en su mente.

—Las almas libres de pecado escuchan una dulce melodía. Cuanto más hayas pecado, mayor será el tormento de mi música.

—Serafiel, ¡para! —suplicó Claudia con las manos presionando desesperadamente sus orejas. A ella también le afectaba.

Serafiel no se detuvo. Las tres cabezas dragontinas rugieron al cielo y el suelo se tambaleó. Caín sabía que la única posibilidad de derrotarle era con oscuridad. Con la más concentrada y gélida oscuridad; aquella que devora corazones y encadena las almas a la eterna agonía.

Los demonios poseían su verdadera forma hecha tan sólo de oscuridad, pues cuando ésta se concentra en cantidades desorbitadas va adoptando su propia forma material, al igual que los ángeles hacían con su luz.

Caín no era más que un Caído. La oscuridad se había apropiado de él hasta el punto de corromper su akasha y transformarlo en materia oscura, pero a diferencia del resto de diablos que acababan siendo dominados por ella, él nunca había sucumbido por completo al abismo. Él tenía su propia luz y se había aferrado a ella encarnecidamente. De esa forma en vez de dominarle la oscuridad, él la controlaba a ella.

Había logrado mantener a raya el poder de Lucifer, regulando su circulación con su propia compuerta.

Ahora esta energía moderada no bastaba para enfrentarse al príncipe serafín. Había llegado el momento de abrir las compuertas al máximo.

Cruzó los brazos, flexionándolos, y se clavó sus propias garras en los hombros. Las venas se le hincharon y empezaron a bombear pura oscuridad. Podía sentir el poder fluyendo a través de él. Se rodeó a sí mismo con su ala de iridiscente plumaje azabache y entre las plumas se dibujaron símbolos luminosos que desprendían un halo verdoso y púrpura. Una nube de humo negro le rodeó mientras su materia oscura se transformaba. Había dejado atrás su aspecto humanoide por el de una criatura abrumadora de poderosa y turbadora belleza oscura. En esta nueva forma podría luchar en igualdad contra Serafiel.

Los dragones blanco y morado protegían al del medio. Afortunadamente Caín ya no necesitaba acercarse tanto para combatir. Con su energía negativa pudo desgarrar la acerada piel de Serafiel, agrietándola. Los surcos se hicieron más profundos cuanto más atacaba hasta que volvió a descamarse. Bajo aquella capa metálica asomaron manchas de una tonalidad cárdena entremezclada con rojo. ¿Cuántas capas tenía?

El aspecto de Serafiel cada vez producía más miedo y costaba distinguir quién era el ángel y cuál el demonio.

El escenario se llenó de bolas de oscuridad que producían un efecto gravitatorio que lo absorbía todo alrededor, como agujeros negros en miniatura. De dichas bolas se abrieron varios vórtices que dispararon rayos oscuros que hicieron crujir al cielo de Avarot.

Los aullidos de Claudia quedaban aplacados por el de las explosiones. Ambos contrincantes estaban atacando sin ninguna consideración y el efecto gravitacional estaba llamando a su cuerpo bruscamente.

Claudia se aferró con sus garras al suelo mas sólo consiguió que éstas se le rompieran. El cuerpo se la estiraba como si fuese de goma, sin embargo, al ser de carne y hueso, los tendones se le desgarraban y el pecho lo sentía a punto de explotar.

Logró refugiarse bajo los restos de una estatua, allí se sentía un poco más a salvo. El poder desatado de aquellos dos seres le aterrorizaban de sobremanera. A pesar de todo, Caín la encontró y cuando el dragón celeste, desprotegido ante la caída de los otros dos, se dispuso a efectuar su mayor ataque: una onda de choque que distorsionaría los siete planos, Caín atrajo a la traidora hacia sí utilizándola de escudo y obligándola a recibir de lleno el impacto. Claudia gritó destrozándose las cuerdas vocales, se estremeció y su piel se carbonizó convirtiéndose en frágiles láminas de carbón chamuscado. Serafiel volvió a prepararse para otro ataque de la misma magnitud, pero Caín ya había desaparecido de allí.

***

DURA LEX, SED LEX [La ley es dura, pero es la ley]

Gabriel recordaba perfectamente la primera vez que leyó aquellas palabras, siglos atrás. Él pasaba por allí con su padre y su hermana y se detuvieron ante las imponentes Puertas de la Justicia, leyendo aquella misma frase.

“¿Entiendes el significado de estas palabras, hijo?”

“Significan “justicia”, respondió un Gabriel dos mil años más joven, muy seguro.

“¿Y qué es la justicia?”

“Mmm…” Gabriel se esforzó por hallar una respuesta, no quería defraudarle. “¿Cuándo a alguien malo se le castiga?”

“Eres un mocoso”, se rió Selene.

Gabriel no entendía qué había dicho mal.

“Imagina que hay una roca muy grande obstruyendo el camino”, le dijo su padre. Gabriel le escuchaba atentamente. “La gente necesita pasar al otro lado a por alimento, pero no pueden por culpa de esa roca.

¿Qué harías?”

“¡Les ayudaría a quitarla del medio!”

Ahora sí que no podía equivocarse.

“Pero si la mueves, muchas plantas e insectos serán aplastados de repente. Son demasiado

insignificantes para tenerles en cuenta. Lo que importa es que se pueda pasar al otro lado para obtener nosotros el alimento. Lo más correcto no es lo más justo para todos.”

“¡Entonces destruiré la roca, la desintegraré!“, proclamó Gabriel.

“Eso es exactamente lo que hacen los ángeles.”

“Es genial, así nadie sufre.”

“Sufre la roca.”

“Las rocas no tienen sentimientos.”

“¿Los ángeles sí?”

Gabriel volvió a releer la misma frase, ahora con cierto temor removiéndole el estómago.

“Si os descubren a mamá y a ti os destruirán también, ¿verdad?”

“Así nadie más sufrirá daños.”

“Es mejor que los idiotas como tú no penséis nunca”, se burló Selene, removiéndole el pelo. No quería que su hermano pequeño se preocupara.

“¡Tú también tienes que tener cuidado, hermana! Si sigues robándole a la gente te acabarán trayendo aquí.”

Selene se adelantó unos pasos, colocándose enfrente de él y le dedicó una de sus sonrisas.

“Yo no robo a nadie, sólo recojo lo que otros se dejan olvidado. Además, si intentan traerme aquí me resistiré y les patearé el culo. No podrán conmigo tan fácilmente. Nunca me separarán de tu lado.”

