CAPÍTULO 14: LA RUPTURA DEL ESPEJO

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Despierta, despierta, despierta, me ordenaba a mí misma, pero las molestosas lagañas no me dejaban abrir los ojos. Mis manos se congelaron al sentir el pasto húmedo y la rasposa textura de las hojas secas, nada más escuchaba el rugido del viento. 

Mis párpados cedieron y abrí los ojos poco a poco para encontrarme con las nubes grises. Me incorporé lentamente del suelo porque mi cuerpo estaba adormilado, me encontraba a unos pasos de mi casa.

Mi cabeza daba vueltas, pero logré reaccionar cuando escuché un claxon en la carretera. Me levanté lo más ágil que mis piernas me lo permitieron y fui hacia la periferia del bosque para saber de dónde provenía el sonido, y sobre todo, quién era y qué quería.

Al llegar, pude contemplar un vehículo negro. Parados en medio del camino, estaban Olive y Matthew, el padre de Amanda; vi una sombra dentro del auto, debía ser la chiquilla. No pude evitar fruncir el ceño, ellos jamás habían venido hasta acá. Algo querían, pero ¿qué?

—Hola, ¿qué se les ofrece? —pregunté, apenas moviendo la boca.

—Hola, señorita Anderson —habló Olive—. Veníamos a pedirle un favor.

—Los escucho —dije, cruzándome de brazos.

—Mi esposa y yo tendremos que viajar de regreso a Reino Unido por asuntos del trabajo, así que queríamos preguntarle si puede cuidar a Amanda por algunos días. Ella no acepta quedarse con otra persona que no sea usted —afirmó el padre de mi amiga.

Por alguna razón, vi como una bendición que el señor Breslow se fuera con Olive lejos del país, de esta manera, podría proteger a Amanda más de cerca; no me la despegaría.

—Sí, claro, yo la cuidaré.

Los dos asintieron con la cabeza y Matthew abrió la puerta del carro para dejar que saliera la niña. Ella traía su mochila en los hombros, como siempre, pero además, bajó otra pequeña maleta de ruedas.

—Muchas gracias —habló el señor Breslow.

Le dio un pequeño beso a su hija en la frente, Amanda ni siquiera lo miró. Olive le acarició el cabello; al sentir el roce de piel con su madrastra, la pequeña me observó. Me hinqué para poder estar a su altura.

—¿Qué tal si entras a la casa y vas acomodando tus cosas?, yo iré detrás de ti —le murmuré dulcemente.

Ella asintió con una sonrisa en el rostro y se adentró en el bosque, dando saltitos de felicidad. Me incorporé para verla marchar. Después Matthew se aclaró la garganta, así que me obligué a ponerle atención. Supuse que quería comunicarme algo más.

—Tome —me ofreció unos billetes—. Mañana es el cumpleaños de Amanda, espero que con esto le alcance para hacerle algo especial.

—¿Mañana?, ¿mañana ya es doce de noviembre? —pregunté impactada.

Había perdido la noción del tiempo de una manera angustiante, yo pensaba que apenas iba a terminar octubre. ¿Qué me había ocurrido? No me gustó pensar en el día de mañana, aunque fuera el cumpleaños de la chiquilla, también sería el de Peter; y recordarlo me producía un terrible dolor en el pecho.

—Sí, mañana ya es doce —respondió Matthew, algo confundido.

—Gracias, señor Breslow, pero no necesito el dinero para hacerle algo especial a Amanda, tengo suficiente —dije, rechazando los billetes.

—Confiaré en usted, sólo haga que se la pase bien —me pidió.

—Claro que sí —afirmé, moviendo la cabeza.

Él se retiró, subiéndose al auto con Olive y encendiendo el motor para alejarse de mi casa. Me fui a reunir con Amanda. No la encontré en el primer piso, por lo que me dirigí a las recámaras... y ahí estaba, acomodando sus cosas en mi antigua habitación. Observé la ventana, estaba oscureciendo. Me espanté, no creí que hubiera estado inconsciente tanto tiempo.

—¿Qué harás? —le pregunté al ver que se encontraba sacando su ropa.

—Me bañaré para estar limpia mañana y celebrar mi cumpleaños —sonrió mientras seguía ordenando sus vestiduras.

