7 - "Aprender a volar"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Sintiéndome afiebrada por su beso en mi frente, acepté que todo era parte de un plan. Un plan justiciero al que yo me acoplaba cual niña antojadiza.

La habitación era bastante mejor que la del hotel que acabábamos de abandonar; sin lujos ni ostentaciones al menos el colchón era blando, el olor a humedad no nos invadía las narices y teníamos un pequeño balcón a nuestra disposición. Sin tener del todo claro cuál era "nuestra misión" y mucho menos por cuánto tiempo estaríamos en Atlanta, simplemente confié en Mitchell y en su experiencia en el manejo de esta clase de situaciones extremas.

—Aquí no hay sofá que oficie de cama. Este es un poco corto ─observé.

—Sí  ─acomodando su bolso sobre la cama, sacó de dentro de él unos cuantos papeles y un ordenador portátil negro y ultra delgado ─,pero no te aflijas, dormiré sentado.

—¿Sentado?

—Es eso o a tu lado. Desestimo lo segundo.

—Bueno...podría cederte una franja de colchón ─decepcionada sin saber por qué, exhalé entrando al sanitario.

—Gracias. Prefiero la silla.

—¡Cómo quieras! ─bufando, acomodé mi cabello en una coleta alta frente al espejo opaco del baño ─.¿Qué tienes en mente ahora? ─elevando mi voz, pregunté. Pero no respondió ─.¡Hey, te he hablado! ─refunfuñona, salí.

—Regla número dos: no grites. Nunca sabes quién puede estar escuchando.

Cerré mi boca de golpe, atragantándome con una queja. Tendría que hacer un curso acelerado de espionaje.

Tomando asiento en la cama cerca de él, lo observé teclear compulsivamente. Estaba sentado, con la espalda apoyada en la pared y las piernas extendidas. Su laptop descansaba en su regazo.

—¿Y? ─susurré poniéndome con el pecho en el colchón y los codos clavados en el mullido edredón, a la espera de una respuesta.

—La fotografía que me entregaste es bastante difusa. Tengo acceso a un banco de datos de gente con antecedentes o sospechosos, pero quizás me tome más tiempo de lo previsto identificar a alguno de ellos.

—¿Y para qué hemos venido hasta aquí? Mi hermana no frecuentaba otras ciudades ─concluí con la duda instalada.

—Has vivido con ella este último tiempo, Maya. No sabes qué hizo tu hermana antes ─indicó con acierto. De tener un amorío, Liz me lo hubiera contado... ¿o no?

Hecha su observación, me miró fijo, deteniendo sus dedos frenéticos. Viró su ordenador controlando que no perdiera el equilibrio.

—¿Puedes ver esto? ─señaló la figura del rubio de la fotografía, protagonista de la misma.

—Sí ─son tan sólo dos chicos.

—¿Qué información puedes desprender de esta imagen? ─poniéndome a prueba, me sentí en la obligación de no fallar. Sería una ardua tarea no hacerlo, ya que este hombre era un sabelotodo en materia de espionaje. Al menos, eso me demostraba minuto a minuto.

—Mmm ─encogí mi nariz y pensé en voz alta ─:el rubio parece un bonito muchacho. Con un aspecto prolijo a pesar de la sudadera informal ─levanté mis ojos esperando aprobación.

—¿Y qué más?

—Que luce malote. ¡Es de los tuyos! ─lancé sin poder contener mi malicia.

—Graciosa. Pero tú puedes más ─exigió sin emitir ni una mínima curvatura de labios. Unos labios muy bellos, por cierto. Acopiando cordura, reseguí las líneas de aquella fotografía desgastada y mal tomada.

—Sinceramente, no sé qué otra cosa aportar ─me sinceré bajando los brazos prontamente. Mitchell giró la máquina para sí mismo y bajó su tapa.

Evidentemente estaba por comenzar con alguna clase magistral de "investigación y afines."