La sonrisa de su hermana se diluyó, trayéndole de vuelta al presente.

“No podrán conmigo tan fácilmente”

Los labios de Gabriel se curvaron en un gesto cansado. Tenía muy claro lo que iba a hacer, no iba a echar marcha atrás, eso sería demasiado egoísta.

El Palacio de la Justicia se hallaba situado en la zona este del Edén. Las llamadas Puertas de la Justicia custodiaban la entrada. El tribunal no era más que una enorme bóveda cuyo techo estaba tallado con rubíes y oro que formaban flores abstractas sobre sus cabezas. Decían que todo aquel que fuese culpable encontraría materializadas sus pesadillas entre aquellos fractales. Gabriel sólo veía a Selene, ni siquiera el rostro de sus víctimas ya le importaban.

El tribunal estaba lleno. En la plataforma del medio le esperaba el juez Raguel con una espada en la mano derecha y una balanza en la izquierda.

El juez Raguel era en realidad la Virtud Cardinal Justicia. Aquel día se había quitado todos los adornos verdes para dejar claro que impartía la justicia de Dios y no la de Raphael. Sus cabellos crepitaban tallados con sangre y se movían junto a los pliegues de su túnica blanca siguiendo el ritmo de una brisa inexistente. Los ojos los tenía vendados con una cinta blanca y en su pecho relucía una gema ovalada, también roja.

Tentáculos invisibles conectaron la mente de Gabriel con la de Raguel. Si mentía, la gema cambiaría de color. Gabriel no pensaba mentir, ya había dejado muy claro que no iba a escaparse. Prefería ser ejecutado por una mujer hermosa como Raguel al irritante Raphael.

El Gran Médico se hallaba situado en uno de los palcos principales, junto a Chamuel. No había ni rastro de Serafiel. Como testigos para atentar en su contra habían traído a Ancel y a Yael. Las tres Moiras se habían ofrecido para defender al acusado. Cloto, la mayor, asintió con la cabeza en un gesto tranquilizador. Quería decirle que no se preocupara, que ellas confiaban en él. Gabriel negó mientras ocupaba su lugar. Les había engañado a todos, pero había llegado el momento de contar la verdad.

El juicio de Gabriel había generado mucha expectación. Todos querían conocer la verdad sobre cómo un ángel tan querido como Gabriel iba a ser ejecutado con la peor de las sentencias. En Shehakim se habían colocado pantallas que televisarían el juicio en directo.

Debido a la importancia del evento iban a seguir todos los pasos ceremoniales. El Coro Celestial elevó sus cánticos para convocar la presencia de Dios.

Gabriel no prestó atención a los discursos hasta que fue consciente de que le estaban hablando a él.

—Juro decir la verdad y nada más que la verdad.

—Bien, entonces empecemos —anunció Raguel. Aquella mujer imponía respeto.

—Soy culpable de todo así que podéis ahorraros esa parte—abrevió Gabriel. Prefería que todo acabase cuanto antes.

La fuerte expectación que causó produjo una oleada de consternación y la atmósfera se tensó tanto que podía cortarse con la espada de Raguel. Incluso ella parecía levemente sorprendida.

—¡No puedes hacernos esto! ¡No puedes abandonarnos! —sollozó Iraia sobresaliendo su rostro entre la multitud. Gabriel la había reconocido nada más llegar, pero no se había atrevido a mirarla siquiera.

—Nosotras tenemos pruebas que demuestran la inocencia de Gabriel —se hizo escuchar Láquesis, otra de las Moiras. Sus pupilas blancas se mostraban firmes y seguras.

—¡Silencio!—ordenó Raguel—. Que hable el acusado.

—Quiero que se sepa la verdad, por eso pido que se me escuche.

Por el rabillo del ojo percibió a Raphael protestando muy consternado.

—Queremos saber qué eres. Los resultados de los análisis muestran que eres un ángel, sin embargo tenemos testigos que aseguran lo contrario, incluso que eres la reencarnación de Lucifer y ni siquiera presentas marcas de nefilim.

—Soy un ángel, pero no siempre lo fui—comenzó a relatar—. Selene y yo éramos elohim. Nuestros padres esperaban que ella fuese la luna y yo el sol, por el contrario ningún atisbo de luz brillaba en mí pues nací demonio.

—Hay informes que aseguran que fuiste bautizado por nuestro sagrado Metatrón, que incluso te concedió el nombre de Gabriel y algún día pasarías a ser el arcángel del Rayo Blanco.

—No sé cómo lo hicieron mis padres.

—Supongo que de la misma forma que utilizó Raphael para con Amarael —alegó Átropos, la tercera Moira.

La atención de todo el mundo se volvió hacia el susodicho arcángel que se había quedado lívido.

—Nosotras también hemos estado investigando y podemos demostrar que nuestro querido Gran Médico utilizó su influencia para modificar los documentos —continuó hablando Átropos.

—Éste es el juicio de Gabriel, no de Raphael —trató de imponer orden el juez aunque por la forma en que miraba a su jefe se dejaba entrever cierta incertidumbre.

—Amara no es mi hija. ¡Eso es ridículo! —bramó Raphael tan blanco como la cera.

—¿Entonces de quién es hija?—inquirió Cloto.

Raphael no respondió de inmediato. Los tentáculos invisibles se cernieron sobre su mente. Si mentía, lo sabrían. Se había jurado a sí mismo que nunca revelaría dicha información, pero ahora la situación se había tornado muy diferente. Amara era diosa, nadie podía hacerla daño pasara lo que pasase.

—De Mikael—confesó finalmente—. De Mikael y Zadquiel. Me aseguraron que en ella estaba la solución contra la Infección, por eso la protegí.

—Metatrón nos castigó a todos por la insolencia de Mikael y Zadquiel. ¿Es que aún no has aprendido la lección?

—Mi misión como Gran Médico es curar a la gente y eso he hecho siempre. ¿Vas a juzgarme como hiciste con Uriel, eh Raguel?

Raguel no se atrevió a responder. Raphael había sido su jefe durante miles de años y no podían permitirse prescindir de alguien tan crucial en aquellos momentos.

—Me gustaría que se me dejase continuar—pidió Gabriel—. Raphael siempre intentando quitarme protagonismo, incluso en mi propio juicio.

