14 - "De armas tomar"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Los datos brindados por Mariah Birkina serían sumamente relevantes aunque necesitaban de comprobación. No obstante, avanzábamos en dirección recta y todo parecía soplar a nuestro favor.

A poco de Sedalia, la bella construcción de ladrillo con una gran marquesina que indicaba "Calibers Indoor Range & Training", nos daba la bienvenida.

—Esto no luce como un parque de diversiones ─Maya frunció el ceño al leer el gran cartel de ingreso. Por fortuna, habríamos comprado un sándwich de camino; caso contrario, me estaría comiendo un brazo, famélica y furiosa. Una combinación que no deseaba experimentar.

—Pues estate segura que para mí, lo es ─sonreí y la sujeté de la mano una vez fuera de mi coche, arrastrándola junto a mi emoción.

Para cuando estuvimos dentro, la mirada de asombro de Maya resultó ser épica. Mostré mis credenciales como miembro de fuerzas de seguridad y ex agente del FBI, porque aunque no me desempeñara como oficial activo, conservaba ciertos beneficios.

—Ella viene conmigo, seré su instructor ─dije mirándola por sobre mi hombro. El rubor asaltó sus mejillas y su sonrisa de conejito indefenso me iluminó.

El joven de la mesa de atención al público tomó nuestros datos (los reales) y me hizo entrega de una Glock 19 y una Beretta 96. Dos pistolas clásicas sin pretensiones de intimidar a mi aprendiz ya que no habría ido con simples intenciones de recrear mi vicio, sino, de enseñarle nociones básicas de defensa. Cada minuto que pasaba era un paso más que debíamos dar para protegernos.

—¿Extrañas disparar? ─preguntó gritando, acomodándose sus protectores auditivos.

—No tanto; lo cierto, es que debo mantener el entrenamiento.

—Oh, entiendo.

Llegando hasta el sitio designado, la hice pasar conmigo. El cubículo era pequeño, pero no lo suficiente como para que quepamos sin inconvenientes.

—Quiero enseñarte a disparar ─confesé.

—¿Qué? ─preguntó con histeria, parpadeando frenéticamente.

—Es necesario que sepas empuñarla y disparar. Lo básico.

—¿Y quién te dijo que quiero aprender? ─inquirió con prepotencia, haciendo un puchero digno de ser besado. Debía tranquilizarme si quería hacer de ese momento, algo formal.

—Vamos Maya, no seas chiquilina.

—Mi madre solía decir que a las armas las carga el diablo.

—Pues despreocúpate, tú no tendrás que cargarlas. Solo saber dispararlas ─repliqué en nuestro idioma de gritos y lectura de labios.

—¡No te hagas el gracioso! No es lo tuyo ─roló los ojos, cruzando los brazos y pegándose contra la pared izquierda de nuestro sector.

Dejé las armas de lado, sobre un angosto estante opuesto a su "zona de berrinche" para acercarme aun más a ella, que presionaba sus labios armándose de una boca más que comestible.

Tragué, sucumbiendo a la desconcentración y al silencio flanqueado únicamente por los disparos a lo lejos y a unos alaridos sin trascendencia.

—Maya, no te convertiré en un francotirador. Pretendo que sepas cómo actuar ante una eventual situación de riesgo.

—Me prometiste que tú estarías a mi lado ─bajó sus brazos, aflojándolos.

—Yo...yo no estaré para siempre ─admití con malestar.

—Pero...

—Pequeña mía ─mi nariz casi rozaba la suya inundándose con su aroma dulce e insolente─, los peligros siempre nos rodearán ─recorrí su quijada con el filo de mi dedo índice absorbiendo cada gota de su respiración, degustando visualmente cada centímetro de su piel de porcelana ─. Eres tan hermosa...─exhalé perdiendo el objetivo real de mi advertencia.

No respondió, pero sus mejillas dibujaron unos hoyuelos simpáticos en su rostro.

—Aquel capaz de hacerte daño, primero, deberá matarme a mí. Y si eso sucede, necesito que estés preparada.

