🎖️Capítulo 14🎖️

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Villa Elixir

Tres días después

Alessandro regresó a la residencia porque se había olvidado unos papeles bancarios que había escrito la noche anterior y supo que los había dejado sobre el escritorio.

Fue hacia el despacho dejando la puerta abierta y se sentó en la silla buscando esos papeles, hasta que abrió el cajón, metió la mano estirándola y se pinchó con las puntas del erizo. Agachó la cabeza y miró el interior con el ceño fruncido.

—¿¡Qué carajos hace este animal!? —exclamó con tanta furia que Celeste llegó a las zancadas entrando a la oficina.

—¿Qué pasó? —cuestionó asustada.

—¿Quién metió esta bola de espinas en el cajón de mi escritorio?

—¿Agujitas está ahí? —preguntó sorprendida.

—Sácalo de aquí —escupió enojado—, ese animal tendría que estar dentro de una jaula y no caminando por la Villa.

—Alan lo estaba buscando.

Celeste tomó con delicadeza a Agujitas y se lo llevó a su dueño, pero su hermano fue hacia ella para agarrarlo con los guantes.

—Lo siento cuñado, el erizo se me escapó —le dijo mirándolo y sonriendo de costado.

El barón supo bien que Alan se lo había metido a propósito allí dentro.

Alessandro no encontró los papeles que buscaba y tuvo que volver al trabajo pensando que cuando regresara a la Villa los tenía que buscar con más calma.

Durante la tarde, la perrita se apareció con un pedazo de papel en la boca y fue Celeste quien los vio, eran los papeles que Alessandro estaba buscando aquel día por la mañana.

—¿Qué hiciste Frutilla? —Se lamentó—, Alessandro nos va a matar —le dijo y la perrita la miraba con atención mientras movía la cola—, no es para divertirse, si se entera nos va a regañar —le habló con preocupación.

Quien llegó antes a la Villa fue Vitto dándole dos besos en las mejillas y preguntando qué estaba sucediendo. Celeste solo le mostró el papel.

—Despedazó todos los papeles que Alessandro estaba buscando —dijo con voz trémula—, no me imaginé que iba a romperlos.

—Mi hijo los habrá puesto en un lugar no tan bien acomodados y se cayeron porque no creo que tu perra haya saltado para tomarlos siendo cachorra y de raza pequeña.

—Aun así, los necesitaba y no sé cómo puedo hacer para que no se entere. —Expresó con mucha preocupación.

—Tú tranquila que yo volveré a sacarles una copia y listo —le emitió levantándole la barbilla.

En aquel momento llegó el marido y vio la escena. Le embargó una ola de celos que intentó disimular, pero claramente no pudo.

—¿Qué está pasando?

Vitto metió el papel dentro de su bolsillo.

—Nada —contestó el hombre mayor.

—¿Tú no me dirás algo? —Le preguntó a la muchacha.

—Fue una pavada que le pregunté a tu papá.

—De haber sido una pavada no estarías tocándole la barbilla —le emitió con sequedad a su padre al tiempo que lo mataba con la mirada.

—No pienses lo que no es, Alessandro. —Su padre apretó el puente de su nariz—. A Celeste la conozco desde pequeña y la considero como una hija.

—Pues le estás dando regalos, la tratas bien y hasta beneficios para comprar lo que quiera, ¿no? —Levantó una ceja con ironía.

—Porque el marido que tiene no mueve un dedo para dárselo —habló irritado—, te pones en modo imbécil y pasas por alto todo lo que necesita.

—Por favor, ya dejen de discutir —manifestó incómoda—, tu padre insistió para que tenga algo más de ropa y calzados, en verdad no creo necesitarlos, pero como vio que se lo estaba negando siempre, decidió darme los beneficios de ir a las tiendas para elegir lo que quería. Y los regalos, los cambié por ropa masculina para Alan —admitió y miró a su suegro—, lo siento por haber hecho eso sin avisarte, pero no quiero que haya malentendidos entre ustedes por mi culpa.

—¿Y el papel que te guardaste? —Miró a su padre.

—Mostraselo, por favor, así no piensa mal —le dijo Celes.

—Eres demasiado benévola para el cretino que tengo por hijo —escupió mordaz.