Por decir bromas de ese tipo incluso en las peores situaciones Gabriel había conseguido hacerse con el corazón de la gente, les infundía valor. En el fondo le daba un poco de lástima Raphael. Había insistido tanto en su juicio que sus Moiras la habían tomado con él. De todas formas no estaba de más que el pueblo comenzase a saber la verdad sobre su sociedad.

—Sí, será mejor que prosigas—le instó Raguel.

—Como iba diciendo desconozco el método que utilizaron mis padres, pero sé que me dieron de comer otros ángeles. Con el akasha que devoré mi cuerpo también se volvió sagrado. Lo recuerdo porque el peso de aquellas muertes siempre me ha acompañado.

—¿Cuántos ángeles has comido?

—No lo sé, yo era muy pequeño. Nunca volví a tener la necesidad…hasta hace unos meses. Es algo que no puedo controlar. Mi cuerpo necesita más akasha y el hambre me posee.

Resultaba embarazoso todo esto. Ya no le miraban con esperanza sino con repulsión.

>>De verdad que no quería esto, me encantaría poder controlarlo. Es sólo que Jofiel…aquellos aprendices…se encontraban en el lugar equivocado en el peor momento.

—¿Crees que eso es suficiente? —le recriminó Raphael, temblando de ira.

—¡No! Por eso estoy aquí. Quiero que todo esto termine. No quiero que muera nadie más por mi culpa. Pensé que si me esforzaba por el Mundo todas aquellas muertes no habrían sido en vano, pero ya no puedo controlarme mucho más.

No era pena lo que irradiaban por él todos los que habían escuchado su terrible relato, sino comprensión. Él estaba haciendo lo correcto, se estaba entregando por los demás. La ejecución de Gabriel era un hecho y aún así los problemas no habían hecho más que comenzar. Iban a tener que investigar sobre la corrupción del sistema y el asunto de Raphael les iba a traer quebraderos de cabeza.

—¿Y por qué Metatrón no dijo nada? ¿Por qué permitió que un demonio caminase entre nosotros? —exigió saber Láquesis.

—Sí nos avisó. Fuimos nosotros quienes no supimos interpretarlo bien—contestó Raphael.

—¿Dónde está Serafiel?-preguntó Raguel. La ausencia del serafín les preocupaba a muchos. Nadie supo responder.

Las Puertas de la Justicia se abrieron súbitamente y un Guardia Azul irrumpió en la escena muy alterado.

—Los demonios nos atacan —les comunicó.

Aquello les había pillado desprevenidos. ¿Los demonios les estaban atacando?

—Vienen a por ti. A rescatarte —clamó Raphael señalando con el dedo a Gabriel, quien estaba tan atónito como el resto.

—Eso no tiene sentido.

<<Nadie sabe quién soy en realidad. Sólo Caín, pero…>>

Entre los presentes había muchos ángeles de rango militar importante por lo que tuvieron que abandonar el tribunal rápidamente ante el declarado estado de emergencia. Chamuel también partió con ellos.

—¿No deberías estar atendiendo a los heridos?

Gabriel estaba deseando poder recriminarle algo a Raphael, quien permaneció en su sitio, de pie, apoyándose en la barandilla de su palco.

—Estoy seguro de que la verdadera amenaza eres tú. Hasta que no hayas muerto no me quedaré tranquilo.

Tan testarudo como siempre.

—Gabriel, ¿cuántas alas tienes? —le preguntó Raguel como si el guardia no hubiese entrado nunca. Gabriel meditó la respuesta. Nadie conocía su par de alas extra. La gema en el pecho de Raguel seguía atrapando sus pensamientos.

—Seis. No soy un demonio cualquiera, como ya habréis sospechado. Soy la reencarnación de Lucifer así que acabad conmigo antes de que no pueda controlarme más y os mate yo a vosotros.

Sin lugar a dudas aquella revelación consiguió impresionar a la poca gente que quedaba allí. Gabriel siempre impresionaba, para bien o para mal. Iraia gritó algo y se abalanzó hacia la plataforma. Unos guardias tuvieron que detenerla.

—…Pero juro que ni Iraiael ni mis alumnos lo sabían. Nunca les quise involucrar así que si algo les pasa —su voz adoptó un tono más severo y amenazador, logrando infundir miedo entre los espectadores— vendré de donde quiera que esté y os lo haré pagar.

—Bien. Entonces terminemos de una vez —anunció Raguel sobreponiéndose a la estupefacción—. ¿Mataste a Jofiel y todos esos aprendices?

—Sí.

—¿Mataste a tu hermana y más tarde, a tus padres?

—Sí. Yo los maté

Un ahogado gemido proveniente de Iraia retumbó entre el espacio abovedado.

—¿Incluso a Evanthel la noche del Baile?

—Supongo que también.

—Bien. Entonces yo, el juez Raguel…

—Sólo una cosa más—le interrumpió Gabriel.

Raphael protestó una vez más. Estaba impaciente por escuchar de una vez la tan ansiada sentencia, pero también había algo más que le horrorizaba. Siempre había intuido que Gabriel escondía algo, mas nunca imaginó hasta qué punto. Raguel acalló al arcángel y le concedió permiso a Gabriel para que declarase su última voluntad.

Aquel era el momento que Gabriel había esperado toda la semana. Hubiese preferido que más gente le escuchara, pero tendría que conformarse con lo que había dadas las circunstancias.

—Tengo recuerdos…memorias en las que no quiero hurgar, pero a veces fluyen sin control. Los ángeles de verdad ya no existen, o nos han abandonado. Vosotros podéis seguir pretendiendo que no habéis escuchado nada de esto y seguir fingiendo aparentar lo que no sois hasta perecer, o dejar de seguir órdenes ciegamente y salvar el Universo.

Cuatro ángeles, también con vendas en los ojos, le inmovilizaron. Raguel contemplaba la gema de su pecho. Ésta permanecía en el mismo tono bermellón de siempre. No había mentido o al menos todo lo que había dicho lo creía con convicción.

Raguel dictó la sentencia y los mismos ángeles que le sostenían, despojaron a Gabriel de la túnica que le habían puesto, quedando su lisa espalda a la vista de todos. Raguel pronunció algo y las seis alas de Gabriel se alzaron desplegándose lo máximo, libres, por última vez. Dos de ellas, las que siempre ocultaba, eran completamente negras y las otras cuatro mostraban manchas negras, fruto de su falta de akasha, porque Gabriel estaba hambriento y hacía un esfuerzo sobrenatural por contenerse.

