Presentación de Laura

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Mi padre siempre me ha dicho que las mentiras tienen las patas muy cortas. Pero que en la vida si entrenas bien, puedes hacer como Cher, operar esas patas, hacerlas más largas y correr para que no te atrapen.

Soy lo que se vendría a decir una mentirosa de guante blanco. Y aunque llevo toda la santa vida preparándome para esto, hoy soy la maldita gelatina en el plato a la que todo el mundo está deseando hincarle el diente. Y es que hoy es mi primer día de trabajo en McFarland Asociados.

Pero, para poder contarte por qué estoy tan nerviosa, es justo que empiece por el principio.

Mi nombre es Laura McFarland Villanueva. ¡Sí, McFarland!

Mi padre, Roy McFarland, un Irlandés rubio, alto y corpulento. Ojos color miel, casi rojizos, diría yo y con un porte de esos que quitan el hipo. Abogado desde siempre, igual que mi abuelo y que el abuelo de mi padre y así hasta no sé qué generación. Aunque las relaciones familiares... pichí, pichá.

Mi madre, Rosaline Villanueva, una mujer bajita, algo rolliza, ojos verdes como esmeraldas y pelo rubio platino. La típica, que ves y dices, la achucharía y me la llevaría a casa debajo del brazo.

Mis padres se conocieron hace la tira de años en Venezuela, de donde es mi madre. Mi padre se quedó prendado de su belleza, aprendió español por ella y estuvo tres años yendo a Caracas solo para verla, porque mi madre a cabezota no la gana nadie. Bueno... quizás yo, a veces.

El señor Roy la convenció para mudarse con él a Dublín donde vivía la familia de mi padre y donde tenían el negocio. Pero ¡hay el amor! No está hecho para los McFarland y tuvieron que luchar con la gran familia irlandesa para que aceptaran a mi madre. Cosa que solo consiguieron a medias. Porque otra mujer ocupaba el puesto de esposa de mi padre. Porque, además, la familia es tradicional hasta la médula. ¡Hay las tradiciones!

Mi padre siempre dice que el amor solo puede llevarnos a la perdición, robarnos el juicio y doblegarnos. Por eso desde bien pequeña tengo claro que yo jamás de los jamases me voy a enamorar. Bueno sueño despierta a veces que encuentro al hombre ideal. Pero mi situación... en fin.

Mis padres como pareja tradicional se casaron al amparo de la iglesia un 21 de Abril de hace treinta y dos años. Se aman con locura, incluso a día de hoy y les admiro por ello. Aunque mi padre asegura que mi madre le debilita y le vuelve blandito. Y es que en el fondo lo es. Yo lo sé y puede, que a veces, me aproveche un poquito.

Han tenido cinco hijos. Por orden de aparición en la vida de mis padres son, Roy Jr, con la friolera de 30 añazos. Kevin con 27, Charlie con 26, Arthur con 24 y yo Laura con 22 añitos. Y te preguntarás ¿Por qué todos tienen nombres ingleses y tú tan españolito? Pues sí, es lo típico.

En la familia de mi padre es el hombre quien elige el nombre de los hijos varones. Las niñas nacidas serán nombradas por decisión conjunta o en caso de ser hija única por papi. Pero mi madre, cuyo carácter enamoró y enfureció por partes iguales a la familia, le había dado ya cuatro barones al señor, así que me llamó como su madre que en paz descanse y que era de Madrid de toda la vida. Mi padre le cedió ese privilegio, más para tenerla contenta que para otra cosa y cortó el grifo por si se empoderaba trayendo más niñitas.

A pesar de parecer algo retrógrado, mi padre es fantástico. Se lleva bien con todos sus hijos, incluso con Kevin y conmigo que somos los rebeldes de la familia. Dice que por haber sacado los ojos de mamá. Yo creo que más bien nos tocaba.

Roy, Charlie y Arthur son abogados como papá. Kevin, bueno, vive en Almería y montó un negocio como monitor de surf. A papá le rompió el corazón y a mamá la condenó a rezarle a su querida Santa Gema para que no le pasase nada en el mar. Yo, quería ser diseñadora de moda o editora en una revista, pero debía ser abogada. Aunque lo llevo mal, cedí a estudiar derecho a cambio de irme a vivir con una amiga a un piso del centro y vivir mi vida sin rendirle cuentas a nadie. Y menos a mi padre.

Y así lo hicimos. Llevo cuatro años viviendo en un ático pequeñito en plena Gran vía. Dirás, claro con un papá rico, porque lo es, normal. Pero nada más lejos de la realidad. Conseguimos este sitio gracias a un anuncio clasificado. La dueña, Margarita Dueñas, una mujer mayor sin hijos, lo alquilaba por cuatrocientos euros. Tirado de precio si tienes en cuenta el lugar donde está.

Comencé a trabajar en un estudio de tatuajes como recepcionista para pagar el pisito, Sara, mi mejor amiga, compañera de piso y de estudios, paga la otra mitad de los gastos. Ella trabaja en una zapatería y juntas somos un par de cuidado. Gracias a mi trabajo, además, me dejan hacer diseños de tatuajes y para mí, todos son gratis cortesía de Sebas, el dueño. Dibujar... mi delirio.

Así he aprendido a saber lo que cuestan las facturas, la comida, la ropa, el piso y los estudios. Si he necesitado ayuda en algún momento nunca me la han negado, pero, mi padre también opina que para llegar alto antes debes caer muchas veces.

¿Cuántas? No lo sé. Muchas.

Siempre he sido una niña inquieta, de esas que ponen nerviosa a las madres. Todo lo tocaba, todo lo preguntaba y sobe todo, todo lo repetía. Era como un lorito. Mientras el resto de mis amigas del cole privado, donde odiaba estudiar, jugaban a las barbies, a mí me gustaba dibujar y disfrutar de las revistas de moda que mi madre traía a casa y que nunca veía. Siempre he sabido que mi pasión es la moda y todo lo que conlleva.

Durante mi segundo año de carrera hice mis pinitos como modelo. Pero no se lo digáis a mi familia. Ellos no lo saben. Y quiero que siga siendo así, porque fui modelo de esas que posan desnudas para una revista guarra. Pedí que la cara no se me viese, pero, es que pagaban una barbaridad y quería regalarle a mi madre una pulsera que sabía que le gustaba. No quería pedirle el dinero a mi padre, claro, eso ni muerta.

Total, que te cuento el motivo por el que hoy me encuentro a las puertas del bufete de abogados McFarland y asociados y estoy que me muero de vergüenza.

Mi padre, querido y adorado por todos, o eso dicen, tiene la costumbre de hacer que sus hijos comiencen a trabajar desde los cimientos de la empresa. Para que conozcan todos los recovecos de un trabajo como el nuestro. Solemos estar un año en un puesto de lo peorcito, vaya, que somos los chicos del café y año a año escalamos posiciones con nuestros méritos y esfuerzos hasta lograr ser un asociado de la firma. Siempre escalamos en otra firma y cuando estamos listo ¡Ya está!

El único en lograrlo de momento ha sido Roy, por eso de que, como nació primero nos lleva ventaja. A Kevin se la pela esto. Charlie llegará en un par de meses como abogado criminalista. Y Arthur, ¡pobre Arthur! Trabaja para la competencia. Solo lleva un año allí y está destrozado. Le han descubierto como un McFarland y le hacen la vida imposible. Pero mi padre tiene previsto en unos cuantos meses traerle para acá, como mucho un año, aunque él prefiere irse al extranjero.

Todos aceptaron hacer prácticas en bufetes de renombre mientras estudiaban, así que llevan años de experiencia y de ventaja sobre mí. Yo preferí tatuar y diseñar mientras estudiaba. Algo que me relaja sobre manera y que disfruto a tope. Mi padre quiso matarme, pero debido a nuestro trato, estudiaba derecho si no se inmiscuía en mis decisiones de la vida. Por eso me ha traído a hacer las prácticas tras la carrera a su empresa. Dice que así me tiene controlada, por eso de mi carácter peleón y tal.

Pero para poder entrar desde abajo debo ser Laura Villanueva, usando el apellido de mi madre, para que nadie sepa que soy la hija del jefe e intentar luchar un puesto dentro del bufete por mi cuenta y riesgo.

Y dirás. Fácil ¿no?

Ni de puta coña. Yo no quiero ser abogada, no quiero estar controlada por los dos Roy de mi familia y, sobre todo, no estoy preparada para llevar ropa de ejecutiva y abogada. Ufff.

Por eso me he plantado en el bufete con mi pelo rubio semirrecogido, bien maquillada, con una camiseta pintada a mano, dejando ver mi manga tatuada, mis vaqueros más ceñidos rotos y unos tacones de infarto.

Mi look estándar para los días que me siento bien. Esos que mi padre quiere enterrar su cabeza bajo tierra y desaparecer cuando aparezco así por casa y alguno de sus amigotes está por allí.

¡Qué vergüenza de hija!

Eso dice siempre mi madre, cuando pasa eso. Aunque por el rabillo del ojo veo que se ríe. Y yo en mi fuero interno me descojono de la risa. Me encanta provocar la ira de mi padre, aunque como soy la pequeña y la única chica mi padre siempre cede ante mis preciosos ojos verdes. Esos que le recuerdan tanto a la mujer de la que se enamoró y a la que ama por encima de todo.

Trabajando aquí conoceré de primera mano cómo son los McFarland como jefes. Y valoraré si me merece la pena acabar de abogada o prefiero partirle el corazón al viejo de Roy y dejar esto, por lo que me gusta de verdad. El diseño o el dibujo.

Me lamo con disimulo un mechón de pelo caído, siempre lo hago cuando me pongo nerviosa.

- ¿Nerviosa?

Doy un respingo y giro mi rostro a la derecha para conocer al dueño de la desconocida voz. Es un tipo alto, algo delgado y con un traje anticuado, negro sin planchar, camisa... también ¿Negra? ¿Vamos a un funeral? El pelo oscuro, medio rizado, despeinado y unos ojos negros intensos que me miran fijamente con una pequeña pero preciosa sonrisa. 

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