—No sabes qué aportar porque te has detenido en lo superficial. No ahondaste en los detalles ─en un gesto sorpresivo, como el de la recepción, rozó con su índice la punta de mi nariz. Se puso de pie para dar inicio a una caminata ─.El joven posee una sudadera de los Atlanta Thrashers, un equipo de hockey sobre hielo con sede en Atlanta, ¿cierto? ─recapitulando sobre lo visto, el logotipo era el distintivo pájaro sobre fondo azul.

Asentí con la cabeza intentando comprender el punto.

—Este club ha declarado quiebra años atrás. La fotografía es de hace dos años, como mucho ─se acercó meteóricamente hacia mí, cruzada de piernas manteniendo una postura de yoga sobre la punta del colchón ─.Con un poco de esfuerzo, si agudizas mucho, pero mucho la vista, puedes notar que el rubio posee un reloj en su muñeca izquierda ─aseveré, estupefacta por mi falta de atención al mirar la imagen.

—Ajá ─parpadeé deteniéndome en su atrapante relato ─.¿Y?

—Pues bien, este reloj no es cualquier reloj.

—¿No? Yo veo sólo un destello plateado.

—Sigues sin evaluar los detalles...─era soberbio y tenía herramientas para presumir ─.Gracias a una útil lupa y mi vista de lince, noté el signo "Omega" dentro de la caja.

─...entonces...

—Este reloj es una edición limitada diseñada especialmente para los Juegos Olímpicos de Sochi, con lanzamiento en el 2013.

—¡¿En serio?! ─me mantuve con la boca abierta, incapaz de reaccionar.

—¿Puedes distinguirlo? ─abriendo nuevamente su laptop señaló la imagen, la minimizó y a posteriori, agrandó la del reloj: efectivamente, se trataba de un Omega Seamaster Planet Ocean 45,5mm ─.Con esto se desprende que este joven evidentemente maneja un nivel de vida ostentoso y que le gusta el deporte. No cualquiera está al tanto de ese tipo de detalles.

Inteligente, capaz, experimentado, Mitchell me dejaba anodada. Y seducida contra mi voluntad.

—Ahora bien, estudiando al equipo de hockey ─volvió al sendero trazado sobre la alfombra ─,deduje que no ha tenido mucha trascendencia dentro de las ligas mayores y que sólo ha ganado un torneo. Por lo tanto, no creo que sea de los más populares y si este muchacho utiliza esa camiseta, es porque probablemente este club haya sido parte importante de su vida ─resumió ante mi mirada atónita. Cada deducción era una puerta abierta; cada palabra, una esperanza.

Embobada, reseguí su andar. Sus jeans se ajustaban sensualmente en sus piernas vigorosas. Aclaré mi garganta y me dispuse a seguir escuchándolo.

 ─No obstante, el estadio sigue en pie y es utilizado para realizar varias disciplinas, lo que              indica que es un buen sitio donde comenzar a investigar.

—¿En un estadio?¿Adonde acuden miles de aficionados? ─histérico, un grito se disparó desde mi garganta.

—Lamentablemente no obtuve coincidencia entre la imagen de la fotografía y los registros de socios. Pero siempre hay un empleado antiguo dispuesto a hablar por un par de billetes.

—¿Vas a sobornar a alguien? ─abrí mis ojos.

—No es un soborno, es una retribución por colaboración.

—¿Amenazas a las personas para obtener información?

—No, sólo las persuado.

—No quiero que lastimes a nadie.

—No hará falta...─guardando nuevamente su ordenador en el bolso cogió las llaves del Mustang y su chaqueta. Desorientada por el movimiento, sólo podía mirarlo ─.¡Vamos! ¿Qué esperas? ─el viejo Mitchell dijo presente.

—¡Pues que me digas qué es lo haremos! ─presurosa, bajé de la cama para calzarme.

—Siempre debes estar preparada para salir corriendo, Maya, siempre.

Bufé y me mantuve en silencio. Era mejor obedecer.