“No podrán conmigo tan fácilmente”

“Nunca me separarán de tu lado.”

Todos pudieron al fin reconocer en él al hermoso y oscuro Lucifer y se sintieron estúpidos por no haberse dado cuenta antes.

Una enorme máquina compuesta por dos aparatosas ruedas y muchos engranajes apareció en el centro de la plataforma. De ella salieron disparadas unas cadenas que se clavaron en Gabriel. También le colocaron una especie de pinzas metálicas y muy frías en el nacimiento de sus alas. Hicieron girar las ruedas y las cadenas tiraron del sentenciado, tensándolo. Los brazos de Gabriel quedaron extendidos en forma de uve. Siguieron girando las ruedas y éstas tiraron de las alas. Los huesos de la espalda de Gabriel se resquebrajaron ante la brutalidad del método. Como música de fondo, Raguel enunciaba todos los pecados que había cometido y el eco de su voz se entremezclaba con el crujir mecánico y los alaridos agonizantes.

“No estés triste, hermanito. Siempre sonreiré para ti”

“No tengas miedo”

Iraia no podía soportarlo, tampoco las Moiras. Incluso Ancel y Yael apartaron la vista, incómodos. A pesar de todo no concedían ver a su maestro en aquel estado, el mismo que les había perdonado su gran pecado y el mismo que les había dejado beber la ambrosía antes de tiempo. El mismo que se había declarado la reencarnación del más temido demonio y que había matado a Evanthel y casi a ellos.

Las Puertas de la Justicia se abrieron una vez más. De golpe. Nathan jadeaba delante de ellas.

***

Ireth se detuvo al llegar al final del corredor. Claudia se había ido a distraer a Serafiel para que ella tuviese vía libre así que tras esa puerta tan sólo le aguardaba Metatrón en su trono y esa maldita niña ángel. La semidemonio apretó los puños al imaginarse la expresión destrozada de Caín cuando se enterase de que le habían engañado. Sabía que había llegado a tiempo porque el camino hasta allí no estaba despejado. Si Caín hubiese llegado antes, ella se habría encontrado con un rastro de cadáveres. Se llenó de osadía y se adentró en la sala del trono, también conocida como Merkabah. Ireth no se dejó impresionar por la ostentosidad de la decoración, tenía muy claro su objetivo.

En el centro de la sala una gigante flor blanca reposaba semiabierta y en el medio yacía Amarael, suspendida en el aire y atravesada por una telaraña de hilos de luz. Ireth se acercó unos pasos y sesenta y dos ojos rojos se abrieron de entre los pétalos, fijándose en la semidemonio. Ireth enarboló sus dagas mágicas, en actitud desafiante. No había llegado hasta allí para dejarse amedrentar.

Cuatro ángeles salieron a enfrentarla, rodeándola. Cada uno tenía cuatro alas y cuatro caras: una humana, otra de león, de buey y de águila, y cada uno iba envuelto en un halo de diferente color: los cuatro Chayots que conformaban el Merkabah, custodiando el trono de Dios.

Atziluth, envuelto en su halo rojo, le atacó por el norte. Beri´ah, de color azul, se aproximaba a ella por el oeste. Yetzirah, recubierto de llamas amarillas bloqueaba el este y Assiah, de verde, acechaba desde el sur.

De los ocho ojos de Atziluth salieron espirales de fuego, incendiando toda la habitación. Yetzirah no se demoró en lanzarle veloces ráfagas de aire comprimido por sus cuatro bocas. Ireth consiguió esquivar a duras penas las ráfagas, pero su ala negra rozó el fuego que el viento había expandido y las llamas se extendieron por ella.

Beri´ah hizo temblar el suelo y la semidemonio aguardó expectante el ataque. Del suelo brotaron innumerables columnas de agua. Era la oportunidad que esperaba pues el agua extinguió las llamas. Ireth evaluó preocupada la gravedad de sus plumas carbonizadas. Las alas eran lo único que ella no podía regenerar. Afortunadamente si conseguía sobrevivir se recuperarían con el tiempo.

El alivio no le duró mucho ya que los pilares acuosos seguían brotando, sin dejarle tregua, y fuertes e inquebrantables raíces la alcanzaron, ciñéndose a su cuerpo y exprimiéndola. Assiah la había atrapado.

Un capullo vegetal se empezó a tejer. Si no hacía nada quedaría momificada. Atziluth aprovechó a que Assiah la estaba sujetando con su poder para acertarle esta vez de lleno con su fuego. Ireth gritó a la vez que su cuerpo se sacudía ante el insoportable ardor. Lo peor era el olor, su propia carne apestaba. Siempre se había imaginado el sufrimiento de Caín, aunque jamás había sido completamente consciente de cuánto dolor había tenido que aguantar; ahora lo era.

El fuego no sólo le afectó a ella sino que también deshizo en cenizas las ataduras orgánicas. Ireth aprovechó para crear rápidamente una barrera mágica que la protegería el tiempo suficiente para conseguir curarse las heridas, al menos superficialmente con su poder especial. La barrera requería demasiada energía por lo que en cuanto se hubo recuperado mínimamente la quitó. En ese tiempo los Chayots la habían acorralado. Con un ala herida no podía volar así que no tenía escapatoria. Claro que ellos no contaban con su agilidad.

Los cuatro Chayots cargaron sus ataques y los dispararon al unísono. Ireth se impulsó lo máximo que pudo, hasta alcanzar a agarrarse a uno de los pétalos que conformaban el capullo. Asirse a los ojos rojos le producía asco, pero no le quedaba otra. Los cuatro Chayots no se atreverían a atacar a su diosa así que allí se encontraba a salvo.

Al otro lado de los pétalos se encontraba Amarael. Ireth no iba a perdonarla que se hubiese aprovechado de Caín. Él había confiado en el ángel, preocupándose por ella hasta el punto de enviar al ejército a rescatarla cuando en realidad todo era una trampa de Metatrón y esa mocosa.

A Ireth se le ocurrió una idea.

—¡Ey, vosotros! ¡Cuatro caras!—les provocó.

Los cuatro Chayots no se movieron.

—¿No os da vergüenza no poder con una simple semidemonio como yo?

Los Chayots desplegaron las dieciséis alas y crearon un círculo en el aire, con el capullo como eje.

—¡Si no hacéis nada voy a matar a vuestra diosa y todo será culpa vuestra!

