0.VIII

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

No podía haber dormido tantísimo. Esas cosas eran puro disparate. Pero ¡madre, mandrágora y muerte! el pueblo dejó de existir. De eso me acuerdo. De llegar a donde estaba y encontrarme con la broma más mezquina que puede un hombre de bien imaginar. Pero... ¿Un bosque? Grande y tupido. El aspecto que tiene. Estos árboles tienen mínimo una centuria cada uno. Ese gordo y torcido de ahí a saber ya cuántos. No podía ser que hubieran ocupado el lugar del pueblo en tan poco tiempo. Pero, por otra parte, tampoco podía el pueblo haber desaparecido como lo hizo. Lo han consumido todo. Las montañas parecen haber frenado su expansión. No quiero imaginar que habría pasado de no ser por las montañas. Cuanto menos extraños estos árboles. Pasé días caminando errabundo. Comía las raíces tiernas que asomaban y cazaba algún que otro pez en el rio cuando veía que me flaqueaban las fuerzas. Estaba perdiendo un peso considerable. Mi Carmela se habría alegrado de verme tan sano y activo. Mucho me temía, sin embargo, que aquí no existía alma más que la mía. A pesar de haber pasado toda una vida en este valle, estos árboles habían cambiado de alguna forma su estructura. Era como un laberinto. Me encontraba constantemente perdido, dando vueltas en círculos y terminando en lugares que jamás había visto. Sabía que eso debía de ser mi mente siendo incapaz de asimilar la enrevesada uniformidad de mi entorno. De todas formas, me sobresaltaba y dedicaba un rato a preguntarme si realmente el bosque andaba moviéndose conmigo. Siempre he tratado de ser un hombre empírico y dentro de estos marcos epistemológicos es posible que el bosque, ya que se había comportado de una forma anómala, brotando y expandiéndose en una noche, siguiera en consonancia con su conducta anterior. Todo esto me sobrepasaba, a decir verdad y no podía dejar de pensar en Carmela y en mi pequeña barnacla. Cada noche le rezo a las tres matriarcas para que estén bien y bajo su cuidado.

Un atardecer andaba en mi, ya habitual, atolondrado y errante caminar cuando, en medio de un claro divise una figura cuanto menos extraña. Era humana – más o menos – eso estaba claro. Estaba sentada sobre el suelo, farfullando incoherencias para sí. Me escondí tras un triunvirato de hayas para observarla mejor. Su rostro era flácido y orondo, tembloroso como una bolsa de manteca. El resto de su cuerpo estaba igual de hinchado, como si se tratase de un cadáver rescatado de un rio. Sus ojos eran dos pepitas negras hundidas en su pulposa jeta y su cuello era tan grueso que se unía con su cabeza sin dar nacimiento a un mentón. Me recordó a esos gusanos gordos que encontré de niño saliendo y entrando del cadáver de aquella vaca extraviada. Debí de hacer algún ruido en mi escondrijo pues su vista se giró hacia mí. Se incorporó torpemente y me pareció que sonreía. Era evidente que no había perdido tanto peso como pensaba, pues mi cuerpo debía de estar sobresaliendo por los laterales de los trillizos troncos. "¿Podría echarme una mano?" me dijo con voz gangosa. "No sabe lo que me ha costado que prenda el fuego pero me da miedo que se apague si voy a buscar leña. ¿Podría mantenerlo vivo mientras voy?" Salí de mi escondite y me acerqué a él con una sonrisa afable. No parecía peligroso. "Lamento haberle estado espiando. No sé qué me pasa últimamente. Verá, pensé que me encontraba solo en este bosque." le dije secándome el sudor de la frente. "No, no." me dijo en un arrebato de euforia que sacudía su gelatinosa carne. "Hoy vamos a hacer una fiesta. Ya verá. Le voy a presentar a todo el mundo y bailaremos y beberemos juntos hasta que salga el sol." Me quedé estupefacto. Quería creer en la idea de otras personas en el bosque pero mi experiencia aquí me indicaba lo contrario. Me decanté por la idea de que el pobre hombre debía estar como una jaula de grillos. A saber cuánto llevaría solo hasta que nos topamos. ¿Terminaría yo así? Le tendí la mano en simpático gesto. "Mi nombre es Yayo, por cierto." Se me quedó mirando, balbuceando nervioso. Finalmente me devolvió el gesto. Su mano estaba fría y húmeda y tan blanda que me estremecí. "Tu vigila el fuego." me dijo apremiante. "Ahora mismo vuelvo." Se marchó corriendo a la espesura y me quedé mirando las extintas brasas que tenía delante.

