Capítulo XXXI: "Eres extraordinario"

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Las manos le temblaban ligeramente cuando volvió con Jakob e Ivar, este último lo miró de manera extraña; sin embargo, no le dijo nada, Jakob, en cambio, sí:

—¿Qué quería ese príncipe? ¿Lo conoces de antes?

—Lo conocí en Illgarorg. Quería... —Inventó una excusa—. Saber por qué yo estaba aquí y el general no.

—Ah...

Jakob no le dio mayor importancia. Continuaron avanzando en medio de la oscuridad, prestando atención al camino que comenzaba a hacerse resbaloso debido al fango.

No creyó que Karel fuese a estar ahí, pensó que por ser el más joven de los príncipes esperaría en la frontera, con el general y el resto del regimiento. Suspiró apesadumbrado al reflexionar sobre lo que dijo. ¿Por qué él tenía que ser así? ¿Por qué nunca podía moderarse con sus palabras? Lo único que hizo Karel fue mostrar su preocupación por él, pero el maldito Dragón de fuego continuaba resurgiendo de sus cenizas para joderle la vida.

—Te has hecho muy cercano a mi padre, ¿no? —le preguntó de pronto Ivar, rompiendo el hilo de sus pensamientos—. De hecho, parece que eres «cercano» de varios en el regimiento.

Lysandro captó en las palabras del capitán un tono que no le gustó.

—¿A qué te refieres con «cercano de varios en el regimiento?»

—Sé que en el mundo hay algunos como tú, con esas desviaciones. Pero te advierto, ni se te ocurra con mi padre. —Ivar lo miró con asco; entonces, Lysandro lo entendió y se avergonzó profundamente—. Te vi aquel día en la tienda de Fingbogi, él te estaba besando. Y ahora ese príncipe, la manera como te mira, ¡es repugnante!

—No, no es lo que piensas —negó, nervioso.

Ivar se rio despectivo

—¿No es lo que pienso? ¡Quién sabe qué asquerosidades hacías cuando eras esclavo!

Un nudo se formó en su garganta, de pronto le costaba trabajo respirar. ¿Cómo era posible que Ivar lo hubiese visto con Fingbogi? ¿Qué se diera cuenta de Karel y él? ¿Cuántos más lo sabrían?

—¡Escucha! —Trato de explicarse—. ¡No es así! ¡Yo, yo no soy así! Tu padre es un gran hombre, yo jamás haría nada que pudiera deshonrarlo.

—Él solo te protege porque se siente culpable de lo que le sucedió a tu padre. Eran amigos y todavía no supera su muerte. No creas que eres la gran cosa. No eres más que un asqueroso desviado.

Ivar avanzó y lo dejó atrás, estupefacto. El pecho le dolía. Todo lo que el capitán dijo era cierto y en el fondo siempre lo supo. Por más que fingiera que ahora tenía una nueva vida, que era un soldado, jamás dejaría de ser el hoors del Dragón de fuego. Tal vez incluso era mentira que fuera bueno con la espada, como le decía Jensen. Quizás por eso Karel estaba tan preocupado por él, porque a sus ojos no era más que un precioso muñeco destinado a dar placer y nunca podría ser nada más que eso.

—¿Qué te dijo el imbécil de Ivar, que te has quedado así, cómo muerto? —le interrogó Jakob, halándolo del brazo para que continuara avanzando—. ¡Mira, los pantanos!

Los soldados que iban por delante empezaron a cruzar en filas de dos hombres a través de un estrecho trayecto de tierra firme. A los lados se extendían canales de agua cubierta de un oscuro manto aterciopelado, en algunas zonas se alzaban altos manglares y juncos. Quien no conociera la existencia de ese trayecto de tierra se habría hundido en las ciénagas que destilaban pestilencia.

Avanzó tomado de la mano de Jakob, pero su pensamiento continuaba girando en torno a lo inútil que en realidad era.

Sobre los pantanos flotaba una bruma densa, maloliente y cálida que a trayectos se volvía fosforescente, como si en la superficie bailaran llamas azuladas.