Los cuatro temibles ángeles volvieron a lanzar sus ataques combinados tal y como Ireth había

pretendido. Aguardó al momento justo para soltarse y dejarse caer. Los cuatro ataques impactarían de lleno en el cuerpo de Amarael. O eso había pensado ella.

Los ataques al llegar al capullo se desviaron, como si hubiese otra barrera en torno a Amara, y persiguieron a Ireth, alcanzándola y calcinándola. El cuerpo de la semidemonio cayó pesadamente contra el suelo, aún jadeando y respirando con dificultad.

Los cuatro Chayots no entendían cómo seguía viva. Ese ataque era capaz de desintegrar cualquier cosa, incluso almas, y allí seguía ella, esforzándose por ponerse en pie de nuevo. Esto se debía a una técnica especial de la que ni la propia Ireth estaba segura de que fuese a funcionar. Antes de imbuirse de lleno en el fragor de la batalla había recubierto su cuerpo con un escudo mágico que le permitiría resucitar una única vez.

Ireth se apoyó de rodillas contra las baldosas blancas, ahora rosadas por su sangre. No iba a rendirse pasara lo que pasara por lo que se despejó la mente y saltó, haciendo piruetas y zigzagueando hasta que consiguió colocar al enemigo tal y como quería. Se encaró a Beri´ah, retadora, y el Chayot la apuntó con un chorro de agua a presión. Esta vez sí que consiguió apartarse a tiempo y que el impacto le diese a Assiah, empapándolo. Ireth se deslizó por el suelo y logró cortar una de las ocho mejillas de Yetzirah. El Chayot contraatacó con su helado hálito, un aire tan frío que le produjo diversos cortes a la semidemonio, al mismo tiempo que las partículas de agua del ataque de Beri´ah se congelaban, quedando Assiah atrapado en un bloque de hielo.

Yetzirah volvió a arremeter, batiendo con fuerza sus alas y creando un remolino que tiró de Ireth hacia atrás. La semidemonio se aferró al suelo con las uñas y dientes. Si se dejaba arrastrar por ese viento sería el fin. Para empeorar la situación, el huracán estaba extendiendo el fuego de Atziluth. Aquella guerra contra los cuatro elementos la tenía perdida si seguía así y no veía la forma de salir victoriosa. Cuanto más se agarraba desesperadamente contra las baldosas sin fisuras, más agujas de hielo y fuego le atravesaban. Perforó el mármol con sus dedos mas todavía seguía indefensa.

Un intenso quemazón le estaba abrasando la frente. Se quitó el yelmo de su armadura de lord oscuro y sus cabellos anaranjados se liberaron, quedándose pegados a la sangre pegajosa que resbalaba por su cara. Se trataba de la Corona de Espinas que llevaba puesta y que por algún motivo desconocido había comenzado a brillar. Le suplicó mentalmente a la corona que la ayudase y apenas había terminado de formular su súplica, un agujero negro brotó atrapando en su seno a los cuatro Chayots y éstos desaparecieron de los siete planos. La oscuridad se los había tragado sin dejar rastro. Ireth se quedó perpleja asimilando su suerte.

—Devuélveme eso —le ordenó una voz que la dejó paralizada del terror. La voz de Metatrón.

Ireth dirigió su vista hacia el cuerpo del ángel de diez alas. Craso error porque se topó con dos pozos de luz que la quemaban con tan sólo mirarlos. El cuerpo del Dios ya no estaba petrificado, sino que había recuperado parte de su vitalidad gracias a la energía de Amara. Sus diez alas se tensaron y comenzaron a refulgir. Ireth podía sentir sus pupilas transmutadas en sangre borboteando de sus globos oculares.

—No… —le contradijo. No había llegado hasta allí para venderse tan fácilmente.

—Entonces destruiré tu cuerpo de la forma más dolorosa.

—No puedes matarme. Me necesitas para construir tu estúpido muro.

—No sabes nada.

Con ese mismo ataque usando el cien por cien de su energía había destruido los Siete Cielos siglos atrás.

Ahora sólo disponía de un veinte por ciento, energía suficiente para aniquilar a aquella escoria desobediente y defectuosa.

Ireth iba a ser aniquilada mas no la importaba, cualquier cosa con tal de dejar de sentir la abrasadora luz de Metatrón. La infinita luz se cernió sobre ella para quemarla, para hacer que cada célula de su cuerpo corrupto se derritiese y quedase reducido a nada. Nunca llegó a tocarla.

La gema principal de la Corona de Espinas refulgía pulsante tras haber absorbido todo el ataque. Ireth no entendía nada de lo que estaba pasando, no comprendía cómo era que seguía en pie. Corrió a restaurarse los ojos y tomó entre sus manos la corona. La amatista latía con vida propia, como si la estuviese llamando. Ireth la examinó más de cerca, pero la tuvo que apartar rápidamente de su cara. Una luz violeta tan intensa como la de Metatrón les envolvió, pero esta luz no quemaba sino que diferentes imágenes comenzaron a reproducirse, como una película.

Cuando todo volvió a la normalidad, el cuerpo consumido por la consunción de la semidemonio se dejó caer. En ese momento media docena de demonios que habían seguido a Ireth entraron. Ellos también habían podido presenciar aquella sucesión de imágenes.

—Subcomandante, despierte —dijo zarandándola un demonio que la había recogido a tiempo de que se estampase contra el suelo. Si por él fuese la habría rematado, pero todos conocían lo importante que era Ireth para su Señor Oscuro y no querían experimentar la ira de Caín.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ireth con un tenue hilo de voz mientras se llevaba una malo temblorosa a un corte de su carrillo.

Las amatistas habían estallado, quedándose algunos fragmentos incrustados en su carne y los pequeños cristales violetas titilaban como estrellas púrpura bajo sus pies.

—Esa era la voz de Lucifer —le explicó el demonio, que era lo suficientemente antiguo para conocer al anterior Satanás.

Metatrón había dejado de moverse. Había gastado toda la energía en el ataque fallido y ahora estaba extrayendo velozmente más energía de Amara para recuperarse lo antes posible. Ireth no podía permitir que esto pasara porque ningún milagro más iba a volver a salvarla.

Se incorporó tambaleándose y echó a andar hacia Amara que seguía flotando en el centro de la habitación, ajena a todo lo ocurrido.