Hacía rato que el fuego se había apagado completamente. Los segundos parecían eternizarse y llegué a preguntarme si aquello que había vivido no habría sido producto de mi exaltada imaginación. Incluso pensé en que los restos de la fogata que había ante mis narices los habría dejado yo ahí alguna noche anterior. Ante la falta de estímulos, la mente termina por agitarse de las formas más extrañas. No sería raro que todo aquello hubiera sido mentira. "¿Tú quien eres?" dijo de pronto una voz tan cerca de mi oído que casi me caí de espaldas del sobresalto. "Cuidado, mastuerzo, que a lo tonto me acabas matando." repitió esa misma voz, tan cerca como antes. Miré hacia todos lados pero me encontraba completamente solo. De pronto sentí un dolor punzante en el lóbulo de mi oreja. "¡Aquí, mastuerzo!" Miré sobre mi hombro y tenía ahí posado lo que identifiqué como un ciempiés. A ver, a todas luces era un ciempiés. Pero hasta donde llega mi entendimiento esos bichos tienen una forma bastante limitada de comunicarse. "¡Me has mordido!" le increpé, antes de poder procesar la imposibilidad de la escena. "Ahora no te me pongas digno." me dijo irritado. Ya está. Había perdido completamente la cabeza. "¿No tienes modales? Te he preguntado tu nombre, grandullón." "Yayo. Me llamo Yayo." le dije en un titubeo, casi avergonzado. "Yayo. Muy bien. Yo soy Astrágalo. ¿Te gusta? Me lo puse yo." "Es muy bonito." mentí, aún nervioso. "Bueno, bueno, bueno. Será mejor que nos pongamos en marcha si queremos llegar a tiempo." exclamó el ciempiés tirándome de un lóbulo. "¿Ir hacia dónde?" le pregunté ya andando a quien mandrágoras sabe dónde. "¡Pues a la fiesta, claro! ¿No te has enterado cuando te lo dijo el babas?" Me quedé perplejo pero no dejé de caminar hacia la espesura del bosque. "¿No deberíamos esperarle? Parecía muy ilusionado con la fiesta." "Deja, deja. Está bien aquí con su fuego." "¿Qué ocurre? ¿Puede ser peligroso? Si que tiene un aire complicado." "¡Que va!" Exclamó tirándome nuevamente del lóbulo para que encauzara mis pasos. "Es que nos da mucha grima. Parece que se está pudriendo el tío. Además huele fuerte. Tú pareces legal. Vamos, corre, antes de que nos pille la pista el sosainas ese."

Caminamos durante lo que estimé una media hora generosa cuando de pronto mis oídos se toparon con la sombra de una alegre melodía. "¡Aquí estamos! ¡Vamos, tírale, abuelo!" Aceleré el paso y nos encontramos con un enorme claro artificial. Lo que me encontré solo podía describirse como un sueño. Uno de esos sueños después de cenar fuerte y con mucha sal. Unas extrañas criaturas, similares a ciervos pero cubiertas de hojas y con cuernos largos y caprichosos, soplaban enérgicos una suerte de ocarina enorme mientras que con sus patitas tapaban y descubrían los agujeros unas ardillas de color negro y púas en la espalda. Una pareja de ratillas se sacudían extáticas sobre sus cuartos traseros mientras unos perros marcaban con sus colas un festivo ritmo sobre unos tambores de tela. "¡Hoy va a ser la noche, viejo!" Exclamó saltando de mi hombro para unirse a la concurrencia. Un ratón vino hacia mis pies y me ofreció una linda taza de madera llena de un fuerte licor con notas a frambuesa. Por primera vez desde que me encontraba en el bosque había conseguido sentir algo parecido a un alivio. Mis sentidos se relajaron y pude tomar aliento. Un martinete aleteaba alegre ante los chapoteos de un simpático siluro y las nutrias nadaban en la marmita cantando obscenidades. El bosque termino siendo un lugar para nada hostil. El cielo parpadeaba melódico al son de las luciérnagas y mi anfitrión zapateaba elegante con cada una de sus numerosas patas y observaba satisfecho el jolgorio. "¡Vamos, Yayo, sacúdete un poco!" me impelió sin interrumpir su grácil danza. Me acerqué hacia él y traté de seguir sus pasos, evitando que se me derramase la copa. "¿No tendrás alguna hija verdad?" me preguntó con tal descaro que casi pierdo el equilibrio. "Si, si que tengo una. Pero tiene una novia y además tu no serías su tipo." le respondí entre airado y ansioso. "Vale, vale. Bueno, ya me la presentarás. Seguro que es mucho más guapa que tú." le bufé indignado y fui a sentarme sobre un tocón. Con tanta algarabía había dejado de pensar en ellas. Si el pueblo había desaparecido ellas también deberían estar aquí. Al fin y al cabo, no sería raro que no las hubiera encontrado aun teniendo en cuenta que aquel era mi primer encontronazo con el alegre grupo silvestre. Sabía que si seguía tensando de aquella forma mis nervios terminaría por perder la cabeza. Me decidí a dejarme reposar tan solo aquella noche; a beber y comer y bailar con las felices criaturas que tan generosamente me habían recibido. A la mañana siguiente seguiría con mi búsqueda. Estaba seguro de que Astrágalo y sus amigos me ayudarían. Al fin y al cabo conocían el bosque mejor que yo. Sentí un cosquilleo en la mano y vi a una de las nutrias llenándome la copa con una gran sonrisa. "Baile, baile, buen hombre. Mire, así." Y soltando la jarra comenzó a sacudirse de una forma elásticamente hipnótica. Respondiendo a su invitación, tomé un trago de mi rebosante copa y salí a enseñarles como nos las gastamos en las fiestas los habitantes del valle.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro