🎖️Capítulo 15🎖️

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Villa Elixir

Celeste se despertó un poco aturdida y salió de la cama intentando entrar al baño y despejarse con una ducha. Se acordaba gran parte de lo que había pasado la noche anterior y se avergonzó con la situación que le hizo pasar a Alessandro y el papelón de la ebriedad que tuvo encima al punto de terminar vomitando.

Pocos minutos después apareció en el comedor viendo con atención a los demás que estaban desayunando.

—Buenos días —dijo incómoda y yéndose a sentarse al lado de su hermano.

—Buen día —respondieron los tres.

Sabina se acercó a ella dándole los buenos días también y le sirvió café negro.

—Parece brea —tragó saliva mirando la taza llenarse del líquido caliente y sabroso.

—El señor me pidió que te sirviera esto.

—Se te pasará la resaca y el malestar —acotó Alessandro mirándola con atención y ella solo asintió con la cabeza.

La chica bebió un primer sorbo y arrugó la cara, pero tragó el café amargo sin chistar.

—Bienvenida al mundo adulto —rio su marido bebiendo de su taza.

—¿Cuánto te tomaste? —Quiso saber Alan.

—Solo una copa, pero no comí nada.

—La próxima debes comer algo, Celeste. El alcohol con el estómago vacío no cae nada bien —le aconsejó su suegro.

La argentina esperó por las palabras de Alessandro, para saber qué iba a decir, pero se mantuvo callado.

—Creo que... me quedaré en la Villa. —Respondió incómoda y volvió a tomar del café.

Cuando todos terminaron de desayunar, la muchacha ayudó a Sabina a levantar las vajillas y poner todo para lavar. Vitto se había ido a hacer unas diligencias al pueblo vecino, Alan volvió a entrar a su cuarto para terminar de hacer una tarea del instituto y Alessandro entró al despacho para preparar unos papeles bancarios para el día siguiente.

La joven quedó con Frutilla en el jardín trasero disfrutando un poco del sol mientras les echaba un poco de agua a las macetas.

Alessandro miró lo que estaba haciendo y decidió ir donde estaba. Apenas salió al jardín, la perrita lo vio y fue corriendo hacia él en donde la alzó en brazos y caminó hacia ella.

—¿Te sientes mejor? —Su pregunta hizo asustar a Celeste ya que ni siquiera lo esperaba allí y el chorro del agua de la manguera le mojó las botamangas del pantalón.

—Perdón, me asustaste —se llevó la mano a la boca mirando con atención hacia abajo.

El hombre cerró los ojos, pero se contuvo en decirle algo, ya se las desquitaría en otro momento.

—Estoy mejor, gracias —expresó y siguió regando—, estaba pensando en que... lo mejor sería no ir a ninguna otra parte, para evitar situaciones que te den vergüenza.

Antes de que Alessandro le contestara algo, Alan apareció en la galería que daba al jardín y llamó a su hermana.

—¡Celes! Ya terminé lo que me quedaba de la tarea, ¿vamos a dar un paseo?

—Bueno, pero pasearemos por los alrededores a pie.

—¿A pie? —cuestionó sorprendido y después agachó la cabeza—, ufa, está bien, vamos a pie —dijo resignado.

La joven se acercó a su marido y le pidió que le entregara a la perra.

—Quiero ponerle la correa —le comentó mirándolo.

Él también la observaba con suma atención. Alessandro esperaba que le dijera algo, pero no llegó lo que quería que le preguntara, una invitación para ir a pasear con ellos.

Le cedió la perra y le dio la espalda regresando al interior para meterse otra vez en la oficina.

Los hermanos Albarelos recorrieron gran parte de los alrededores de la Villa donde vivían.

Si no fuera por dos hombres que los interceptaron, increpándolos y diciéndoles a ambos, sobre todo a Celeste que no eran bienvenidos en el lugar y que era bueno que ella se cuidara, hubieran llegado mucho antes del mediodía. La chica le prohibió a su hermano abrir la boca y que lo que había pasado nadie lo tenía que saber. Alan se disgustó mucho con ella, pero le obedeció sin decirle por cuánto tiempo iba a cerrar la boca.

