8 - "Tarea fina"

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Había sido una gran actriz. No podía negarlo, aunque me molestase mucho.

Yendo rumbo al Mustang delineé en el aire el siguiente paso a dar: rastrear bares nocturnos en las inmediaciones del estadio que respondieran al nombre "Muñeca", "Muñequita" o algo lúdico que se asemejase.

—¿Cómo daremos con "África"? ─preguntó Maya dentro del coche, anclando el cinto a la hebilla metálica.

—Sabemos que se llama Martín y tenemos el registro de datos de los socios de Atlanta Thrashers. No estamos seguros que el rubio pertenezca a la afición, pero por descripciones del señor de la limpieza, el moreno, sí. Tendré que rever el listado.

Puse el auto en marcha y comenzamos a avanzar por los alrededores, en busca de "ese" ansiado lugar.

—¿Estamos buscando el bar del que habló Carrick?

—Sí, pero descarto que esté a simple vista del transeúnte.

—¿Por qué?

—Porque si es un estafador y solía causar disturbios, debe operar desde la sombras. Probablemente las locaciones estén escondidas en el sótano de alguna vivienda o local fuera de servicio.

—Tampoco sabemos el nombre con exactitud... ¿cómo lo encontraremos?

—Un mago nunca revela sus secretos  ─sugerí con una sonrisa de colección.

Maya me obsequiaría una mirada radiante, satisfactoria.

Preciosa.

Sus ojos hermosamente verdes me agradecían con cada pestañeo lo hecho hasta el momento. Su sonrisa era franca y con una simpática característica: sus dientes delanteros eran ligeramente más largos que sus compañeros de lado. Parecía un "conejito" que por momentos se asustaba y por otros, ser un guerrero y mostrar las zarpas.

—¿Tienes señal de internet en tu móvil? ─pregunté enfocándome en lo realmente necesario y no en sus rasgos de animalito indefenso.

—Creo que una calculadora estudiantil tiene más velocidad que este aparato ─sacando su móvil del bolso exhibió un viejo ejemplar de Nokia, sumamente atrasado en cuanto a tecnología.

—Deberás comprarte uno ─resoplé sabiendo que no llegaríamos a buen puerto con ese aparatejo.

—Cuando ya no me quede más dinero por pagarte, lo sumaré a mis deudas ─autosuficiente añadió.

Compadeciéndome, le pedí que tomase mi bolso.

─¡Con cuidado! ─elevé mi dedo, aguardando por el semáforo en verde.

Giró su cuerpo para agarrarlo y situarlo en su regazo.

—Abre el bolsillo delantero ─obedeció ─.Allí encontrarás dos teléfonos desbloqueados y con óptima señal. Elige el que más te agrade ─avancé en el tráfico a bajo ritmo, sin perder detalle de los locales comerciales.

—¿Me estás regalando un móvil?

—Cediéndotelo en calidad de préstamo hasta que volvamos definitivamente a Brentwood.

—Pero...debo pasar todos mis contactos.

—No hace falta ─reproduje ─,he hecho una desviación de las llamadas entrantes y mensajes que pueden llegarte, a mi ordenador.

—¿Has...violado mi teléfono?

—No. Estoy velando por tu seguridad.

—¡Violando mi teléfono! ─reafirmó.

—Maya...veníamos bien, ¡no lo arruines! ─lo que tenía de bonita lo tenía de insufrible.

Como una adolescente rebelde miró un teléfono y otro, hasta descartar uno de los dos.

—Me quedaré con este ─señaló.

—Lo supuse ─el Samsung poseía los bordes más redondeados y su tono blanco era más femenino.

—¿Por qué lo has supuesto? ¡Pues ahora escojo el otro! ─minuto que pasaba, minuto en que me arrepentía de mi momento de debilidad.

Colocando mis cosas debajo de su asiento, encendió el teléfono.

—¿Tiene una línea telefónica nueva?