Alessandro cazó al vuelo el papel roto apenas su padre lo sacó del bolsillo y se dio cuenta que era lo que había estado buscando.

—¿Qué pasó con los papeles?

—Frutilla... Los rompió —dijo con nervios la chica—. No sabía que los tenía.

—Ponle un bozal o enciérrala en tu dormitorio —refutó enojado.

—Es pequeña para un bozal y siendo cachorra le estoy enseñando a no morder.

—Solo evita que vuelva a entrar a la oficina.

—Si la perra los mordió fue porque tú los dejaste en un lugar poco acomodado y se terminaron cayendo al piso, es imposible que Frutilla haya saltado y tomado los papeles —le dijo irritado Vitto.

—Como sea, no me interesa —les dijo caminando hacia la oficina.

Dejó a ambos desconcertados.

—Ni le prestes atención, Celeste. Él siempre tiene ese mal carácter, no creas que se la toma de punto contigo.

—No hace falta que me mientas, suegro. Sé que nadie me quiere, pero no puedo hacer nada. Es lo que me tocó, tengo que aceptarlo.

—No digas eso, hermosa. No todos te odian, mi hija y yo te queremos, los queremos a los dos. Y la gente del pueblo y la ciudad también.

—Son pocos de todas maneras, pero no nos podemos quejar, hay que seguir a pesar de los encontronazos que tenemos.

—Si lo estás diciendo también por mi hijo, él es difícil, siempre lo fue.

—No sé cómo era antes, pero desde que llegamos que su carácter se potenció. Me ve y es como si se transformara en otro hombre.

—No lo veas de esa forma, Celes. Hay mucho trabajo en el banco y eso termina cansando un poco.

—Pero, no es mi culpa, Vitto. Hace más de dos meses que estamos acá, siento cuando me desprecia y me ignora.

—Tenle paciencia. —Intentó excusarse por su hijo.

—¿Y a mí quién me la tiene? Yo puedo aguantarle sus cosas, pero yo tengo que quedarme callada, ¿por qué? Porque vivimos de prestados, es un privilegio vivir acá y porque tengo que hacerlo por mi hermano.

—No viven de prestados aquí.

—¿No? —cuestionó con algo de burla—. Nadie quiere trabajar acá porque no me soportan, me miran mal, me insultan y yo me tengo que callar para no armar líos, me callo para intentar darles el ejemplo, me callo para tratar de no darle vergüenza a Alessandro y que todos lo critiquen por tener una esposa malhablada. ¿Y sabes qué? Ya estoy podrida —le respondió tajando y seria.

Celeste se giró en sus talones y caminó hacia su dormitorio teniendo en brazos a Frutilla.

Aquel mismo día y varias horas más tarde, Celeste le pidió disculpas a su padrino por haber reaccionado como lo había hecho en la tarde y él le dijo que no se debía de preocupar por eso, ya que la entendía perfectamente. Se volvieron a desear las buenas noches y la joven se sentó de nuevo donde estaba, en la sala secundaria donde conectaba con el pasillo de las habitaciones y donde solían comer. Allí estaban los grandes ventanales que daban al jardín trasero y el sector donde le gustaba a Celeste pasar el tiempo leyendo con la luz del sol y con la luz de la luna.

Minutos después no podía concentrarse del todo en la lectura, estaba pensando en las cosas que le estaban pasando, el repudio de casi todos, vivir en un lugar que jamás podría llegar a considerarlo como un hogar y lo peor, el desprecio de su marido, pero cuando pensaba en Alan, dejaba al margen sus preocupaciones y pensamientos para enfocarse en el bienestar de su hermano y no en ella misma. Sollozó cuando supo que nada iba a cambiar la frialdad de su marido y que ella tenía que continuar soportando los desplantes y enojos de él.

Fue Alessandro quien escuchó un leve llanto proveniente de la sala y se quedó cerca del umbral para escuchar con más atención que antes. Era Celeste, lloraba con tristeza y desconsolación.

El italiano volvió a caminar para ir hacía la cocina en el momento en que ella se dirigía al pasillo para irse a dormir. Fue un acto que Alessandro calculó a propósito.

El choque fue inevitable, pero la joven se disculpó de inmediato.

—No pasa nada.

—Buenas noches —le dijo ella caminando a su cuarto.

