Capítulo 33.

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—Jamás esperé esto de ti, niña malagradecida. ¡Me siento humillada! ¡Por mi única hija! —mamá sigue dando vueltas en la habitación, detrás de mi—. Esta es la boda del año, ¿Y qué haces? Dejas que tu papá invite a sus empleados del taller. ¡El gobernador debería estar aquí! No todos esos apestosos.

Se toca la cara con dos dedos para no arruinar su maquillaje, pero las arrugas en su frente delatan su molestia. Aparto la vista de su reflejo y vuelvo la atención a mi hermoso vestido ajustado de encaje.

— Explícame, ¿por qué no invitaste a los Johnson? ¿Y a los Collins? ¿A los Kavanagh? Y sobre todo, ¿Por qué no invitaste a los Clayton?

—¡Mamá! ¡Es mi boda! ¿Por qué tendría que invitar a mi ex prometido?

—Eres tan tonta, Anastacia, ¡Para restregarles en la cara tu nuevo matrimonio! ¡Que todo Seattle se entere que encontraste algo mejor!

—No es una competencia, es mi vida. Y dudo mucho que Christian estuviera de acuerdo en tenerlo aquí.

—Ay, Anastacia —resopla de frustración—. Eres una completa inútil, y creí que había hecho un mejor trabajo contigo.

¿Ah?

Me giro para mirarla, sorprendida de escucharla decir eso porque ella no me había hablado así en años. La última vez que lo hizo fue cuando conocí a Paul y quería que me entrometiera en su interés por Lilly.

—No soy una inútil, madre. He hecho todo lo que me has pedido.

—Bueno, pudiste haber hecho más —gruñe mirando mi vestido de novia, el mismo que vi en esa tienda.

—¿Qué más puedo hacer para que entiendas que no soy inútil? ¡¿Qué?! —mis ojos se humedecen —. Querías que me casara con un hombre rico y Christian lo es; querías que tuviera una gran boda y ésta lo es; querías te viviera en una mansión con sirvientes y aquí estamos. ¿Qué hace falta?

Ella niega con la cabeza en otro de sus gestos de desaprobación.

—¡Lo has logrado porque te empujé a qué lo hicieras! ¡Lo que tienes es por mi! —se señala—. No tienes la ambición de nada más que vestidos bonitos y manicura, niña estúpida, no ves más allá ni tienes visión.

—¿Qué?

—¿Ya sabes cómo complacerlo? ¿Lo que le gusta? ¿Eres obediente? ¿Puedes estar pendiente de sus necesidades?

¿Se refiere al sexo?

—Puedo preguntarle.

—Por Dios, niña, ni siquiera tienes iniciativa. Lo mejor que puedes hacer en tu caso es embarazarte lo más pronto posible.

¿Como ella hizo con papá?

—Soy muy joven para ser madre, no quiero tener esa responsabilidad todavía.

—¿Ves a lo que me refiero? Por Dios, Ana, si el señor Grey te deja teniendo un hijo de él, estará obligado a pagar una pensión millonaria.

—No es eso lo que quiero.

—Basta, me cansé de ti. —vuelve a tocar su rostro con dos dedos—. Estaré tranquila hasta que esto haya terminado.

Los gritos de mi madre debieron atraer la atención, porque la puerta es golpeada un poco antes de que Gail se asome. Carla frunce la boca y yo no puedo ocultar mis lágrimas.

—¿Señora Steele? Hay algunos invitados preguntando por usted, el señor Grey cree que podría bajar a saludarlos.

—Por supuesto. —se acomoda el cabello en el espejo, luego me echa un vistazo—. Estás arruinando el maquillaje.

Gruñe y sale de la habitación.

—¿Ana? —Gail pregunta suavemente y más lágrimas escurren por mis mejillas.

—¡Jamás seré suficiente para ella! No importa cuánto trate, ella jamás me querrá.

—Ana... —tira de mi mano para abrazarte fuerte, acariciando mi espalda—. Siento tanto que no tengas la madre que mereces.

Eso me hace llorar más.

—Es el día más feliz de mi vida y ella encuentra la forma de quejarse, siempre es mi culpa.

Gail se aparta de pronto, buscando en el bolsillo de su saco de uniforme el móvil. La veo marcar y poner el teléfono en su oreja.

—¿Jason? ¿Le dices por favor al Señor Grey que Ana lo necesita?

¿Yo?

Mi amiga vuelve a guardar su teléfono. Ahora tengo un poco de curiosidad.

—¿Los invitados de verdad están preguntando por mi mamá?

—No, pero que sea útil en algo. Si tanto quiere quedar bien, que los atienda ella misma. —sus ojos se ponen en blanco.

—¿Escuchaste todo?

—Si y no voy a disculparme. Te recuerdo que ya no eres la jovencita a la que ella puede manipular. ¿Algo no te gusta? Cámbialo.

Ahora soy yo quien la abraza para agradecer sus palabras, y es así como Christian nos encuentra.

—¿Anastacia? ¿Qué ocurre?

Gail se aparta de mi.

—Su suegra, señor. —es todo lo que dice y sale de la habitación, dejándonos solos.

Christian nota mis ojos llorosos y se acerca, apoyando sus manos en mi cintura para acercarme.

—¿Qué hizo ella ahora?

—Culparme, quejarse porque no es como ella quería y recordarme lo inútil que soy.

Sus cejas se arrugan.

—Sé que es tu madre, pero este es tú día y ésta es nuestra casa. Se hace lo que tú desees, Ana. No me interesa lo que opine tu mamá.

Eso me hace sonreír un poco.

—Ella es un dolor en el culo cuando no obtiene lo que quiere.

—Mala suerte, ella no es mi problema —su mano sube para limpiar mi mejilla—. ¿Quieres salir de aquí?

¿Salir?

—No entiendo.

—Digo que deberíamos irnos ahora.

—¿Escapar de nuestra boda? —mis ojos se abren mucho por la sorpresa—. No podemos hacer eso, Christian.

—Si podemos. Es nuestra boda, podemos hacer lo que queramos.

—¿Y los invitados?

—Pueden disfrutar del banquete y la música.

Me cuesta creerlo.

—¿Y a dónde iríamos?

—A la Luna de Miel, nuestra primera parada es Francia. ¿Te gustaría una boda en París?

¿Qué?

—¿Estás hablando en serio?

—Si.

—Eso es tan... Genial. —siento que el peso se levanta de mis hombros—. ¡Hagámoslo!

Christian besa mis labios, toma mi mano y me guía con él a la puerta. Cuando la abre, Gail y Jason están ahí.

—Taylor, lleva la suv a la entrada y dile a Estefan que saldremos antes de lo previsto. Señora Jones, ¿Podría llamar al señor Steele?

Ambos asienten y se alejan por el pasillo. Christian aún sostiene mi mano cuando bajamos lentamente las escaleras y encontramos a papá en el vestíbulo.

—¿Señor Grey? ¿Annie? —mira de uno al otro—. ¿Listos para comenzar?

—De hecho, señor Steele, nos vamos.

Papá suelta una gran carcajada, pero se detiene de pronto cuando nota que no reímos con él.

—¿Hablan en serio? —Christian asiente—. No puedo perderme la cara de Carla.

Suelta otra carcajada, y con eso asumimos que está de acuerdo.

—Por favor, espere 10 minutos y luego agradezca a todos por asistir. El banquete se servirá para todos y la fiesta puede continuar sin nosotros, tenemos todo listo para salir ahora.

—Pues buena suerte, Christian, y cuida mucho a mi pastelito —se acerca para abrazarme y besar mi cabeza—. Sé feliz, mi niña.

—Te amo, papá.

~ • ~

Hola!

No quiero dejar este tema sin una pequeña reflexión.

Las Carlas como ésta, existen.

Van por la vida haciendo sentir mal a sus hijos y culpándolos de todas sus desgracias. Son padres (porque no es exclusivo de las mujeres) y madres que no saben criar con amor, hacen a sus hijos inseguros y les crean una necesidad por complacer.

Conozco por lo menos tres casos así y lo más difícil es que los hijos se den cuenta que la persona que debía protegerlos, es aquella que más daño les hace.

Gracias por leer 😘

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