—Perdón por llegar tan tarde —se disculpó con ambos la argentina y le pidió a su hermano que fuera a lavarse las manos para almorzar, ella lo acompañó.

Cuando regresaron para sentarse en la mesa, Vitto miró con atención a su ahijada.

—Querida, ¿estás bien?

—Sí, solo un poco cansada por haber caminado bastante.

—¿Fumas? —Fue el turno de Alessandro preguntar—. Tienes olor a cigarro.

—N-no, no fumo.

La respuesta que le había dado llenó de interrogaciones al italiano, si ella no fumaba, lo estaba engañando y Alan era su cómplice. Volvió a ponerse de malhumor y almorzó sin volver a hablarle.

Al terminar de almorzar y quedarse a solas los hermanos, Alan se quejó con ella.

—¿Por qué no le dijiste lo que pasó?

—¿Para qué?

—Si no se lo decís va a pensar que estás viendote con otro.

—Que piense lo que quiera, al fin y al cabo, a él no le importo nada.

—Si vos no se lo decís, se lo voy a decir yo.

—Esto no es un asunto tuyo Alan. —Le dijo levantándole la voz.

—Va a creer que yo te estoy encubriendo y va a ser peor.

—No me importa, él no está haciendo nada bueno para intentar convivir con tranquilidad.

—No te dejó tirada cuando te pusiste en pedo y te cuidó cuando te dejó en la cama.

—Sí, pero eso a mí no me sirve de nada, un día está todo bien y al siguiente te mira como si hiciste algo indebido. —Le contestó y le repitió—, por favor, no te metas, no lo digas nada.

—No voy a dejar que él piense mal de vos, así que, lo lamento, pero se lo voy a decir.

—Estos asuntos no son para chicos de tu edad.

—Habló la experta —se burló de su hermana.

—No te burles, no me hace ninguna gracia a mí.

—Es problema tuyo —le sacó la lengua.

—¿No tenés tarea para hacer para el lunes?

Alan refunfuñó y tuvo que obedecerle. Celeste suspiró y regresó a la sala para caminar hacia la cocina, pero Alessandro, que abrió la puerta del despacho, le pidió que entrara para hablar a solas.

La chica pensó lo peor y se le dispararon enseguida los nervios. Este le pidió que se sentara en el sillón y caminó detrás de ella para sentarse también, pero en el sillón individual.

—¿Con quien estuvieron? —Su pregunta fue muy directa, sin darle tiempo a mentirle.

—No te entendí —quiso dilatar la conversación.

—No te hagas la tonta. Hoy a la mañana, cuando llegaron a la hora del almuerzo, ¿con quién estuvieron? —cuestionó y ella se mantuvo callada—, si no me respondes, tomaré tu silencio como otra cosa, incluso si me mientes, me daré cuenta y estaré pensando mal de ti. Te lo voy a repetir de nuevo, ¿con quién estuvieron? —Volvió a decirle, pero esta vez levantó un poco la voz.

Alan que andaba caminando por ahí, porque no había hecho nada todavía de lo que le había dicho Celeste, escuchó por atrás de la puerta la pregunta y salió en defensa de su hermana.

—Dos hombres se aparecieron de la nada para amenazarnos —la voz del adolescente fue firme cuando abrió la puerta de par en par y Alessandro vio la expresión en el rostro de su esposa dándole a entender que no iba a decírselo.

—¿Quiénes? —insistió el barón mirando a su cuñado.

Celeste le negó con la cabeza a su hermano para hacerle saber que no tenía que haber abierto la boca.

—Los dos tenían camperas negras de cuero con bordados.

—¿Algo más?

—Uno de ellos tenía un tatuaje en la mano, no sé qué animal era.

—¿Qué les dijeron?

—Solo que no éramos bienvenidos y que ella se tenía que cuidar.

—Ya fue suficiente, Alan. Te dije que tenías que ir a hacer la tarea para el lunes, no tenías porqué contarle de esto.

