Capítulo XXXII: "Me quedaré con Su Alteza" (Parte I/II)

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Tercera lunación del año 105 de la Era de Lys. Aldara, reino de Vesalia.

Debía ser muy pasada la medianoche cuando vislumbraron las murallas. Karel creyó que encontraría un pequeño ejército esperándolos, pero no fue así, la ciudad permanecía en calma, una inquietante.

De nuevo, Viggo esperó por las palabras de Ravna antes de decidir la estrategia a seguir.

—Ellos nos están esperando —afirmó la bruja—. Están preparados del otro lado.

—¡Entonces no tiene caso mantener el sigilo! —Fingbogi lucía irritado.

Viggo dio la orden y los soldados que habían estado cargando la misteriosa caja se acercaron y la dejaron en el suelo.

—Jensen y el resto del ejército deben estar en camino. Nosotros entraremos primero en la ciudad y acabaremos sus defensas.

—Los muros son gruesos, será difícil derribarlos —reflexionó Arlan—. Aunque, Karel y yo podemos intentar con magia.

—Tendrían que aproximarse, exponerse a ser heridos por alguna de sus flechas. No. —Viggo se acercó y abrió la caja. Sacó un gran jarrón de cristal, lleno de un líquido sangriento—. ¡Esto nos hará triunfar!

—Os hará invisibles por un breve instante. —Sonrió la bruja tomando en sus manos pintarrajeadas el ánfora—. El muro se encuentra atravesado por un túnel de desagüe disimulado a ras del suelo. Con esta pócima podrán llegar hasta allí sin ser vistos, pero tendrán menos de una sexta antes de que pase el efecto de la poción.

Karel fijó los ojos en el jarrón de cristal. «Así que de eso se trataba» pensó. Había escuchado de ese tipo de brebajes hechos con la sangre de criaturas mágicas y que solían usar los brujos de Vesalia. Podría considerarse como magia de Morkes y, como tal, utilizarla exigía un precio, un poco de la vida de su usuario.

—Es magia negra —declaró en voz alta.

La bruja ladeó la cabeza ante sus palabras.

—¿Sorcere, no os gusta? ¿Tenéis alguna otra idea, príncipe? —le preguntó con una media sonrisa.

No tenía ninguna como no fuera tratar de acercarse y utilizar runas de combate hasta derribar las puertas. Aunque también...

—Ipsil. Puedo hacer el hechizo de Ipsil combinado con otro de camuflaje. Creo que podría funcionar. Sería igual que si me hiciera invisible con tu pócima. —Cuando terminó de explicar su idea, Arlan lo miró con ojos entornados, pero no refutó su propuesta. Viggo, en cambio, mantenía el ceño fruncido, parecía dudar. Karel se dirigió a su hermano mayor—: ¿Sabes cuál es el costo por usar magia negra, Viggo? Te resta años de vida, por eso está prohibida, porque un hechicero oscuro se encadena a robar magia a otros para reponer la vida que consume el poder de Morkes. Condenarás a todos estos hombres a tener una existencia más corta.

—Está prohibida en Augsvert —saltó Ravna—, y esto no es Augsvert, príncipe. Además, un soldado está preparado para morir, ¿o no? Si tenéis miedo, sois libre de declinar mi ofrecimiento, pero por lo que entiendo no estáis seguro de que vuestro hechizo funcione.

Ella tenía razón, jamás había utilizado la runa de ipsil con un hechizo de camuflaje, no sabía si podía resultar o no, pero tenía que intentarlo antes de permitir que delante de él se usara magia de Morkes.

—Yo no beberé nada que le haga daño a mi espíritu —dijo Fingbogi, reacio a acatar el plan de Ravna—. Si Su Alteza, Karel, tiene otra idea, pienso que deberíamos considerarla.

—De acuerdo —accedió Viggo— ¿Cuántos hombres llevaréis?

No estaba seguro de que el hechizo funcionara y si lo hacía no podía cubrir a muchos con él.

—Iré solo. —Karel miró a Viggo esperando su aprobación.

—¡Estás loco! ¡Sería un suicidio! ¡No puedes entrar allí solo! ¿Cuántos puedes cubrir con tu hechizo? Si no puedes, utilizaremos la pócima de Ravna.

—¡Cinco! —dijo, finalmente, Karel—, solo puedo cubrir a cinco dentro del domo.

La bruja cerró los ojos e inspiró con fuerza, luego se acercó al primer príncipe y le susurró algo al oído.

—Muy bien —accedió Viggo—. Te daré los mejores cinco hombres. Si fallas, si algo te sucede, padre no me lo perdonará, así que si crees que no podrás lograrlo, devuélvete, ¿entendido?

—¡Que las flores de Lys desciendan sobre vuestra cabeza! —le dijo Arlan, abrazándolo.

