Capítulo 45.

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Dos meses después.

Mi móvil vuelve a vibrar sobre mi escritorio con una llamada de Christian que dejo ir al buzón de voz. Sabía que esto pasaría cuando dejé de responder sus mensajes porque mi esposo es... Insistente.

Aparto a un lado el lápiz que utilizo en mi diseño para escuchar los pasos nerviosos de mi nueva asistente Hanna ir y venir, sabiendo lo que sigue: el teléfono de la recepción timbra.

—Buen día, Diseños Grey, ¿En qué puedo ayudarle? —el silencio antes de la tormenta—. Si, un momento por favor. ¿Señora Grey? Tiene llamada de su esposo.

Dios.

—¿Le dices por favor al señor Grey que lo llamaré cuando me desocupe?

Escucho a Hanna repetir las palabras, pero no cuelga, seguramente porque mi amado esposo tiene otro mensaje.

—¿Señora Grey? Su esposo dice que conteste el teléfono ahora. —dice con voz apenada.

Pobre, su primer día lidiando con Christian Grey.

—Si, claro.

Retomo el diseño de la última oficina que me encargaron, un proyecto para una torre de edificios corporativos próxima a abrir sus puertas. Mi primer contrato grande que no pertenece a alguna oficina de Grey Enterprise Holdings.

Básicamente trabajo bajo presión porque tengo el tiempo encima, situación que Christian parece no entender.

Hanna asoma la cabeza en la puerta de mi oficina.

—¿Señora Grey? El señor Grey sigue en la línea.

—Ah, si. Un momento más, por favor. —hago una rápida seña con mi mano.

Mi asistente vuelve a su escritorio, luego la escucho suspirar y colgar el teléfono.

—El señor Grey colgó. —dice.

—Bien. Por favor ve a la cafetería de enfrente y trae dos cafés, uno descafeinado con leche para mí y uno americano para mi esposo.

Él estará aquí en cualquier minuto.

Y debo darme prisa con los últimos cambios en el diseño que la administradora solicitó. Una oficina específicamente en tonos oscuros, púrpuras, vino y grises.

—Esto parece un vientre —me quejo mirando las paredes altas en color rojo oscuro—. Si cambio el punto focal a ésta pared, puedo dejar el tono gris más claro para las...

Un auto rechina sus llantas justo afuera de mi pequeño local de una planta, haciendo que Hanna jadeé del susto.

—Hanna, ¿Estás bien? —pregunto porque me preocupa que derrame el café caliente sobre si misma.

—¡Señora Grey! —chilla—. ¡Su esposo está aquí! ¡Señora Grey!

Los gritos de Hanna se detienen y los pasos furiosos de mi querido esposo se acercan. Nadie más que él haría una entrada así.

Mi puerta está abierta, así que se detiene en el marco para mirarme.

—¿Perdiste el móvil? —no saluda el grosero.

—No.

—¿Se descompuso el maldito timbre?

—No.

—¿Estás incapacitada físicamente para levantar el teléfono de tu escritorio?

—No que yo sepa. —le sonrío como la listilla que soy.

Su cabeza gira a la izquierda y frunce las cejas antes de tomar el vaso de manos de mi secretaria.

—Su café, señor Grey.

—Gracias... —su gesto cambia ligeramente—. ¿Sofía?

—Hanna, señor Grey —escucho su vocecita.

Decido intervenir.

—Sofia estaba antes que ella, ¿Qué puedo hacer por ti, Christian?

Apenas da dos pasos dentro de mi oficina, la eficiente Hanna cierra la puerta para darnos privacidad.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué estás bebiendo café?

—Es descafeinado —señalo mi diseño—. Y estoy trabajando porque, ahora que soy la dueña, tengo qué estar aquí todo el tiempo.

Se siente en la silla frente al escritorio para beber su café, el mío se queda en el extremo más alejado. Genial.

—Puedes trabajar desde la casa, creí que para eso habías contratado a la asistente.

Amo que se preocupe, pero a veces es demasiado.

—Estoy bien, Christian. La doctora Greene dijo que soy una mujer joven y saludable, puedo traer bebés al mundo y trabajar como todos los demás. —sonrío para enfatizar mis palabras.

Lo escucho suspirar y finalmente su ceño se relaja, su mirada se vuelve amorosa como cada vez que menciono al bebé.

—Solo quiero que lo tomes con calma, ¿Está bien? Deberías tener reposo hasta asegurarnos que pasó el periodo de riesgo.

Creo que no hay forma de hacerlo cambiar de opinión.

—Bien, lo haré. Terminaré este proyecto y no tomaré nada más que tenga fecha límite hasta después de que nazca el bebé.

—Hecho.

Toma otro sorbo de su café, luego toma el mío para beberlo. Hace una mueca de disgusto y lo pone a mi alcance.

—Eso sabe a agua con azúcar —se queja—. Le diré a Taylor que te traiga un jugo natural.

—Estoy bien —no quiero preocuparlo más, así que cambio de tema—. ¿Estás seguro con lo de la cena?

—Si. —Rayos—. ¿Ya los llamaste?

—No. —mi boca forma un puchero—. Hablé con papá la semana pasada pero no le he dicho, y mamá aún está molesta.

—Tienes qué hablar con ellos.

Lo sé, pero no estoy lista. ¿Y si no soy capaz de defenderme? ¿Y si mamá sigue sin hablarme? ¿Y si me dice algo que me haga sentir mal?

Christian estará ahí para defenderme porque ha sido un esposo maravilloso, pero no siempre estará presente. Y deseo ser mejor madre de lo que Carla y Ray fueron conmigo.

—Los llamaré ahora.

Mis dedos tiemblan cuando marco el número de papá, su móvil timbra un par de veces antes de que tome la llamada.

—¡Pastelito! ¡Mi niña! —el sonido de las herramientas del taller cada vez más distante—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

—Si, si papá. Todo está bien —miro a Christian y él asiente—. Nos preguntábamos si a ti y a mamá les gustaría venir a cenar mañana.

—Annie... —dice y es lo único que necesito para saber que nada ha cambiado con mamá—. Haré lo posible, ¿Está bien?

Supongo que es mejor que nada.

—Bien papá, gracias.

Cuelgo el teléfono y me quedo en silencio, pensando.

—Hey —mi esposo atrae mi atención—. Lo estás haciendo bien, ya no eres la misma chica de hace unos meses. Ellos lo verán.

—Si.

Pero todavía duele. ¿Alguna vez deja de doler?

—Seremos mejores que ellos, nena. Lo prometo.

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