—Sí, y antes que preguntes, también está monitoreada.

—O sea que no podré tener intimidad.

—No la tienes desde el momento en que invadieron tu casa, mataron a tu madre y quisieron deshacerse de ti en el medio de la carretera ─su inocencia me sorprendía. Volví a sentirme un grosero.

—Gracias por la enumeración. Como siempre, muy preciso ─frunció la boca. Bufé aceptando que sonaba desagradable.

—Ahora, por favor, deja ya el móvil. Ya tendremos tiempo de instalarte el "Candy Crush" ─resoplé quitando dramatismo a mis palabras. Superaba mi nivel de acidez segundo a segundo.

—¿Y si preguntamos negocio por negocio? Si era un joven que provocaba disturbios claramente lo tengan identificado ─sugirió con desatino.

—¿De veras crees que preguntando puerta a puerta nos lo dirán?

—Sí. ¿Por qué no?

—Porque sería un suicido mi bella Heidi.

—¿Heidi?

Realicé un movimiento desdeñoso con la mano. No deseaba comenzar con un debate sobre su ropa de abuela y su actitud de vieja decrépita.

—Mira Maya, si vamos uno a uno, levantaremos sospechas. Si por casualidad alguna de esas personas continúa teniendo contacto con él, fácilmente puede comunicarse y decirle que Starsky y Hutch lo están buscando.

—Oh ─dibujó una "o" deliciosa con sus labios y miró hacia su ventanilla.

Sin gran velocidad, avanzamos un par de metros.

—Vaya...cuántas muchachas en la puerta, ¿no? ─señalando contra el vidrio observó a pocas calles del estadio más precisamente sobre Williams St. NW, una fila  replegada sobre una vieja casona, próxima a un lote abandonado en apariencia.

Detuve el Mustang en una calle contigua pergeñando una estrategia. Mirando atentamente a las jóvenes agolpadas allí, todas esperaban conseguir algo. ¿Trabajo quizás? Lejos de juzgarlas pero no de analizarlas, las observé con detenimiento. Altas, rubias, morenas, todas tenían buen físico y hablaban entre sí.

—¿Qué piensas? ─musitó.

—Que me huele a casting.

—¿Casting?

—Elección de personal femenino. ¿Logras ver alguna marquesina o cartel que indique el nombre del sitio? ─insté a que participara aun contra mi voluntad. Lamentablemente con su hábil actuación dentro del Phillips Arena, se habría ganado una chance.

—No, parece que la hilera de personas comienza en la puerta de una casa particular.

Por un momento, la idea de que Maya se enrolara entre esas mujeres, me sedujo. Era una total desconocida, lo que podía jugar a favor en pos de averiguar por qué esperaban ordenadamente contra una pared. Con la casualidad rondándonos, sólo había una forma de que nuestras sospechas tuvieran asidero.

—Quizás pueda averiguar qué hacen allí ─conectada a mi mente, deslizó.

—¿Lo harías? ─parpadeé.

—¿Por qué no? ─levantó los hombros.

—¡Perfecto! ─a punto de jalar de la palanca para abrir la puerta la detuve ─.¿Qué haces?

—¡Ir! ─dijo resuelta.

—No puedes ir así porque sí. No se trata de una fila de mercado.

—¿Entonces...?

Desabroché mi cinto e incliné mi torso hacia su posición, oliendo el dulce encanto de su perfume. Inspiré hondo pero disimulando lo mucho que me agradaba ese aroma cerca de mí. Cogí el bolso ubicado debajo de su asiento y me incorporé.

—¿Y bien?

—¿Puedes ser un poco más paciente, por favor? ─lancé.

Subió sus manos y cruzó los brazos sobre su pecho, manteniendo la mirada hacia el tumulto de mujeres, en su mayoría, de aspecto afroamericano y rubias platinadas.

—Debo colocarte uno de estos ─mostrándole un pequeño aparato, me acerqué peligrosamente ─,es un micrófono muy potente.

Moviendo las manos a su alrededor, quise rozarla lo menos posible para ubicarlo en el sitio correcto.

—Espera... ─tomó mi mano quitándome el dispositivo ─,voltea mirando hacia el otro lado ─ordenó. Supuse que deseaba facilitarme la tarea al situarlo en algún lugar recóndito por debajo del suéter de lana rojo o bien, en su sostén. La boca se me resecó al envidiar al micro.

—¿Ya está? ─pregunté urgido observando la estaticidad del paisaje circundante.

—¡Listo!

Para cuando giré, se acomodaba el cabello.

— Dónde te lo has puesto? ─innecesariamente, quise saber. ¿Morbo?¿Deseo?¿Volar la imaginación?

—Un mago no devela sus secretos ─risueña, robaba otra de mis frases.

—Pues bien ─froté mis manos recuperando el aliento ─,necesitamos calibrar el audio ─sosteniendo otro aparato pequeño, complemento del anterior, lo encendí dispuesto a poner en funcionamiento el plan ─.Dí algo.

—Hola...soy Maya...tengo veintiocho años...─friccioné mis sienes imaginando que mi deuda con el infierno estaba lejos de ser saldada.

Evidentemente, me restaban algunas cuotas.

—Te sugiero no inclines tanto el cuello. Todos sospecharán que tienes algo escondido en tu busto si no dejas de hablarle a tu sostén.

Frunció la cara.

—Habla normalmente. El micrófono tiene gran alcance. ¡Pero tampoco grites! ─reprimí una segunda frase antes que saliese de su boca.

—Está bien. Comprendí: hablar normal, tranquila, como si nada malo sucediese.

—Tampoco rigidices el cuello. ¡No tienes problemas de cervicales!

—¡Puedes dejar ya de regañarme! ─exclamó, aturdiéndonos y generando un gran chillido...y un principio de sordera.

—Lo haré cuando tenga la certeza que no lo arruinarás.

Inspiró profundo, presumiblemente conteniendo un insulto a mi espíritu estricto.

—Haz de cuenta que sabes qué están haciendo allí. Pregunta cosas tontas, luego, procede a indagar más. Pero no es necesario que te arriesgues, no quiero que corras peligro ─tragué pensando en lo que sucedería si alguien le hiciese daño. Un desconocido quejido en mi pecho me agobió.

—Haré lo mejor posible... ¡deséame suerte!

—Éxitos ─corregí ─.La suerte es para los mediocres ─asentí incorporando oxígeno y dejando en las manos de esta joven inexperta pero con muchas ganas de ayudar, el futuro de nuestra operación. Podía salir todo perfectamente como con el viejo Carrick o irse al demonio y terminar ambos, degollados en un arroyo. Como su hermana.

Fue para entonces que desestimé el fracaso y examiné con denostada atención los movimientos de esa mujer tan pequeña como valiente. Me resultaría imposible quitar una estúpida sonrisa de mi rostro al notar el movimiento exagerado de sus caderas angostas. Agitó su cabello, dejando que el viento y sus dedos lo batieran haciendo de él una gran melena.

Maya era una caja de sorpresas y su nobleza no conocía de límites. Meneé la cabeza, asombrándome de su encantador desparpajo.

Prontamente, se colocó en la fila que parecía avanzar muy lentamente.

—Estoy aquí ─dijo. No le colocaría auricular por miedo al descubrimiento, optando (y confiando) sólo en un micrófono diseñado especialmente para tareas de espionaje. Quería decirle que la estaba viendo desde el interior del coche, que no hacía falta que me diera su posición pero no tenía modo.

Colocando los pulgares en las presillas de sus vaqueros ceñidos a su redondeado y menudo trasero, se balanceaba de adelante hacia atrás. Repentinamente, estableció contacto con una morena de cabello rizado que le llevaba dos cabezas de alto y tres, de cuerpo.