—Visto y considerando, es más boca floja mi cuñado que mi esposa —miró al chico y luego dirigió su mirada a la joven.

—Yo rajaré de acá —acotó Alan dejándolos solos

—Cobarde, tiras la piedra y escondes la mano —emitió su hermana.

—Ya es cosa tuya contarle, así abrís más la boca en decirle la verdad y dejar de mentirle.

Cerró la puerta a sus espaldas y quedaron en silencio.

—¿Es verdad lo que acaba de decirme tu hermano? —Levantó una ceja sin dejar de mirarla.

Celeste giró la cabeza para observarlo también y solo asintió con la cabeza.

—¿Y por qué no querías decírmelo?

—¿En qué cambiarían las cosas? En nada y supuse que iba a ser una pérdida de tiempo para vos.

—Tú no supongas lo que yo pienso.

—No es tan difícil deducirlo.

—Aún cuando lo creas fácil, no tienes idea de lo que pienso.

—Era bien sabido que si Alan no te decía la verdad, yo no iba a abrir la boca y vos ibas a pensar que te estaba engañando.

—Tengo mis métodos para averiguar lo que quiero.

—¿Necesitás algo más?

—No.

Celeste se levantó del sillón y caminó hacia la puerta para salir de ahí, pero él, volvió a hablarle.

—Eres tan esquiva que tampoco me dejas acercarte más a ti.

—Yo soy fácil, vos sos el complicado. No puedo llegar a vos, si vos no me lo permitís.

Con aquellas palabras, Alessandro quedó pensando y solo en el despacho.


🎖️🎖️🎖️


Celeste desde hacía cuatro noches seguidas que se iba a dormir muy tarde porque se quedaba a hornear tartas de fresas y otras de dulce de leche con rebanadas de banana. Por el momento, iban bien esos dos sabores y las personas que compraban las tartas, vendidas por el chico al que Celeste se las había ofrecido, estaban contentas por saborear dichos dulces. Sabía que era un riesgo que corría por delatarse al incorporar una tarta de dulce de leche porque era la única persona en conseguirlo, pero no le importaba mucho.

Aquella noche, Alessandro abrió la puerta de par en par descubriéndola.

Quedaron frente a frente, ella con un chunguito, una cinta con un moño en el pelo, y las manos en la masa, y él con el pantalón del pijama de seda oscura y con el torso desnudo.

Era de complexión atlética y esculpido. Celeste de repente se puso nerviosa ya que no lo esperaba allí y mucho menos en casi paños menores.

—Tal parece que pasas por alto todo lo que te dije —expresó con seriedad—, desde hace dos semanas solo escucho en la ciudad y en el pueblo la famosa tarta de dulce de leche. Era más que sabido que provenía de ti.

—Ya dejame tranquila... —intentó no darle importancia.

—¿Mi padre te dio el dinero?

—Tu papá ni siquiera sabe de esto. Me las arreglé.

—¿Empeñaste algo?

—Pedí fiado.

Alessandro se ahogó con el agua que estaba bebiendo del vaso.

—¿Fiado? ¿Estás loca? —Le clavó los ojos, asombrado.

—Eso es lo que se hace cuando no hay recursos. Pedís fiado a gente que te conoce —le dijo y comenzó a estirar la masa.

—¿Cómo lo vas a pagar?

—No te importa.

—Sí me importa porque lo que hiciste fue peor, pedir fiado sabiendo bien que somos millonarios. Me hiciste quedar mal.

—Solo a tu ego machista hice quedar mal —sonó con desdén—, me dejaste bien claro que no te importo y que no ibas a respaldarme, me las estoy arreglando sola —admitió y metió una nueva tarta a hornear—. No necesito plata para poder hacer lo que me gusta, la plata no soluciona todo —su voz bajó un poco—, ya lo vi con mi papá. Mucha plata para nada.

—Pero ayuda igual.

—Si tener tanta plata me hace una persona como vos, no la quiero —respondió con sinceridad.

