12 - "Atrapados"

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La camarera, Cassidy, me entregó una escandalosa batida de pestañas al servir mi café renegrido junto a una galleta de avena que no comería.

A excepción de lo que hubiese hecho una veintena de años atrás, me limité a agradecer educadamente y recordar que estaba en una misión compleja y disgustante.

Bebiendo, perdiendo mi vista en la adrenalina de la avenida, el pasado tocó las puertas de mi nostalgia: yo le había sido infiel a Barbara tan sólo una vez en mi vida, más precisamente, con una mesera de un bar nocturno en Kentucky.

Recordar aquel estúpido desliz me heló la sangre como siempre; con bastante alcohol, pasadas las cuatro de la madrugada y sin saber muy bien cómo, me encontraría enredado con esa rubia despampanante de boca suntuosa y gemidos agudos en un motel de poca monta.

¿Por qué lo había hecho? La respuesta a todos mis desplantes era única y universal: yo era una mierda.

Por varios días había estado distante, no mantenía relaciones sexuales con mi esposa y a pesar de su insistencia, yo alegaba cansancio. Pero cuando por fin había tenido la valentía de decirle que yo no la merecía, que era poco hombre, la noticia de su embarazo me dejó perplejo, con mi propia confesión atesorada en mi subconsciente.

Como una perversa jugarreta del destino, yo y sólo yo, nos quedaríamos con esa verdad.

Pero ahora, ya era un hombre de más de cuarenta, sin ataduras y sin ganas de liarme en problemas de polleras. Sarah era un divertimento tal como lo había sido Tracy año y medio atrás, como lo serían Tiffany, Jessicca...y así, una lista interminable.

Convenciéndome que era un zorro viejo que difícilmente cambiaría, llamé a mi fiel ladero.

—¡Bryan, hermano! ─saludé sorbiendo mi café en el Hard Rock homónimo a la ciudad que me tenía de huésped desde hacía un par de horas.

—¡Por fin te acuerdas de los amigos! ¿Dónde rayos has estado? Me preocupa no saber nada de ti ─era un buen amigo, siempre cuidándome.

—Es una larga historia ─sorbí el último trago, sin dejar de mirar mi entorno, cómodamente sentado en una mesa de las afueras de la tienda.

—Mmm me suena a que estás metido en algún lío ─pude imaginarlo fregar sus sienes, descontento.

—Este no es momento de regaños, Bryan, sino de pedirte ayuda ─era el único al que podía pedir socorro ─.Escucha, necesito que me envíes a la dirección que te pasaré luego, una copia de la carátula y de las fojas correspondientes al expediente de Felicity Carla Morgan. Quiero saberlo todo.

—¿Y quién es esa tipa?

—Sólo hazlo. Y lo más rápido que puedas.

—Aguarda un momento ─hizo una pausa, meditabundo─,¿esa no es la mujer que apareció muerta en Brentwood? ¿La madre de la chica desaparecida el año pasado?

—Exacto.

—¿Y qué tienes tú que ver con esa historia?

—No te incumbe.

—¡Está bien...no te sulfures! ─conocía mi mal genio.

—Agenda la dirección.

—Dime.

—Dirígela al hotel Confort Inn, a nombre de Clinton Rex.

—¿Estás en un caso?

—¿En serio lo preguntas?

—Es cierto...no puedes vivir de otro modo que no sea trabajando con el nombre de otro tipo ─me conocía mejor que nadie.

—Adjúntame el informe del departamento forense en un sobre de manila ─ignoré su gran verdad.

—Mitch...¿estás seguro de lo que haces?

—Bien lo has dicho. No conozco otra vida que no sea la propensa al riesgo, Bryan. Prefiero contarte los detalles cuando esto sea un caso cerrado y estemos bebiendo cervezas en el cobertizo de tu casa.

—¿Bebiendo cerveza?¡Pues el único que lo hará seré yo! Tú te prepararás esos licuados de hombre afeminado que tanto te gustan ─sonreí a desgano, recordando mi mala relación con el alcohol.

—Necesito otro favor ─rugí.

—Aprovecha tu día de suerte.

—Necesito todo sobre Martin África Zuloa: actividades, direcciones, colores favoritos y bandas musicales. Todo será bienvenido.

—Pues tus pedidos son órdenes...aunque ya no seas mi jefe.

