Capítulo 29. Grey.

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Sostengo la taza de café en mi mano para tomar otro trago, el líquido marrón caliente deslizándose en mi apretada garganta.

Mierda.

Echo otro vistazo al periódico de esta mañana con otra foto mía en la primera plana, con Ana vestida con ese uniforme gris mientras la beso.

Si, los putos chismes continúan.

Pero no es eso lo que me tiene tenso, sino la enorme roca que brilla desde su caja de Cartier, burlándose de mí y mis absurdos planes.

—Carajo.

Andrea golpea la puerta de la oficina antes de entrar con los documentos que solicité y su vista cae inmediatamente en la sortija.

—Oh, —balbucea—. Aquí tiene, señor Grey. Es el listado actualizado de su fortuna y un contrato prenupcial para su revisión.

Sus ojos azules siguen puestos en la joya cuando me entrega el folder, como si sus manos picaran por probárselo.

—Es un hermoso anillo, señor Grey —se las arregla para decir—. Andrew es muy afortunado.

Ni siquiera voy a corregirla, no tiene caso. Todos en la jodida empresa y en Seattle piensan que soy gay.

—Tengo que salir, dile a Taylor que me encuentre abajo.

Cierro la caja y la lanzo dentro del bolsillo de mi saco, sabiendo que hay un asunto qué manejar primero. Habiendo investigado los antecedentes familiares de Anastasia, me dirijo a la empresa familiar.

Raymond Steele dirige una lucrativa empresa de decoración y diseño al sur de la ciudad, un taller de carpintería que se volvió extremadamente popular entre las mujeres adineradas de Seattle.

Taylor estaciona al frente, el lujoso Audi anunciando nuestra presencia antes de que entremos en la recepción.

—Buenas tardes, señor. ¿Puedo ayudarlo? —una mujer joven nos saluda.

—Necesito hablar con el señor Steele, dígale que Christian Grey está aquí.

La mujer arquea ambas cejas, tan sorprendida que permanece inmóvil por un momento, Taylor y yo de pie frente a su escritorio.

—Un momento, señor Grey. —ella levanta el teléfono y susurra algo al otro lado de la línea. Asiente rápidamente y cuelga. —El señor Steele se reunirá con ustedes en su oficina.

Ella señala el pasillo antes de guiarnos a una oficina en el fondo, el sonido de las herramientas disminuido en esta parte del taller. La mujer abre la puerta y nos hace una seña.

—Espera aquí —ordeno a Jason, sin querer que escuche la conversación—. Tomará un par de minutos.

O eso espero, pero el ceño fruncido de Raymond no parece buen augurio. Estrecho su mano antes de sentarme en la silla frente a él.

—Señor Grey, ¿A qué debo el honor?

Siempre directo. Me agrada. Decido hacer lo mismo.

—Es sobre Ana.

—¡Por supuesto que es sobre mi Annie! —ríe sin humor—. Ahora quiero saber qué es tan urgente que se presenta en mi oficina.

Tomo la caja de mi saco y la coloco sobre su escritorio, su ceño frunciéndose más si eso es posible.

—Usted mencionó un una conversación anterior que esperaba que yo pidiera la mano de su hija.

Hace un gesto de incomodidad con la boca.

—Tambien dije que mi hija era muy joven para casarse, señor Grey. ¿Cuál es la prisa? —se endereza en la silla para mirarme—. ¿Annie está embarazada?

Bueno no, esa es la razón.

—No, ella no lo está. Ya dije que me gusta y creo que es la mujer correcta para mí.

Su semblante no cambia.

—Aún creo que es muy joven para casarse. —insiste.

—¿Demasiado joven para casarse conmigo pero no con Paul Clayton? —gruño en respuesta—. Ella estará mejor conmigo que con ese imbécil y usted lo sabe.

Eso definitivamente obtiene una reacción de su parte, un suspiro resignado cuando se queda sin argumentos.

—¿Annie lo sabe?

—¿Que quiero casarme con ella? Fue su idea. —O algo así.

La expresión de Steele es de incredulidad.

—Supongo que no puedo negarme, señor Grey. Conozco a mi hija, si ha decidido algo no habrá poder que la detenga.

Su vista viaja a la caja con la sortija, me hace una seña preguntando si puede tomarla y asiente.

—Carajo —silba mirando la roca—. Con este anillo incluso mi esposa querrá casarse con usted.

—Solo me interesa su hija, señor Steele.

Él ríe, cerrando la tapa y empujando la caja hacia mi.

—Un consejo, Christian —una gran sonrisa se estira en sus labios—. No dejes que mi esposa ayude a planear la boda o podrías terminar en banca rota.

Supongo que esa es su bendición a mi petición, así que evito señalar que soy extremadamente rico y no hay forma en que su esposa o su hija acaben con mi fortuna.

Estrecho su mano en agradecimiento y salgo de la oficina para reunirme con Taylor, listo para planear lo que sigue. Algo espectacular que impresione a Ana.

Aún no tengo idea de cómo hacerlo.

O tal vez si.

—Andrea —la llamo cuando subo al auto—. Consigue una florería que pueda diseñar una decoración en el jardín de mi casa, para hacer mi propuesta —agrego para que sepa exactamente qué busco.

Mi secretaria suelta un pequeño jadeo que ignoro para seguir dando indicaciones.

—Llama a la concesionaria de Audi y diles que voy para allá.

—Si, señor Grey.

Termino la llamada con Andrea, sabiendo que Taylor me mira por el espejo retrovisor, también esperando instrucciones.

—Vamos, tengo un auto qué comprar.

—¿Señor? —sus cejas se juntan en la frente.

—Alguien está obteniendo un Audi rojo como regalo de compromiso.

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