Entonces se me ocurrió una idea: Podía hacerle un pastel; tenía los ingredientes necesarios allá abajo, en la cocina. Debía dejarlo cocer por la noche y en la mañana darle los últimos detalles. Pensé en decirle mi plan, pero preferí que fuera sorpresa.

—Bien. Báñate y después vete a la cama para que mañana tengas suficiente energía.

Ella asintió con la cabeza, emocionada. Después, tomándome desprevenida, corrió a abrazarme. Le devolví el gesto sin pensarlo, me reconfortó demasiado.

—Gracias por dejar que me quede contigo —susurró en mi oído.

Me alejé un poco para verla mejor. Asentí con la cabeza con una sonrisa inevitable, acaricié sus mejillas con mis pálidas manos y le di un pequeño beso en la frente. Luego me separé para dejarle espacio. Ella se dirigió al baño y cerró la puerta.

Me fui a la cocina a revisar que tuviera todos los ingredientes, por suerte, se hallaban completos. Decidí hacer el pan, y mañana, al alba, esparcir el merengue. Al instante, sentí que me desconecté. Mi cuerpo realizaba las acciones para preparar el postre, no obstante, mi mente divagaba otra vez entre este mundo y el otro. Una parte de mí se sentía sumamente segura y lista para combatir lo que se aproximaba; pero la otra parte, muy adentro, sabía que perdería todo. Por más que luchara, me derrotaría...

Los gritos de Amanda me despertaron de mi trance. Dejé todo a un lado, sólo tomé un cuchillo y subí como rayo al cuarto para enfrentarme a lo que ocurría. Tomé el arma con fuerza y abrí la puerta de la recámara. No estaba la Serpiente, más bien, la chiquilla se retorcía; sufría de otra pesadilla. Tiré la navaja al suelo y me apresuré a llegar hasta ella. Tomé sus bracitos y empecé a acariciar su carita mientras le susurraba que era un sueño para tranquilizarla. Amanda abrió los ojos lentamente.

De verdad que me perdí. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la niña me dijo que se iba a bañar hasta ahora? Ni siquiera lo noté. Estaba empeorando y cada vez más rápido.

—Volví a soñar con Aurora —me informó melancólicamente.

Aurora: la madre de Amanda.

—No te preocupes, estás a salvo.

Ella asintió con la cabeza y cerró los ojos nuevamente para conciliar el sueño. Pensé que tardaría un poco más en dormirse, pero no transcurrieron ni más de tres minutos y la niña ya se encontraba otra vez respirando paulatinamente. Me calmó, esbozando una dulce sonrisa. La tapé y le di un suave beso en la mejilla.

Ya iba hacia la salida de la habitación cuando algo me llamó la atención desde la ventana, así que me acerqué. No había nada, sólo se hallaban los árboles moviéndose por la ventisca. Seguí caminando, sin embargo, me empezó a doler terriblemente el pecho. Ahogué mis gritos para no despertar a la niña; por lo que tuve que sentarme en la orilla de la cama, viendo hacia la puerta para sosegar el daño. Poco a poco me recuperé, tratando de mantener a buen ritmo mi respiración. Coloqué mis manos sudadas en las cobijas. El pulso se me aceleró. Su mirada me perforaba. Yo sabía perfectamente que, entre la arboleda, había unos diabólicos ojos amarillentos, aguardando el momento indicado para hundirme.


Tomé a Lily entre mis manos, pasando mi dedo índice por su carita. A pesar de todo, esta linda muñeca seguía conmigo. Siempre me acompañó en los peores momentos, por eso había decidido dársela a Amanda de regalo. Cuando yo me fuera, Lily se quedaría con ella y la protegería, tal como lo hizo conmigo. Era el perfecto obsequio, confiaba en el poder de la muñeca y sabía que Amanda la cuidaría. La limpié quitándole el polvo y fui a colocarla en la mesa, donde también se hallaba el pastel que había terminado de hornear hace unos minutos. Estaba emocionada porque Amanda viera a Lily.

Escuché sus pequeños pasos descender por la escalera. Ya era hora. Llegó al comedor corriendo y se encontró con su sorpresa. Primero mostró estupefacción, después esbozó una sonrisa y dio unas enormes zancadas para abrazarme. Yo hice lo mismo, ella soltó unas hermosas risitas.

—¡Feliz cumpleaños, querida Amanda!, ¡felices doce años! —exclamé, y le di un beso en el pómulo.

El corazón se me encogió y un nudo en mi estómago se hizo presente. ¿Cómo se encontraría Peter en su cumpleaños? ¿Qué estaría haciendo? Anhelé hallarme con él en este preciso momento, más bien, deseaba que estuviera aquí conmigo y con Amanda.

—¡Oh, qué hermosa muñeca! —exclamó la niña, haciéndome regresar a la realidad— ¿Cómo se llama?

—Ella es Lily. Ha sido mía desde que tengo seis años —murmuré, agachándome hacia ella.

Amanda la tomó entre sus brazos y sonrió de una manera tan hermosa, que me quedé sin palabras. Partimos su pastel..., le encantó. Le di un rico desayuno mientras ella me platicaba sobre lo que quería hacer a los doce, cautivándome. Por primera vez, Amanda expresaba que tenía esperanzas en el futuro; sus ojos estaban llenos de añoranza.

Después subió a la recámara para cambiarse la pijama, de esta manera, podríamos salir a jugar al bosque. En menos de lo que esperé, ella ya estaba de regreso en la sala. Tomó a Lily y nos fuimos hacia los árboles.

—Bien, ¿qué quieres hacer? —pregunté afuera.

—Lily, tú y yo podríamos jugar al escondite —sugirió.

Era una mala idea. No podía perderla de vista, la Serpiente anduvo por aquí la noche anterior, tal vez hasta nos vigilaba en este preciso instante.

—No, no, es peligroso —contesté de inmediato.

—¿Por qué es peligroso? —cuestionó con curiosidad.

—Porque podrías perderte —mentí.

—No es cierto, conozco bien el bosque; además, no saldré de los confines de la casa.

En su rostro me suplicaba que jugáramos. Si no se saldría de este espacio, lo haría; no sentía a la Serpiente cerca y aparte no quería asustarla. Estaríamos bien.

—Lo haré sólo si me prometes que gritarás al ver algo sospechoso.

—Hecho —dijo—. Empiezas.

Me di la vuelta hacia el árbol, tapé mis ojos y comencé a contar hasta diez. Sentí que estaba tentando al destino y a la muerte, así que aceleré las palabras y rápidamente llegué al número indicado. Empecé a buscar a Amanda. Todo se encontraba tremendamente silencioso, sólo oía mis pasos y al viento arrullar a las hojas, produciéndome escalofríos. No la hallaba por ninguna parte. Me desesperé.

—¡Amanda!, ¡¿dónde estás?!

Escuché cómo una rama se rompió detrás de mí. Volteé violentamente y grité. La niña comenzó a carcajearse.

—No es divertido —espeté, molesta—. Pensé que te había ocurrido algo.

—Sí, sí —dijo entre risas—. Debiste ver tu cara.

Amanda tomó a Lily con fuerza y se dirigió al árbol para empezar a contar. Ni siquiera me moví de mi lugar, no pensaba esconderme, ¿qué tal si la Serpiente la atacaba por detrás? Aunque arruinara el juego, no me arriesgaría. Llegó al diez, giró y me vio.

—Al parecer no entiendes este juego: Yo cuento, tú te escondes, tú cuentas, yo me escondo —afirmó, acercándose a mí.

—Lo lamento, me paralicé. Lo haré mejor esta vez —prometí y me dirigí al árbol para empezar a contar.

Uno... Pensé que exageraba. Dos... Probablemente habían vuelto a ser delirios míos. Tres... Tal vez ni siquiera la Serpiente estaba en el bosque. Cuatro... Jugaría con Amanda de forma correcta. Cinco... No echaría todo a perder en su cumpleaños por malditas supersticiones. Seis... Si la Serpiente se hallara aquí, ya la habría sentido. Siete... Protegería a Amanda hasta el final. Ocho... No me iría de Francia hasta no matar a la Serpiente. Nueve... Tienes razón, Emily, no estoy junto a ti; de hecho, tengo una perfecta vista al prado, donde se encuentra tu querida amiga... Diez.

Corrí raudamente para proteger a la niña. Mi corazón se aceleró, amenazando con explotar. Mis manos empezaron a sudar y mis piernas temblaban, pero a pesar de eso, no me detuve. Varias veces me hallé a punto de caer, sin embargo, no cedí. No me rendiría, aunque sentí que cargaba a la muerte en mis hombros. Llegué al seco prado por el otoño y me acerqué cautelosamente a Amanda. No había nadie. Traté de buscar por todos lados, pero estaba vacío. La niña se encontraba hincada, mirando hacia el pasto.

—¿Qué ves? —pregunté, evitando que se me quebrara la voz.

—Todo en este prado está muerto, excepto esta pequeña hierba verde.

La observé. Las demás se hallaban cafés y anaranjadas por la sequedad, en cambio, a esta aún le quedaba algo de vida. Qué hermoso fenómeno. Parecía que Amanda se había quedado hipnotizada por este suceso; yo lo estuve por un momento, hasta que escuché que se rompió una rama cerca de nosotras. Dirigí mi mirada hacia los árboles de mi izquierda. La sangre se me heló y juré que mi corazón se detuvo por un segundo. Grité y después reaccioné, empujando a Amanda a un lado para que esquivara la bala. La Serpiente había fallado.

Velozmente, alcé a la chiquilla del suelo y tomé su mano para correr hacia mi casa. Ella casi se tropieza por sus pequeñas piernas, pero no me contuve. Hubo más balazos, sin embargo, ninguno le dio a su objetivo.

El miedo se apoderó de mi cuerpo, no obstante, en lugar de paralizarlo, fue la fuente de energía para seguir andando. Lágrimas emanaron de mis ojos por la total exasperación, así que se me nubló la vista. La niña sollozaba detrás de mí, suplicando por su vida. Jadeaba, y yo también.

Sentí cuando me arrebataron a Amanda de la mano... Pasó tan rápido. Volteé inmediatamente para ver qué ocurría, la Serpiente la había tirado al suelo. Intenté llegar a la niña, pero la mujer me empujó con una fuerza impresionante, haciéndome caer. Casi me desmayo por el golpe, sin embargo, la adrenalina me ayudó a sobrevivir. Me levanté rápidamente y observé la escena. La Serpiente tenía su brazo derecho enrollado en el cuello de Amanda y el izquierdo apuntaba a su sien con una pistola. La niña había perdido el color en sus mejillas, apenas podía respirar; pero eso sí: Sostenía a Lily en sus brazos con todas las fuerzas que le quedaban. Sus ojos exaltaban el terror absoluto dentro de su alma.

Las lágrimas me quemaban; y mi cuerpo temblaba de una manera que, con mucho esfuerzo, podía mantenerme de pie. Todo había terminado. Ya no podía proteger a mi amada amiga de este vil ser que vino desde el Infierno. Sólo había una esperanza: suplicar.

—Por favor... —empecé, pero se me quebró la voz—, ¡haré lo que quieras! —grité— ¡¡¡Lo que quieras!!!

Apenas podía distinguir las siluetas. Todo se tornaba borroso. Escuché que la pobre chiquilla gemía y lloraba histéricamente por su vida. La Serpiente la estaba asfixiando. Esos sonidos de tortura se me hicieron intolerables.

—¡¡¡Basta!!!, ¡¡¡suéltala!!! ¡¡¡¡Mátame a mí!!!!, pero déjala en paz.

La Serpiente se mantenía fría ante la situación. No había emitido alguna palabra. Ella era el demonio.

Mis piernas no pudieron sostenerme más y caí de rodillas. Los gemidos de Amanda me martilleaban los oídos.

—Mátame —le supliqué—. ¡¡¡¡Apúntame con tu arma en la cabeza y vuélame los sesos, pero ya no le hagas daño a la niña!!!! —las mismas lágrimas me limpiaron la vista. La chiquilla tenía los ojos rojos, en cualquier momento el aire dejaría de llegarle a los pulmones y moriría— ¡¡¡¡¡Mátame!!!!! —chillé tan fuerte, que la tierra retumbó.

—¡Te dije que asesinaría a la niña si tu novio aparecía por aquí! —bramó la Serpiente con firmeza, usando la voz rasposa que me ponía los pelos de punta. La observé, intrigada—, él está en la ciudad —me avisó con frialdad y disparó. 

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