—Mitchell, nadie me hará daño mientras estés a mi lado.

Bajé mi mirada para entregarle un beso, sofocante pero breve. Mis pulgares sostuvieron su mandíbula para no dejarla ir. Maya se entregaba a mi necesidad, palpable y sensible; entreabriendo sus labios, me permitía que la saborease. Era exquisita, suave. Perfecta.

Su respiración se volvió agitada y la mía, también. Era frágil, como una rosa bajo la nieve.

Lamentablemente, yo tenía el don de lastimar todo aquello que tocase; me había ganado el odio de mis padres y de mi hermana cuando supieron sobre mi separación de Barbara, había conseguido que mi ex esposa escapase con nuestro niño y ni qué hablar cuando Zachary me rechazó.

—Me has despertado una sensación de pertenencia dolorosa ─confesé rogando que el volumen de mis palabras fuera el suficiente como para no tener que repetirlo. Estaba en desventaja, desnudo emocionalmente.

—Y yo quiero pertenecerte ─leí sus labios.

Finalizando, subí mi boca y besé la punta de su nariz, con ternura desmedida. Lo que sucedía era una completa locura, porque en primer lugar yo la tenía que proteger de mí mismo, quizás, siendo su peor victimario.

—Tenemos tiempo hasta las seis de la tarde aquí dentro. Aprovechémoslo.

Refunfuñó un poco pero accedió a ser mi alumna. Apartándose de la pared, tomó la delantera. Estabilizándome, regresamos a esa extraña relación previa a mi descompensación física y mental.

—Debes sujetar el arma de este modo ─poniéndome por detrás, apoyando mi cuerpo en su espalda, me adapté a la curvatura de su columna. Con un gran ejercicio de autocontrol, sostuve mi cabeza prácticamente sobre su hombro ─, cógela fuerte. Domínala siempre con tu mano más hábil, generalmente, es con la que escribes ─detallé, continué firme y con volumen sostenido ─ .Al disparar te desplazarás hacia atrás y si no lo tienes en cuenta, puedes lastimarte innecesariamente ─ abrazando posesivamente sus manos, dicté ─.Ni el dedo meñique ni el pulgar de la mano que usas por fuera entrarán en acción. Son sólo para estabilizar la pistola. Si ubicas mal tus dedos pulgares, el accionar de la corredera podrá herirlos. Para cuando apuntes, debes tener la cabeza fría y la sangre, helada ─claudicando en todo lo opuesto, mis sentidos se nublaron por la atrapante fragancia de su cabello oscuro y brillante. Hasta un simple champú de hotel olía delicioso gracias a ella ─.Ahora bien, separa tus pies a la altura de los hombros y pon tu pie dominante un paso por delante del otro ─acató órdenes como una excelente pupila ─. Inclínate levemente y dobla por muy poco, tus rodillas. Debes estar cómoda pero estable. Mantén el codo dominante completamente recto ─apartando mis manos de las suyas, se lo toqué para alinearlo con precisión ─, el otro podrá estar más flojo ─removiéndome tras Maya, me ubiqué nuevamente como una pieza de puzzle ─.Ahora, cierra tu ojo izquierdo y respira profundo ─aun a pesar del ruido, asumía mis instrucciones con precisión ─.¿Estás lista? ─movió la cabeza, aceptando, oyendo milagrosamente ─.Apunta... ─grité ─.¡Fuego! ─jalando conjuntamente el gatillo, le dimos al hombro de la figura negra.

—¡Qué va! ¡Soy pésima! ─guñó, abandonando el arma en la tarima frente a nosotros. Apartó ligeramente uno de los protectores de su oído.

—Por ser tu primer disparo, está más que bien ─felicité.

—Prueba tú.

—La idea no es que me veas a mí; te he dicho que pretendo que salgas de aquí con varios disparos de práctica encima.

—¡Hagamos un trato! ─propuso disparatada, haciéndome parpadear sostenidamente.

—¿Un trato? ¡No estás en posición de elegir nada!¡Debes disparar y ya!