—Disculpa, ¿tienes goma de mascar? ─estableció contacto mi secuaz.

—Oh, sí claro ─la morena rebuscó en su gran bolso con incontables brillos ─.¿Eres nueva? Nunca te he visto por aquí, generalmente siempre somos las mismas.

—Es porque soy de...Texas ─fue inteligente al esquivar esa bala inicial.

—Soy Sam ─la morena, ahora con nombre, extendió su mano pasando por debajo de su tapado de piel sintética y barata.

—Yo, Laura ─cambió su identidad y me contenté por tomarse su papel con esa responsabilidad. Estrechado su mano con la de la muchacha, se dispuso a mascar. Cosa que claramente me dificultaría al momento de escuchar; no sería una buena elección siendo acaso, error de novata ─.¿Hace mucho estás esperando aquí fuera?¡Nos congelaremos si tardan tanto! ─frotó sus brazos y avanzó, un par de metros, contando imaginariamente cuántas personas tenía por delante.

—Suelen demorarse mucho. Y para cuando estás por entrar a hacer la prueba, ya te dicen que eligieron a la indicada.

—¿Aquí también sucede lo mismo? ─inventó ─.¡Patanes!

—¿Puedo hacerte una pregunta? ─oh oh, la morena podía desestabilizar todo en dos segundos si Maya no la persuadía de lo contrario.

—¡Por supuesto! ─respondió sin vacilar.

¡Bien!

—¿Qué hace una muchacha de aspecto tan refinado buscando un trabajo en un antro como este? Ya sabes...podrías tener otra clase de empleo ─en su tono había lamentación. Aguardé por la respuesta de mi pequeña espía.

—Precisamente es la herramienta con la que cuento para pedir una mayor paga.

—Oh ya veo...¡eres una maldita perra! ¡Así me gustan! ¡Las descaradas como tú! ─riendo estruendosamente, Sam dio un golpecito en el brazo de Maya provocando un ruido desmedido en el auricular el cual rechinó más de la cuenta.

Tras varios minutos de conversación irrelevante, sólo cuatro personas separaban a Maya de la puerta de acceso, custodiada disimuladamente por un Valiant V8 de aspecto lamentable ubicado a metros del aparente acceso. Quise llorar al verlo en tan malas condiciones.

Inventando una historia tras otra, Maya se camuflaba a la perfección con las muchachas que se sumaban a la conversación; no vacilaba en responder, mantenía la coherencia y sostenía su discurso con el paso de tiempo.

Faltaba menos para llegar a la meta y comenzar con una nueva etapa.

—Chicas, disculpen pero ya tenemos a la nueva "Poupée" ─un moreno, similar a Martin, el de la fotografía, se asomaba anoticiando en voz apenas detectable por el micrófono.

Poupée...

¡Poupée no era ni más ni menos que muñeca en francés! Vitoreé internamente porque estábamos en el sitio indicado...y gracias a mi propia poupée.

Minimicé su potencial, ignorando lo mucho que me afectaba su cercanía en todos los aspectos.

—¿Qué?¿Cómo que no nos dejarán auditar? ─gritando como una posesa, ella estaba a punto de tirar todo por la borda.

—No señorita y por favor, retírese ─amablemente se le sugirió. Fue para entonces cuando las demás se acoplaron al reclamo de Maya.

¡Mierda! Se estaba armando un revuelo épico. ¿Cómo sacarla de allí antes de la hecatombe?

—¿Qué sucede aquí, Christophe? ─otro moreno, de iguales dimensiones que el que salió en primer lugar, preguntó a pocos metros. Examiné a lo lejos el sitio de procedencia: una escalera se colaba al costado de una reja de barrotes altos yendo tras un local comercial sin mayor relevancia. Las suposiciones eran ciertas: operaban desde la clandestinidad.