***

La lisa superficie del lago se rizó por la brisa de sus pestañas al cortar el vacío. Los ojos de Amara lloraban lágrimas de topacios fundidos. Sus iris se deshelaban ante la intensidad del blanco que la rodeaba. En aquella dimensión no existía sonido alguno, tenía que crearlos ella y así la dulzura de su voz derretiría los inviernos y animaría a las flores a crecer. Sabía que tenía que sumergirse en aquel charco de nubes líquidas.

Pasó sus yemas por la intimidad de su piel y ésta resbaló hasta caer a sus pies. Allí por donde pasaban sus lechosos dedos devoraban como gusanitos hambrientos el akasha que le molestaba y cuando al fin se hubo despojado de todas las capas de carne y se creyó libre y segura, sumergió su pie con delicadeza en el lago. No sintió nada: ni frío ni calor. Tampoco estaba tibia. Introdujo la otra pierna y caminó hacia el fondo hundiéndose más y más. Desde la orilla parecía leche, pero una vez dentro comprendió que se estaba dando un baño de estrellas.

Los pequeños diamantes se escabullían entre sus dedos al jugar con ellos y los dejó caer sobre su cabeza, auto bautizándose. Tomó aire a pesar de que sus pulmones no funcionaban y se zambulló hasta que el polvo diamantino cubrió su aureola. Volvió a emerger con un traje de brillantina y sacudió su larga melena produciendo una flamante lluvia de estrellas.

Algo estropeó su lujoso baño: un creciente sedimento de pavor que reposaba en las profundidades de su corazón olvidado comenzó a crecer con fuerza, como un agujero negro que absorbía todo cuanto alcanzaba con sus tentáculos de gravedad.

Serpientes marinas brotaron del fondo, hincando los colmillos en sus tobillos y trepando por su curvilínea figura. Las cadenas de luz la abrazaron con fuerza, fusionándose con sus arterias y su corazón dormido comenzó a bombardear, sincronizándose con Metatrón.

Los diamantes se pegaban a ella como lapas, asfixiando cada poro, e infinitas agujas como vampiros en miniatura se clavaron. El alma le estaba siendo sorbida mediante fuertes tirones y en su ascenso vertiginoso el blanco se disolvió negro. Su alma se estaba convirtiendo en una clepsidra seca, la energía se le estaba extrayendo violentamente y fuertes sacudidas arremetían sin piedad contra su ser.

Perdió la noción del tiempo y el espacio; lo único de lo que era consciente era del dolor hasta que éste mitigó sin previo aviso. Acostumbrada a ser despellejada tan mordazmente echó en falta la adictiva sensación masoquista. Su alma volvió a descender a su sitio y sus ojos materiales se abrieron.

Se encontraba exhausta y ahora que el dolor más intenso había desaparecido se hizo consciente de los tentáculos luminosos que la atravesaban abusando de ella. Cada resquicio suyo quería temblar, sin embargo estaba demasiado cansada incluso para eso. Alguien había entrado allí.

El primero en quien pensó fue Serafiel, que regresaba para torturarla con algún método más cruel. En vez del inmaculado serafín, sus ojos le mostraron alguien imbuido en una armadura negra que había irrumpido en la sala.

—¿Caín…? —sollozó esperanzada, y su garganta protestó al ser usada de nuevo.

Pero de su misterioso salvador no pendían sedosos mechones negros, sino de un castaño anaranjado y las facciones de su rostro resultaban demasiado delicadas para un hombre.

Ireth sonrió torvamente. Aquella mueca hizo estremecer a Amara. Lamentaba la ausencia del diablo pero al menos iba a ser rescatada.

—Mirad a quién tenemos aquí —bramó la semidemonio limpiándose la sangre reseca que se arremolinaba en las comisuras de los labios. A Amara no se le escapó la leve nota irascible que se escondía tras aquellas palabras—. De verdad eres tan bonita como Caín decía. ¿Quién quiere probar este exquisito manjar?—preguntó alzando la voz.

Varios graznidos retumbaron al unísono. Amara reparó en los seis demonios que habían aparecido detrás de la desconocida mujer.

Ireth se acercó a ella y con una daga de filo azulado cortó las cadenas y tiró de ellas para extraérselas tan bruscamente que Amara se sintió como si le arrancaran las tripas. En el momento en que Amara se desconectó de Metatrón, el dios dejó de brillar. Ireth abrazó al malherido ángel y le secó el sudor de la frente.

—Tranquila, pequeña—le susurró al oído. Después la apartó con cuidado de ella y apoyó las manos sobre sus hombros para que levantara el mentón. Amara se topó con la sonrisa más bonita y cálida que jamás había visto y sintió envidia de aquella mujer. De alguna forma se le hacía familiar, sobretodo los hoyuelos que se formaban en las comisuras de los risueños labios. ¿Dónde la había visto?

—Ya te he sacado del Paraíso. Ahora descenderás al Infierno.

***

—¡Todo es mentira!—gritó—. ¡La Inquisición está compinchada con los demonios! A los ángeles que envían a Vilon los sacrifican por akasha. Serafiel y los arcángeles nos están engañando.

Hasta que no terminó de soltar todo Nathan no se sintió aliviado. Palpó unas lágrimas amargas que no había podido retener.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Raguel, perceptiblemente alterada.

—¡Hay que salvar a Amara! —siguió insistiendo, mirando esta vez a Raphael.

El arcángel le contemplaba como quien veía un fantasma.

—¡Estás vivo! —exclamaron Ancel y Yael al unísono.

—Os mintieron. Haziel, Caliel, Aniel, Rochel…Todos ellos han muerto por la antimateria.

Raguel volcó su mirada juzgadora hacia el Gran Médico.

—¿Es eso cierto?

—¿Qué ocurre con Amara? —le preguntó al muchacho ignorando a la Virtud Cardinal.

—Serafiel le va a hacer algo.

En realidad ni él mismo sabía muy bien lo que estaba ocurriendo.

Raphael desapareció de allí aunque cuando llegó a la sala del trono ya era demasiado tarde. No encontró ni rastro de Amara ni de los cuatro Chayots, tan sólo a un malherido Serafiel pidiéndole perdón a Metatrón.

“Aférrate a la luz, hermanito tonto y llorón.”