—¿Quién se comporta como un niño ahora? ─con la punta de su zapato repiqueteó insistentemente en el piso.

Resoplé, largando el aire de mis mejillas infladas. Era tan bonita como incansable.

—Bueno, ¿qué quieres? ─me ganó.

—Si logras dar al centro veinte de veinticinco disparos, pues me callaré la boca y haré lo que tú digas.

—¿Estás hablando en serio? ─me olió a trampa.

—¿Tienes miedo de perder? ─intuyendo lo mucho que me disgustaban esa clase de desafíos, dio justo en el blanco.

Nunca mejor dicho.

Elegí, pues, la Glock 17, calibre 9mm.

—Es de las armas más fieles que conozco. Es segura, soporta cualquier tipo de adversidad y además, es de simple accionar ─expliqué al cargarla, dándole la espalda a Maya y elevando muchísimo la voz.

—¿Esas características son las que buscas en una mujer? ─disparó, paradójicamente, distrayéndome de vuelta.

Mordaz, era acaso la comparación más absurda e inteligente que había escuchado en toda mi vida.

—Si ganas, pues tendrás acceso a mi respuesta ─levanté la ceja, redoblando mi apuesta y tomando posición sobre la base de disparo.

—¡Oh, qué emocionante! ─aplaudió mudamente.

Dispuesto a no oír más que los fogonazos a mi alrededor, comencé a tirar.

—Uhhh...a su pierna... ¡eso es espantoso! ─chilló consternada como si aquella cartulina fuese una persona de carne y hueso.

—Ya tendré mejor puntería ─levanté mis hombros y pegué cinco balas consecutivas. Todas darían al medio, respondiendo a la exigencia a mi conejito justiciero.

Irguiendo el cuerpo, roté mis hombros y expandí mi caja torácica para regresar a la acción.

De a tandas, pronto llegaría a los diecinueve disparos correctos y a cuatro fallados. Estaba a uno de la gloria o del fracaso. Rogué por lo primero; sería insostenible soportar a Maya mofarse de mi error.

—¡Vamos Mitchell! ¡A que puedes lograrlo! ─seductoramente, mostrándome una versión más cercana a la Laura de vestimenta de fulana que a la Maya de faldas largas gruesas y de señora mayor, se acercó a mi oreja, para levantarme el protector y susurrar.

Su voz oscura, perversa, hizo más mella que una bala de cañón.

—Eso es jugar sucio ─no la miré, sabiendo que me volaría los sesos.

—¿Acaso esto no es un juego? ─pestañeó bajando sus gafas protectoras, inundando con el verde de sus ojos mi renegrida alma.

Deseaba responder con una simple acción: comer su boca. Pero no podía, aún teníamos un trato. Y una cabeza con la que pensar.

Acostumbrado a las situaciones más hostiles y desfavorables, exponiendo mi cuerpo a heridas profundas y mi corazón a cicatrices insalvables, me envolví de toda aquella innata fortaleza para realizar el último disparo.

Con determinación, no marré mi tiro. Eficaz, como en los viejos tiempos, me alcé con una bizarra victoria.

—Ya lo ves. Ni siquiera recurriendo a maniobras tan viles has logrado salirte con la tuya ─guiñé mi ojo. Luego, me quité la protección visual.

—Debo reconocer la derrota. Soy buena perdedora.

—Ha sido muy arriesgado de tu parte desafiarme en esta disciplina.

—Ya, ya... ─movió sus manos ─.Dime qué hacer, entonces ─molesta, volvió al lugar de tiro.

—¿Estás enojada? ¿A ti también te disgusta perder? ─colocándome por detrás, retomando viejas posiciones, dije en voz alta con deleitada ironía. Nunca habría imaginado divertirme tanto en un polígono de tiro ─.Toma la Glock ─le quité la Beretta recién empuñada por Maya. La que había usado yo, era desde luego, más versátil y segura para una principiante como ella ─.Ya le quité el seguro; recuerda empuñarla con ambas manos, fijar tu vista en un punto y ¡pum! Disparas.

—¡Cómo si fuera fácil! ─refunfuñó ladeando su cabeza.

