9 - "La verdadera poupée"

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Adrenalina a borbotones y una extraña sensación de asco, acalambraron mis entrañas.

Pero les había prometido encontrar la justicia que nos diera la paz: a ellas, la de su descanso eterno, a mí, la de la posibilidad de vivir tranquila el resto de mis días. Jugando a la incógnita, a pretender que era otra persona, acompañaba a Mitchell, un cuarentón agente retirado del FBI de mal carácter y perpetuo gesto adusto.

Mofándose de mí, regañándome a cada paso y tolerando mis cuestionamientos de principiante, soportaba mis miedos, convivía con mi dolor y protegía a mis sueños.

Al sostener mi mano en el Mustang, cuando regresé de la selección de chicas para "Poupée", se mostró visiblemente afectado por mi angustia. Por un momento, confirmé que debajo de su impecable chaqueta de cuero palpitaba un músculo llamado corazón.

Un músculo que tendría en desuso por motus propio, imaginé desde mi ignorancia. Su mal genio, su espíritu solitario y su trabajo, hacían de él una presa difícil de cazar. En todo aspecto.

—No me gusta esto ─corriendo la cortina oscura del vestidor, exponiendo sólo mi rostro a Mitchell, acababa de probarme un modelito de falda con brillos negros y un top rojo más que sugestivo. Parecía una fulana. De no ser porque mamá ni siquiera estaba bajo cristiana sepultura, de seguro se revolcaría en su tumba.

—Si no quieres, no me lo muestres ahora. Pero debes llevarte algo de aquí. No puedes ir con esas faldas horribles. No deben confundirte con la abuela de Caperucita ─gracioso, pero sin mostrar ni una mínima diversión, disparó. Le saqué la lengua, en señal de desaprobación. Mitchell parecía tener siempre un adjetivo descalificatorio hacia mi vestimenta.

Cerrando la barrera de pesado paño azul cobalto entre ambos, me miré al espejo: ese guardarropa no era de mi agrado, pero evidentemente, Mitchell sabía más que yo de estos menesteres. Tanto Sam, como Charlotte y Jenny, las chicas de la puerta de Poupée lucían demasiado provocativas aun siendo de día. Entonces pensé ¿cuál sería su vestimenta para esta noche?

Agité mi cabello, lo alcé en una coleta, lo trencé...mucha opciones y ninguna me complacía. Inspiré profundo y jalando de mi top hacia arriba, repasé mi figura nuevamente.

Giré, me observé de todos los ángulos posibles y volví a mi eje. La falda era bonita de no ser porque era sumamente brillosa y diminuta. Apenas cubría mis muslos y la curva de mi trasero; el top no era mucho menos modesto: rojo lacre, se ceñía a mis pechos poco suntuosos. Quizás, con algunos accesorios, la atención no iría directamente a mi cuerpo.

Inocentemente, me entregué a aquella ropa sin mayor elección. Caso contrario pasaría tres siglos allí dentro.

Regresando a mi vestuario anterior, salí dispuesta a llevarme ese conjunto.

—¿Y? ─preguntó Mitchell, sentado en una banca forrada en pana gris, desparramada en el interior de la tienda ─.Pensé que navidad nos encontraría aquí dentro.

—Las llevo ─de mala gana le entregué ambas prendas como un bollo, impactándoselas en el pecho.

—¿Las llevas? ─la morena de grandes ojos y muy atractiva se dirigió a Mitchell, comiéndolo con la mirada.

—Sí. Y también llevará este abrigo ─sin siquiera habérmelo probado, incluyó una chaqueta de piel blanca, símil piel conejo.

—¡No quiero eso! ─siseé entre dientes, casi sin despegar mis labios.

—Lo llevarás y ya. Súmele estas también ─de un exhibidor colocado sobre el mostrador de atención al público, quitó unas pantis de red negra. ¡Dios me libre! Parecería una cualquiera con mayúsculas.

Quise persignarme, pero quedaría como una ridícula.

—Abonaré en efectivo ─de su cartera, sacó muchos billetes. Contando en voz baja le entregó la cantidad correspondiente a la muchacha que nos atendía.

—Vaya... ¿hoy fue día de paga? ─le guiñé el ojo, aun ofuscada por la elección de prendas. Mías y suyas.

Me miró por sobre su hombro, letalmente, sin emitir sonido.

Ese hombre me resultaba un desafío con todas las letras. Era atrapante, seductor y un completo misterio.

¿Habría tenido muchas mujeres a sus pies? Seguramente.

¿Habría tenido muchas aventuras bajo diferentes nombres? Desde luego.

¿Habría formado una familia en algún momento de su vida? Aún me lo preguntaba.

—Faltan los zapatos ─con las bolsas en su mano, corrió la puerta para permitirme la salida de la tienda.

—¿No puedo ir descalza?

—En absoluto ─dejando las recientes compras en el Mustang, caminamos por un callejuela estrecha cercana al hotel, donde finalmente hallamos una bonita tienda con zapatos de toda clase. Si no fuese porque no podía destinar mucho dinero a un recambio total, invertiría en varios pares.

Apenas ingresamos y como era de esperar, las dos muchachas que se mantenían de pie expectantes por nuevos compradores en aquel escaparate, casi que chocaron entre sí para ganarle de mano una a la otra y así, atender a Mitchell.

Si conocieran lo urticante y soberbio que era, de seguro ni lo mirarían.

Bueno...quizás un poco.

Bueno...si no les importaba eso en un hombre, lo mirarían mucho.

—¿En qué puedo ayudarlos? ─la rubia de voz chillona se acercó a él con una sonrisita tonta.

—Estamos buscando unos zapatos negros, de tacón alto. Muy seductores y en lo posible, con pulsera al tobillo. Talla 5 ½ ó 6.

Enmudecí. Su pedido no tendría fisuras.

¿Yo había sido investigada? Desde luego. Lógicamente, sabría hasta la cantidad de zoquetes que guardaba en mi clóset.

Diligente, la joven se dirigió hacia la parte posterior de la tienda, para regresar minuto y medio después con varias cajas de cartón apiladas. En ese momento, yo aguardaba sentada en una coqueta silla de terciopelo morado en tanto que Mitchell verificaba datos en su móvil, a varios pasos de mi posición.

—Aquí tiene señorita ─fue gentil. Agradecí con un movimiento de cabeza.

Destapé la primera de las cuatro cajas para encontrar un par de preciosos zapatos negros, sin pulsera al tobillo pero más que elegantes. Sutiles, los brillos que cubrían la totalidad de la superficie lo convertían en un ejemplar que se enrojecería de la vergüenza si los acompañaba con ese top y la falda vulgar que me acababa de comprar. Sería un derroche innecesario de glamour.

Me propuse pues, abrir la segunda: íntegramente de cuero negro, con unas tiras yendo de un lado al otro sobre el empeine, esos zapatos eran sobrios. No obstante, el tacón era fino como una aguja. No duraría dos segundos subida a ellos. Desestimándolos por completo ante este hallazgo mental, la decepción trepaba hacia mi semblante.

El tercer par correría con mejor suerte: estaban forrados en encaje negro, con una angosta hebilla de metal asida a una fina correa para atar al tobillo y plataforma bastante alta pero que me permitía apoyar bien el pie. Con algo de dificultad y equilibrio, finalmente logré mantenerme en pie, para desfilar frente al espejo. Eran muy bellos, impactantes y fácilmente utilizables con otro conjunto.

—Oh ─Mitchell abrió sus poco expresivos ojos. Mostró complacencia con aquella exclamación.

—Me gustan mucho ─dije y caminé unos pasos con firmeza.

—Son...─carraspeó─...te quedan bien ─escatimando elogios, balbuceando, regresó la vista a su teléfono. Se lo veía a gusto con mi elección, permitiendo regodearme con su inestabilidad en el tono de voz.

—¡Me los llevo! ─afirmé con convicción ─. Abonaré con mi MasterCard ─Mitchell dio un respingo abrupto desde su silla.

—De ningún modo. Pagaré en efectivo ─corrigió, y comprendí que yo no tenía documentación falsa para imposibilitar mi rastreo y que por ello, él también abonaría lo de la tienda anterior. Agradecí con la cabeza que me salvase el pellejo.

Presurosa, la muchacha cogió la caja y entregó un pestañeo desmedido al aceptar las identificaciones de mi acompañante.

—Gracias cariño por esta compra. ¡Son geniales! ─adrede plasmé un incómodo beso en la mejilla de Mitchell. Lucía a colonia costosa. Era deliciosa y masculina. Tanto, como la mirada de muerte que me otorgó.

Lo había desestabilizado.

Y eso, me encantaba...cada vez más.

— ¿Puedo salir? ¡Me estoy muriendo de calor aquí dentro! ─Mitchell había permanecido más de cuarenta y cinco minutos encerrado en el baño por un pedido expreso de mi parte. Hasta que no estuviese lista y preparada para soportar su mirada juiciosa, no le daría el permiso ─.Me deshidrataré y cargarás en tu conciencia el peso de mi muerte ─recurriendo al humor negro, soltó desde el ostracismo inducido.

—¡Sal! ─exhalé resignada, acomodándome la chaqueta de piel blanca y corta a la altura de la zona baja de mi busto.

Mitchell mascullaba improperios que no pude escuchar, hasta que de golpe, subió la mirada y me vio de pie, respirando agitada y molesta.

—No...pareces tú ─inteligente, acotó.

—Mamá, papá y Liz me condenarían al infierno ─girando sobre los zapatos cómodos y seductores, me miré por milésima vez en el espejo. Era una fulana digna de admirar.

—Ellos estarían orgullosos al ver que haces cosas que te incomodan y te ponen en peligro en pos de darles la justicia que se merecen  Mitchell lucía atractivo. Un polo azul oscuro bajo su chaqueta de cuero ajustada y unos vaqueros sencillos, eran de la partida. Una tenue sombra de barba y esos cabellos plateados que circundaban sus sienes, le imprimían un toque aún más sensual.

Pinté mis labios de colorado intenso, resaltando por sobre mi rostro blanquecino y mi cabello suelto y alborotado color castaño.

—Debo colocarte el micrófono ─se acercó con el artefacto en su mano.

—No llevo sostén ─mordí mi labio, afectada por hablar antes de pensar. Él me dedicó una mirada felina. ¿O culposa?

—Pues busca un sitio propicio para que te escuche. La música del lugar probablemente tape el sonido ─con dedos temblorosos me entregó el artefacto, liberándose del problema.

—Tendré que acomodarlo en el baño.

—Lo dejo a tu criterio. Yo no entro de vuelta ─ajustando unos botones del aparato de recepción de audio, giró dándome la espalda.

Ingresando a ese cuarto, pensé mil veces en el lugar correcto en el cual colocármelo: el tapado no era una buena alternativa, con el calor, probablemente desaparecería. En la cinturilla de la falda, tampoco: no se me oiría con claridad.

Agudizando mi corteza cerebral, poniendo al servicio de mi justicia moral toda mi capacidad neuronal, pensé en utilizar una tijera para rasgar tenuemente la tela del top y colocar dentro el pequeño receptor. Aplastándolo con la mano, acomodándolo para disimular, finalmente logré mi cometido. Me felicité, orgullosa.

—¡Listo! ─salí del tocador y Mitchell volteó a verme. Evitó mirarme de lleno; jugueteaba con el pequeño dispositivo fingiendo distracción.

—Probémoslo.

—Odio lucir como una ramera ─espeté y él sonrió por mi ocurrencia.

—Se escucha bien ─aceptó y avanzó hacia mí, quedando en una cercanía inquietante para ambos.

Respiré hondo, entregándome a lo que vendría. Mitchell me tomó por los codos, penetrando mis ojos con los suyos, con su aliento traspasando mis mejillas sonrosadas.

—Eres muy valiente, recuérdalo siempre ─yo asentí tragando fuerte. Era intimidante y tierno ─.Hoy será una noche de mucho riesgo. Te pido que por favor que ante el menor problema, salgas huyendo. Háblame y yo esperaré fuera.

—Tengo miedo ─resumí en un hilo de voz.

—Es lógico. Pero no dejes vencerte. Eres una guerrera, pequeña ─cariñosamente, acarició mi barbilla con su pulgar. Sus labios, su perfume masculino, su voz pesada y oscura me alborotaban los sentidos y me llenaban el pecho ─.No armes disturbios. Socializa con alguna de las muchachas que has conocido hoy. Manténte a salvo.

—Está bien... ¿has podido saber algo más de África? ─cambié de tema.

—No figura en los registros de aficionados de Atlanta Thrashers. No me suena a casual que ninguno de los dos, tanto él como su amigote, no lo estén.

—¿Sospechas que alguien los protege?

—Alguien...y muy importante.

Mitchell posó un beso suave en mi mejilla caliente y me brindó un "por favor, cuídate mucho" en mi oído.

Desarmada, sólo suspiré.

____

Bajé del Mustang a una calle y media de Poupée. Con firmeza, caminé fingiendo llevarme el mundo por delante y no que éste parecía caer sobre mis hombros desde el año anterior, cuando Liz desaparecía y era hallada a la vera del río, asesinada cruelmente.

Por mi madre y por ella hacía esto: ni más ni menos que poner en riesgo mi propia vida.

La noche era fresca y la fila para ingresar el local era concurrida. Mitchell me había pedido expresamente que no generase disturbios, pero de nada serviría haber armado revuelo por la tarde, sino gozaba de algún tipo de beneficios por la noche.

Adelantándome por sobre los que aguardaban mansamente para entrar, pasé por debajo de la cuerda roja que separaba la escalera que descendía hacia el sótano para apostarme frente al moreno conciliador de horas atrás.

─Hola... ─descubrí un tono de voz perverso que me era irreconocible hasta entonces ─.¿Me recuerdas? ─mordí mi labio y recorrí uno de los botones de su chaqueta con la punta de mi dedo, juguetona.

—¿Cómo olvidarte? Me han reprendido gracias a tu conducta reaccionaria ─sesgó el frío con su voz. Aún así, se mantenía afable.

—He venido a divertirme. Quizás puedas ayudarme a pasarla bien ─seductora, recalqué.

—Pasa...y no armes líos. Ya he tenido bastante por hoy ─abriéndome la puerta, me sentí victoriosa y acalorada.

Entregándole un beso al aire y un guiño deliberado de ojo, oí el murmullo de los que aún aguardaban por ingresar. Sentí un aire vengativo correr por mis venas por aquellos años en los que permanecería de lado de los que esperaban sumisamente.

Actitud y ropa de chica rápida, eran la clave.

Al entrar, comprobé que el sitio no era ni más ni menos que un gran sótano iluminado por unas luces estridentes. Mucha gente allí y algunas mesas de póker se distribuían entre quienes danzaban con bebidas en sus manos. Pude divisar, con dificultad por mi escasa altura y mis tacones inestables, una barra de tragos al final del bar.

Mi vestimenta sería por demás acertada, me sentí propia y ubicada. Mitchell continuaba sumándole puntos a su profesionalismo.

Observando hacia todos lados, percibí ser el blanco de miradas masculinas devoradoras. A todos les sonreí, a ninguno obedecí en su afán por tomarme de la mano.

Quizás lo mejor era sentarme en una de las banquetas libres de la barra; podría buscar con mayor detenimiento a nuestro objetivo. "Todos toman en un boliche", pensé. Tarde o temprano, nuestro objetivo visitaría ese rincón de culto.

Un apuesto muchacho hacía peripecias con las botellas y los vasos largos, arengado por un grupo de mujeres que lo aplaudían como locas en tanto que una muchacha, con un piercing atravesando su nariz y un tribal desde su hombro hasta su muñeca derecha, simplemente servía sin malabar mediante.

—Un Margarita, por favor ─grité y supuse que Mitchell, desde donde estuviese, habría perdido su audición.

La muchacha de cabello de varios colores asintió agradable y se dispuso a prepararme el trago.

Ágil a pesar de los numerosos pedidos, rápidamente me entregaría la copa. Para cuando quise abonar, un hombre de voz gruesa, dijo a la barwoman pero muy cerca de mí:

—Cárgalo a mi cuenta ─giré para ver quién era mi benefactor. Me topé entonces, con un joven de unos treinta años, rubio y muy seductor. Mi corazón galopó frenéticamente, sintiendo que mi presión arterial descendía.

¡Era el rubio misterioso de la fotografía de Liz!

Bajé de la banqueta presurosa sin que tuviese tiempo de detenerse en mis rasgos, dejándome algo de tiempo para pensar. De un sorbo, bebí casi toda la copa. Escabulléndome entre el público, sacudí mi cabello y abaniqué mi rostro.

—Mitchell, ¡creo que he visto al rubio! ─histéricamente, posé mi mano sobre mi pecho. Necesitaba aplacar mis latidos si no deseaba morir infartada. ¿Dónde mierda estaba mi centinela? Para la próxima misión tendría que ponerme auricular. Escuchar su voz, me serenaría.

Rasqué mi cabeza para cuando encontré a Sam, la morena simpática de la tarde. Si dialogaba con ella, al menos el tiempo se me pasaría más rápido.

—Hey Laura, ¿cómo estás?

—¡Hola! ¡Bien! Aprovechando el privilegio de la reyerta de hoy ─sonreí ficticiamente, enredando un mechón de cabello en mi dedo y rogando por la pronta aparición de Mitchell ─.¿Y tú?

—Yendo a la barra... ¿quieres algo de beber?

—No gracias, he terminado un Margarita ─aclaré elevando la copa vacía.

—¡Vaya que te gusta la fiesta! Ahora regreso ─Sam se perdió entre el bullicio y el tumulto. Yo debía permanecer visible para el momento en que Mitchell entrase. Sin contarme el ardid al que recurriría para ingresar al club nocturno, sólo recé para que fuese lo antes posible.

—¿Por qué te has escapado, princesa? ─en mi oído, la misma voz ronca de la barra, hablaba.

—Mi móvil sonaba ─mentí velozmente, sin mirarlo directo a los ojos. Si era el asesino de mi hermana de seguro me reconocería por mi parecido con ella, por mis múltiples pedidos de justicia y la reciente (demasiada) muerte de mi madre.

—¿No eres de por aquí, verdad? ─¿tan pequeño era Atlanta que parecían conocerse entre todos?

—Soy de Texas ─jugueteando con mi cabello y con la oscuridad del sitio a mi favor, disuadí su mirada.

—¿Quieres? Está frío ─me ofreció de su Martini. ¡Vaya que mi hermana tenía buen gusto para los hombres! Ese muchacho era apuesto; lucía un traje negro impecable, camisa blanca desajustada en sus dos primeros botones y era sumamente alto. Más que Mitchell.

—Prefiero algo más fuerte ─sugerí acopiando tiempo a mi favor ─.¿Qué tal si me traes un vodka? ─levanté una ceja. No terminaría bien esta noche si mezclaba alcohol con tanta frecuencia.

—Me gustan las mujeres fuertes ─el estómago me dio vueltas con sus palabras.

—Y a mí los hombres serviciales ─repliqué.

Con celeridad, quitó su mano posesiva de la pared sobre la cual me arrinconaba para dirigirse a la barra, localizada a más de diez metros de nuestra reciente ubicación. Quise escapar, pero quizás era la única oportunidad de sacarle algo más que un trago.

Aturdida por el momento, la música y el margarita, preferí quedarme de pie, tranquila y expectante.

—¡Mitchell!¿Donde carajos estás? ─grité esperando que acudiese a mi extraño pedido de socorro.

—Al lado tuyo, ¡chillona! ─reprendiéndome, apareció entre las sombras.

—¡Mitchell! ¡Nunca he estado tan contenta de verte! ─quise apretarme contra él, pero era desmedido. Apreté mis puños, conteniéndome.

—¿¡Te topaste con el rubio de la fotografía!?

—En cualquier momento viene... ¡tengo miedo Mitchell! ─con desesperación me así a las solapas de su chaqueta de cuero para cuando, sorpresivamente, comprimió mi mentón bajo sus dedos y estampó un beso profundo sobre mi boca.

Potente, inesperado y violento, Mitchell asaltó mis labios. En principio, para dar un beso cauto y quieto. Pero luego, el calor y el oportunismo, hizo de este gesto de salvación algo peor: mordiendo mi labio inferior, metiendo su lengua dentro de mi boca, poseyó cada centímetro de ella con desesperación. 

Sus manos desistieron. Una palma fue colocada por sobre el nivel de mi cabeza, contra la pared, tal como el rubio sospechoso; la otra bajaría a la curva de mi cintura. Su pulgar se escabulló por debajo de mi top, acariciando una breve porción de mi piel en llamas.

Mitchell se retorció sobre mí posesivamente, enajenado. Mis manos vagaron por su cabello, agitándolo, dotándolo de desorden. Sabía a hombre recio, a hombre experimentado y solitario. Sabía a masculinidad y sex appeal.

Mitchell era una caldera. Y yo, otra.

Besaba como un condenado y su entrepierna estaba dura como una piedra. Mi cabeza latigueó hacia arriba cuando su mano jaló un mechón de cabello; aquel era un beso que rozaba lo indecoroso.

¡Vaya que Mitchell besaba bien!

Era ardiente, potente y húmedo. Su lengua buceaba en los confines de la mía y sus dedos, convertidos en garras, atrapaban mi boca bestialmente. Yo tomé del calor de su boca y él, de la humedad que el margarita habría colado en mi aliento. Me perdí en su accionar pero tan rápida como vino, la cercanía se fue.

Agitado, con algo de pintalabios en su boca, respiró dando una gran bocanada. Se apartó de mí bruscamente y con un pañuelo de tela se quitó la muestra de la indecencia en sus labios. Dándome suaves golpecitos sobre los míos con la misma tela, me entregó algo de aparente compostura.

—Te besé porque el rubio se fue de la barra y de seguro, vendría a buscarte.

—S...sí...lo ví... ─mentí. Pero Mitchell, ¿habría mentido también?



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