A sólo veinte minutos de nuestra locación hotelera se encontraba aquel imponente estadio de Hockey, más conocido como Phillips Arena. Ubicados en una mesa en Waffle House, mi estómago rugía. Agradecí que Mitchell fuera lo suficientemente considerado como para detenernos a comer algo.

—No te llenes con comida chatarra ─acusó ─,tenemos que estar atentos a cualquier cambio de planes.

—¿A qué te refieres?

—A que no estamos en una cita que incluirá postre y esas boberías. Terminamos de comer y listo. Punto, salimos y ya ─ordenó como un coronel de ejército.

—No me extraña que estés solo y te dediques a esta clase de trabajos. Es el empleo perfecto para los ermitaños como tú.

—No me conoces en absoluto. Así que detén tus suposiciones ─gruñó.

—¿Por qué tienes que tratar mal a la gente?

—Yo no trato mal a nadie. Simplemente, no la trato. Trabajo solo. Recuérdalo ─señaló con insistencia su sien izquierda.

Estuve a punto de responder. Pero preferí callar; tener a Mitchell de mi lado era lo mejor que podía sucederme en ese momento. Silencié, ganando minutos para mi vida.

—¿Tú no comerás nada? ─pregunté frente a mi gran hamburguesa con tocino y patatas fritas.

—No. He pedido un café.

—Puedo convidarte de lo mío si quieres.

—No, gracias. He pedido un café ─fingió sonreír al repetir. Pero a pesar de ser un gesto burdo, le sentaba bien a su rostro.

Mitchell era osco, estricto y mandón, siendo la sensiblería, el menor de sus encantos.

No obstante, yo no era una muchacha complicada pero sí aburrida. David me torturaba a menudo con ello; me disgustaba salir a boliches, tomar alcohol y vivir de parranda. Yo era responsable con mi trabajo: él solía llegar al hospital con bastante alcohol en sangre, incluso, con olor a marihuana encima. Me lo negaba hasta el hartazgo...y yo le creía.

Él había sido mi primer noviecito incluyendo a la preparatoria y a pesar de los rumores de infidelidad, siempre lo defendía. David era guapo, inteligente, un médico brillante. Pero tan mujeriego como yo trabajadora. Era justo admitirlo: conmigo nunca tendría más que una comida bien hecha, una mujer correcta y una sumisa en la cama. 

Volviendo al almuerzo, noté que los oscuros ojos de Mitchell me miraban fijo y con cierta reticencia.

—¿Qué sucede? ─pregunté tragando.

—¿Cómo haces para comer todo eso y pesar menos que una pluma?

—¿Genética pura? ─limpiándome los labios, continué con mis explicaciones ─.Mi madre es...era delgada ─sobre la marcha me corregí. Aun con todas las emociones vividas hasta entonces, no podía hacerme a la idea de su muerte salvaje. Mis ojos se nublaron; más aun cuando hablé de mi hermana ─.Liz también lo era.

—Lo sé. He tenido acceso a su expediente.

—¿Sí?

—Por supuesto ─omitió más detalles quizás por proteccionismo. Contuve mis ganas de cuestionarlo, pero era lo mejor. Los pormenores escabrosos no me sumarían nada grato.

Dejando la comida de lado, más de la mitad de la hamburguesa y parte de las patatas, me dispuse a beber de la soda con sabor a limón.

—¿Has protegido a muchas personas a lo largo de tu carrera?

—No a tantas. Mis tareas se centraban, sobretodo, en la investigación. Existe un programa de protección de testigos dentro del Gobierno, pero esa no formaba parte de mi tarea. Eso no quiere decir que no sepa cómo hacerlo. En lo que se refiere a seguridad privada, sólo he sido el guardaespaldas del hijo de un funcionario público por poco tiempo.

—¿No te aburre no tener vida propia?

Mitchell me miró sorprendido.

—No la necesito ─dijo terminando su café de tres sorbos. La taza lucía demasiado pequeña en sus gruesas manos.

—Todos necesitamos tener motivos propios para vivir.

