IV

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Se sostuvo del lavamanos pero el dolor la paralizó completamente, sus piernas flaquearon y fue a dar directamente al piso, sus músculos se endurecieron imposibilitando que pudiera moverse o arrastrarse, cuando intento abrir la boca no profería ruido alguno hasta que lo inevitable ocurrió, su cuerpo se contorsionaba provocando que sus brazos estuvieran en una posición no natural, hasta que un sonido hueco se escucho y por fin el sonido abandonó sus labios.

No tardaron en entrar otras alumnas al verla tirada en el suelo llorando y sosteniendo con vehemencia su brazo, a lo que las profesoras llegaban y se daban cuenta que su brazo estaba fracturado, terminó en el hospital nuevamente.

—No te cansas de causarnos problemas —replicó su madre mientras el doctor le enyesaba el brazo.

Ella no habló, le dolía demasiado el brazo y sentía que su cabeza explotaría en cualquier momento si su madre continuaba con aquellas palabras hirientes.

Le dieron más pastillas para el dolor, en el auto su madre no paraba de menospreciar todo el esfuerzo que hacían para darle lo mejor, ser hija única no era tan genial como la mayoría lo pintaba, podrías tener todo, pero a veces tus padres es lo que más quieres y no era lo mismo tenerlos presentes a tener que escucharles sus quejas sobre ti.

—Si sigues causando problemas en la escuela tendré que meterte a clases particulares, no toleraré que saques bajas calificaciones ¿me escuchaste?

—Sí, madre —respondió para irse inmediatamente a su habitación.

Sacó el frasco de pastillas y le cruzó por la cabeza intentar acabar con su vida, pero las pastillas eran una muerte dolorosa y nadie desea morir así. Todos desean morir sin dolor, sin penas, sin culpas ni arrepentimientos.

Suspiró y dejó el frasco sobre la mesita de noche.

Se sentó sobre la cama y analizó su situación, su madre la tenía prácticamente enclaustrada en casa, no podía ir a ningún lado, ni siquiera tenía el celular con ella porque eso la harían desear más el mundo exterior pero era una adolescente y los adolescentes siempre buscan las maneras de huir, y lo más idóneo justo detrás de ella era una gran ventana sin barrotes y la altura era lo de menos.

Sonrió para consigo y se limitó a hacer las mismas cosas de siempre, la estúpida rutina de una familia feliz.

Comer juntos y charlar.

***

Su padre estaba perdido en un punto invisible en el aire mientras comía, su madre no paraba de hablar y de quejarse, Lillian vio el ceño de su padre fruncirse y sólo contó los segundos que tardaría en golpear la mesa para pedirle a su mujer que se callara y que se limitara a comer.

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Su padre dejó de comer y miró con claro fastidio a su mujer quien hablaba con la comida en la boca.

El silencio se hizo notorio.

—¿Qué?

—Quieres por favor dejar de quejarte y limitarte a comer, cuando terminemos me dices tus quejas, pero te advierto que si es algo sobre nuestra hija definitivamente dormiré en la sala —el señor Crowd se puso de pie—. Y sabes qué, se me fue el apetito.

El señor Crowd le hizo una señal a Lillian de que tomara su plato y se levantara de la mesa.

Pero aquello fue la gota que derramó el vaso en la paciencia de la señora Crowd que no se lo pensó dos veces para darle una manotazo al plato y este se hiciera añicos en el piso.

—Recógelo.

—Pero sí tú lo tiraste —se quejó Lillian aun contrariada por aquel acto.

—Te dije que lo recojas —la voz de la señora Crowd era severa, realmente cualquiera pensaría que odiaba a su hija.

Lillian estaba al borde de las lágrimas, cuando el señor Crowd tomó del brazo a su mujer y la zarandeó gritándole una serie de improperios intentando hacerle ver el daño psicológico que empleaba sobre su hija; esta se limitó a juntar los fragmentos con un trapo y terminó hiriéndose un dedo.

Lloró amargamente mientras su madre despotricaba contra ella, porque todo era su culpa, porque le pesaba más los comentarios de los demás que el simple hecho que su hija estaba deshecha, que todos en la escuela la señalaban, que ya no tenía caso alguno seguir con vida.

En ese momento, inconsciente deseó algo.

En su desesperación, corrió hacía la puerta y el frío viento la abrazó añorándola como una hija deseada, sus lágrimas cayeron sin descanso mientras corría toda la calle con su padre detrás de ella sin poder seguirle el paso, junto con los gritos de su madre a lo lejos y un claro: Ojalá no regreses.

Podría hacerlo pero sería tan difícil para ella sobrevivir, no conocía el mundo, no conocía a nadie.

El dolor punzante regresó nuevamente, el hueso de su brazo palpitó recordándole que este estaba roto como ella pero no desistió, corrió hacía el único lugar del cual conocía la dirección, recorrió varios metros sabiendo que su padre tomaría el auto y la seguiría así que optó por meterse en otras calles que la llevarían hacía donde estaba la casa de los mellizos.

Agitada y sudorosa, vio aquel lazo negro en la puerta, vio la ventana abierta de la habitación de los mellizos y su corazón palpitó con duda de saber quién de ellos había sobrevivido y cómo lidiaría con uno de ellos al saber que ella estaba ahí, no podía dejar que su madre la viera porque es sólo incrementaría más el drama de su interior.

Se quedó parada frente a la casa lejos de la vista de su madre, y atisbo una pequeña sombra, se movió intentando captar su atención, pero era en vano. Tomó una de las piedritas e intentó con todas sus fuerzas tirarla pero sentía su otro brazo adolorido.

Se quejó y respiró lentamente para tranquilizar los latidos de su corazón. No insistió así que se fue de ahí, pensando que volver a casa no era una opción, así que se sentó en la banqueta mirando hacia la nada.

—Lillian.

Aquella voz se escuchaba cansada y pudo confirmar sus dudas.

—Charlie —musitó al verlo ahí de pie con unas ojeras pronunciadas.

Comenzó a llorar nuevamente intentando hacerse un ovillo ahí mismo, la voz no le salía así que pedir perdón era imposible para ella.

—Tranquila —dijo el susodicho mientras miraba el brazo de Lillian—. ¿Fue por el accidente? —quiso saber.

—No —logró articular—. Tuve un accidente en el baño de la escuela.

Charlie hizo un movimiento que provocó que Lillian se alejara, tenía miedo incluso de él, podría herirla sin pensar en sus sentimientos y ahora él mismo podría estarla odiando.

—Lo siento —logró articular escondiendo su rostro entre una de sus manos.

—No fue culpa tuya, Lil, la extraño no te voy a negar que no y he peleado hasta el cansancio con mi madre intentando convencerla que no fue culpa tuya, en todo caso es mía.

—Claro que no.

—Lo es por mucho que quieras negarlo, ese día convencí a Charlotte de llevar las cervezas muy en su contra, la obligué y al final los tres terminamos envueltos en esto.

Lillian quería decir que no, que era culpa de ella para hacerlo sentir mejor pero... dónde se dejaba a sí misma.

—Me escapé de casa —añadió mientras se ponía de pie y se enjugaba las lágrimas recién salidas.

—¿Qué?

—Mi madre me odia como no tienes idea, podría igualarse al odio que tu madre siente por mi y... he pensando que tal vez desaparecer sea lo mejor para las dos, aun cuando no tengo idea de dónde ir.

Charlie buscaba mentalmente una salida a aquella situación, quedarse en su casa estaba fuera de juego, irse... ¿pero a dónde?

—Lil...

—Es mi padre —dijo Lillian cuando vio el auto de su padre detenerse frente a ella, se alejó y negó con la cabeza irse con él, y no lo haría mientras su madre estaba sentada en el asiento del copiloto, no quería enfrentar su furia máxima—. Lamento los problemas en los que te estoy metiendo, Charlie —Y sin pensarlo salió corriendo con el auto en marcha de su padre detrás de ella, posiblemente pensaría que era una berrinche.

Y aquello que había deseado, lo deseo con todo el ahínco de su alma.

«Sí tan sólo ella no estuviera aquí»

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