—Nunca dejaré de serlo ─bromeé con nostalgia.

—¡No lo dudo! Aun operando desde las sombras siempre consigues que te obedezca.

Reímos a la par, como cuando éramos un equipo y no existía caso que nos resultase difícil de resolver.

—El reporte sobre Zuloa lo tendrás en breve. Con respecto al otro, demorará un poco más. Estamos con algo bastante pesado entre manos.

—¿Ah, sí?

—Como sabrás, es confidencial. Te lo contaré cuando sea una anécdota ─dijo dando fin al pedido de auxilio.

Después de haber dormido poco más de dos horas, supuse que lo mejor era trabajar como yo sabía: en soledad. Sin poder negar la utilidad de incluir a Maya dentro de esta investigación, los riesgos eran superlativos. Un paso mal dado y todo podía irse al demonio.

Con los rayos de sol filtrándose por detrás de mí, había tomado una ducha por la mañana sin ánimos de despertar a mi pequeño conejito, que hacía unos ruidos extraños con su boca abierta. Estaba débil física y emocionalmente.

Esta nueva inyección de adrenalina le daría el impulso necesario para vengar la muerte de su madre y hermana. Y aunque fuese una soberana inconsciencia, me encontré apoyándola un ciento por cierto.

Con el ardor del beso en Poupée, con los ojos inyectados en el deseo subyacente por verla con esa falda corta y brillante decorando sus hermosas piernas, me retiré de la habitación sin dejar notas ni acuses, obteniendo la imagen de Maya enredada entre las sábanas, con el pelo enmarañado y un suspiro angelical saliendo de su boca de fresa.

Regresando a las inmediaciones del Phillips Arena, a pocas calles del bar nocturno que nos tendría como visitantes horas atrás me dispuse observar el movimiento y ver si, efectivamente, Zuloa merodeaba la zona tal como asentaría el empleado del estadio de los Hawks de Atlanta.

Sin intenciones de meter a Bryan en el medio de este tema, me vi en la obligación real de recurrir a sus contactos para desenmarañar de qué iba este asunto.

Era obvio que Zuloa quería tener mucho más de cerca a Maya y el hecho de llevarla esta noche hacia Poupée como señuelo, era aterrador. Pensar en su proximidad, en que posase siquiera su aliento cerca de su cuello etéreo, me generó un escalofrío desagradable.

La boca de esa chiquilla era un poema y de ella salían las estrofas más hilarantes e irritantes del mundo.

Maya era un compendio de aciertos y desaciertos y aún así lograba atraparme como a un niño al que le entregaban un chocolate en la esquina de un instituto. Ella me abrigaba con su ternura, me arropaba con la suavidad de su voz.

¿En qué momento había dejado de ser el lobo estepario para ser el Bambi edulcorado de Walt Disney? Sea cuando hubiese sido, el mérito era de una sola mujer: Maya Neummen.

Renegando contra mi reconocimiento, alertado por este cambio impensado en mí, inspiré profundo convenciéndome que en pocas horas ella regresaría a su vida y yo a la mía. O al vacío que paradójicamente la ocupaba.

Esquivando la posibilidad de aceptar que Maya me afectaba más de lo necesario y por fuera de todo profesionalismo, el sonido de un correo electrónico abordando a mi casilla despejó cualquier razonamiento absurdo.

Sin dudas, mi amigo Bryan tendría ganada más de una cerveza.

Martin Zuloa era de Ghana por lo que su apodo "África" cobraba sentido absoluto. Había sido un mal estudiante, rechazado de varios institutos hasta que finalmente se adentró al negocio de las apuestas deportivas ilegales siendo un adolescente. Tal como aseguraría Carrick extraoficialmente, Zuloa había conformado la comitiva de los Atlanta Thrashers durante más de dos años, siendo un gran dolor de cabeza para el club de Hockey.

Con más de un año en la cárcel saldría de allí por buena conducta (¿¿en serio??) logrando huir del escenario policial por un largo tiempo. Sin embargo, una tarde bastaría para tirar por la borda un lustro de anonimato: su esposa Mariah lo denunció por violencia doméstica, malos tratos y abusos varios.

La demanda obtendría como resultado la restricción a Zuloa de aproximarse a su casa por un radio de cinco manzanas sin establecer contacto con su ex esposa ni con sus dos niños, Kaley y Zerga, de dos y tres años respectivamente.

Era más que obvio que los lazos con gente de gran poder, adquisitivo y legal, le daba carta blanca. Zuloa nunca era juzgado por un tiempo superior al año y medio, y generalmente, las condenas quedaban en suspenso, consiguiendo salir a la calle sin el menor inconveniente.

La corrupción era un gigante que difícilmente podrían abatir. Pero yo creía en la justicia. Y por ello, me aliaba al pedido de Maya.

Rebuscando en mi móvil, prontamente me hice de más información: la cicatriz de Jeannette, perceptible pero no violenta en apariencia, no era más que un símbolo llamado "adrinka" utilizado en las culturas de África Occidental. Esos círculos representaban, ni más ni menos, que  "lealtad".

Era un real hijo de puta.

Reuniendo lo obtenido a través de Bryan y mi teléfono, regresé al hotel dispuesto a delinear los próximos pasos: Anita nuevamente sería la carnada perfecta. Vacilante, opté por agregarle un dispositivo de audición; yo estaría al mando de la situación de un modo más activo. No podía ni quería dejarla más expuesta de la cuenta porque, después de todo, los antecedentes de Zuloa lo convertían en un hombre desagradable y violento.

Pensar en Jeannette, en su cicatriz de pertenencia, me hirvió la sangre.

Sus ojos grises, doloridos, daban cuenta de la oscuridad en el alma de aquel hombre que mantenía una amistad con un joven rubio y misterioso que sería seducido por mi compañera de aventuras.

¿Y si el rubio no tenía nada que ver con el asesinato de Liz Neummen? ¿Si todo sería obra de Zuloa?¿Y si ninguno estaba envuelto en esta causa? Mi experiencia no me alejaba de la suposición de que ambos, o si no al menos uno, estaba involucrado en aquella situación, descartando la última conclusión de plano.

Para cuando aparqué el Mustang en el hotel, noté a lo lejos la cortina corrida de la habitación que compartíamos con Maya. Meneé la cabeza. Debíamos mantener la mayor discreción posible en nuestra estadía y ella dejaba que el mundo observase el interior de ese cuarto.

¿Estaba siendo un maldito paranoico? ¿Quién podría llegar a sospechar que estábamos tras un pez gordo?

Los años al servicio de espionaje me decían que el enemigo siempre estaba respirando de cerca y que no era bueno fiarse de nada ni nadie.

Saludando con mi cabeza a la recepcionista del hotel, la joven bonita de redondeados pechos, me encaramé hacia la escalera con destino final al cuarto.

—Lección numero tres ─mi mandíbula quedó de piedra al verla de pie, tomando la fotografía que conservaba de Zach dentro de mis pertenencias ─:¡Nunca y bajo ningún concepto, debes revisar el equipaje de tu compañero! ─avancé un par de pasos y le arranqué la foto de sus manos. Quería reprenderla, gritarle, decirle que era una mocosa irreverente y que todo acababa de terminar...pero la imagen de Barbara meciéndose con el pequeño Zach, con el miedo instalado en sus ojos y sollozando, me detuvo. Yo debía escarmentar. Lo había perdido todo en un rapto de locura innecesaria e injustificada. Diez años después, era hora de aprender la lección.

—P...perdón ─tragó dolida. Quise deponer mi actitud y abrazarla. Protegerla entre mis brazos a pesar de su infracción.

Lo prohibido era atrapante. Y yo lo experimentaba con esa chiquilla con la que tenía casi quince años de diferencia de edad.

—¿Por qué Maya?¡¿Explícate por qué?!

—Perdona Mitchell, quise saber más de ti y bueno...no puede evitar la tentación ─inocente, respondía afirmando mi teoría sobre lo censurado. No había nada malo en ello. Yo era el maldito paranoico cubierto de sombras y odios por sí mismo. Ella sólo quería conocer al imbécil que la había aceptado como pseudo colega y le cobraba mil dólares por un trabajo que se complicaría demasiado.

—Y lo que has visto...¿te ha aclarado el panorama? ─sin dejar al descubierto mis debates internos, deseé saber hasta donde habría llegado su mente.

—N...no. Esa foto no decía mucho.

—¿Realmente quieres saber quién soy? ¿Estás segura de querer saber más de mí? ¡Te sugiero que ni siquiera oses averiguarlo! ─atrapando la distancia entre ambos, mi tono fue tan duro como amenazante. No estaba mejorando las cosas, de hecho.

—No creo que seas tan malo como dices ─no se amedrentó, entregándome una mirada apenada y transparente. Me envolvía con su voz dulce y sus ojos tiernos ─.Me estás protegiendo por fuera de toda necesidad y protocolo. Si no tuvieras un poco de sentimientos, hubieras cobrado el dinero que te di y me hubieses abandonado a mi destino. Sin embargo, elegiste cuidarme.

Su inteligencia me abofeteó. Era un puto cabrón y cobarde; poco profesional.

—Mitchell, esta situación es una completa mierda. Estoy sola en este mundo, luchando contra fantasmas ajenos y personales. Quiero que sepas que por más que este sea tu trabajo, yo de todos modos estaré agradecida por lo que haces por mí ─me acarició.

—No puede pasarte nada Maya ─antes, muerto.

—No pasará nada porque estarás tú para protegerme.

—No sé si lo logre ─dudé como nunca antes.

—¿Desde cuándo te rindes?

—Jamás lo haré. Pero no puedo asegurarte que esto no salga de control.

—¿Por qué?

—Porque desde el momento en que ingresaste a mi vida con tus faldas almidonadas y tus ojos tristes no ha pasado una puta hora en que no me haya prometido cuidarte. Me he alejado del objetivo principal; nada me importa menos que el dinero. Me has arrastrado a un punto de negligencia semejante que he dejado en tus manos muchos de los detalles de este caso ─exponiéndome más de la cuenta, acepté mis debilidades.

—Me has subestimado ─sonreí a desgano con su salida.

—No hagas que me arrepienta de seguir adelante con esto.

—Te lo prometo.

Besé el dorso de su mano tibiamente y tras unas palabras poco agradables para ella, aceptó que por la noche regresaríamos a Poupée.

______

Optando por mirar la TV acostada en la cama, Maya aprovechó para descansar en tanto que yo utilicé las instalaciones del hotel para completar mi rutina de ejercicios. Ya no era un joven de veintipico de años con un cuerpo entrenado y la misma reacción física de antes; por el contrario, contaba con dos décadas más y alguna que otra herida en mi haber.

La rodilla era un tema en sí misma: la humedad de Atlanta era un escollo a superar.

Durante un operativo, el imbécil de Mirko Gircik, un croata involucrado en un caso de narcotráfico me cogería desprevenido, impactándome un disparo con su Dragunov en mi rótula izquierda, dejándome en inactividad por más de diez meses, tiempo en el cual profundizaría mi carácter irascible, mi mal genio y mi predisposición a las adicciones;  tabaco y alcohol, fueron candidatos y malos socios.

Para entonces, ya estaba matrimoniado con Barbara, una joven estudiante de artes tan bella como distinta a mí.

En una emotiva ceremonia en una estancia en las afueras de Columbia, nos prometimos lealtad, cuidado y respeto mutuo. Tres cosas que yo no acataría de ningún modo.

Habiéndome convertido en un obseso del trabajo, desalmado y materialista, desplazaba a Barbara al lugar de "sirvienta". Duro con ella, me comportaba como un canalla. Teniendo relaciones sexuales solo cuando yo deseaba, generalmente algún día de suspensión por responderle mal a mi superior (en aquel entonces Rick Nielsen) o durante unas vacaciones forzosas, yo no era un buen hombre.

Cuando Zachary nació, un extraño mundo paralelo se desató a mi alrededor: el llanto del niño, mi reciente incorporación tras muchos meses de rehabilitación y los reclamos por parte de Barbara por ser un buen padre, me agobiaban.

Escogí, pues, hundir mis miserias en el whisky.

Adicto al trabajo, al alcohol y a los cigarros, me entregué a la desidia.

Fue entonces cuando una noche, en plena oscuridad, ebrio y oliendo pestilentemente, regresé a mi casa.

Barbara permanecía en la cocina, meciendo al niño que no dejaba de berrear.

—¿Qué hacen despiertos a estas horas? ─acusé entre sombras, sin hacer equilibrio.

—Lo mismo te pregunto a ti. Deberías haber llegado para la cena ─reprochó sin dejar de susurrar a Zach, irritado en demasía.

—Puedes decirle que se calle de una vez? ¡Me explota la cabeza!

—¡¿Y tú puedes dejar de ser un puto egoísta?! ─sollozando, rogando por una respuesta, Barbara se mantuvo inquebrantable. Era una mujer fuerte.

—¿Egoísta? ─estallé mi puño sobre la mesa ─. ¡Tooooda esta casa la has tenido gracias a mí! ─ giré con los brazos abiertos y con la botella de escocés en la mano ─.Vacaciones en Europa, un bienestar, electrodomésticos costosos...una mujer que cobra una fortuna por ayudarte a limpiar esta mierda. ¡Esto es gracias a que me rompo el alma por dártelo todo! ─siendo un bastardo, enumeré.

—No quiero ese confort si a cambio obtengo a un marido borracho y violento en casa.

El bebé lloró con más fuerza, absorbiendo nuestra pelea en su pequeño cuerpecito.

—¡Que se calle el maldito crío! ─grité exigiendo imposibles, acercándome a grandes zancadas.

Barbara mantuvo su quijada presionada; sus ojos ya no lloraron.

—¿Es esto lo que quieres? ¿Impartir miedo?

—Barbara...por favor...he tenido un día agotador... ─a los tumbos avancé hacia la sala, desordenada y repleta de cacharros del niño y ropa sin doblar.

—¡No existe un maldito día en mi vida que no lo sea, Gus!¿Acaso no lo ves?¡Nos estás perdiendo y solo quieres que el niño deje de llorar porque tienes jaquecas?¡¿Por qué no sueltas esa botella y dejas de ser un ebrio recalcitrante?!

—¡No te permitiré que me hables así! ─nuevamente envuelto en llamas, giré para colocarme a escasos centímetros de ellos.

—¿Qué pasa si lo hago? ─desafió con agallas ─.¿Me golpearás? ¿Nos pegarás?

—No me provoques... ─rozando el abismo, no era consciente de mis problemas.

—Hazlo y te juro que no volverás del infierno.

Elevé mi mano por primera vez en mi vida, con la furia bloqueando mi cordura.

—¡Vamos! ¡Demuéstranos quién eres! ─entera, valiente, Barbara sostenía su mirada febril en la mía, desquiciada.

Mil imágenes, mil palabras, mil promesas. Yo acababa de traspasar el límite. Oficialmente, me convertía en un monstruo.

Con las rodillas flaqueando, volteé mi cuerpo para caer desplomado en uno de los sillones de la sala. Sujeté mi cabeza entre mis manos, desechando escusas tontas. Lo mío era imperdonable.

—¡Nos vamos ahora mismo! ─secamente, disparó a mis costillas con aquellas palabras ─.¡Y ni siquiera te molestes en detenernos! ─gimoteando, me dejó solo envuelto con mis penurias. 

¿Con qué clase de bastardo se había casado?¿Qué clase de padre era yo para Zachary? Sus pasos repiquetearon en dirección a la planta superior de la casa.

Como pude, con malestar mental y una acidez que quemaba mis arterias, me ubiqué al pie de la escalera a esperar. A ver cómo la vida se iba delante de mí y era incapaz de retenerla.

A paso vivo, Barbara bajó las escaleras con Zachary en un brazo y un bolso grande y pesado en el otro.

—¿Te vas? ─musité algo compuesto, pero viendo borroso.

—Lo mío no era una amenaza, Gus.

—P...perdona ─balbuceé intentando declinar su marcha. Se mecía en el último escalón, intentando escabullirse con el niño a cuestas.

—No puedo hacerlo. No ahora, Gus. Estuviste a punto de agredirme simplemente porque he tirado verdades en tu cara. Ya no estás conmigo, no compartes tiempo con nuestro hijo. Ya no somos la familia con la que algún momento soñamos ─lacrimosa, me partía el alma en dos.

—Te prometo que lo intentaré ─uní mis manos en un ruego lastimoso.

—No, Gus. Lo has prometido cien veces y cien, has incumplido ─lapidó ─.Me cansé.

Sin nada más por decir, bajé mis defensas. Dando un paso al costado, permití que se fuera. Con el corazón marchito, con la dignidad vulnerada y con nuestro hijo entre sus brazos. 

Agradecí ser el único que estuviese utilizando las máquinas del gimnasio del hotel, no deseaba que nadie me brindase miradas condescendientes ni desaprobatorias al ver mi ceño contraído y mis ojos vidriosos por la nostalgia.

Yo había sido una mierda de tipejo; África Zuloa no era peor que yo.

Agotado, me coloqué un toallón en la nuca para dirigirme hacia la habitación. Maya dormitaba, abrazada a la almohada y con la TV sintonizada en una vieja serie. Aproveché su descanso para darme una ducha reparadora y pretender quitarme el sinsabor de la remembranza de mi cabeza.

—Maya...Maya...─susurré a su oído oliendo su perfume, tras vestirme.

—Mmm ─adormecida apenas parpadeaba.

—Debemos prepararnos para ir al bar nocturno ─repetí el plan.

—¡Rayos! ─refunfuñó haciendo un puchero aniñado y sensual.

Refregó sus ojos y extendió sus brazos. Bostezó exageradamente.

—¿Has podido dormir bien? ─me coloqué el reloj, ya lejos de su nido de mantas y cabello.

—Sí. Creo que más de lo que necesitaba.

—Han sido tres horas y media ─aclaré

—¿He dormido tres horas sin parar? ¡Waw! ¡Me gradué de oso polar! ─su humor, tan volátil como efectivo, era reconfortante ─. Si no cojo pulmonía tras dos días de usar este breve top, será un milagro ─esbozó con irreverencia y malestar sabiendo lo que le esperaba más adelante.

—Un agente encubierto debe estar preparado para adaptarse a las situaciones más extremas del mundo.

—Pura charlatanería ─movió la mano con desdén y se perdió en el baño, con las prendas pecaminosas en el pliegue de su brazo.

Veintitrés minutos más tarde apareció en escena, tan impactante como el día anterior. Y el efecto ocasionado en mi entrepierna, resultaría también, ser el mismo que el día de ayer.

—Hoy llevarás un pequeño auricular ─dije acercándome a ella, con la invasión de su belleza acechándome.

—¿Esto supone un ascenso? ─fue sarcástica. Y me gustó.

—Es una medida más de seguridad. Aun no sabemos qué es lo que quiere ese tipo contigo y no pretendo arriesgarme a que sea más desagradable de lo que imagino, puede ser.

—¿Y qué imaginas? ─su voz apenas audible, acarició mi quijada, cercana por la colocación del aparato. Miré hacia un punto fijo, evadiendo mi verdadero dilema físico.

—Secreto profesional ─aceptando a disgusto mi respuesta, no protestó.

El jovenzuelo de la recepción la observó con perturbante descaro al momento de salir; lo fulminé con la mirada, intimidándolo. Maya cumplía su rol tal cual lo habíamos pactado pero eso no le daba el derecho a nadie a estudiarla como si fuera un trozo de carne.

Tragué pensando en las obscenidades que me venían a la mente. Todas, la involucraban a ella y a sus piernas vestidas de red negra.

En pocos minutos llegamos a las inmediaciones de Poupée. La extraña quietud del sábado por la noche era algo considerable a tener en cuenta. Salí del auto, y prometí volver ante sus ojos suplicantes.

Las cosas me olían a problemas.

—Buenas noches ─dije frotando mis manos y soplándolas para darles calor, dirigiéndome al oficial de policía apostado a pocos metros de la puerta de Poupée.

—Buenas noches, señor ─fue gentil. Estaba vestido como Rambo.

—¿Sucede algo por aquí? Todo está muy quieto... ─mostré una placa de policía "ficticia". El joven agente leyó rápidamente y ablandó su rictus.

—No señor. Solo un procedimiento de rutina ─irguió su espalda, como si yo fuese su superior.

—Oh...ya veo ─respondí disconforme. Él lo notó ─.¿Es de rutina mantener cercada esta zona un sábado a la noche? ¡Eso es muy extraño! ─convenientemente, merodeaba su presencia.

—Señor, yo estoy solo cumpliendo órdenes.