Alessandro apretó el vaso con bronca porque sabía que tenía que bajar un poco su humor y carácter si quería que la conversación fluyera y no terminara en una respuesta desubicada por parte de él.

—¿Quién se encarga de las comidas de nosotros? —preguntó por curiosidad, pero sospechando el nombre.

Celeste se calló.

—¿Contrataste a una cocinera sin yo saberlo? —insistió y se acercó a su lado mirándola—, ¿es Sabina?

—Sabina no sabe cocinar, solo me ayuda a limpiar el cuarto de Alan y mío. Y se ocupa de otras cosas de la Villa.

—Cocinas tú —lo afirmó.

Celeste sabía muy bien que Alessandro no quería que ella lo tocará y eso implicaba también las comidas.

—No pude convencer a nadie para que venga a cocinar aquí... Ni siquiera ofreciendo un sueldo elevado —manifestó—, incluso Sabina se lo preguntó a otros y no lo aceptaron.

—¿Desde cuándo cocinas?

Lo miró de reojo.

—Desde el día siguiente a que Alan y yo nos instaláramos aquí.

—Lo supuse porque los biscotti eran diferentes en su forma —se rio al recordarlo.

—Perdón, Sabina me lo explicó, pero se me dificultó un poco. Siempre usé guantes quirúrgicos.

El hombre se sorprendió demasiado.

—¿Por qué? Si ahora no los tienes.

—Para que mis manos no tocarán directamente lo que comías. Y estas tartas no son para la Villa.

—Tienes la piel colorada entre los dedos.

—El látex de los guantes no lo tolero, pero prefiero usarlos.

El aroma a masa horneada inundó la cocina y Celeste las sacó del horno, con una manga ya preparada vertió el dulce de leche líquido con la gelatina sin sabor dentro del hueco de la masa y las llevó al refrigerador. Sacó dos de allí mismo para ponerle las rebanadas de banana y luego tirarle encima hilos de chocolate derretido.

—¿Puedo probar una porción? —formuló y la chica quedó desconcertada.

La argentina se mantuvo inerte porque fue sorpresivo lo que le había pedido.

—Celeste —la nombró.

—Lo siento. Sí, puedes.

La joven abrió la alacena superior y acercó un taburete para subirse y tomar un plato, como lo hacía todos los días, pero Alessandro se acercó y lo bajó por ella. Allí fue el primer roce de dedos que tuvieron.

—Gracias —le dijo y tomó un tenedor de postre y un cuchillo de pastel.

Le cortó una porción normal y se la colocó sobre el plato de postre, y se lo acercó. Él se sentó y le habló de nuevo.

—Busca otro tenedor para compartirla conmigo.

—No, gracias. Tengo que terminar de hacer tres tartas más.

—Por favor, tómate un descanso.

Sin decirle algo más, se lavó las manos y se sentó a su lado cuando agarró otro tenedor.

Compartieron la porción en silencio.

—Nunca comí algo así.

—Es una combinación argentina, banana, dulce de leche y chocolate. Yo solo la adapté a una tarta.

—Me gusta el sabor.

—Gracias.

—Es dulce y fresca a la vez. Tiene un sabor muy rico. Y le queda bien el chocolate con la masa, no la hace empalagosa.

—Gracias. Me alegro de que te guste —le sonrió con sutileza sin mostrar los dientes.

—¿Cuál es la otra?

—Tarta de frutillas.

—¿Con qué?

—Rellena de crema pastelera con picos de crema chantilly.

—¿Con Nutella has hecho ya?

—No, tengo que terminar de hacer las que me faltan para que lo que saque de la venta, sea el pago que le tengo que dar a la persona que me fio.

—Mmm... Entiendo. ¿Cuándo debes entregarlas?

—Mañana mismo. Acordé la entrega luego de llevar a Alan al instituto.

—¿Todas al mismo lugar?

—Sí.

Celeste comió un par de pedacitos más de la porción de tarta y se levantó del taburete para continuar con las últimas tres tartas que le quedaban.

—¿Cuántas son en total? —inquirió el hombre.

—Media docena, el chico quiso empezar con poca cantidad, me pareció bien, me va pidiendo cada seis tartas.

—Eres hábil con las manos —contestó mirando con atención la manera en cómo amasaba, estiraba con un palo de amasar de mármol y le hacía la base en la tartera y luego a la otra.

—Gracias —levantó la cabeza, le sonrió y volvió la vista a la masa para acomodarla mejor.

Los ojos de Alessandro cayeron en el escote de su camiseta de mangas tres cuartos, era redondo y se le notaba la división de sus senos en aquella postura. Trató de terminar de comer lo que le faltaba de la porción de tarta y se levantó del taburete para lavar lo usado, secarlo y guardarlo.

—Podía lavarlos después, no hacía falta.

—Termina pronto y duerme un rato.

—Me faltan tres más.

—Pídele a Sabina que te ayude.

—Tiene mucho trabajo en la Villa como para pedirle algo más y esto me gusta, por lo menos ocupo el tiempo en algo, aparte de ayudar a Alan con sus tareas del instituto. Porque no sé qué hacer aquí.

Habiéndole escuchado aquello, Frumento se estaba replanteando el tema del título nobiliario que tenía, algo cedido por su padre que lo solía ejercer cuando su madre aún estaba en la Villa.

Cuando era chico, la recordaba a ella ejercer de baronesa en los eventos al aire libre o a puertas cerradas, o para actos de beneficencia o de estado. Incluso recordaba que él viajaba con sus padres cuando se requería. Y desde el momento en que su padre le cedió el título, no quiso saber nada de todo lo que ellos hacían, porque implicaría que otra argentina tomara posesión de algo que ante sus ojos no le correspondía. No sabiendo que la anterior los había abandonado.

Alessandro se secó las manos después de guardar la vajilla y se puso detrás de la joven para pispear lo que estaba haciendo.

Amasaba nuevamente para otras tres tartas.

—¿Cómo lo haces? —cuestionó con interés.

—Es muy fácil, solo vas aplastando, estirando y apretando la masa para que quede lisa y suave.

—Enséñame —admitió.

La joven quedó asombrada y levantó la cabeza para mirarlo. Asintió con la cabeza y arrancó un pedazo de masa, tamaño suficiente para cubrir una tartera y echó harina sobre la mesada de la isla.

—Amasala como quieras. Apretala, estirala, lo que más fácil te resulte. Incluso podés golpearla contra la mesada, eso hace que sea liviana cuando la comes. Pero como es de noche, no la golpeo. Solo la amaso bien, le hago un bollo y la estiro.

Alessandro hizo lo que su esposa le explicó y ella fue echándole harina para que sus dedos y mesada no se pegaran. Trató de no tener ningún roce de manos, ya bastante incómodo le resultaba sentirlo detrás de ella, respirando el mismo aire y sintiendo como ambos perfumes se mezclaban con el aroma de masa horneada.

—¿Así?

—Sí, así está bien. Ahora agarra el palo de amasar y estira.

Ella le tiró más harina y él estiró la masa.

—Estirala a lo ancho ahora, para que quede relativamente redonda y así ubicarla mejor en la tartera.

—¿Así?

—Sí, ahora tendrías que esperar a que unte con manteca y luego enharine la tartera, para ponerla en el molde —le dijo mirándolo.

Lo tenía tan cerca que era difícil no tocarlo. Se repetía una y otra vez la frase que él le había dicho, que jamás lo tocara.

—Espero.

—¿No tendrías que estar durmiendo? —formuló tomando la tartera y un pincel de silicona para enmantecarla y luego echarle harina.

—Debería, pero me desvelé un poco.

—Lo siento, quizás tengas que dormir, vos sos el que sale a trabajar temprano y yo puedo echarme una siesta cuando quiera.

—Tranquila. Volveré a dormir cuando tenga sueño.

Ella asintió con la cabeza de nuevo en señal de estar de acuerdo con él.

Entre los dos acomodaron la masa estirada dentro de la tartera y luego en la otra. Sin querer Celeste rozó los dedos de él cuando acomodó mejor la masa y se disculpó poniéndose nerviosa.

Pronto salió de su encierro por debajo de uno de sus brazos para controlar el horneado.

Él se lavó las manos.

—Si gustas, puedo ayudarte con lo que te falta para que termines más rápido.

—Te lo agradezco, pero prefiero que te vayas a dormir.

—De acuerdo. Buenas noches.

—Buenas noches.

El hombre dejó la puerta entornada y miró de refilón como agachaba la cabeza y se limpiaba los ojos con las muñecas. Con un suspiro y un mejor semblante reanudó lo que le faltaba por hacer. Alessandro giró en sus talones y se dirigió a su dormitorio para volver a dormir.

A las ocho y media de la mañana los cuatro estaban desayunando y Ale fue el encargado de contar la noticia.

—¿Sabías que tenemos una pastelera? —Le dijo con diversión a su padre.

—No, ¿quién es? —Frunció el ceño intrigado.

—Celeste —la miró.

La joven quedó con los ojos muy abiertos sin esperar que se lo dijera.

—Tiene un nuevo emprendimiento —volvió a poner sus ojos en su padre.

—¿Qué emprendimiento tiene? —preguntó curioso Alan.

—Hornea tartas.

—¿Hacés la que le gustaba a papá? —Quiso saber el adolescente con entusiasmo—, esa te salía muy rica.

—No —contestó poniéndose roja como una grana.

—Deberías hacerla, esa te sale bien. ¿Te acordás cuando la quisiste hacer la primera vez? —formuló Alan llevándose una mano a la boca mientras se reía—, terminaste quemando la masa y el relleno.

—Pues tan bien no le salió —comentó Vitto riéndose ante la anécdota.

—Celeste tenía 14 años cuando la preparó, a veces le salían bien y otras veces no tanto, eso le pasaba con las comidas también —siguió el chico y Alessandro se la imaginó con una coleta baja, un delantal, la cara más de niña y en la cocina intentando cocinar para un niño de siete años y para un hombre que comenzaba a deteriorarse.

—Alan, sigue desayunando, no creo que les interese saber sobre mis intentos culinarios —dijo un poco riéndose.

—Perdón —contestó y bebió de su chocolate caliente.

—Me gusta que tengas un emprendimiento —emitió su suegro.

—Gracias —sonrió.

—Me olvidaba, tartas y ramilletes de flores. Ese es su emprendimiento.

Por una extraña razón, sentía que lo que decía Alessandro era una burla, pero confirmó lo contrario cuando le dijo a su padre que la porción de la tarta de dulce de leche con bananas y chocolate que le había hecho probar era la gloria.

—Esa combinación es un clásico argentino —afirmó Vitto—, menos la masa, pero la combinación lo es.

—El dulce de leche colonial mmm —suspiró Alan—, qué rico.

—¿Cuántos potes quedan? —preguntó Alessandro.

—No los conté —negó con la cabeza la chica.

Alan se levantó de la silla y se excusó.

—Buen provecho, iré a terminar la tarea para entregarla hoy.

—¿Querés que te ayude? —Lo miró.

—No, con lo que me explicaste ayer me están saliendo todas las oraciones, gracias.

—Me alegro.

—¿Cómo lo ves a tu hermano en el instituto? —interrogó el banquero.

—Está bien. Se está adaptando lo más rápido que puede, te agradezco el gesto de haberlo hecho entrar al instituto donde estudiaste cuando eras adolescente también.

—Tómalo como un regalo de bodas.

Celeste levantó las cejas y Vitto lo miró desconcertado. Parecía que lo que había sucedido antes era solamente una pantalla para quedar bien porque en verdad Alessandro a la muchacha la dejaba confundida.

—Mañana tengo un viaje de negocios, así que iré a terminar de empacar —comunicó el mayor de los Frumento.

La pareja quedó sola y Alessandro clavó los ojos en ella.

—¿Pudiste dormir?

—Sí, unas horas dormí, terminé como a las cuatro de la madrugada. ¿Y vos?

—Leí algunas páginas de un libro y luego dormí.

—¿Tenés libros? —preguntó sorprendida—, no vi una biblioteca en tu oficina.

—Hay una de tamaño mediano, pero no creo que te interese leer cálculos y balances, y temas bancarios. O libros clásicos.

—No, eso no. Me gustan las novelas rosas, papá me compraba libros cuando podía.

—¿Te los trajiste?

—Sí porque no son muchos, son doce nada más.

—¿Qué género te gusta?

—Romance histórico. Pero el contemporáneo también me gusta.

—Entiendo. En fin, me iré a trabajar —se levantó de la silla.

—Sí, lo siento —se levantó ella también para juntar las cosas sobre la bandeja.

Alessandro caminó hacia el corredor de las habitaciones para buscar su saco y abrigo, y cuando salió del cuarto, se encontró con Sabina.

—Quiero hablar contigo.

—Dígame señor Alessandro.

—¿Quién es el chico al que Celeste le pidió fiado?

Sabina quedó cortada.

—Me lo dices Sabina. No quiero que pida fiado.

—El hijo de Cosme, señor.

—Gracias. De esto ni una palabra. Luego se lo diré yo.

—De acuerdo, señor. Con su permiso —le dijo dándole una reverencia.

—Nos vemos después.

Cuando los dos se encontraron en el comedor de nuevo, él le habló:

—Trata de dormir una siesta, tienes ojeras.

—Tomaré el consejo, gracias.

—Hasta luego.

—Que te vaya bien.

—Gracias —giró la cabeza mirándola.

Frutilla se acercó a él para que la saludara y se lo hizo saber ladrándole.

—Hasta luego, bolita de pelos —le acarició la cabeza.


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Antes de ir hacia el banco, decidió hacerle una visita al hijo de Cosme, el chico más o menos tenía la edad de su esposa y vendía materia prima de primera calidad. Entró a la tienda con el sutil campaneo que colgaba de la puerta por dentro. Las clientas se sorprendieron al verlo, el hombre con su altura se veía descolocado en aquel lugar y delante de las mujeres.

—Buenos días.

—Buenos días, lord Frumento.

A pesar de no querer que las personas lo llamaran así, no podía evitar que la mayoría de los pueblerinos lo catalogaban con aquel título nobiliario.

—Atiende a las señoras y a la señorita, por favor. Yo esperaré —afirmó.

La joven de allí presente le coqueteó, pero él miró las tartas que estaban en la vidriera. Se las veían muy lindas decoradas y se acordó de la noche anterior. Lo cerca que estaban y el esfuerzo que Celeste hacía para no tocarlo, aunque sin querer un par de veces se rozaron los dedos.

Cuando fue su turno, no quedaba nadie en el interior y se acercó al mostrador.

—Hola, Guido.

—Hola, señor. ¿Qué lo trae por aquí? —preguntó intrigado.

—Necesito que me des la lista de lo que Celeste se llevó fiado.

—No he hecho una lista, no quise cobrarle a la baronesa. Quedamos en que me daba el dinero cuando vendiera, pero no lo aceptaré.

Alessandro sacó su billetera y le dio bastante dinero.

—¿Esto cubre las cosas que se llevó?

—Es demasiado.

—Bien porque me llevaré la caja de allí —señaló un rincón—, los gastos pasan a mi cuenta.

—Pero... —el chico quedó aún más sorprendido.

—Es tu trabajo, Guido. Vives de esta tienda.

—De acuerdo, señor Frumento. Se lo agradezco mucho, señor —le dijo sincero y con una reverencia.

—No fue nada, hasta luego, cuando mi esposa regrese, no le comentes nada, lo haré yo.

—Está bien, señor —asintió con la cabeza también.

Durante el resto del día, cada persona que vivía en la Villa hizo sus cosas y se vieron todos, recién cuando cayó el sol.

¡Hola! Bueno, acá hay nuevo capítulo y una relación que a pesar de las dificultades podría comenzar a tener sus frutos, ¿ustedes qué piensan?

Las leo.

Un besito, 💜🦋🍁

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