28. Un tremendo gilipollas

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NICO

— Lau, no insistas más. No pienso ir —le digo a Laura mientras pruebo a abrir una lata de refresco.

Ha venido a verme y me ha puesto caritas. Ha pasado una semana desde que mi abuelo falleció. No he ido al trabajo, mi ánimo... es como una mierda pinchada en un palo. Vamos, nefasta. Pero Laura insiste en que debo asistir a la fiesta que le dan al hijo del jefe, el tal... ¿Charlie? No sé. Una fiesta porque se incorpora a la empresa. Algo que me importa una soberana mierda.

Sé que Laura lo ha organizado todo y que le ha quedado todo precioso. Todos los días me enseña las fotos de sus avances. Se lo ha currado un montón, y de verdad que me alegro por ella. Pero, es que no tengo ánimo para una fiesta. Y menos para una de trabajo. Una donde debo controlar mi genio, poner buena cara y aguantar la caridad de la peña, que encima va a estar continuamente dándome la murga con lo de mi abuelo. No quiero verle la cara a nadie.

— ¡Joder Nico! —se queja y se pone con los brazos en jarras en medio de la cocina— Entiendo que lo estás pasando mal, que necesitas un tiempo y que no quieres aguantar a la gente, pero, tienes que salir de casa. No sales ni para comprar. Y me da la sensación de que, si no te obligase, ni siquiera te ducharías. Es lo único que te estoy pidiendo por favor. Necesito que estés allí. Conmigo.

— Lo siento Laura, pero no.

Me levanto de la silla sin abrir el puto refresco y me voy al cuarto. Mi tiro en la cama después de dar un portazo y Voldemort sale escopetado de aquí. Me huelo el sobaco y puede que Laura lleve razón. Lleva dos días sin venir, porque quedó con su madre y con Sara, ya que las dejó de lado con todo lo que me pasó con mi yayo. Y reconozco que se nota hasta en mi olor.

Buagg

Me quito la camiseta y la tiro en el rincón de la ropa sucia. No he hecho la colada. Porque no tengo ganas de moverme ni hacer nada. Ni siquiera le abro la puerta a Kathy.

Por eso Laura ha venido. El último día, tuvimos una enorme discusión, porque sé que me apoya y que me está ayudando, pero me agobia. Me agobia que esté tan pendiente, que me ayude tanto. Y la eché de casa.

¡Literal!

Le dije que se largara. Cogí su chaqueta y su bolso se lo tiré al rellano y le grité que me dejara en paz.

Y aunque el hecho de que no me haya llamado, ni me haya dado la murga debería darme paz, me ha agobiado más aún. La echo de menos, echo de menos sus labios, sus caricias y hacerle el amor toda la noche, como los primeros días después de enterrar al yayo. Fue mi gran refugio, mi mejor ayuda, mi mejor distracción y lo mejor que nadie ha hecho por mí. Pero ahora mismo, no me aguanto ni yo.

— ¿¿¡Esto es lo que quieres!?? —me grita desde el umbral de la puerta.

Miro a mi alrededor. Hay latas de refresco, un par de cajas de chino y un par de cajas de pizza. La persiana sigue bajada y hay un montón de ropa en un rincón. La cama está sin hacer y no sé ni donde tengo el teléfono móvil.

Asiento con la cabeza la empujo suavemente hasta sacarla de mi cuarto y cierro la puerta.

— ¡¡¡PERFECTO!!! —me grita. Al cabo de unos segundos escucho un portazo tremendo de la puerta de salida y silencio.

Las lágrimas inundan mis ojos, unos ojos que creía secos. Porque he llorado tanto los últimos días que creía que ya no podía más. Pero por lo visto aún me queda líquido. Será por los refrescos que tomo.

Unos golpes en el cristal de la ventana me hacen reaccionar.

— ¡Laura, lárgate! —le grito.

— No soy Laura —la voz de Leila me saca de mi estado.

— ¿Leila?

— ¡Sí!

Me acerco a la ventana y subo la persiana que no he movido desde hace días. Miro su redonda cara mirándome con tristeza. Abro la ventana y la dejo pasar.

— Hola —me dice tímidamente—, me encontré con Rober y me ha contado lo de tu abuelo. Me dijo que lo llevas fatal y que necesitas un empujón.

La miro sin tener claro que contestarle. Ella me abraza fuerte y aspiro su aroma, que se me hace tremendamente familiar.

— Hola —le respondo mientras anhelo la tranquilidad de mi vida con ella. Estaba el abuelo y solo me trae buenos recuerdos.

Poco a poco ella sube las manos hasta colocarlas en mi nuca. Nos separamos despacio y nuestros ojos se encuentran. Ella no tiene preciosos ojos verdes, ni pelo rubio ondeado, su piel es algo más pálida y se la nota menos cuidada. Pero me es tan familiar que me abruma.

Sus labios y los míos se buscan, se unen lentamente y una sensación de rechazo enorme se produce en mi interior. Ella no es Laura. La separo de golpe y la miro con los ojos bien abiertos. ¿qué demonios acabo de hacer?

— ¿Qué pasa? —me dice ¿En serio lo pregunta?

— ¿Cómo que qué hago? Tú no eres mi novia.

— ¿Aún no lo habéis dejado? Pensé... por lo de la ventana... yo pensé que...

— ¡Nooo! Es solo que estaba agobiado con todo esto de mi abuelo y tal y hemos discutido. Pero yo la quiero.

— Pero tú me has besado —no puede disimular el reproche.

— ¡Joder, Leila! —me pongo las manos en la cabeza y me retiro todo lo que puedo de su lado— Nos... —señalo a ambos con el dedo— Nos hemos besado. Pero no puedo hacerlo, yo no quería besarte.

— Pues para no querer...

— Oye ¿Has venido a esto? —Ahora el que recrimina soy yo.

La veo agachar la cabeza.

— No... pero pensé...

— Sí, ya lo has dicho... —la corto— Pensabas que lo habíamos dejado. Punto. Déjalo.

— Yo quería ayudarte. Solo quería darte el pésame y estar un rato contigo. Yo te quiero Nico.

— Leila, será mejor que te vayas —Sé por dónde va esta conversación y no la quiero escuchar, no ahora.

— ¿Por qué? A mí... —se golpea el pecho—, ¿A mí me pudiste poner los cuernos y a ella no se los puedes poner conmigo? Yo estaba aquí primero.

— Te he dicho que lo dejes, Leia. No quiero discutir contigo. Has venido de buena fe y te lo agradezco, pero... de verdad, será mejor que te vayas. Aunque no lo creas no te puse los cuernos porque soy un idiota que suele ponerlos, conocí el amor, me enamoré de otra persona. Y esa otra persona sigue en mi corazón, no creo que se vaya jamás... —me freno un poco al verla comenzar a llorar— Por favor no me hagas hacerte más daño con una verdad que sé que no quieres escuchar.

— ¿Qué verdad? ¿Te enamoraste? O ¿Te enamoraste del sexo con esa golfa? —grita.

— Me enamoré de ella como persona. El sexo no tiene nada que ver.

— ¿Cómo puedes de un día para otro desenamorarte de una persona para enamorarte de otra? Le he dado mil vueltas Nico, ¡¡mil!! Y no logro entender que te pasó.

— Nunca te amé Leila.

La verdad cobra un sentido enorme en este momento, crea un vacío inmenso y retumba en todas las paredes del cuarto. Amo a Laura, más que a nada, el sexo no tiene nada que ver. Y soy un gilipollas por haberla tratado como lo he hecho. La he cagado de nuevo, como el imbécil e idiota que soy. Solo espero que me perdone por volverme tan estúpido.

— De verdad espero, Nico, que ella no te la juegue y que de verdad seas feliz con ella. No te deseo ningún mal, pero me da rabia que estes tan ciego por ella y que no veas a la mujer que pierdes.

Sale por la ventana. Un sabor amargo me regurgita desde el estómago y salgo directo al baño. Vomito sin remedio en el váter. Soy de lo peorcito que hay en el mundo ahora mismo. Un deshecho de la sociedad. Oigo el sonido de mi teléfono.

Está en algún sitio y tiene batería. Me levanto corriendo y voy tras el sonido. Seguro que Laura me llama para decirme que al menos no se me olvide cenar.

Suena por el salón. ¡Joder! Está todo hecho un puto desastre. Hay restos de comida por todo el sofá. Lo recorro con las manos porque suena súper cerca de aquí. Al apoyarme noto la vibración. Pero deja de sonar. ¡Mierda!

Meto la mano tras los asientos, como puedo, porque están bien pegados. O cosidos claro. Vuelve a sonar y toco con mis yemas el trozo de plástico que suena. Consigo con dos dedos engancharlo y sacarlo de donde está. Saco a su vez un montón de mierda acumulada. ¡Que puto asco!

Miro la pantalla que vuelve a dejar de sonar sin darme cuenta si era Laura.

Justo desbloqueo la pantalla y toda se vuelve negra. ¿Qué cojones?

Lo intento encender sin éxito. ¿Se ha quedado sin batería? Ahora que lo pienso, no recuerdo la última vez que lo cargué. Creo que Laura lo cargaba por mí.

Me vuelvo al cuarto cada vez más intranquilo. Busco el cargador, pero no lo veo por ningún lado. Hago memoria sobre las cosas que Laura hace por casa cada vez que viene. Se la pasa metida en la cocina. Le gusta sentarse y charlar sentada en la encimera. Esa encimera en la que le he hecho el amor muchas veces en los últimos días que estuvimos juntos.

Voy a la cocina y efectivamente el cargador está enchufado sobre la encimera. Lo enchufo y espero unos minutos de rigor. Porque, por si no lo sabéis, los teléfonos de última generación también tardan un poco en coger carga. No son instantáneos. Lo enciendo y marco a mi novia pero me salta el contestador. ¡Joder!

De repente me vibra de nuevo en las manos. Esta vez es mi amigo Rober.

— ¿¿SE PUEDE SABER QUÉ COJONES TE PASA?? —Me grita mi amigo antes de poder decirle nada.

— ¿A mí? ¿Por qué?

— Laura ha llamado hecha una furia a Sara porque la has echado otra vez de tu casa.

— Esto... —me rasco la nuca con nerviosismo— ¿Cómo sabes que ha llamado a Sara?

— Porque estábamos... estábamos... ella y yo... estos días... ella... ¡¡Estábamos echando un polvo!! ¿Contento?

— ¿Desde cuándo tu...

— Ese no es el tema gilipollas —me corta de nuevo— ¿Qué te pasa con Laura?

— Que soy un imbécil. Me agobié el otro día y la eché de mi casa hace dos días creo. No la he cogido el teléfono desde entonces. Hoy vino porque Kathy estaba preocupada y he discutido otra vez con ella porque quiere que vaya a la fiesta de esta noche.

— ¿Qué fiesta? —me dice mi amigo aparentemente más clamado.

— La que han organizado en mi empresa para darle la bienvenida al hijo del jefe.

— ¿La que Laura ha organizado? ¿De la que lleva hablando dos semanas?

— La misma.

— Tú eres tonto. Sabes lo importante que era para ella esa fiesta. Y sería bueno que salieses de casa para variar.

— Lo sé, pero de verdad, no me apetece una mierda —sigo rascándome la nuca sin parar. Sé que la he cagado. Aunque me cueste reconocerlo.

Y no solo eso, además me he besado con mi ex. ¿Cómo demonios le hago frente ahora a esta mierda? Bueno al menos he dejado de pensar en mi abuelo por un rato. Pero, ¿A qué precio?

— Eso me importa poco Nico. Vas a perder a la mejor chica que podrías tener. ¿Y tú le querías pedir matrimonio? Pues vaya matrimonio de mierda si a la primera de cambio le das carpetazo y la mandas a paseo.

Y me lio con mi ex. ¡Joder! ¿Me dejará?

— ¿Crees que me dejará? —pregunto cada vez más nervioso.

— Espero que no, pero, ya puedes ir a esa fiesta de mierda y pedirle disculpas. O te arrepentirás toda la vida. Y lo sabes.

— ¡Joder!

Cuelgo y me siento en la silla de la cocina destrozado. Me duele todo el cuerpo. Y no solo eso, me duele el corazón. No quiero perderla, pero no estoy haciendo las cosas bien. Como es mi costumbre últimamente.

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