¿Habían merecido la pena tantos sacrificios? Gabriel supo en ese mismo instante que sí. Cada segundo que había vivido lo había aprovechado al máximo. Había amado, había odiado. También había reído muchas veces y llorado otras tantas. Había experimentado la euforia al clavar una espada en su enemigo y había gozado de hacer el amor cuando la pasión se adueñaba de su cuerpo. El paladar se le recreaba en el regusto de la ambrosía y tenía alumnos que heredarían todo cuanto él les había enseñado. Había dado amor y lo había recibido de vuelta multiplicado. Había vivido. Por todo eso y porque sabía que Raphael quería darse el gusto de verle sufriendo, Gabriel sonrió. Quería que Selene supiera lo feliz que era allí donde estuviera.

Un último chasquido más brusco que los demás y las alas de Gabriel se separaron definitivamente.

Nathan no podía dar cabida a lo que sus ojos veían.

—¡Soltadle! —chilló, y sus exigencias fueron acompañadas por ardientes llamas que salieron disparadas por toda la sala.

Los guardias se le interpusieron, sin conseguir que se detuviera.

—¡He dicho que le soltéis!

Las plumas de sus alas ahora refulgían azules y sus puntas se deshacían en llamas. De alguna forma había conseguido liberar su esencia. El cuerpo de Gabriel colgaba inconsciente de las cadenas que le sujetaban. Los guardias se apartaron ante la furia del elemental. Su trabajo consistía en imponer orden, no en luchar.

—No puedes intervenir en la Justicia Divina —le encaró la mismísima Raguel, mostrándole amenazadoramente su gran espada.

Nathan también se preparó para el combate, blandiendo la espada radiactiva. El choque con los dos aceros hizo retumbar la estancia, pero entonces la espada de Raguel se quebró en siete mil pedazos, y su dueña cayó junto a ella en un sueño repentino.

—Tu espada de la justicia ha dictaminado que soy inocente.

Nathan llegó hacia el que había sido su maestro y tiró de las cadenas, rompiéndolas con la fuerza bruta.

—Shekhinah. Acabar… Shekhinah… —balbuceaba Gabriel.

Nathan se quedó horrorizado al encontrarle delirando.

—Aguanta. Tienes que aguantar —le suplicaba.

Consiguió cargar con él a su espalda a pesar de que Gabriel era altísimo y mucho más fornido, por el contrario así no podía manejar la espada así que la guardó en la vaina. Se dio media vuelta para salir de allí encontrándose con que las Puertas de la Justicia las habían cerrado y los guardias bloqueaban toda salida posible.

—¡Nathan!

Yael y Ancel llegaron a su lado.

—¿Estás seguro de lo que haces?

El elemental asintió.

—Llévate esto.

Ancel le tendió unas plumas de un verde intenso. Nathan las aceptó.

—Eres una virtud —le dijo al darse cuenta del cambio de color de las alas de su amigo—. ¡Y tú un

Trono!-le dijo a Yael.

—Y tú un ángel azul—le respondió éste último.

El reencuentro se vio interrumpido cuando un bloque del techo se desprendió, abalanzándose sobre sus cabezas. Yael tiró de Ancel hacia atrás, y Nathan se retiró a tiempo en la dirección contraria. Los guardias le habían acorralado. Nathan se sentía a punto de desmayarse; todo giraba muy deprisa y había gastado mucha energía. Ya no podía ni escuchar a Gabriel soltando sinsentidos, o eso o el cuerpo de su profesor se le había detenido del todo y Nathan prefería pensar lo primero. No quería haber llegado a ese extremo, al final iba a tener que gastar el poder restante para fulminar a los guardias. Sus manos estaban manchadas con sangre de ángel, ¿a dónde había ido a parar? Si embargo aquello no fue necesario porque los cuerpos que le obstruían el paso estallaron en un haz de luz y cayeron pesadamente al suelo. Las tres Moiras le observaban tras ellos. A Nathan se le encogió el pecho. Esas tres mujeres tenían el poder de arrancar las almas.

—Sálvalo —le pidió la más joven.

—Las puertas están cerradas —se deshizo en la desesperación Nathan.

Ancel y Yael las empujaron sin conseguir moverlas ni un ápice.

Más guardias aparecieron de la nada, Nathan ya estaba comenzando a exasperarse. Esta vez fue Iraia la que los retuvo.

—¿Está vivo? —le preguntó mientras esquivaba una estocada.

—Creo que sí.

A pesar de su respuesta no estaba tan convencido de ello. Cuando todo parecía que no tenía solución y que estaban atrapados un portal negro como los de Caín apareció frente al exhausto elemental. Sabía que tenía que cruzarlo por lo que se dirigió por última vez a sus amigos.

—Tengo algo que hacer y no quiero involucraros. Nos vemos más tarde —se despidió, adentrándose en el portal mágico.

—¡Espera, te acompañamos! —le gritaron sus dos amigos mas sus palabras simplemente rebotaron en la sólida pared circular. Cuando llegaron a donde estaba el elemental, el portal ya había desaparecido.

—¡Dile a Gabriel que no nos puede abandonar! —le pidió Iraia haciéndose oír por encima de aquel desorden.

***

¡Plam! El ala de la mariposa se desquebraja. ¡Plam! Se la despoja de su delicado vestido. Garras de hielo y acero recorren su cuerpo, lo avasallan, directas hacia los rincones más sagrados. Lo mancillan, cometen sacrilegio mientras las burdas risas perforan sus oídos. ¿Qué fue de las tan prometidas caricias de terciopelo? ¿Dónde están los besos dulces y crepitantes?

Todo se torna dolor, miedo e irracionalidad.

¡Plam! Su cuerpo se rompe ante las agresivas embestidas. Oh pequeña mariposa, ya nunca volverás a volar.

Todo se torna oscuridad.

***

Nathan ya no tenía a donde ir. Sus pies se balanceaban sobre el borde del acantilado de Kuiper. Allí le había conducido el portal que cruzó aferrándose a la esperanza. Ahora dicha esperanza le decía que saltara al abismo.

No disponía de tiempo que perder. Sus perseguidores le seguían, que no le hubiesen alcanzado todavía se podía clasificar de milagro. En una situación así todos los caminos se fusionan en uno, sólo existen dos opciones: una misma dirección con dos sentidos posibles. Uno conducía hacia el fin y otro, hacia un futuro incierto. Para alguien tan determinado como Nathan todo era más sencillo aún: la situación se reducía a una única posibilidad.

El elemental miró una última vez hacia atrás, destrozado por dejar a Amara. Gabriel había perdido el conocimiento y quizás la vida mas no se rendiría. Saltó.

Hacia el Planeta Azul.

Hacia un nuevo destino.