—Pues yo no. Lo único que me importa es mi trabajo.

—¿Otra clave para el éxito laboral?

—Desde ya.

Yo no era una experta en analizar personas, pero si algo me habría brindado la multiplicidad de pacientes que ingresaban al Centro Médico donde me desempeñaba como enfermera, era que la gente siempre tenía algún problema sin solución y que cargaba con heridas, físicas o mentales que las atormentaban.

Mitchell no era la excepción; no tenía pareja, no mencionaba hijos y supuse que la innumerable cantidad de identidades sería aplicada a su vida misma, reafirmando que su nombre verdadero no era Gustave Mitchell.

Tan alerta como fue posible, me puse de pie para ir rumbo al estadio de los Atlanta Thrashers junto a Mitchell. O como fuese que se llamara en realidad.

Tres pasos por delante de mí, me superaba en velocidad. Pero estoicamente, mis zancadas crecían hasta equiparar su ubicación.

—Muy bien, no has ni chistado ─giró, levantándome una ceja. ¿Nuevamente estaba viendo mi reacción? ¡Uf! Era irritante.

—¿He ganado un terrón de azúcar? ─enfurruñada, acepté que me abriese la puerta que nos dirigía a la entrada del estadio, imponente y ultra moderno.

Tomándome de la mano como a una niña descarriada, caminamos por el corredor que exhibía trofeos, algunas láminas de logros obtenidos por los diferentes equipos que convivían dentro de las locaciones y unas placas de honor y fotografías de gente importante del Club.

—Señores... ¡señores! ─con vehemencia, un agente moreno, delgado y alto, nos llamaba. Gus volteó la mirada, deteniéndonos. Algo desarmada me mantuve de pie por el brusco cambio de dirección ─.Identificaciones, por favor ─solicitó de buenos modos.

—Oh agente, sabrá comprender, queríamos ver las locaciones del estadio, más precisamente adquirir una sudadera de los Hawks...hemos venido desde Canadá para ello ─Mitchell palpaba su chaqueta, buscando lo que jamás estaría dispuesto a encontrar. Simplemente, ganaba tiempo.

—Pero son más de las cinco de la tarde. La tienda está cerrada para estas horas ─por fortuna, el personal de seguridad desistió de pedirnos documentos. Mitchell bien tendrían una nueva identificación de la que presumir, pero yo, no podría sostener mi nombre sólo verbalmente.

—¿Cierto?¡Pues el idiota de mi hermano Trevor me ha dicho que hasta las siete podría visitarlo! ─visiblemente compungido, cual actor de una comedia hollywoodense, Mitchell desplegaba histrionismo ─.Querida...tendremos que regresar en otra oportunidad. No podemos cancelar el vuelo... ─besó posesivamente mi cabeza, como en la mañana.

—Está bien, pero es una pena haber venido hasta aquí e irnos con las manos vacías ─dije sumándome al momento, bajando la mirada y fingiendo malestar.

—Señores, sé que pueden ingresar al sitio web de la página; quizás allí...

—¿Un shop online? ─pregunté desplegando lenguaje moderno.

—Exacto. Pero como soy nuevo trabajando aquí y también en la ciudad, tal vez pueda averiguarle dónde adquirir una sudadera en una tienda cercana ─clarificó el moreno algo más simpático. Para entonces, un hombre mayor de alrededor de sesenta años y casi en cámara lenta, pasaba frente a nosotros con un carro lleno de trastos de limpieza ─.¡Carrick, amigo! ─ exclamó el agente y para entonces el hombre se detuvo ─,los señores han venido erróneamente en este horario pensando que podrían adquirir una camiseta de los Hawks, pero están fuera de momento ─el hombre de esponjoso cabello gris sonrió ─.¿Tienes idea dónde podrían adquirir una por fuera del estadio?

Pensativo, asintió con la cabeza.

—Creo poder ayudarlos ─el moreno sonrió con mil dientes ante la respuesta del señor, disculpándose y atendiendo un llamado telefónico que lo apartaría de escena.