—Lo sé...Agente Brown ─leí de su identificación, en su chaqueta antibalas ─,pero está al tanto que no cooperar con otro agente de policía también puede ser considerado como una grave infracción... ─intimidé. El joven era nuevo dentro de la fuerza, de seguro, ya que olí su miedo y vi una gota de sudor arremolinándose debajo de su patilla izquierda ─.Vamos, somos colegas. Sé que hay algo raro aquí. No puedo creer que lo desconozca.

El joven agente se removió en su sitio. Yo lo intimidaba, y eso presuponía cierta ventaja. Tragó fuerte y dio un paso, mínimo, hacia adelante.

—Han venido en busca de un tipo, señor ─soltó finalmente.

—¿De quién?

—No lo sé con exactitud.

—¿No lo sabes o no quieres decirme?

—No lo sé ─su voz tembló. Supuse que no ocultaba nada.

—Suponiendo que tienes razón y no sabes de quién se trata... ¿conoces al menos el motivo?

Luke Brown respiró nervioso. Rígido, retomaba sus viejas formas. Era leal...y un completo subordinado.

—Creen que tiene algo que ver con el asesinato de una chica de por aquí cerca.

Repentinamente, empalidecí, pero lejos de que mi rostro digiriese esa noticia, sonreí al muchacho.

—Tienes potencial, Brown. Nunca dejes que otros se lleven el rédito ─entregándole una palmadita en su hombro me fui antes que alguien saliera y estuviésemos en problemas ─. Recuerda: tú y yo, nunca mantuvimos esta conversación ─a tres pasos de distancia, solté como una advertencia. El chico acató mis órdenes; daba por descontado que obedecería.

Caminé a gran velocidad, con la respuesta a aquel acertijo aprisionando mi garganta: Jeannette era la muchacha del misterio. Maldiciendo, era obvio que alguien conocía de este juego de gatos y ratones y no se estarían quietos. Más que nunca, confirmé que estaban tras de Maya.

¿El rubio o Zuloa la habrían reconocido? ¿Alguno sabría de mi plática con los medios locales en Brentwood, aquellos que cubrieron el asesinato de Felicity Morgan?

Debíamos escapar, estar un paso por delante de ellos hasta que fuese el momento exacto en que tuviéramos que enfrentarlos.

—¿Y? ─Maya curioseó apenas entré a mi carro.

—Debemos regresar al hotel.

—¿Pero qué ha sucedido? ─desencajada, oliendo peligro, no quedó callada ─.¡Mitchell! ¡Por Dios!¡ Lo único que logras es ponerme paranoica! ─resoplé y comenzamos a debatir por qué debía cerrar el pico y dejarme actuar.

La cosa no cambiaría al regreso del hotel a excepción del sobre de manila que el muchacho de recepción me entregó. Bryan estaba tras ese encargo.

Sumergido en la vorágine de la huida, en lugar de encontrarme con una Maya expeditiva con la causa, hallé a una bonita niña caprichosa que cuestionaba cada paso que le pedía que tome. Que para dónde vamos, que por qué las cosas se complicaban, que por qué no la hacía parte de mis planes...¡era un calvario vestido de mujer indecorosamente sexy!

—¡Maya, no hagas las cosas más difíciles! Tendrás las respuestas en el momento indicado.

—¡Las quiero ahora mismo! ─puso sus brazos en jarra, aun con la ropa de fulana enfundado su cuerpo. Sus sensuales zapatos impactaron en mi brazo.

Forme dos puños con mis manos, arrojé mi bolso en la cama y avancé hacia ella, en una magnética cercanía.

—Escúchame, niña insoportable. Esto no es un juego de espías y sabuesos ni una de esas series televisivas que sueles ver. Esta es la realidad: hay gente que quiere verte diez metros bajo tierra y está convencida de lograrlo. Y yo no voy a permitirlo. Para eso, necesito que cooperes y no seas tan terca e infantil. ¿Tanto te cuesta comprender que si te sucede algo no me lo perdonaría? ─¿Era necesario acaso que se lo repitiese hasta el hartazgo?¿Qué parte no comprendía que ella me afectaba más de lo estrictamente profesional?  ─.Cámbiate de ropa antes que sea demasiado tarde.

—¿Tarde?

—  i continúas vestida así, puedo garantizarte que te arrancaré ese top con mis propios dientes ─en el idioma del desborde emocional, le dije sin medias tintas.

Bajó la mirada y fue al baño a cambiarse mientras que yo descendería mis niveles de excitación.

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