Final.

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Un mes después.

—¿Es lo último?

Christian pasa la puerta de la habitación con la lámpara en forma de nubes y la pone en la mesita de noche junto a la cuna.

—Si, es todo. Está lista.

Retrocedo para mirar mejor la habitación del bebé que hemos estado preparando con tanta anticipación, pintando todo de un tono celeste cálido y tonos neutros. No importa si es niño o niña, esta habitación será confortable.

La doctora Greene dice que aún no se puede distinguir con claridad el sexo de nuestro bebé, pero decidí encargarme de todo esto ahora para no pensar en la distancia que he tomado de mi familia.

No es así como quería que fueran las cosas. Tontamente creí que mis padres estarían orgullosos si hacía todo lo que ellos pidieron, incluyendo el matrimonio y un trabajo propio.

Nada de eso funcionó.

—¿Nena? —Christian presiona sus manos sobre mis hombros—. ¿Estás bien?

—Si —fuerzo una sonrisa para no preocuparlo—. Creo que tenemos todo lo que podríamos necesitar.

—Y si no lo tenemos, siempre podemos mandar a Taylor.

Uy, eso me agrada.

Christian hace que gire en sus brazos, acercándome con un brazo y con el otro tomando mi mano, balanceándonos en silencio.

—Señor Grey, ¿Qué hace? —lo miro con los ojos entrecerrados.

—Bailo, señora Grey. Creí que reconocería el movimiento. —sonríe.

—Sé que estamos bailando, pero ¿Por qué?

Sus ojos grises brillan y un vago recuerdo de cuando él me atemorizaba me hace reír. No ha pasado tanto tiempo pero el hombre frente a mi ha cambiado mucho, incluso yo lo he hecho .

—Porque puedo —dice, sacándome de mis pensamientos—. Y porque quiero bailar con mi esposa.

Dios —pongo los ojos en blanco en un gesto exagerado—. Es usted un adulador, señor Grey. Estoy segura que pocas personas conocen este lado tuyo.

—Solo tú, nena.

Me recargo más cerca en su pecho, sintiéndome tranquila en sus brazos. No quiero pensar en mis padres o en sus problemas maritales, lo único que me quedó claro de todo ese asunto es que debo cuidar mi matrimonio.

—¿Christian?

—¿Si?

Apoyo la barbilla en su pecho para mirarlo.

—¿Podemos salir a pasear? Me gustaría conducir mi auto por la bahía.

—Ana... —gruñe—. No puedes conducir en tu estado.

¿Mi estado?

—No voy a conducir con el vientre, Christian. Puedo hacerlo, sé respetar los límites de velocidad y tengo un hermoso auto que me regalaste, ¿Recuerdas?

—¿Cómo olvidarlo? —suspira—. Hiciste que Taylor lo lavara todos los días durante un mes.

Sonrío porque es cierto. Y no ha sufrido lo suficiente.

—Ya que lo mencionas, ¿Puedo cambiar su uniforme?

—No.

—¿Puedo hacer que pode el pasto con tijeras?

—No —se ríe.

—¿Puedo mandarlo a que compre el papel tapiz de flores y unicornios para mis diseños infantiles?

Él sigue negando con la cabeza mientras seguimos bailando sin música.

—Me quitas toda la diversión, Christian. —me quejo—. Ya estoy aburrida y ni siquiera quiero pensar en lo que haré con mi permiso de maternidad.

Lo escucho susurrar bajito alguna clase de plegaria que incluye las palabras paciencia y obstinada.

Por supuesto, ahora que no tengo qué aparentar para mis padres, la vida es mucho más tranquila. Los bailes de caridad, las galas y todas las fiestas de la alta sociedad de Seattle quedaron relegadas en nuestras agendas.

De repente siento la tensión en su cuerpo, incluso su voz es más baja.

—Nena, hay algo que he querido decirte y no sabía cómo hacerlo, pero necesitas saberlo. —su cara es toda seriedad y siento la incomodidad tensar sus brazos.

—¿Qué es? —pregunto y él presiona sus labios en una fina línea.

—Tu padre está engañando a tu madre.

¿Qué?

—¿Pero cómo...? —balbuceo—. Dijiste que...

—Ese día le advertí que no se metiera en nuestro matrimonio, pero antes de eso recibió una llamada de una mujer.

Me aparto de mi esposo para caminar un poco, la desesperación moviéndose en mi pecho cuando la noticia me golpea.

No puedo creerlo. ¿Ray? ¿Mi papá? ¿El amoroso hombre que me trata como una princesa? Giro para enfrentar a mi esposo.

—¿Y me lo dices ahora? —de pronto me siento muy enojada.

—Si, y lo hago justamente porque no quiero cometer los errores que ellos cometieron —estira el brazo para alcanzarme y hacer que lo mire—. Y también para que comprendas algo importante.

Soy una mezcla de emociones: tristeza, decepción, enojo, todo al mismo tiempo. Pero mi esposo no tiene la culpa, así que me acerco haciendo un puchero.

—Hey, mírame. —ordena, apretando los labios con fuerza—. Este es un problema de ellos. Además, los padres no son perfectos y me atrevo a decir que muchas veces no saben lo que hacen. Aún cuando dicen que si lo hacen.

Acaricia mi cabello con suavidad, reconfortándome cuando me siento tan confundida, y molesta. Me meto en sus brazos de nuevo porque ahí me siento segura. Él me protege de todo lo malo.

Y tiene razón, tampoco quiero cometer los mismos errores. Quiero ser una buena esposa y una buena madre.

—Te amo, Christian. —paso los brazos por su cintura para acercarlo—. Me alegro tanto haber sido arrastrada a todos esos bailes por mi madre.

Sus cejas se arquean, la diversión cambiando sus gestos.

—¿Incluso a aquel dónde el dinero para tu auto fue donado?

—Agh, ¡No me lo recuerdes! —chillo sin apartarme—. Incluso en ese porque me besaste.

—Es cierto. —inclina la cabeza tocando mis labios con los suyos—. Lo que me recuerda que debo mandar un gran regalo de agradecimiento a Paul Clayton.

—¿Ah, si? ¿Por qué motivo? —sonrío siguiendo su juego.

—Por imbécil.

Es difícil contener la risa cuando puedo imaginar la cara de Paul y la de la hija de los Johnson cuando reciban el obsequio por salir de nuestras vidas.

—Te amo, Ana. —dice y me besa de nuevo.

—¿Tanto como para dejarme conducir?

Le sonrío y él pone sus ojos en blanco.

—No.

—¡Christian! —chillo para hacerlo reír—. ¿Louis Vuitton hace ropa para bebés?

—Lo dudo.

—¿Y Channel?

Dios...

Lo escucho resoplar, pero sé que le diviértete. Él y nuestro bebé es todo lo que necesito para ser feliz, y tengo qué recordarme que debo dejar de preocuparme por complacer a los demás.

Mientras Christian me ame como soy, lograré ser una mejor versión de mí. O al menos una que pueda pagar sus propias tarjetas de crédito.

—Sigues volviéndome loco...

¡Christian!

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