Acaricié sus manos frías, dispuesto a comenzar con la práctica.

—¡Ya! ─ordené y obedeció. Directo al cuello.

¡Vaya! Quizás verme de pie, le habría servido como instrucción teórica.

—¿Qué tal estuve? ─corriendo ligeramente el tapón de su oído, quiso oír más claramente mi devolución.

—Mejor ─acepté ─.Vas por buen camino.

—¿Puedo intentarlo sola? ─pestañeó con inocencia. No podía negarle nada a ese par de ojos cautivantes y esas diminutas pecas en torno a su nariz ─.Contigo detrás...pues...no creo que me concentre comos es debido ─sus pómulos se sonrojaron. Relamió su labio, seduciéndome sin querer. ¿O era deliberado?

—¿Crees que con dos disparos de práctica encima podrás hacerlo bien?

—Pues al menos lo quiero probar.

—Es toda tuya ─le entregué el arma, con cuidado─.Confío en ti ─obsequiándole una media sonrisa, no era cuestión de abusar de mi galantería.

Maya removió sus caderas, inclinando su torso según mis instrucciones. Puse mi mano en mi barbilla observando su destreza para recordar los movimientos precisos.

Una figura negra se acercaría hacia nosotros a gran velocidad. Uno, dos, cinco, diez disparos seguidos habían dado exactamente en su corazón.

Atónito, mis ojos no dieron crédito a la buena suerte de esta mujer tan encantadora como inocente.

—¿Y?... ¿qué tal estuve? ─repitió como en el disparo de minutos atrás, dejando de lado sus lentes de protección.

—He quedado... ¡sorprendido!

Rió, con un dejo de malicia exagerado e intrigante, pasando por delante de mí con absorta seguridad.

—Creo que es todo por hoy ─puso el seguro a la pistola con la que acababa de hacer magia.

Aun sin poder reaccionar, miré aquel hombre destripado de cartón para que me otorgase a una respuesta a semejante show.

Avanzando por el corredor, rumbo a la administración y dispuestos a dejar el armamento rentado, detuve su marcha. Apartándola del camino hacia un lugar más reservado y silencioso, nomenclado con la leyenda "salida de emergencia", interrumpí su marcha.

—¿Por qué sospecho que me estás ocultando algo? ─entrecerré mis ojos.

—No he ocultado nada ─se miraba las uñas, infantilmente.

—Maya...¿tú sabías disparar? ─pregunté con recelo.

—Hace mucho que no practico, no lo he hecho con pistolas desde los quince, pero antes de la muerte de mi padre era común que lo acompañase a algún lugar descampado a tirarle a latas o botellas.

—¿Y dónde ha quedado eso de que a las arma las carga el diablo?

—Mi madre odiaba que mi papá fuera de cacería. Por eso, me permitía ir con él; de ese modo se aseguraba que no hiriese ningún animalito en mi presencia, y al mismo tiempo, dejaba que mi padre practicase tiro.

—¡Me has engañado asquerosamente!

—No, simplemente omití decírtelo. ¡Estabas tan compenetrado en enseñarme que no quise romper tu corazón! ─mofándose de mí con desparpajo, Maya reía a carcajadas.

Ella era una brisa de aire fresco en mi vida tormentosa cubierta de gris.

—Solía utilizar un rifle de palanca ─con naturalidad, detalló.

—¿Un rifle? ¡Tan pequeña y con un rifle!

—Siempre estuve rodeada de cosas fastuosas que me hicieron ver muy pequeña; mi Chrysler, el arma de papá...

Incrédulo ante su relato, estaba frente a una mujer sin igual.

—Te expliqué posturas, el modo de disparar...─solté en voz alta, con el ceño completamente fruncido.

—Y lo agradezco. Has refrescado mi mente ─curvó sus labios exageradamente, sin abandonar su pedantería.

— Sabes... ¡te has ganado un enemigo! ─agrandando mi malestar, elevé un dedo.

—¡Vamos Mitchell! Me he divertido mucho con tus clases ─fingí estar enojado. Éramos dos niños pequeños presumiendo de sus habilidades.

—Lo dudo...ya lo sabías todo ─fue mi turno de mirarme las manos.

Imprevistamente, Maya se colgó de mi nuca. Elevando un tantito los pies, su nariz tocó la mía.

—Me ha gustado mucho que te pongas por detrás de mí ─sugerente, su voz era grave.

—Quizás fue lo único bueno de las lecciones.

—Mitchell, deja tu orgullo de lado. ¿Por qué no reconoces que puedo estar a la altura de las circunstancias? ─yo no desconfiaba de aquello, sino que bien podría defenderse sola. Ya no me necesitaba cubriendo sus espaldas.

—Regresemos al hotel, pronto cerrarán el polígono ─sujetándola por los codos bajé sus brazos. Poco amable, sugerí la huida.

Caminando hacia el Mustang una tenue sonrisa se dibujó en mis labios. ¿Por qué? Porque Todd Neummen había hecho de su hija menor una pequeña amazona: conocía de autos y de armas, cosas poco habituales en una mujer común, afirmando, que ella era única en su especie. Es ese preciso momento lo demostraba: autosuficiente, Maya se pavoneaba con el sabor de una victoria inesperada por mí pero no así para ella.

De reojo la vi contenta, quizás por primera vez sin la sombra de su pesar oscureciendo sus hermosos ojos, porque cuando ellos se nublaban, era innegable que su corazón estaba triste. Era inimaginable su dolor y estar en sus zapatos era acaso el último lugar donde querría encontrarme yo.

—Luces serio ─ya en el carro, esquivando la noche vecina, musitó.

—Porque alguien me ha jugado una treta desleal ─prolongué mi actuado enfado.

—Mitchell, ¿he roto tu corazón finalmente? ─batiendo sus pestañas como posesa, conjuntamente con un puchero, no hizo más que subir la temperatura de mi entrepierna.

¿Pero por qué demonios seguía teniendo ese poder sobre mí? Cada paso dado, era un escalón más hacia un error garrafal. El coqueteo era deliberado y hasta en cierto punto delicioso, pero propasar esa línea no era más que hacer de esto un completo desastre.

Repensando su pregunta por fuera de todo tipo de ridículos, sólo Barbara con su abandono me lo había roto. ¿Había sido ella o yo mismo cuando la deje ir?

Sin mayor debate, meneé la cabeza dando por sentado las dos opciones como válidas.

Volviendo a Maya y su aniñado cuestionamiento, la tomé de la mano y acaricié mi barbilla con la seda de sus dedos.

—No tengo corazón para romper, Maya.

—Yo lo he escuchado.

—Son los llamados estertores. Cada tanto, cuando un músculo muere, replica algún que otro movimiento involuntariamente.

Maya enarcó una ceja, sin creerme. E hizo peligrosamente bien.

Sin el cinto, inclinó su torso hacia mí, tieso frente a su accionar. Colocándose a escasas moléculas de oxígeno de distancia de mi boca, sus ojos felinos le hablaron:

—Todos tenemos un corazón que nos delata, Mitchell. Y el tuyo habla más de lo que quisieras.

—¿Piensas eso?

Su mano acarició mi barbilla rasposa, de varios días sin rasurar. Su aliento dulce, su mirada encendida, su boca brillosa en la mitad de la oscuridad eran las herramientas con las que contaba esa muchacha honesta y delicada.

Ella no era mujer para un polvo. Aunque mis ganas por darle uno eran desesperantes. Mi orgullo no dejó que yo bajase la vista, por el contrario, se mantuvo con la guardia en alto.

—Maya, debo protegerte.

—Lo sé. Te designé como mi centinela ─recordó arrastrando su trasero un poco más hacia adelante sobre la butaca.

—No entiendes Maya, debo protegerte... pero de mí.

—Demuéstrame el por qué ─sin tiempo a réplica fundió su boca con la mía.

Arrebatada, implacable e inesperadamente, Maya me tomó por el rostro, acrecentando la voracidad de su pedido. Cerrando mis ojos, dejándome llevar por la locura, otra vez más, acepté su modo de abordarme.

