27. Un adiós

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LAURA

Estoy tumbada en la cama, Nico está sobre mí, entrando y saliendo de mí con calma, despacio, dulce. Su mano amasa mi pecho derecho y de vez en cuando pellizca mi pezón produciendo descargas directas a mi bajo vientre que producen que quiera correrme. Pero no lo hago, porque entonces él frena el ritmo y vuelve a empezar.

Me está haciendo el amor. Me está diciendo sin palabras cuánto me necesita a su lado. Piel con piel, caricia con caricia, beso con beso.

Cuando llegamos del hospital su tristeza y melancolía se volvieron desesperación y me tomó en la encimera de la cocina. Fue violento, sin besos, solo gruñidos y orgasmo. Luego en el baño mientras nos duchábamos, contra los azulejos. Fue amoroso y delicado a la vez que duro y sexual. Muy sexual. Luego nos vinimos a la cama y la sensualidad nos embriagó.

Aquí todo ha sido delicado, dulces caricias, palabras de amor al oído, gestos cómplices, sonrisas y amor. Todo ese amor que nos tenemos los dos.

Antes de coger el taxi para venir a casa me ha dicho que quería que me quedara toda la vida a su lado. Lejos de darme miedo su propuesta, me gusta. Quiero eso. Lo quiero a él conmigo toda la vida. Puede parecer una locura porque nos acabamos de conocer. Pero sé a ciencia cierta que él es quien está hecho para mí. A mi medida. Perfectos el uno para el otro. El padre de mis hijos, el hombre que me llevará al altar, el que me hará la mujer más feliz del mundo.

Lo sé en el centro de mi interior. En mis entrañas, en mi corazón y en mi cabeza. Y aunque soy consciente de que quedan cosas duras por pasar. Su abuelo está muy mal. También, está mi mentira, esa que aún no conoce y que sé que le hará daño. Pero ahora más que nunca estoy decidida a tirar de la manta y hablar con mi abuelo cuando venga a la ceremonia de presentación de mi hermano.

No voy a ser más el títere de nadie. No me voy a casar con el imbécil de Martín y mucho menos vamos a perder la empresa frente a nadie.

El orgasmo número... no sé... veinticinco millones de esta noche se arremolina en mi interior propagándose. Un intenso gemido sale de mi boca y es la boca de Nico la que lo absorbe con un tierno y suave beso. Siento como una voz gutural sale de su interior y su cálido líquido invade mi interior. Me siento llena, pletórica y flotando ahora mismo. Si la magia existe, está aquí ahora mismo, la estoy notando a mi alrededor. Con nosotros.

— ¡Dios! Laura, te amo —me susurra al oído mientras que siento cómo los últimos coletazos de su excitación terminan de llenarme por completo.

Le aprieto fuerte de las nalgas para que no salga de mí. Aún no. Quiero que nos fundamos en un mismo cuerpo. Él, se ladea sin salir de mí y me dejo colocar sobre él. Me quedo dormida sin remedio con su miembro en mi interior. Y noto como sus manos me acarician la espalda.

— Yo también te amo —le digo antes de sucumbir en los brazos de morfeo del todo.

La luz de la ventana da en mi cara y me despierto. Estamos en la misma postura de anoche y el miembro de Nico sigue en mi interior. Ninguno nos hemos movido. Su pene ha engrosado en mi interior y su erección matutina me hace gemir al moverme un poco.

De su boca sale un sonido ronco también y se mueve haciendo que me encienda como una cerilla explosiva y rápida.

— ¡Joder! —Nico abre los ojos y mira a nuestra zona de anclaje— Quiero despertar así todos los días de mi vida.

Ambos sonreímos y hacemos el amor de nuevo.

— ¡Es super tarde! —le veo moverse de allá para acá— Debo avisar en el curro que no iré y tú... ¿Por qué no has ido?

— Ya he avisado que no iremos pimpollo. Les parece bien. Y como estás tan solito me han dado permiso para hacerte compañía —le sonrío pícara y me tomo un sorbo del café.

— Estás en todo ¿Eh? —le guiño un ojo y me da con su dedo en la punta de la nariz. Nos terminamos el desayuno y vamos al hospital.

La cosa parece estar tranquila. Han trasladado al yayo a una habitación más privada. Sigue sin despertar desde lo que pasó anoche. Y eso no es buena señal. Los médicos dicen que solo queda esperar un poco.

— Voy a por algo de comer —miro mi reloj cuando Nico viene a darme un beso— Necesito salir de estas cuatro paredes —le asiento y dejo que se vaya.

Entiendo que esté estresado y nervioso. No para quieto y le dejo su espacio. Me gustaría abrazarle y no parar hasta que todo esto pase, pero, comprendo que necesita respirar y espacio para pensar. Aunque no es bueno que se ralle tanto. Pero bueno.

Mi teléfono vibra cuando sale de la habitación.

Papá

¿Cómo está el abuelo de Nico? Recuerda que hoy cenamos juntos.

Laura

El abuelo sigue igual. No sé si saldrá de esta después de la parada de anoche. Y no te preocupes recuerdo la cena.

Papá

Por cierto, mi padre ha vuelto con nosotros, así que podrás verlo en la cena.

Laura

Tengo muchas ganas de verlo.

Y es una gran verdad, entre otras cosas para solucionar mi vida. Y por fin vivir tranquila con Nico.

— ¿Laura? —la voz de Gregorio me saca de mis cavilaciones. Le miro. Su pálido rostro dibuja una tímida sonrisa. Le tomo de la mano y una lágrima escapa de mis ojos.

— Hola Gregorio ¿Cómo está?

— Mejor que nunca niña. Necesito pedirte un favor —le miro extrañada—. Pase lo que pase nunca dejes a mi nieto. Quiérelo y cuídalo como lo haría yo. Pero dale tiempo y espacio si lo necesita.

— Yayo yo...

— Él debe saber la verdad. Debes contárselo. Sé que lo haréis bien y desde donde esté veré a mis bisnietos corretear por ahí felices. Los quiero rubios cómo tú.

Asiento con la cabeza, pero no me salen las palabras.

— Yo...

— Solo tienes que quererle. Cuídale. Siempre.

Asiento varias veces, el yayo me aprieta la mano y de repente su cara palidece.

— Llámale, dile que venga, quiero decirle algo.

Cojo con mi mano temblorosa el celular y marco.

— Ven ¡Ya! —le digo entre susurros y cuelgo.

Tan solo dos minutos después un pálido Nico aparece por la puerta.

— ¿Qué pasa?

— Nico —la voz casi ausente del abuelo resuena, haciendo que parezca un simple eco.

Nico suelta el café de su mano que cae al suelo derramándose. Anda hacia la cama del abuelo con los ojos bañados en el agua salada que se va derramando.

— Tengo cosas que contarte.

Suelto la mano del anciano y salgo del cuarto. Es su momento, su despedida. O al menos es la sensación que tengo.

En la lejanía observo como pocos minutos después, Nico cae de rodillas, el pitido incesante y constante de la máquina que anuncia el desastroso final, no deja de sonar. Nico llora y yo solo puedo acercarme y sujetarle tirándome al suelo con él.

Ahora solo seré su apoyo. Haré aquello que él necesite. Se ha ido lo más importante de su vida. Y yo debo ayudarle a que le sea más leve el dolor. Pero nada más.

Los médicos entran a la sala acelerados, pero ya es demasiado tarde. Ayer mismo Nico firmó una hoja donde impedía que le reanimasen más veces. Su abuelo merece descansar en paz. Irse de este mundo con la cabeza alta y la sonrisa en la boca. Al menos así me dice mi madre que debe irse la gente al otro mundo.

Y el yayo, estoy segura, de que lo hará.

La tarde es horrible, Nico está deshecho y yo me encargo como puedo de los papeles que hay que solucionar. El tanatorio, flores, horarios, coche fúnebre, cementerio, féretro... Son demasiadas cosas para una persona que acaba de perder todo lo que tenía. Mi amiga Sara y su amigo Rober han conseguido pedirse el día en el trabajo y me están echando una mano con todo.

En el velatorio no deja de entrar gente, que por lo visto vienen del pueblo del abuelo. Nico no conoce a la mitad de la gente. Pero como ya sabemos, venir a despedir a alguien a quien conocías, aunque en vida te importara una mierda, es lo que se debe hacer. Y aquí está toda esa gente.

Kathy y Nico están en un rincón, la gente les saluda y habla con ellos, pero Nico me mira de vez en cuando para que me lo lleve por ahí. Yo hago mi papel y finjo que debe saludar a alguien. Me lo llevo a la parte trasera y paseamos por los jardines del tanatorio.

Nico ha decidido pasar la noche aquí metido y yo le estoy haciendo compañía. Mantengo el tipo sin dormirme sentada en el sillón, con la mano de Nico entrelazada a la mía. Le doy conversación como puedo, le acaricio el pelo incluso le dejo dormirse un rato, mientras yo velo por él en sueños. Pero no decaigo. Es lo justo.

Ahora Rober ha vuelto desde que se fue anoche y me deja que me vaya a ducharme con Nico. Esta tarde entierran a su abuelo y debe refrescarse un poco. No ha descansado nada de nada.

Le ayudo a recoger en casa, le preparo algo improvisado para comer y llamo a Kathy para que coma con nosotros. Voldemort me hace compañía y a cambio le doy una lata de esas que le encantan.

Comemos en un extraño silencio. Yo no dejo de mirar a la puerta de la cocina como esperando que el yayo aparezca en cualquier momento con su bastón y suelte alguna de sus gracias. Fue un hombre maravilloso. En este poco tiempo me supo hacer ver las cosas, supo hablarme y, sobre todo, nunca me juzgó. Creo que Nico se parece un montón a él, le miro y le sonrío cuando se me queda mirando fijamente. Quizá se pregunta por qué sigo aquí.

Mi madre me ha dicho que es un gesto muy bonito el que tengo con él, pero que puede que le esté agobiando. Yo creo que no es así. Pero no lo sé.

— ¿Quieres que me vaya? —le digo cuando dejamos de comer— Puedo irme a mi casa y dejarte un rato solo.

— No —me toma de las manos con las suyas y tira hacía él— No quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo. Lo siento por tu amiga Sara, pero te necesito conmigo.

Le asiento y le ayudo a vestirse. Luego recojo la casa y nos vamos juntos al tanatorio de nuevo.

El entierro es sencillo, un sacerdote oficia unas sentidas palabras por el difunto y le meten en un agujero. Uno más en una pared que cada vez contiene más nombres. Mi padre y mis hermanos están aquí en representación de la empresa donde Nico hace las prácticas. Pero en realidad vienen a arroparle. Porque si es mi novio, es de la familia. Una familia que cada vez que se les necesita está ahí. A pesar de que me han metido en el mayor de los líos y que soy una mentirosa por ellos. Pero ahora mismo cumplen con su papel.

Me gustaría que fuese distinto. Que pudiesen ser quienes son, que ayudaran a Nico como deben. Pero pronto todo esto se acabará y Nico y yo podremos ser felices juntos sin miedo a nada.

Vamos cogidos de la mano para dirigirnos a casa. A la casa de Nico, para ser exactos. Sara y Rober vienen con nosotros.

— Nico —Mi hermano Roy Jr. y mi padre nos paran— Queremos darte nuestro más sentido pésame por tu pérdida.

Los miro y me asienten.

— Gracias, no era necesario que vinieran, yo... me siento muy agradecido por todo. Y por su comprensión con el trabajo.

— Eres un gran abogado Nico, esto es comprensible —mi padre toma la palabra—. Tómate tu tiempo, no te preocupes por nada. Cuando te vuelvas a incorporar nos avisas y no te preocupes que esto no afectará a tu rendimiento con la beca.

— Gracias de verdad —Nico les tiene la mano.

Mi padre se la toma, pero mi hermano Roy le da un abrazo. Creo que en este tiempo le ha tomado cariño.

Ellos se van y seguimos nuestro camino a casa. Tenemos que descansar un poco. Nico está reventado y yo necesito que descanse y cuidar de él. Necesito que esté bien. Sé que será muy, muy complicado, pero al menos quiero proporcionarle algo de paz. O lo que necesite.

Entramos en la casa y Nico se viene abajo. Es duro ver a alguien que quieres en este estado. Llora mientras huele la chaqueta de lana que aún cuelga del perchero de la entrada. Todo huele a él. A ese entrañable señor que le ha criado, que le ha dado todo cuánto necesitaba.

— ¿Sabes? —me dice Nico cuando tumbados en el sofá le abrazo y le acaricio el pelo.

Ya hemos cenado, duchado y parece que el estado de Nico es algo más estable.

— Dime —le contesto.

— Gregorio —Nunca le ha llamado por su nombre—, no es mi abuelo de sangre.

El corazón se me paraliza. No tengo ni la más remota idea de lo que dice. ¿Qué locuras está solando por la boca? Pero no hablo. Es la primera vez que Nico quiere hablar de su vida personal, más allá del presente.

— Él y su mujer, Ramona, me acogieron cuando mi madre no era más que un despojo humano en la calle. Mi madre estaba enganchada a las drogas, malvivía pidiendo dinero para sus chutes cerca de este barrio. Mi abuelo siempre la ayudaba con comida. Cuando yo nací Gregorio decidió que ella no estaba en condiciones así, que la trajo a vivir con él. Yo crecí en su casa. Gregorio y su mujer me adoraban, pero mi madre... ella casi nunca estaba. Cuando estaba bien, me colmaba de besos y jugaba conmigo, pero, cuando estaba mal, se iba. Nunca supe qué atormentaba a mi madre. Sueños agitados, se iba con malos hombres y se prostituía por más droga. A mí me costaba ver su sufrimiento. Llegué a odiarla el día que se quitó la vida. Pero ahí estaba Gregorio, mi yayo. Dándome aliento —noto que le falta el aire y se limpia las lágrimas—, mostrándome que yo no debía guardar rencor a alguien que me dio la vida y me trajo hasta él cuando supo que yo no sobreviviría con ella. Nunca le he dado las gracias como se merecía, nunca he llegado a demostrarle de verdad que le quería.

— Claro que lo hiciste —le digo mientras toco su cabello—, le ayudabas a comer, le diste esta casa, le acompañabas a pasear y te has encargado de darle cariño y un hogar en sus momentos más bajos. No creo que él no lo supiese. Aunque no se lo dijeses con palabras.

— ¿De verdad crees que él lo sabía?

— Claro, ¿Por qué iba a mentirte?

— No lo sé. Creo que a veces no se lo agradecí lo suficiente.

— Le hiciste muy feliz, eso se notaba.

— Gracias por seguir aquí —se incorpora en el sofá y me abraza muy fuerte.

Yo le respondo con todo lo que tengo. Toda mi energía. Porque se lo merece, porque lo necesita y porque siento que se lo debo de alguna forma. Por quererme como lo hace. 

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