Resbaló, no cayó por qué Jakob lo sostenía de la mano. El ambiente se había vuelto extraño. En su mente no podía más que escuchar los tambores de aquella danza que solía bailar en el prostíbulo, las risas frívolas, los aplausos lascivos. Tenía náuseas.

—Vamos —lo llamó Jakob enderezándolo—. ¡Esto no me gusta! ¡Todo está muy quieto!

Se clavó fuerte las uñas en las manos. Debía escapar de sus recuerdos, apartar los pensamientos intrusivos, las vergonzosas memorias y concentrarse en el difícil camino que tenía ante sí.

Los soldados avanzaban en silencio, miraban a los lados con aprehensión, como si en cualquier momento pudiera surgir de entre las aguas brumosas un ejército de fantasmas dispuesto a arrastrarlos al Geirsgarg.

El joven escudero desenfundó a Heim, su espada. La hoja brilló un breve instante reflejando el fulgor de los fuegos fatuos sobre el pantano. Los ojos negros intentaban ver más allá, en el sutil movimiento de los juncos y las ramas de los manglares.

—¿Qué fue eso? —preguntó con voz quebrada Jakob, señalando uno de sus costados.

Lysandro miró hacia donde le señalaba. En efecto, los juncos parecían estremecerse muy levemente.

—¿Será el viento? —La voz de Jakob temblaba por el miedo.

Lysandro no le contestó, no soplaba ni una tenue brisa. Continuó atento al balanceo de los troncos sobre las aguas oscuras. Algo se deslizaba desde allí hacia ellos. Empuñó con fuerza la espada y se colocó en guardia.

Desde las ciénagas emergió una enorme bestia con sus fauces abiertas. El escudero apartó de un empellón a Jakob, que se había quedado paralizado en su sitio. La gigantesca víbora serpenteó frente a él. Abrió las mandíbulas llenas de colmillos, dispuesta a tragárselo. De pronto, todos sus compañeros se apartaron, dejándolo solo con el monstruo que, erguido, media el equivalente a dos hombres.

El muchacho barrió la larga espada en arco buscando asestarle en el abdomen. La serpiente siseó, amenazadora, y agitó la lengua hendida en su dirección. Igual a un resorte, se encogió primero y cuando lo hizo, Lysandro se apartó a un lado un breve instante antes de que le clavara los colmillos.

Jakob apareció a su lado, espada en mano, y para su sorpresa, Ivar también lo hizo. Los tres se plantaron frente al monstruo, atacándolo al mismo tiempo. Mientras los otros dos arremetían contra sus costados, Lysandro lo hacía de frente, tratando de hundirle la hoja acerada en el abdomen. Pero todo intento era inútil, el cuerpo del animal se hallaba cubierto de gruesas escamas que lo convertían en impenetrable.

Más soldados se unieron a la lucha contra el monstruo. La víbora se irguió de nuevo. Para el horror de los combatientes, escupió un líquido viscoso y verde que bañó a varios. Donde el veneno tocó consumió la piel, dejando solo carne viva y aullidos desesperados. Los soldados afectados cayeron sobre sus rodillas, incapaces de huir debido al intenso dolor.

Lysandro quiso evitarlo, pero la víbora abrió sus grandes fauces y se tragó a uno de los hombres. Conmocionado por lo que estaba ocurriendo, de nuevo el escudero trató de herir al monstruo, esta vez en el lomo. Saltó y logró subirse a su espalda justo cuando la bestia se disponía a tragarse a Ivar. El escudero apretó los muslos para sujetarse y, sosteniendo su espada con ambas manos, trató de clavarla en el lomo, pero fue en vano, en ese sitio las escamas parecían ser más gruesas.

En consecuencia, la serpiente empezó a agitarse, furiosa, para deshacerse del muchacho. Era difícil mantenerse en el sitio apretando con los muslos y tratando de asirse de las resbalosas escamas, semejantes a metal pulido, con la mano que no sostenía la espada. Cuando Lysandro estaba por caer, un resplandor plateado apareció frente a él y el monstruo dejó de moverse.

Karel, desde el suelo, le gritó:

—¡Debajo de la mandíbula no hay escamas!