—¡Eso sería muy bueno! ─fui simpática, era la mejor manera de ganarnos a alguien. Sin saber cómo abordaría Mitchell el cuestionario del que dependíamos para salir adelante, al menos yo me ocupaba de ser agradable. Desestimé que él cumpliese ese rol.

—Hay una tienda deportiva a pocas calles de aquí, sobre el lado derecho. Si no la cerraron...

—Mi sobrino Sean es fanático de los Hawks ─efusiva, saltiqué. Mitchell reprimió un regaño, lo intuí. Pero su boca se mantendría sellada.

—¿Hace mucho que es empleado del Club? ─poniendo su táctica en marcha, habló dejando la reprimenda de lado.

—¡Desde el momento en que este estadio se inauguró! ─sonó orgulloso ─.Allá por 1999.

—¡Usted debería tener una placa allí colgada! ─agregó mi compañero señalando la extensa pared por la que pasamos minutos atrás.

—No sé si para tanto, pero he conocido gente muy famosa por aquí.

—¿Sí? ─pregunté aun sabiendo que mencionase a la persona que mencionase, yo no conocería a nadie.

—Sí, querida. Y tengo una gran colección de jerseys firmadas por los jugadores, muchos de los cuales, jugaban para los Atlanta Thrashers.

—¿Los Atlanta Thrashers? ─un chillido agudo de Mitchell me sacó de órbita ─.¡Waw, sí que tiene historia usted aquí! ─como grandes amigos, Gustave se acercó dándole una palmadita simpática en el hombro ─.Tengo conocidos que se han visto afectados por la mala racha de los muchachos. Pero las pérdidas económicas fueron demasiadas para el club.

—Seeee ─ admitió chasqueando la lengua ─, mala administración y personas de aquí mismo llevaron a la debacle al equipo.

—¿Personas de aquí? ─no quise quedarme fuera.

—Jóvenes que estaban metidos en cosas raras y sólo les importaba obtener dinero. No eran verdaderos aficionados.

—Ya veo ─aceptó Mitchell. Sus ojos me demostraron que en breve, mostraría su carta más importante ─.Sabe Carrick, sin deseos de sonar molesto, necesito que nos dé una ayudita más ─llegó el momento antes de lo previsto. Se me erizó la piel para entonces.

—Pues estoy para servirlo. Me han caído bien ─me sonrió y agradecí replicando el gesto.

—¿Por casualidad conoce a alguno de estos dos muchachos? ─sacando la fotografía de su chaqueta, Mitchell la exhibió. El hombre se afianzó las gafas sobre el puente de su nariz.

—¿Para qué quiere saberlo?

—Solo responda...

—¿Es usted policía? ─replegándose, estábamos al borde de regresar con nada.

—No, Carrick, pero necesito ubicar a alguno de ellos. Tienen una deuda...conmigo.

El hombre mayor regresó a su carro de limpieza.

—Entonces era mentira que estaban perdidos ─afirmó con un dejo de pregunta.

—Carrick, verá, ese hombre ─señalé al moreno instintivamente ─ha hecho algo muy feo. Nos ha quitado nuestros ahorros. ¡Nos ha estafado, ha sido un verdadero canalla! ─apelando a mis dotes (desconocidos) de actuación, mis ojos se humedecieron. Después de todo, estábamos allí por la muerte de mi madre y mi hermana mayor.

El hombre tragó fuerte. Yo lo había conmovido y un ápice de triunfo acaparó mi garganta.

—Clinton no quiso seguirme en esta locura, pero me ama tanto que estuvo dispuesto a mentir para conseguir algo de información de este tipejo que se escudó en una falsa identidad para aprovecharse de nosotros ─lloré, con el dolor cierto anidando en mi pecho. Estaba en manos de este señor avanzar en la búsqueda de la verdad.

Entretanto, Mitchell observaba, asombrado por mi despliegue actoral.

¡Toma esa, Mitch!

—¿Lo que uno hace por amor, verdad? ─mirando a mi compañero, el hombre parecía declinar en su actitud hostil.

—Cualquier cosa ─aceptó Gus mintiendo.

—Pues salgamos del corredor. Las paredes oyen ─aceptando su propuesta, nos dispusimos delante de la puerta de los sanitarios, saliendo de la vista general de los pocos transeúntes que aun vagaban por las instalaciones del club.

Mitchell sacó su agenda pequeña negra y se dispuso a escribir a medida que Carrick hablaba.

—A pesar que la fotografía no ayuda demasiado, estoy casi seguro saber quién es el hombre moreno. Se llama Martin y le decían "África". Era parte de la barra de aficionados con mayor peso en los comienzos de los Atlanta. Por inconvenientes de conducta, lo sacaron del medio. Fue para entonces cuando se inclinó por responder a la facción violenta del club.

—Ya veo ─concentrado en su labor, Mitchell oía.

—Sé que andaba en cosas turbias; no me sorprende que los haya estafado ─compadeciéndose, ese hombre realmente merecía una mención en las paredes del recinto ─.Él era bastante conocido en las inmediaciones del estadio. Solía ocasionar disturbios en las locaciones de por aquí cerca cuando había partidas de hockey. Se hablaba incluso, que era dueño de un bar nocturno, a pocas calles de la avenida principal. Pero no me consta ─levantó sus manos, probablemente para no ser asociado como concurrente a esa clase de sitios.

—¿Sigue en funcionamiento?¿Tiene idea de cómo se llamaba? Me refiero al lugar.

—Lo primero, lo desconozco. Pero con respecto al nombre, supe que es algo así como muñeca...muñequita...realmente no lo sé con exactitud.

—Despreocúpese. Con eso nos será suficiente ─sentenció Mitchell; no obstante yo tenía mucho más por investigar, pero mi ansiedad no sería buena consejera.

—Espero puedan localizarlo. Era un mal tipo.

—¿Del rubio no sabe nada? ─Mitchell presionó su mano pesadamente sobre mi hombro cuando no contuve esas palabras. Era momento de detenerme. Leyó mi mente, leyó mi cuerpo.

—Andaba mucho con el moreno, pero solía mantenerse en silencio. Siempre estaba impecablemente vestido, como un ejecutivo de una empresa importante ─entregó dando mayor claridad al asunto.

—Carrick...¡hoy me ha hecho una mujer muy feliz! ─consternada, aquietando mi júbilo tomé sus arrugadas manos con sinceridad ─.Gracias, realmente.

—Querida...por favor...─el hombre se emocionó.

—Carrick ─fue turno de Mitchell, quien apartándome ligeramente de cuadro se puso frente a él. ─,su ayuda ha sido valiosa. Y nuestro agradecimiento, también ─doblando un fajo de dólares lo puso en la camisa desgastada de empleado del Club.

—¡Oh no! Por favor...no quiero sobornos...

—No es un soborno ─aclaré tomando ventaja─,es una retribución por su colaboración ─ apropiándome de las palabras de Mitchell, demostré ser una buena alumna ─.Acéptelo en demostración de nuestro agradecimiento.

Ladeando su cabeza, finalmente guardó el dinero en uno de los bolsillos de sus pantalones.

—Usted nunca nos ha visto. O al menos, sólo le hemos preguntado por una tienda de jerseys de los Hawks ─aclaró Mitchell volviendo a su carácter recio.

—Por supuesto ─saludando con la cabeza, el hombre se marchó por el corredor al mismo paso con el que había llevado.

Enmudecida, con el corazón repiqueteando, la tensión me sobrepasó; abrazando fuertemente a Mitchell, me hundí en su pecho frío, cubierto por su chaqueta de cuero sexy.

—Estamos más cerca, ¿verdad? ─sin obtener de él más que una caricia suave en la parte trasera de mi cabeza, busqué respuestas y sólo encontré un tibio bum bum de un corazón adormecido.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro