Presentación de Nico

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Creo que el día no puede empezar de peor manera. El despertador no ha sonado, mi abuelo está a los pies de mi cama, dándome golpes con el bastón para que me despierte. Lo que hace que ya esté de mal humor todo el día.

Miro el reloj de la mesilla de noche y son las siete de la mañana. ¡Mierda! A la ocho en punto debería estar en el nuevo trabajo de becario. Me gradué como abogado con honores hace un par de meses. Para mi abuelo soy el orgullo de la familia. Eso y que soy su única familia. He conseguido estas prácticas en uno de los bufetes más importantes de todo el país y estoy de los nervios.

Mi novia Leila me dice siempre, que me comeré el mundo, porque soy de lo mejor que ha visto en este mundillo nunca. Pero claro, ella solo ha visto abogados en la tele y yo nunca he trabajado como para que lo sepa.

Nos conocimos en el club de debate de la facultad de derecho, ella es gallega y yo madrileño, pero nada más verla en el atril hablando, supe que debía invitarla a tomar algo. Ella estudia magisterio y se quiere especializar en literatura para ser profesora en un colegio.

Ella se gradúa el año que viene, porque a pesar de que le pone ganas, la chica no es brillante. Pero yo la animo cada día a que se esfuerce a tope.

Me levanto de la cama y llego hasta el salón donde había dejado mi traje planchado y limpio en una percha.

La percha está, pero... ¿Mi traje?

Giro sobre mí mismo buscando con la mirada donde está. Y ¡Eureka! En algún momento de esta noche, mi gato ha decidido que el traje podría ser una excelente cama. Lo ha debido tirar jugando y ahora está hecho una bola sobre los pantalones y la chaqueta, que están hechos un higo debajo de él.

- ¡Abuelo! -grito y el hombre viene con su bastón- Me dijiste que habías cerrado la puerta del salón para que Voldemort no entrase esta noche. ¿Has visto mi traje?

Mi abuelo sigue el lugar que apunta mi dedo y sonríe.

- Oh, Vol, mi pequeña bola de pelo, ya decía yo que no te encontraba -sonríe y acaricia el pelaje del felino, que ante tal atención se estira sobre... ¡Mi traje! Y estira las patas para que le rasquen más.

- ¡Abuelo! – me quejo y comienzo a tirar del traje, lo que hace que el gato pegue un salto y se largue mientras se estira tranquilamente- Te dije anoche que...

- Que sí, pesado. Lo siento, no volverá a pasar. Venga vístete si no quieres llegar tarde. El primer día no estaría bien visto.

- Encima -me voy refunfuñando hacia el baño mientras el hombre coge mi traje y se lo lleva hacia su cuarto. A ver ahora como arreglo esto.

Me desnudo rápidamente y me meto bajo el agua caliente. ¡Joder! Que gustito da. Me doy bien con el jabón y me lavo el pelo. Pero no hay suavizante para el pelo. ¡Mierda! ¿Qué más me puede pasar? Ahora iré con mis rizos encrespados a todos lados. Odio eso. Y cualquiera le mete mano sin la crema.

Bueno, me resigno. Me salgo y me lio la toalla mientras miro el reloj de pulsera que tengo sobre la repisa, las siete y veinte. No me da tiempo a desayunar si quiero llegar, aunque sea a la hora justa. Así que me cepillo los dientes, me toco los rizos un poco con los dedos para que no parezca un mendigo y salgo del baño.

El traje ya está sobre mi cama. Está hecho un cuadro. Lleno de pelos y arrugado. Veo el rulo de pegamento para los pelos y se lo paso. Me separo mirando bien y ya no se aprecian los pelos. ¡Listo! Ahora tomo la plancha que guardo en el armario y sobre la misma cama le doy una pasada rápida, solapas, mangas y pantalón.

Miro de nuevo y puede pasar por un traje decente. Es la primera vez que voy a ponerme un traje. Bueno miento, en mi primera comunión llevé uno. Y para la boda de la prima Bárbara llevé este mismo. Pero recién comprado. Llevo con él en el armario cuatro... cinco años. Creo. Y lo odio. Porque es feo y odio llevar traje. Pero mi profesión requiere que lo lleve todo el tiempo. Así que estoy deseando que llegue mi primer sueldo para poder comprarme un par de ellos. De esos que llevan los modelos de las revistas. Tan modernos y clásicos a la vez. Aunque claro, yo no me vería así. Soy alto, muy delgado, cero músculo, algo de tripita por el sedentarismo o eso dice mi novia y una cara de panoli que te mueres.

Soy, no del montón, más bajo aún. Pero bueno, quiero soñar que los trajes nuevos de mi futuro me harán parecer más... interesante.

Suena la puerta con dos toques y guardo la plancha.

- ¡Adelante!

- ¿Aún estás así? -mi abuelo me mira de arriba abajo- No me puedo creer que aún no te hayas puesto ni la camisa. Te he preparado un almuerzo. Porque no te da tiempo a desayunar.

- Sí, gracias, me lo comeré por el camino, Yayo.

- De nada, te lo dejo ahí, me voy al baño -Se acerca a mí y me da un beso en la frente con cariño-.

Me pongo la camisa negra, la única que tengo porque la blanca es un desastre, y el traje. Me miro al espejo, bueno... estoy decente. Me hecho el desodorante y la colonia, cojo la bolsa con el almuerzo y salgo por la puerta de casa. Con los nervios a flor de piel. Miro mi muñeca ¡Mierda, el reloj! Saco mi móvil del bolsillo y son las siete y treinta y siete. Miro la parada del bus que está a punto de llegar, así que corro como alma que lleva el diablo.

Llego justo a tiempo y me monto sin problemas, pero no hay sitio y toca ir de pie.

No importa, voy a ser positivo y pensar que después de esto, todo va a ir bien. Voy a hacer unas prácticas sobresalientes y me voy a comer a esos peces gordos, demostrando que valgo para esto. Que un día seré un gran abogado y quien sabe, hasta socio de un bufete. ¡Soñar es gratis! ¿No?

Saco de la bolsa un bollo de los que mi abuela siempre horneaba. Mi abuelo arrastró la receta y los rellena de cualquier cosa que se le ocurra, son... toda una sorpresa.

Le doy un mordisco y entonces el autobús frena bruscamente. Me choco contra la chica que hay delante manchado su camiseta y espachurrando mi bollo de chocolate en la camisa y parte del traje.

- Lo siento -le digo a la chica que se gira y me sonríe.

- Tú lo llevas peor. Yo ya regreso a casa del curro y nadie me va a ver, pero tú... disimula que es negro -se ríe y me miro.

- ¡Nooo! ¡No! ¡No! -me trago lo que tengo en la boca y tiro el resto dentro de la bolsita -¡Mierda! ¡Joder!

- Tranquilo -la chica comienza a rebuscar entre sus cosas- Toma.

Me tiende una toallita húmeda y se la cojo.

- La llevo siempre para los niños. Siempre se manchan y funcionan bastante bien.

Me restriego bien, pero es que me tiemblan hasta las pestañas.

- Tranquilo... ¡Ven! -la chica coge las riendas con otra toallita y comienza a limpiarme la camisa.

- Es que ese maldito chocolate menos mal que al ser negra lo podré disimular un poco, pero...

- Ni se va a notar, ya lo verás.

- Sí, seguro -resoplo y muevo mis rizos mientras la chica sigue restregando y quitando la mancha entre risas.

- ¿Es tu primer día? – me pregunta

- ¿Cómo lo sabes?

- Jajaja, porque algo así solo pasa el primer día de un trabajo que deseas mucho.

- Oh, genial. Al menos solo será hoy.

- Seguro que si -la chica termina, me guiña un ojo y se da la vuelta porque el autobús para y debe bajar- Buena suerte chaval.

- Gracias -le digo moviendo la mano y le sonrío. Al menos aún queda gente buena en el mundo.

Me bajo en mi parada sin terminarme el bollo maldito. Si me quedan ganas, igual a media mañana me lo termino. Llego al imponente edificio donde está el bufete de McFarland y asociados. Es el mejor de la ciudad y te diría que del país. Llevan los casos más importantes del panorama actual. Y casi siempre ganan.

Algún día seré como Roy McFarland, el mejor abogado que he visto. No le conozco en persona, pero me he leído casi todos sus casos, sé cómo han sido sus estrategias y cuáles son sus mejores defensas. Es brutal. Su hijo mayor, también trabaja aquí y aunque me han dicho que también es bueno, no le llega a su padre ni a la altura del betún. Tiene otro hijo que se ha especializado en criminalística y dicen que es brutal. Pero creo que no trabaja aún aquí. Me encantaría conocerlos. Y bueno, si las prácticas van bien quizá me codee con ellos en un futuro. Uno nunca sabe.

Me planto frente al ascensor. Una chica rubia, esbelta, con vaqueros rotos, una camiseta bastante... grunch, pero tacones altos y bien peinada llama mi atención. Eso y los kilos de perfume dulce que lleva. La miro y tiene un mechón de pelo en la boca metido. Eso lo hace mi novia cuando se pone muy nerviosa y sonrío.

- ¿Nerviosa? -le pregunto, me miran dos ojos verdes enormes y me arquea una ceja revisando mi apariencia de arriba abajo. Se fija en mi mancha de chocolate. Perfecto. Esas son las primeras impresiones que quiero dar.

- Buenos días -la chica mira tras de mí y sonríe. Me giro y un hombre alto, con un traje que debe costar más que la casa de mi abuelo aparece antes mí. Pelo castaño, repeinado con gomina, ojos color miel y lo reconozco enseguida. Roy Jr McFarland. Y todo yo comienzo a temblar y sudar a partes iguales.

El momento de la verdad ha llegado.

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