Lysandro entendió. Mientras el hechicero con su poder mantenía a la bestia inmovilizada, él se desplazó hasta situarse cerca de la cabeza. Con todas sus fuerzas deslizó la espada por el cuello del animal y lo degolló.

La serpiente se derrumbó y el escudero saltó antes de que tocara el piso.

—¡¿Te encuentras bien?! —Karel corrió hacia él.

—Lo estoy. Gracias por la ayuda —le contestó jadeando por el cansancio.

—¡No me di cuenta del ataque! Me hubiese gustado llegar antes, aunque creo que no fui de mucha ayuda. Derribaste prácticamente solo a esa bestia.

—Eso no es cierto. De no ser por ti no lo habría logrado.

Karel sonrió. A pesar de la oscuridad, podía distinguir el brillo dorado de sus ojos verdosos.

—No hice casi nada. Fuiste tú quien luchó con la serpiente. ¡Eres extraordinario!

Sintió el calor ascender a sus mejillas. A pesar de que sabía que no era extraordinario, le gustó escucharlo de sus labios. Además, estaba vigorizado. Era extraño, pero el peligro de la lucha lo hacía sentir diferente. Cuando peleaba, por fin lograba dejar atrás su pasado, olvidaba por un instante quién era y quién había sido; solo importaba él, su espada y su contendiente.

—¡Hermano, esa cosa casi me come! —gritó Jakob, efusivo, acercándose a ellos. Luego señaló a los heridos por el veneno—. Si no fuera por ti, estaría como esos pobres desdichados. ¡Oh, Alteza! ¡Disculpadme, no os había reconocido!

Karel asintió, lo miró una última vez y luego se apartó de ellos en dirección a los heridos. Lysandro lo vio desplegar la energía plateada sobre los soldados que continuaban revolcándose de dolor. Se acordó de aquella vez en el Dragón de fuego, en la que el hechicero lo reconfortó después de que fue castigado por Sluarg.

—¿No estás herido? —le preguntó Jakob.

—Estoy bien.

—¡De verdad, aparte de bonito, valiente! —lo halagó su amigo con una gran sonrisa, colocándole la mano en el hombro—. ¡De no ser por ti, estaríamos muertos!

Ivar a unos pasos resopló y se alejó de ellos.

Lysandro negó antes de contestar:

—Si el príncipe no hubiese llegado, también yo estaría muerto.

—¡Tonterías! ¡Basta de esa modestia! Es cierto que el príncipe inmovilizó a la bestia, pero fuiste tú quien tuvo el valor de subírsele al lomo y degollarla. ¿Eh, Ivar? —dijo después, llamando al capitán— ¡Debes estar orgulloso! ¡Has formado un gran guerrero en tan pocas lunas!

No podía estar seguro debido a la escasa luz, pero le pareció que Ivar escupía al suelo.

La extraña mujer que acompañaba al príncipe Viggo se acercó a la serpiente. Recogió algo de la sangre que escurría de la herida del cuello en un frasco de cristal, hizo lo mismo con el veneno que goteaba de los dientes.

Karel se ocupaba de los heridos, los que estaban en peores condiciones no participarían de la toma de Aldara. Cuando estuvieron sin dolor y capaces de andar, reanudaron la marcha, ahora más alertas. El hechicero no volvió con Fingbogi y los otros dos príncipes, quienes caminaban adelante. Lysandro se dio cuenta de que se había quedado rezagado y avanzaba un poco por detrás de él y Jakob, como si los cuidara.

El resto de la travesía ocurrió sin inconvenientes. Un cuarto de vela de Ormondú después, ya habían cruzado los pantanos y se aproximaban a las murallas de Aldara.

*** Me llama mucho meter misterio y a veces terror en mis novelas, espero que les gustara. Por otro lado, empiezo a shipear a Jakob con Lysandro (Sí, hago eso, así surgió Alianza de sangre, jeje), pero el corazón de Lys es de Karel. Besitos, nos leemos el proximo viernes.

PD: Todas las palabras raras las encuenran en el glosario. Si algo no entienden, no duden en preguntar.

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