***

La oscuridad se retira y el dolor pacta una tregua con ella. Amara no quiere abrir los ojos pues tiene miedo de lo que se puede encontrar. Una voz la obliga a hacerlo, una voz que le suena familiar.

Vislumbra su propio cuerpo cubierto de suciedad y sangre. No quiere seguir mirando, no quiere enfrentarse a la realidad, tan sólo dormir y soñar.

Caín irrumpió en la sala del trono exhausto y febril. Había vuelto a su forma humana tras deshacerse de Serafiel. De haber sabido a qué Dios rezarle lo habría hecho, todo fuese por que Amara estuviese bien, si había llegado tarde no se lo perdonaría en la vida. Jamás hubiese esperado encontrarse con lo que se encontró.

La ira le dominó. A partir de entonces dejó de ser consciente de lo que ocurrió. Sólo percibía vagamente un eco muy lejano y distorsionado suplicándole perdón. La voz era de Ireth, sin embargo la ignoró por completo. Todos aquellos que le habían hecho daño a su Amara pagarían por ello.

Tras acabar con cada uno de los demonios volvió con Amara, sosteniéndola entre sus brazos. Ella no cesaba de temblar y aunque él también quería hacerlo, se mantuvo firme para poder transmitirle seguridad. Sus blancas alas caían lacias sobre el suelo de mugre. El cuerpo que una vez había sido inmaculado para que él lo tomase ahora mostraba marcas que él no había producido.

¿Qué le habían hecho a su pequeña mariposa?

Caín se incorporó, sin soltar a Amara, y se dirigió hacia el cuerpo de Metatrón que yacía inmóvil como una máquina que había sido desconectada de su fuente de energía.

—¿ERA ESTO LO QUE QUERÍAS? ¿PARA ESO ME HAS HECHO VENIR HASTA AQUÍ? —le gritó, sacando todos los sentimientos que había acumulado hasta entonces—. ¿POR QUÉ NO DICES NADA? ¿TE HA COMIDO LA LENGUA LA SERPIENTE? ¿O ES QUE ACASO ESTÁS TAN IMPRESIONADO QUE NO SABES QUÉ DECIR?

Ante la nula reacción de Metatrón, Caín invocó a su sable y lo empuñó decidido a ponerle fin a todo.

Llegó junto al increíble cuerpo de Metatrón, sosteniendo a Amara en su regazo con un brazo, y con el otro enarbolando su espada.

—¡Caín, detente, por favor!—se interpuso Ireth, suplicante—. No lo hagas.

—Al final tendré que matarte.

—¿Te crees que soy estúpida? La Corona se ha roto, he visto uno de los fragmentos.

Caín desvió la mirada, clavándose el relieve de su empuñadura. Se suponía que a Metatrón no le había dado tiempo a guardar en la Corona un fragmento.

—Sé lo que va a pasar si lo haces. Eres un idiota. No has venido a salvar a ese ángel, ¿verdad? ¡Has venido a poner fin a tu vida! No merece la pena que lo hagas, al menos por ahora. Caín…

Caín se apartó de allí y se derrumbó sobre sus rodillas, tirando su arma lejos de él. Se aferró a Amara, hundiendo su rostro abatido en el pecho de la joven y dejó que las lágrimas aflorasen, llorando y tiritando.

Ireth le contempló en silencio, sin saber qué decir para consolarle, sin poder darle luz.

***

La rana moteada se le escurrió de las manos y volvió al agua sin cesar de croar. Aquel día el sol golpeaba con fuerza y su hermano tenía que estudiar por lo que Suyai se sentía terriblemente aburrido. Es por eso que se había acercado al lago. Tenía prohibido salir solo por si había demonios cerca. ¿Cuándo aprenderían que él ya podía cuidarse por sí mismo?

Se dejó caer sobre la hierba del oasis y comenzó a imaginarse cómo sería volar entre las nubes junto a su ángel. Hacía mucho que no sabía nada de ella y se estaba comenzando a preocupar.

Las nubes le parecían muy bonitas, casi tanto como ella. Si algún decidía hacerle un monumento, lo haría de nubes y tallaría su hermoso rostro en el cielo azul para que todos pudiesen ver lo bella que era.

Su madre de pequeño le contaba cuentos. Recordaba uno en especial que hablaba sobre un fénix: un ave mágica cuya cola iba trazando el arco-iris. Se lo imaginó surcando el cielo. Tenía que ser muy hermoso, pero no podía superar a su ángel.

Entonces algo le llamó la atención. Un pequeño punto en el horizonte que brillaba con luz propia. A Suyai le sorprendió la presencia de aquella estrella, no la había visto nunca y las conocía muy bien de tanto mirar por el telescopio de su padre. La estrella cada vez se hacía más grande y parecía más cercana.

Suyai comprendió que no estaba creciendo, sino que la estrella caía. En lugar de desintegrarse al traspasar la atmósfera, se cubrió de llamas. No era una estrella, sino un meteorito.

El objeto celeste cayó en el lago, vaciándolo. Las olas gigantes se cernieron sobre Suyai sin llegar a echarse sobre él. El agua le salpicaba, pero se encontraba bien.

La curiosidad le venció y se acercó a la orilla a examinar lo acontecido. Del impacto la charca rebosante de vida había quedado reducida a un cráter. Y en el medio había dos personas.

Suyai se sorprendió muchísimo. ¿Acaso venían del Cielo?

—Ayuda… —consiguió decirle Nathan que aún seguía consciente.

Suyai se quedó paralizado. ¿Qué podía hacer él para ayudarles?

—Tienes que salvarle —seguía insistiendo Nathan todavía aferrado al cuerpo de Gabriel. Después las fuerzas le abandonaron.

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Bueno... ¿qué tal? Debeía decir muchas cosas, siempre que llego al útimo capi me pongo muy sentimental porque me lleva mucho tiempo y esfuerzo, pero ahora mismo me muero de sueño, tendría que estar aprovechandoo y dormir un ratito jajaja además, aún queda el epílogo que es cortito pero es el broche final, lo pondré el martes. También faltan los especiales de Halloween y San valentín que aunque no cuentan para la historia ya que son como extras graciosos, algo es algo. Y también faltan los relatos de Fragmentos de Eternidad que son relatos cortitos de los personajes.

En finnn ha sido un placer compartir esta historia y no me arrepiento de haberlo hecho. Muchas gracias por todo el apoyo^^ 

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