—Las muchachas se están quejando porque no tuvieron la posibilidad de exhibirse ─el moreno número dos levantó la palma en dirección a dos tipos altísimos, de espalda cuadrada y de aspecto ruso que salieron del Ford Valiant, deteniéndolos en su marcha. A posteriori, se acercó al oído de quien llevaba la voz cantante para decirle algo imposible de captar. Me entregué a que Maya fuera mis oídos ─.¡Oigan, oigan! ─el moreno número uno calmó el murmullo para cuando el otro salió de escena, descendiendo por la escalera oculta a simple vista ─.Maurice las espera esta noche ─de dentro de su chaqueta negra sacó unas tarjetas de color claro, presumiblemente blancas ─.Si están en su día de suerte, puede que las escoja para un baile privado ─Maya se mantuvo de pie, expectante. Oí su respiración tumultuosa. Su corazón, repiqueteó preocupado. Quizás sería una locura exponerla de ese modo pero habría sido efectivo su accionar. 

Contra todos mis pronósticos.

Saludándose con cada una de las participantes de la Resistencia, Maya comenzó a caminar sin mirar hacia atrás. Puse en marcha mi coche al comprobar que nadie la seguía y que el Valiant había desaparecido de la puerta del tugurio de selección de personal.

Acercándome a ella, rápidamente ingresó al Mustang. Lucía pálida y exhibía su fragilidad en primera persona. Agitada, buscaba aire. Sin pudor, más preocupada por deshacerse del micrófono, pasó por debajo de su suéter una mano, desconectando el aparato, presurosa y torpemente.

En ese vertiginoso accionar me permitió inconscientemente, ver una porción de la piel de su barriga. Blanca y nívea. Presioné mi quijada conteniendo mis ansias por abalanzarme y probar un trozo de su carne.

¡Maldición! Esa mujer me estaba perturbando más de lo necesario.

—Tranquila Maya, has estado grandiosa ─aseguré sosteniendo el aparato, entregado con furia por ella. Identifiqué la necesidad de contenerla con palabras. Aunque no era un especialista en darlas, bien podía hacer la excepción y esforzarme.

—Me he sentido...como una mercancía ─sollozando, se frotó los brazos.

Dejé el micrófono en el bolso devolviéndolo a su sitio y pidiéndole permiso con mi silencio, tomé su mano. Pequeña, delicada, sólo uno de sus dedos era flanqueado por un anillo finísimo, con delicados brillantes.

—Maya, esto será más difícil aún. Recuerda que estás a tiempo de dejarme operar desde la soledad.

—No quiero...lo he prometido.

—Has prometido justicia. Yo te la garantizo.

—Me he comprometido en la lucha. No podría quedarme sin hacer nada ─sus ojos desprendieron unas lágrimas profanando su rostro de porcelana.

—Estás siendo muy valiente, más de lo que realmente crees. Acabas de perder a tu madre, mantienes vivo el recuerdo de la injusticia cometida a tu hermana y aquí estás, soportando a un maldito egoísta y huraño con modos pocos amables de tratar a la gente.

Maya sonrió bajando la vista, privándome de ver el sol en aquella tarde gris plomiza.

—Estamos invitadas esta noche.

—Lo escuché. Y mencionaron a un tal Maurice.

—Tienes razón ─solté su mano, con el miedo latente de la adicción a sujetarla.

—Estaré contigo.

—No podrás entrar.

—No te preocupes por mí.

Asintió volviendo la mirada al frente.

—No creo que la ropa de la que dispongo entre mi equipaje seduzca mucho ─dio un resoplido chistoso por la nariz.

—Tu camisón es buen material ─me miró por sobre su hombro, pestañeando tímidamente.

—Mitchell...eres un idiota ─largó, sin dudar.

—Y tú, un verdadero dolor de pelotas ─ya bastante tiempo me había mantenido sin reconocerlo abiertamente.

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