—¿No quisieras quedarte un rato conmigo mientras hablamos?

—Estoy cansada, solo quiero irme a dormir y no es solo cuando vos querés —le respondió con seriedad—, si de verdad querés hablar conmigo o hacer otras cosas, me lo estarías preguntando durante el día y no cuando me caigo del sueño, hay solo cinco personas en la Villa, cuatro están en la parte externa arreglando lo que se necesite y Sabina es la única de acá dentro que hace la limpieza y me ayuda en otras cosas, ¿por qué? Porque al resto se les antojó renunciar horas antes de que nos casaramos. Ni siquiera tuvieron la decencia de quedarse y conocerme mejor. —Expresó con hastío en su voz—, solo se guiaron por unos rumores y porque su antigua dueña tenía la misma nacionalidad que la mía.

—¿Qué me estás queriendo decir?

—Que estoy podrida de estar aguantandome siempre tus actitudes pedorras y tus miradas desubicadas, me tratas como si fuese una sirvienta y no me das el lugar de esposa.

—La esposa de mi padre —le comentó, dejando de lado el otro título, madre de él—, servía para eso, servirle a mi padre, no para ser su esposa, y tú, harás lo mismo. No necesitas tener el lugar de esposa. Las esposas solo sirven para estar en la casa, hacer los quehaceres y si quisieran los hombres, que ellas les calienten la cama para tener hijos —declaró con sorna solo por lo enojado que estaba con ella en haberse negado a hablar con él.

Celeste fue la segunda vez que escuchó algo tan machista como aquello, la primera vez, en otra situación, se lo escuchó a Martín, el abogado de su papá.

La chica no le iba a dejar pasar lo que le respondió, levantó la mano y le zurró la mejilla dándole vuelta la cara.

—Machista y cavernícola. No sé si me lo dijiste por ardor o porque lo pensás así, sea lo que sea, sos un tarado por abrir la boca para decir eso. La esposa de la que hablaste fue tu mamá y dudo muchísimo que mi suegro la haya obligado a tener hijos, de ser así, habrían tenido vos y Bianca muchos hermanos más. Así que, no la usó solo para procrear. Vos ni siquiera sabes si quisieron tener más y no pudieron, no sabes una mierda —manifestó irritada—, ni de la relación íntima de tus padres y ni siquiera cómo tratar a una mujer —le habló con determinación y él abrió más los ojos—, ¿te pegué en el ego de macho? —le preguntó casi con burla uniendo las cejas cuando le vio la expresión en su rostro—. No me importa —declaró con énfasis—. Tendrías que aprender un poco de tu papá para saber cómo tratarme.

—¿Acaso te gusta mi padre? Por eso tantos regalitos, ¿no? —dijo celoso.

—No digas insensateces, Alessandro. Tu papá es mi suegro y antes de eso mi padrino, el padrino de Alan y mío, y hasta donde sé, tu mamá lo era también.

—Eso no tiene nada que ver.

—Tiene todo que ver, ¿sabes lo que hace un padrino? Lo mismo que un padre, pero parece que eso no lo querés ver, que es diferente. Si pensás de verdad que él y yo tenemos algo, le estás faltando el respeto también a tu papá y te estarías poniendo a la altura de la edad de Alan, pensando cosas disparatadas. Alan tiene las cosas más claras que vos, en todos los aspectos. —Admitió con seriedad y sin que su voz titubeara en ningún momento.

Se dio media vuelta y continuó caminando hacia su dormitorio sin volver a desearle las buenas noches.

Alessandro poco tiempo después regresó a su habitación y se metió en la cama sin percatarse de que alguien más estaba dentro de la cama. Recién lo sintió cuando estiró las piernas y se encontró con algo peludo, abrió más los ojos, se destapó y encendió la lámpara de su mesa de noche.

La carita redonda con orejitas tipo osito, hocico pequeño y un par de tiernos ojos oscuros lo miraban con atención. Le sonrió sacando la lengua y se acercó a él.

—¿Cómo llegaste aquí y te subiste a mi cama? —Alzó una ceja mientras la miraba.

La perrita ladró y se echó en la cama con las patas para arriba para que le rascara la panza.

—¿Qué estás intentando hacer, bola de pelos?

La Pomerania se echó sobre el cobertor y bufó sin dejar de observarlo. Él se acostó, se tapó y se puso de lado para mirarla también.

—¿Tienes frío? —le preguntó y ella lloriqueó.

Alessandro la tapó con una manta que estaba a los pies de la cama y la peludita cerró los ojos y se quedó dormida. Él por su parte, recordó lo que hacía días atrás le había dicho Celeste, de ser así con las mascotas era una clara señal de que no debía ser una mala persona.


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Comenzando el mes de abril, el barón recibió una invitación para un evento benéfico el primer sábado de aquel mes que se realizaría en el salón de un hotel de la ciudad y el primero que había visto el sobre abierto, muy elegante y apoyado en la mesa del comedor fue Alan, qué de tan curioso que era, lo abrió y leyó lo que decía.

Lo descubrió su hermana metiendo la nariz donde no le correspondía y se encaminó hacia él para regañarlo por ver cosas ajenas.

—Alan... no seas curioso, dejalo donde está, no te tiene que importar el sobre.

—Perdón, ¿lo viste?

—No, porque no es mío.

—Es una invitación a un evento. Es muy fina —levantó las cejas y le dijo sorprendido mirando de un lado y del otro la tarjeta.

—Pero no te invitaron a vos, capaz que es de Vitto y vos metes la nariz donde no tenés que meterla —se acercó a él.

—Está dirigida a Alessandro y quieren que lleve acompañante.

Celeste se rio.

—Dudo mucho que Alessandro me diga algo. Él va a los eventos solo y en todo caso, lo acompaña su papá o su hermana si está en el pueblo, no tenemos que meternos en esos asuntos —le contestó y lo tomó de la mano—. Dejá el sobre y vamos a otra parte.

—¿Y si por una vez rompes sus reglas y sus protocolos? —La sugerencia de su hermano la hizo repensar muchas cosas.

—No quiero meterme en problemas, Alan... Ya sabemos cómo es Alessandro. No quiero tener un lío con él por esto —admitió.

—Podés ir, sin que te vea —su voz sonó convincente y levantó las cejas al tiempo que se le asomaba una pequeña sonrisa de lado—, por lo menos para saber cómo son esas fiestas. Te la pasas encerrada acá, en la cocina o acomodando las cosas de la villa, me cuidas, me ayudas a que haga la tarea, a veces vas a comprar con Sabina lo que se necesita y vos no estás para esas cosas o por lo menos, hacelas, pero con algo a cambio.

—Vivimos acá gracias a Vitto que aceptó el trato de papá, pero no tenemos que abusar de las cosas que nos dan.

—No estamos abusando de nada, vos menos, sos como una sirvienta más y no como la señora de Villa Elixir. Por una vez, date el gusto de romper las reglas y los protocolos. Ponete un lindo vestido y anda al evento, si ese pelotudo te dice algo, le decís que yo te insistí —emitió enojado.

—Qué boca, Alan —dijo algo molesta y uniendo las cejas—, no podés hablar así de tu cuñado.

—Me importa poco qué es mío —admitió levantando los hombros—, no puedo respetarlo si él no te respeta a vos.

—Tenés trece años, Alan, no podés hablar así, papá y yo no te educamos así de mal hablado.

—Alguien va a tener que decirle lo muy asqueroso que es con vos, pero creo que lo tiene claro ya —rio cuando se acordó lo que le había dicho antes.

—¿Qué le dijiste? —preguntó asustada.

—Lo que tenía atragantado en la garganta y creo que entendió el mensaje —respondió con ironía.

—No quiero que discutas con él por mí, por favor, Alan —le tomó la mano de nuevo entre las dos suyas—. No lo hagas más. No quiero que se enoje con vos.

—No lo va a hacer, no te preocupes. ¿Vas a hacer lo que te dije? —Le formuló intrigado y curioso a la misma vez mientras sentía que la perrita se ponía en dos patitas para que la alzara en sus brazos y lo hizo.

—¿Ir? —cuestionó perpleja—. No lo sé, Alan —dudó negando con la cabeza.

—No lo dudes, Celes. Tenés que ir. —Miró a Frutilla—, ¿vos qué opinás? Que tiene que ir, ¿no? —Se la abrazó más contra su cuello y la perrita pegó un ladrido—, ¿viste? Hasta Frutilla dice que vayas —emitió entre risitas y la mascota le lamió la barbilla al adolescente.

—¿Y cuándo es?

—Hoy a las ocho. Lo dice clarito en la invitación, primer sábado de abril, o sea, hoy.

—No tengo ningún vestido de gala. No me fijo en esas cosas —dijo bajando las cejas en un gesto de preocupación.

—Irás de compras con Sabina.

—Ay, Alan, si Alessandro se entera que le saco plata para eso, me mata.

—Te aseguro que no lo hará. Vas a ir tranquila al pueblo o a la ciudad mejor, para que te compres un lindo vestido, por favor, Celes. Yo te exijo que te lo compres —le sonrió.

—Está bien, vos ganas.

—¡Sí! —gritó con alegría y dando saltitos mientras alzaba a la perrita y esta movía las patitas en el aire.

—Ya calmate —rio, lo abrazó por el cuello y le dio un beso en la cabeza a su perra—, ojalá que Alessandro cuando me vea no quiera comerme cruda —se lamentó.

—No lo va a hacer. No creo que tenga la osadía de decirte algo desagradable si te ve y están los demás presentes y como te dije antes, no se atreverá tampoco.


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Aquella tarde Celeste y Sabina bajaron al pueblo intentando conseguir un bonito vestido, pero lo único más de gala que había, era un vestido de cóctel y la invitación pedía exclusivamente que fuese de etiqueta.

Debieron continuar hacia la ciudad donde una pequeña tienda de moda de vestidos de fiesta tenía el vestido que le había gustado a la chica.

—Hola, buenas tardes. Venimos del pueblo, me gustó el vestido de la vidriera, ¿habría uno con mi talle?

—Eres la baronesa —emitió sorprendida abriendo más los ojos.

La argentina ni siquiera había ido con intención de alardear quién era en verdad, puesto que no todos la conocían, y menos en la ciudad, ya que rara vez se dejaba ver.

—Yo... sí, lo soy. —Admitió con una sutil sonrisa—. ¿Me vas a mostrar el vestido? —Le preguntó temiendo que se lo negara.

—Claro que sí —le respondió y Celeste suspiró de alivio.

En unos pocos minutos, se lo probó, le quedó como quería y pagó por él. No tenía ni siquiera tiempo a elegirse otro incluso más barato y lo terminó pagando en una cifra bastante elevada. La chica, como clienta nueva y por ser la baronesa, le obsequió una vincha para lucirla junto con el vestido. Al principio se negó rotundamente, pero le insistió en que quería regalársela.

Luego de darle las gracias, ambas salieron de la tienda y se metieron en el coche para regresar lo antes posible a la Villa.

Una hora y media después, Celeste estaba caminando por el corredor del hotel para dirigirse al salón de eventos, con un cúmulo de nervios se puso delante de la doble puerta abierta y se adentró más al salón para ver dónde se encontraba Alessandro.

Lo vio bailar con una mujer y ésta miró en dirección a ella.

—¿No es tu esposa la que está en la puerta? —preguntó frunciendo el ceño.

Alessandro giró la cabeza para mirar en dirección a la joven. La vio preciosa y asustada por no encontrarlo, hasta que él se disculpó con la mujer y se encaminó hacia ella.

Estaba entre frustrado y enojado por tomarse la atribución de aparecerse allí también y no sabía cómo tuvo el descaro de presentarse.

El rostro que vio Celeste no le gustó ni un poco. Dio un paso hacia atrás y se dio media vuelta para volver al ascensor.

—Esto fue un error, fue una locura venir —se decía mientras avanzaba más hacia el aparato.

—¡Celeste! —Le gritó, pero ella no se dio vuelta—. ¡Celeste! Por favor, detente.

—No, no tenía por qué venir, fue un error —decía y Alessandro la terminó por sujetar de la cintura arrinconándola contra una de las paredes.

—¿Por qué viniste? —Le preguntó apretando sin hacerle daño su cintura por encima de la tela.

—Cometí un error, solo dejá que me vaya —no lo miró.

—¿Cómo supiste de esto?

—Alan vio la invitación sobre la mesa del comedor, pero no le eches la culpa a él, yo acepté sabiendo que era un error venir. Por favor, deja todo como está, volvé al evento, yo volveré a la Villa. Hacé de cuenta que no pasó nada.

Alessandro la dejó libre y ella casi corriendo se fue hacia el elevador para apretar el botón y entró, cuando las puertas se cerraron, se derrumbó.

Las puertas se abrieron de nuevo y apareció su marido.

—Ese vestido debe lucirse —le dijo y ella se sorprendió—. Y tú también.

—No hace falta, volveré a la Villa.

—Ahora entrarás conmigo, viniste hasta aquí porque tú también lo querías, no solo fue la influencia de tu hermano.

Cuando levantó la cabeza para observarlo a los ojos, una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Vamos —le contestó y ella se quitó la lágrima.

Ambos salieron del elevador y él le ofreció el brazo.

—No te acostumbres a esto —acotó y ella solo asintió con la cabeza.

Volvieron a entrar al salón ante la mirada atenta de varias personas, algunas mujeres halagaban su vestido y otras se reían de ella.

Su marido la dejó en un rincón y le sirvió una pequeña copa de Campari.

—No bailarás con nadie, si alguien se te acerca lo rechazas, ¿está claro?

—No tengo intenciones de bailar con alguien.

—Tampoco bailarás conmigo, Celeste —comentó tajante.

El hombre se alejó de ella y a medida que pasaban los minutos se bebió la mitad de la pequeña copa y un rato después el resto de la bebida alcohólica. Esperó media hora y decidió que lo mejor era irse de allí. No tenía nada que hacer y estaba más que claro que su marido no iba a quedarse con ella y hacerla sentir bien.

Sin mirarlo, se fue del salón y entró al elevador cuando esperó para que se abrieran las puertas. Apenas quedó sola, pudo sentir el escozor de las lágrimas que volvían a querer salir sin esfuerzos, incluso se sentía muy mareada, aquella pequeña copa la había engañado con su graduación alcohólica pensando que no iba a hacerle ningún efecto y peor se sintió al no comer algo.

Con lentitud, pero segura, salió del hotel y caminó sin rumbo fijo, no tenía el coche y tuvo que detenerse en un cantero para poder vomitar del malestar que tenía encima. Una mano masculina le sujetó la frente para que vomitara mejor si lo necesitaba.

Cuando terminó, él quitó un pañuelo del bolsillo del saco y le limpió los labios que estaban con saliva producto de las náuseas.

—¿Por qué viniste? ¿De qué quisiste asegurarte? —cuestionó mirándola con atención.

—No vine a asegurarme nada... —respondió molesta—. Quise vestirme así porque quería estar en la fiesta, aunque no estaba en tus planes decirmelo, pero Alan fue un metido al ver la invitación y me insistió, le dije que no estaba bien, pero siguió insistiendo y acepté sabiendo que no querías que estuviera.

—¿Te sientes mejor?

—Sí. Podés volver al evento, yo le pediré al conserje si me puede ofrecer un coche para dejarme en la Villa.

—Estás loca si piensas que te irás sola y en plena noche.

—Fui independiente y me manejé sola casi siempre, no necesito tu preocupación y mucho menos tu protección.

—Estás en un país europeo, no conoces a todos y menos te subirás a un vehículo con un chofer que no conoces, aunque sea del hotel. Si te pasa algo, la responsabilidad cae sobre mí y tu hermano me mata.

—Alessandro, no necesitas hacer este papel, si lo hacés porque te pesa la conciencia de lo que pasó hace unas noches atrás con la discusión que tuvimos, tranquilo, me estoy acostumbrando.

—Aunque no quieras, te irás conmigo, no te dejaré volver sola —emitió con seriedad e irguiéndose.

Celeste solo asintió con la cabeza, se puso de pie y lo acompañó hacia el coche en silencio.

La joven se quedó dormida en el asiento del copiloto y él la miró con atención, las manos que estaban en el volante se aferraron más a este haciendo que los nudillos quedaran blancos, apretó la mandíbula, pero no de rabia. Se sentía frustrado y no era por haberlo sacado del evento para volver juntos, era frustración consigo mismo, por ser un asco de hombre con ella. Se había vestido tan hermosa con aquel vestido femenino y vaporoso que lo único que le importó fue terminar por arruinarle el entusiasmo que tenía.

Llegaron pronto a la Villa y apenas estacionó el coche frente a la entrada se bajó y lo bordeó hasta ponerse frente a la puerta del acompañante y abrirla. La levantó en sus brazos y cerró la puerta con el pie.

Entraron gracias a Sabina que los vio en la puerta.

—¿Se encuentra bien? —preguntó preocupada al verla así.

—Sí, Sabina. No te preocupes.

Alan llegó a ellos para saber cómo le había ido a su hermana, pero se sorprendió al verla en los brazos de su cuñado.

—¿¡Qué le hiciste a mi hermana!? —exclamó enojado.

—Nada, bebió un poco de alcohol, vomitó y se quedó dormida, no le hice nada, no te alteres —le dijo molesto.

Alessandro se encaminó hacia el cuarto de la chica y la dejó sobre la cama. Alan entró detrás.

—Vas a tener que salir, no es propio que veas a tu hermana en ropa interior. Tengo que desvestirla para que pueda dormir cómoda.

—Y vos tampoco tendrías que verla...

—No hagas comentarios raritos —acotó incómodo.

—¿Se acostaron? —preguntó perplejo.

—¿Qué sabrás tú de eso? —formuló mirándolo—, y no, pero soy su marido —continuó con los ojos puestos en el chico—. Alan... sal de aquí.

—Saldré, pero no seas un cabrón con ella.

—¿Dónde aprendiste a hablar así? —frunció el ceño.

—Creo que con las cosas que nos pasaron maduré bastante para mi edad. Y Celeste estuvo peor que yo, prácticamente no tuvo su etapa de adolescente por todo lo acontecido y ya te podrás imaginar que no ve sus propias cosas, se preocupa por los demás y por mí —Alan calló y miró la espalda de su cuñado quien no se había dado vuelta para observarlo de nuevo—, yo le insistí para que comprara el vestido —le dijo—, y le calenté la cabeza para que vaya al evento. Quiero mucho a mi hermana y no se merece esto que le haces.

—Vete a dormir, Alan.

—Lo haré, pero pensá un poco lo que te acabo de decir.

El banquero solo asintió con la cabeza.

—Buenas noches —anunció el joven.

—Gracias, buenas noches para ti también.

Cuando escuchó la puerta cerrarse, se levantó de la cama y fue al baño para buscar algún camisón colgado. Vio que uno de ellos estaba mojado y el otro detrás de la puerta estaba descolorido y remendado, lo descolgó y lo apretó con bronca porque no podía entender que tuviera prendas en ese estado. Salió del baño y se acercó a ella para intentar despertarla.

—Celeste... Celeste —la llamó dos veces y de a poco la joven abrió los ojos—. Tienes que ponerte el camisón.

—¿Qué? —Intentó abrir más los ojos.

—Te ayudo a pararte para que te pongas el camisón así duermes más cómoda, ¿no quieres?

La joven con su ayuda se puso de pie y fue desvistiéndola sin mirarla inapropiadamente. Cuando le desató la vincha de metal, ella lo miró y le dijo algo que lo dejó petrificado.

—S-sos m-ma-a-l-lo. —Hipó y sollozó de nuevo.

Alessandro intentó ignorar su comentario porque de alguna manera lo había incomodado, se sintió afectado por haberle dicho aquello.

No le respondió, pasó un brazo por la cintura y la llevó al baño para cepillarle los dientes. Ella sostenía el cepillo a pedido de él mientras abría la pasta dental, la mano de Celeste no se quedaba quieta hasta que consiguió untar bastante dentífrico en las cerdas y le pidió que ella misma se cepillara los dientes.

La lentitud y el no poder mantener abiertos los ojos dificultaban la limpieza bucal, así que fue el barón quien tomó en cepillo y fue limpiándole con delicadeza los dientes. Le enjuagó la boca y se la secó para después salir de allí y volver a la cama. La arropó y terminó por quedarse dormida.

El italiano le acarició la mejilla con un par de dedos y se retiró del dormitorio para entrar al suyo.

¿Qué creen que pasará después de este acercamiento? Celeste fue muy directa en decirle aquello, ¿creen que Alessandro va a cambiar su comportamiento y tratarla mejor?

¡Comenten, quiero saber qué opinan! =) ♥

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