Sujeté sus hombros para acercarla a mí, pero cualquier proximidad era poca. La quería dentro de mí. Bajando mis manos, la tomé por su pequeña cintura y en un rápido movimiento escandalicé sus límites: la coloqué a horcajadas sobre mi regazo.

Amparados por el anonimato, ocultos por la oscuridad de una tarde cerrada sin estrellas, la única luz que me encandilaba era la del aura de Maya. Tan frágil, tan dócil...y tan ingenua.

¿Qué habría visto en mí? ¿Por qué enredarse con viejo cascarrabias que había dejado la ilusión de sentirse un hombre completo muchísimo tiempo atrás? Maya friccionó su pelvis contra la dureza de la mía.

Nuestros pantalones sacaban chispas. Engullendo con gula su boca, mordiendo su labio inferior, mis manos acuñaban sus glúteos movedizos, encontrando refugio temporal en los bolsillos de sus vaqueros.

Con un dejo de esquizofrenia acosándome, podía sentir la risa viva de mi Mustang. Yo jamás había osado con superar la línea del "toqueteo" con alguien allí dentro. Ni siquiera con Barbara había experimentado estas ganas voraces de poseer a alguien en este incómodo y sagrado sitio.

¿Peligrosa obsesión?¿Necesidad compulsiva?¿Capricho absurdo? ¿Dulce prohibición? Sea lo que fuera algo en mi cabeza me impediría seguir avanzando. No por mi automóvil sino por la dignidad de esa mujer carente de afectos y mortificada por la herida de su madre y hermana muertas sanguinariamente.

Maya no se merecía que jugase con sus sentimientos o que fuese víctima de mis cavilaciones y mis falsas expectativas.

—Maya...no debemos, no podemos ─perdido en el vapor de su calor, en su meneo infame sobre mi bragueta de piedra, aparté su rostro de mío con poco cuidado ─.¡Esto es un despropósito! ─ firme, agitado y decepcionado por mi cobardía, solté.

Ella respiraba agitadamente, sosteniendo su mirada en la mía.

—¿No te gusto? ─¿de verdad decía eso?

—¡No es eso! Es que no quiero que este desliz perjudique nuestro cometido. No debemos perder el eje principal Distraernos puede ser un problema ─frío, profesional, marqué una barrera infranqueable aún contra mi voluntad.

Maya escondió la vista, y como pudo, se desenredó de mi cintura para volver a su sitio. Frente al pequeño espejo de su lado, acomodó su pelo revuelto por mis manos afanosas. Sus labios habían tomado un color especial, sus pómulos se sonrojaron por su necesidad carnal.

—Nunca vuelvas a pensar que no me gustas ─fui intimidante ─.Eres preciosa.

Asintió tímida y callada recogiendo los pedacitos de dignidad que yo había dejado en ella.

—Maya, no puedo tomarte ni aquí ni en ningún otro sitio. No debemos confundir más las cosas ─yo no solía dar demasiadas explicaciones ante nada, pero me sentía indefenso ante su avance. Y debía mantener a salvo el pacto que teníamos por el bien de ambos.

—No digas nada más, Mitchell ─levantó su palma con voz intermitente ─.Ya entiendo. Eres un soldado que acata órdenes ─acertó con dolor.

—El enemigo acecha y no podemos dar margen de error ─aunque muera de ansias por conocer el sabor de tu piel escondida.

Maya perdió su vista en su ventanilla, allí, junto a los trozos de mi honestidad brutal.

Llegamos al hotel envueltos en un estado de incómoda zozobra; ella dormitaría durante el viaje mientras que yo no dejaba de observar sus pestañas batirse nerviosamente por causa de algún padecimiento. De seguro, por mi culpa.

Para cuando entramos, una llamada entró a mi móvil.

—Mitch... ¿por qué no respondías el teléfono? ─regañándome, Bryan estaba del otro lado de la línea. Yo caminaba por el lobby del hotel, en tanto que Maya seguiría camino rumbo a la habitación.

Decidiríamos cenar aquí mismo.

—He estado ocupado ─ocupado en enseñar a un niña a disparar con una simple pistola a un tipejo de cartulina cuando ella destruía botellas con un fusil Winchester desde los quince años.

—¡¿Ocupado?! Ya me lo imagino... ¿acaso has estado buscando criminales en Georgia?¿Qué tienes tú que ver con la detención de Martin Zuloa?

—Lo que sucedió fue culpa suya.

—No lo creo.

—¡Se lo sospecha de la muerte de una de sus empleadas!

—Se ha comprobado que él no fue. La chica tomó un cóctel de tranquilizantes recetados. ¿No has visto los últimos reportes? ─cerré el puño conteniendo el golpe. No estaba en mi casa como para hacerlo sin pudor; por el contrario, me encontraba en un hotel y con mucha gente alrededor.

—Hoy por la mañana lo detuvieron. 

—¿Ni siquiera lo han mantenido encerrado una puta noche?

—Ya sabes cómo es esto...

—Bryan, ¡es un peligro que este hombre ande suelto!

—No hay pruebas en su contra ─¿Cómo era posible que todos se rindiesen tan fácil? ─.Es cierto, la chica trabajaba para él, pero no se pudo constatar el vínculo de su muerte con Zuloa. La joven se dio un shock de barbitúricos, Mitch. Se suicidó.

Mascullé bronca e indignación. Pero a la distancia y sin el menor detalle, poco podía hacer.

—Tengo un último pedido para hacerte ─musité con odio.

—¡Ya tendré que cobrártelos! ─dijo, bromista. Pero yo no estaba de humor. El oxidado Gus, renacía dentro de mí.

—Averigua a quién dentro del círculo de Zuloa, apodan "Moscú".

—¡Caray, qué originales que son en ese grupo! ─acotó ─.Pues bien, apenas consiga algo, te lo haré llegar.

—Gracias... ─a punto de colgar, Bryan tendría tiempo para incluir una pregunta final en su repertorio.

—¿Dónde estás exactamente, Mitch? No quiero tener que salir a limpiarte el culo.

—No te preocupes, amigo. Ya aprendí a limpiármelo solo.

—¿Tan seguro estás?

—Adiós ─mordaz, saludé.

Zuloa estaba libre. Jeannette estaba muerta.

¿Qué seguía en la lista?

Rascando mi cabeza, pensé con algo de criterio. Sentado en uno de los sillones del lobby miré el tráfico. La única que podía ayudarnos era su ex esposa. ¿Cómo? Apostándonos día y noche en las inmediaciones de su casa para atrapar al emisario de esos mensajes.

¿Era cuerdo hacerlo? Desde luego que no, porque si Zuloa algo tenía que ver, sea por amenazar o instigar al suicido de la chica por soplona, probablemente y con acierto, apuntaría a que Mariah hiciese lo mismo. Entonces, ¿cómo atraparlo?

Quizás, dejar de buscarlo a él era la solución. Cambiar el foco podría resultar más efectivo.

Recibiendo el informe de mi nuevo sospechoso, tan sólo unos pocos datos me serían útiles: su nombre era Nikolai Virkin, tenía treinta y cinco años y era oriundo de Siberia. Con dieciocho años arribaría a Atlanta, donde hizo buenas migas con Martin Zuloa. Su último domicilio pertenecía a Franklin, localidad muy cercana a Brentwood. Pero como era de esperar, no sería su lugar de residencia hoy en día. Los reportes fotográficos (y movimientos bancarios) lo situaban en lugares como Nolensville, Lexington, Atlanta (donde se encontraba el bar de su amigo África), Knoxville y Greensboro, siendo este último, el refugio utilizado para operar como chico del correo de Zuloa.

Mirando la hora, eran más de las nueve de la noche y el estómago me rugía vorazmente. Maya aun no regresaba de la habitación.

Poniéndome de pie, fui en su búsqueda. Si tenía suerte, no estaría en el séptimo sueño.

_____


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro