III

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La señora Crowd intentó despertar a su hija sin éxito alguno. Aquellos padres no parecían procesar lo que en realidad le estaba ocurriendo a su hija. Había tenido un accidente y lo único que les importaba era lo que otros podría decir sobre ellos.

Lillian parpadeó sólo para ver la cabeza de sus padres a ambos lado de la cama. Quiso estirar la mano y tocar a su madre pero aquel movimiento generó un jalón de la aguja y aquello dolió, así que la retiró. El haber escuchado de su madre que los había decepcionado le provocó ganas de llorar nuevamente pero no quería traicionarse a sí misma si ellos escuchaban sus sollozos así que miró el techo y deseó que todo se terminara pronto.

TRES SEMANAS DESPUÉS.

Después de los regaños entre dientes de sus padres, de las miradas de reproche, lo único que ya quería Lillian era irse del hospital y encerrarse en su habitación, llorar largo y tendido, comer y dormir. Si era posible ya no asistir a la escuela, ya no ser una alumna modelo, ya no ser lo que sus padres le habían inculcado durante años.

La enfermera le entregó dos píldoras por si acaso el dolor del brazo regresaba, ya tenía su dosis lista para viajar a casa con ella y de paso le aviso que doctor vendría a darle la alta y volver a su vida o intentar reintegrarse a ella.

—Bien, Lillian, después de ver tus tomografías no hay ninguna anormalidad y asumimos que tuviste convulsiones a causa del shock postraumático, así que yo creo que estarás perfectamente bien a partir de ahora, si sufres algún dolor de cabeza y sientes que es diferente a los que has tenido no dudes en venir.

—Gracias doctor —se limitó a decir. Su voz había regresado pero no se escuchaba como cientos de veces la había escuchado en las notas de voz que ella misma se hacía para recordar cosas de los exámenes o trabajos de investigación.

Tres semanas se habían ido volando, después de aquella noche, sus padres comenzaron a tomar distancia de ella, hablándole sólo para lo necesario y no en un tono amoroso sino más bien autoritario, ella tenía que verse bien y tenía que salir de aquel hospital con la frente en alto.

Aprovecho cinco minutos en que sus padres arreglaban el papeleo, para ir a la maquina dispensadora y miró el periódico, hablaban de un accidente en la paraestatal de la costa, leyó el artículo y sus manos comenzaron a temblar, estaba su nombre, el de Charlotte y el de Charlie, las lágrimas cayeron mientras su memoria parecía un corcho dejando salir toda aquella información embotellada.

Aquella noche, ella había pedido deseos a las estrellas fugaces, ella había bailado en la arena, había reído con los mellizos, había saboreado una cerveza, había tenido un accidente.

La hoja del periódico desapareció grotescamente de sus manos. Su madre la miró firme y a jalones se la llevó fuera del hospital.

—A partir de hoy, no tienes permiso de salir a ningún lado, te llevamos a la escuela e iremos por ti y donde no estés ahí, te juro Lillian Crowd que vas a conocer a tu madre.

De haber sabido que su vida se iba a tornar a base de demandas de sus padres, hubiera deseado morir o no despertar.

—¿Quién de los mellizos falleció? —quiso saber.

—¡¿CÓMO TE ATREVES A PREGUNTAR ALGO COMO ESO, NIÑA IMPRUDENTE?! —Gritó la señora Crowd provocando que Lillian se hundiera en el asiento trasero—. Ni siquiera mereces saber eso, no sabes el dolor que le provocaste a una madre, ni siquiera te importó lo que nosotros sufriríamos.

¿De verdad sufrirían? ¿Lo harían por su pérdida o lo harían por lo que piensen los demás?

Siempre había sido así, su vida casi perfecta giraba en ordenes, de ser meticulosos, de no estropear nada, la perfecta "comunicación" sólo era una serie de órdenes, portarse bien, ser diferente a los demás jóvenes, cuando cumplió los dieciséis creyó que todas esas cosas terminarían y por fin podría ser una adolescente responsable.

¿Pero a quién engañaba?

Todo era un truco, una mala máscara que al final de aquella noche se rompió, justo como aquél reloj que tenía manecillas de metal corroídas que encontró una vez en una tienda de antigüedades, no funcionaban y nunca lo harían, el tiempo estaría congelado para siempre en aquel artefacto. Pero su vida era otra cosa, cada minuto desperdiciando le causaría estragos irreparables y ahora... su propia alma se estaba destruyendo.

Lillian se dedicó a hacer justo lo que sus padres ordenaron, incluso la obligaron a ir a AA como si de verdad la joven tuviese completamente la culpa, la policía que la entrevistó la visitó nuevamente para hacer más preguntas como si todo se tratara de un homicidio cuando era un simple accidente como el que pasa todo los días, sólo que esta vez era por una imprudencia propia de la cual a duras penas lograba recordar.

Quería ver a los mellizos, pero no sabía cuál de ellos había sobrevivido, quería saber porque ellos eran sus mejores amigos y sabía que la madre de estos la odiaba, la odiaba al punto de desearle la muerte por haberte arrebatado a su precioso ángel.

Como si realmente, estuviesen convencidos de que la culpa era solamente de ella.

Todo porque ella había organizado aquel recorrido.

En la escuela se limitaron a alejarse de ella como si fuese una peste, no faltaban los malos comentarios concernientes a los mellizos, las señalizaciones, las burlas. Había pasado de ser respetable a no ser nada y ser el objeto de humillaciones.

Algo estaba mal.

Mirarse al espejo ya era de por sí bastante difícil, podía ver aquella mirada triste que le devolvía el reflejo, ojeras, ojos cansados y rojos de tanto llorar, pero también había algo ahí que no le pertenecía.

Deseo volver atrás el tiempo y re pensar las cosas que quería. Nada de lo que quería se estaba haciendo realidad, al contrario.

Maldijo a aquella estrella fugaz.

Pero al hacerlo un incesante dolor le recorrió la columna vertebral.

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