Fingbogi se acercó a los soldados y escogió a los mejores, cuando iba a nombrar al último, Lysandro se adelantó.

—¡Quiero ir!

Karel enarcó las cejas, sorprendido; antes de que pudiera decir cualquier cosa, Viggo habló:

—Jensen tiene muy buen concepto de vos, no lo defraudéis. —Luego se dirigió a los cuatro restantes—. Esperaremos vuestra señal.

Karel se frotó la frente. Lysandro se ofreció a acompañarlo, ¿por qué deseaba ganar experiencia o por qué quería estar a su lado? Le habría gustado pensar que la razón era la última, pero sabía que no era así. Tal como le dijo antes, ahora era un soldado.

Deseaba decirle tantas cosas, sin embargo, se tragó las palabras y sus sentimientos, ese no era el momento ni el lugar para hacerlo.

—Bien —carraspeó el príncipe, enfocándose en la misión—. Nos envolveré a todos en un domo que nos hará invisibles. Una vez cerca de la muralla, desharé el hechizo. Dentro tendremos que abrir las puertas, pero antes de eso, modificaré nuestras armaduras.

Los cinco soldados asintieron y las manos del hechicero brillaron. Las deslizó por cada uno de ellos y poco a poco el escudo y los colores rojo y dorado que lucían los uniformes cambiaron por el azul vesalense, el cuervo de Vergsvert se transformó en un lince de las montañas.

Cuando fue el turno de Lysandro, los ojos ambarinos se posaron en los otros negros; se decidió a hablarle, no obstante, el escudero lo hizo primero.

—Antes no debí hablarte de esa forma. Sé que solo demostrabas tu preocupación por mí. Perdóname.

Las manos le temblaban ligeramente mientras modificaba los colores de la armadura. No quería ver esa triste expresión en el hermoso rostro, ni que se sintiera mal por causa suya.

—No es necesario pedirme perdón. Nada más ten cuidado, ¿sí?

—También tú —le contestó el joven viéndolo a los ojos.

La mirada intensa lo ponía nervioso, pero también hacía resurgir en su pecho la cálida esperanza. Con él a su lado lo que estaba por venir no era tan peligroso, ni la noche tan oscura.

El príncipe asintió y comenzó a susurrar las palabras en lísico del hechizo de camuflaje, al mismo tiempo que dibujaba en el aire la runa de ipsil que creaba el domo. Cuando terminó y miró las expresiones de asombro en sus compañeros, supo que había funcionado. Afuera no podían verlos.

Los seis avanzaron en medio de la oscuridad hasta el punto donde Ravna había dicho que se encontraba el desagüe. Al mirar arriba, al adarve, Karel distinguió soldados armados con flechas, escudriñando la noche, atentos por si surgía el esperado ataque.

—Allí está —señaló Lysandro la rejilla.

Karel deshizo el hechizo y los seis se pegaron del muro, evitando ser vistos desde arriba por los soldados.

El príncipe se deslizó hasta la abertura circular cubierta por la reja de hierro. Sacó la espada y, usándola como palanca, quitó la reja. De uno en uno empezaron a entrar en el túnel. Karel esperó por Lysandro para entrar después de él.

Dentro del desagüe hundieron los pies en aguas sucias y malolientes. Por fortuna, el pasaje era lo suficiente amplio para permitirles cruzar solamente inclinados. El príncipe encendió una luminaria de Lys que alumbró la oscuridad. Los seis lo atravesaron con rapidez. Cerca del final del túnel deshizo el hechizo de la esfera y salieron a un hervidero de soldados armados.

Algunos se apuraban por subir a las almenas y al adarve, pero casi ninguno se fijó en el grupo y los que lo hicieron no los reconocieron como extraños.

Abrir las puertas de la muralla era la misión, pero Karel también esperaba poder diezmar las defensas de la ciudad para facilitarles el ingreso a los suyos.

—¿Qué hacemos, Alteza? —preguntó uno de los soldados.

—Cuatro de vosotros deberéis abrir las puertas y otro se quedará conmigo para enviar la señal e intentar distraer a los guardias.

Asintieron mientras se ponían de acuerdo en quien haría qué cosa. Lysandro, de inmediato, se colocó a su lado.

—Me quedaré con Su Alteza —declaró el joven. No debía, pero Karel tampoco tenía cómo evitar que su corazón brincara de gozo.

Le dedicó una sonrisa mientras encendía el poder en sus manos morenas. Una flor hecha enteramente de energía, igual a aquella que le dio al escudero en Illgarorg, surgió de la nada.

—Finna —dijo en lísico y luego agregó el mensaje—: Estoy dentro, podéis acercaros, abriré las puertas. Vessa, Viggo Rossemberg de Vergsvert.

Soltó la flor y esta se elevó hasta que desapareció. Lysandro, a su lado, lo miraba.

—¿Qué haremos nosotros ahora?

—Intentar no morirnos estará bien —le contestó con una sonrisa.

De inmediato, el hechicero dibujó la runa de Aohr en el aire y la arrojó al adarve, a esa siguieron otras más que ocasionaron una gran explosión, la cual derribó parte de la construcción. Varios soldados cayeron de lo alto. Lysandro desenvainó su espada, una magnífica arma que tuvo poco tiempo de admirar porque los soldados se les vinieron encima. Era lo que él quería, distraerlos para que el otro grupo pudiera abrir las puertas y su hermano las atravesara con la menor resistencia.

Lysandro se plantó delante de los soldados que empezaron a llegar. Era sorprendente verlo usar una espada real, convertido en un fiero soldado. Se habría quedado allí, admirándolo pelear, de no ser porque a él también lo estaban atacando. El hechicero no desenvainó, en lugar de eso prefirió utilizar su magia. Una tras otra dibujó las runas de erghion: serpientes de energía brotaban y se envolvían en el cuerpo de los soldados enemigos, inmovilizándolos.

A sus espaldas un sonido sordo llamó la atención de ambos, venía del pasillo que daba a las puertas. Lysandro lo miró preocupado; no obstante, ninguno de los dos podía acercarse a ver qué ocurría, los dos se ocupaban peleando.

La rapidez con la que se desenvolvía el escudero era envidiable, pronto venció a sus adversarios. Lysandro iba a socorrerlo, pero Karel le indicó que se acercará a las puertas de dónde provenía el extraño ruido.

Al poco tiempo que Lysandro fue allá, el ruido sonó de nuevo, entonces la preocupación de Karel aumentó. Dibujó la runa de aohr y la arrojó a sus contendientes, una gran explosión puso fin a la lucha.

El hechicero corrió a las puertas y contempló con horror el panorama: estas permanecían cerradas y lo que era peor, dos hombres con el doble de estatura de una persona normal levantaban con unos musculosos brazos mazos enormes y buscaban de asestarles con ellos a los dos soldados que todavía permanecían luchando, uno de los cuales era Lysandro.

Llegó justo para ver cómo una de las grandes mazas se movía directa a la cabeza del escudero. Este se deslizó por el suelo y la evitó por muy poco. A Karel se le secó la boca, las piernas comenzaron a temblarle, si algo le pasaba a Lysandro, se moriría.

Rápidamente, entre sus manos se formó una gran bola de energía que estrelló contra el cuerpo musculoso del gigante. Este giró el rostro hacia él.

—¡Lysandro, las puertas! —gritó Karel.

El joven corrió hasta el mecanismo que las abría mientras el príncipe continuaba arrojando runas a los gigantes para distraerlos.

Uno de los enormes hombres, enojado, fue hasta él. Por más que los atacaba con runas, estás no parecían hacerles nada, como si ellos estuvieran revestidos de ethel y la magia no los afectara. El gigante blandió el mazo y Karel se agachó, rodó por el piso de piedra evitando los golpes. De reojo veía a Lysandro y al otro soldado sobreviviente accionar el mecanismo, las puertas ya se abrían.

El segundo gigante se dio cuenta de lo que pretendían y fue hacia Lysandro y compañía. Cómo pudo, evitando al que tenía más cerca, le lanzó una runa al que se dirigía a las puertas. Karel desenvainó a Gefa sik y la cubrió de su poder; la espada, rauda, voló hacia el gigante que buscaba atacar al escudero. El hechicero, sin descanso, dibujó más runas que les lanzaba a los dos enemigos.

Internamente, le pedía ayuda a los dioses, que les permitieran abrir las puertas. Lysandro y el otro soldado casi lo habían logrado cuando uno de los gigantes se volteó hacia ellos, el mazo en el aire y el corazón de Karel en la boca. Dirigió a Gefa sik hacia la enorme montaña de músculos para evitar que pudiera herir a Lysandro, la hoja acerada se clavó en el abdomen del gigante.

El hechicero descuidó su guardia y el otro gigante aprovechó. De un manotazo lo impactó contra la pared de piedra. El mundo se le oscureció, solo le restaba esperar el remate.

Sin embargo, el golpe mortal no llegó. Sacudió la cabeza y abrió los ojos. Lysandro se enfrentaba delante de él con el gigante. El otro soldado había logrado abrir las puertas y el resto de sus hombres ya se acercaban.

El muchacho se movía con habilidad, evitando el mazo.

—¡Karel, ¿estás bien?! —le gritó entre jadeos.

—Lo estoy.

Pero cuando trató de levantarse, todo giró, se puso peor al ver venir desde el castillo de Aldara más soldados y entre ellos algunos gigantes. Se frotó la frente y se levantó. Con su mano diestra dibujó otra runa y la arrojó al grupo que se acercaba desde el castillo. Sin mucho asombro contempló como los gigantes continuaban acercándose incólumes, al parecer eran inmunes a la magia. Vesalia era famosa por la afición a las artes oscuras y además poseían un bosque con naregia de donde obtenían el nareg, una sustancia con muchas propiedades, entre las cuales se contaba la de otorgar a quien la consumiera la fuerza y resistencia de un dios.

Pero no eran inmortales. Todo se trataba de encontrar la manera de vencerlos.

Empuñó la espada con fuerza. En lugar de dirigir las runas a los enemigos, lo hizo hacia los escombros que habían caído desde el adarve cuando él lo medio derribó. Levantó una gran porción de pared y la arrojó a los gigantes, quienes se derrumbaron bajo el peso de la piedra.

Por las puertas llegaba el resto de los hombres.

Lysandro continuaba peleando solo con el gigante de la entrada, mientras él se batía con el resto de los soldados de Aldara que venían del interior de la ciudad. Lo miró de soslayo y alcanzó a ver a algunos soldados de Vergsvert llegar para auxiliarlo, sin embargo, varios cayeron bajo el poder del gran mazo.

El gigante era como una barrera que no dejaba avanzar a sus compañeros, tenía que hacer algo para acabar con esa situación. Aprovechó que no tenía por contrincante ningún gigante, pues estos aún se hallaban bajo los escombros que les arrojó antes. Dibujó la runa de urhz, más poderosa que la de aohr y con ella venció a los soldados de Aldara. Sin contendientes, corrió a apoyar a Lysandro

El gigante, a pesar de su gran tamaño, era rápido y hábil, no permitía que el escudero ni nadie se acercara: la maza, peligrosa, se movía en todas direcciones.

Karel fue a ponerse a sus espaldas y aprovechó esta ventaja. Se lanzó al suelo y con la espada cortó las pantorrillas del imponente hombre. Este chilló de dolor. Cuando miró hacia abajo, a ver que era lo que sucedía, Lysandro se le acercó. El príncipe se escurrió entre las piernas del gigante y de nuevo se colocó por detrás de él. El escudero saltó de frente, con la espada en ristre, pero un rápido movimiento y la mano lo golpeó, aventándolo hacia atrás.

Detrás del hechicero, se reponían los soldados vesalenses, así que Karel se encontró acorralado entre estos y el gigante. Por suerte, cada vez llegaban más de sus soldados. Así que, a las puertas de la muralla, se desató la encarnizada lucha.

El príncipe corrió a donde Lysandro había ido a parar.

—¿Estás bien? —le preguntó mientras lo ayudaba a sentarse.

—Creo que tengo alguna costilla rota —le respondió Lysandro con una mueca de dolor, sin embargo, el muchacho volvió a asir la espada y se puso de pie. —Vamos, entre los dos podemos vencerlo.

Karel dudó, no quería que el escudero saliera más lastimado, pero la resolución de sus movimientos no le dejó opción y fue tras él.

Lysandro corrió e hizo lo que antes había hecho Karel, tratar de herir sus piernas. El gigante no lo perdió de vista y comenzó a blandir la maza en su dirección. Karel aprovechó la distracción. Gefa sik, envuelta en su poder espiritual, voló directo al coloso, quien dejó de prestarle atención a Lysandro y fijó los ojos oscuros en la espada que se movía sola hacia su pecho cubierto por una coraza de acero. Así, el escudero, que todavía se encontraba entre sus piernas, le clavó la espada desde abajo, atravesándolo por la ingle desprotegida de cualquier armadura. El imponente hombretón finalmente se derrumbó.

Ya sin la barrera que había representado el gigante, el resto de los soldados Vergsverianos pudo entrar.

La lucha se prolongó por un cuarto de vela de Ormondú más. Cuando el resto del ejército de Vergsvert llegó, comandados por Jensen, Aldara se rindió.

***El capítulo me quedó larguísimo y preferí partirlo en dos para que no lo sintieran muy cansón, la segunda parte está publicada también.

¿Que les pareció Lysarel en acción, peleando juntos?

Este capítulo va dedicado a sandrachavess quien hizo un precioso comentario en el capitulo pasado sobre nuestra pareja. He tenido muchas dudas pensando en si estoy o no transmitiendo, con respecto a ellos, lo que quiero mostrar. Sandra, con su comentario, me dio una idea de que no estoy desencaminada. ¡Muchas gracias!

A veces los lectores no saben lo valioso que son sus comentarios. Nosostros cuando escribimos tenemos una historia en la cabeza con la cual deseamos transmitir algo, pero son ustedes quienes nos dicen si estamos o no haciendolo bien. Por eso, no se cohiban de comentar, no hay comentarios buenos o malos, solo opiniones diferentes y leerlos me hace saber qué sienten con respeto a esta novela.

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