CAPÍTULO 24: SIGO AQUÍ

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Mis compañeros de terapia grupal y yo estábamos en la sala común, admirando el último dibujo que habíamos hecho en Arte y que sería pegado en las paredes de la habitación en unos minutos más. Cada paciente traía su creación en mano y muchos estaban emocionados por la celebración que iniciaría en un instante. Yo había hecho una especie de mar difuminado con muchos tonos de azul, estaba orgullosa de mi obra. Sin embargo, el mejor boceto fue el de Geneviève. Ella había trazado un dragón escamoso y cornudo con apariencia imperativa, saliendo de las feroces llamas.

Mi corazón respingaba de gozo mientras oía las melodías de las canciones navideñas que salían de las bocinas. Estaba meramente feliz por la fiesta. Mi actitud era tan positiva, que no paraba de agradecerle a la vida por dejarme celebrar Navidad una vez más.

Mis padres pertenecían a la fe católica, así que mis hermanas y yo fuimos criadas bajo esa creencia, aunque posterior a la muerte de mi madre nos convertimos en católicos inactivos. Después, cuando crecimos, cada una de nosotras se fue por distintos caminos con respecto al tema de la religión. Lorraine se inclinó al protestantismo, Jane optó por el agnosticismo, Jennifer continuó con el catolicismo y yo seguí con mis dudas. Realmente jamás pude definir si creía en un dios o no. La verdadera razón por la que me gustaba la Navidad no era porque me emocionara conmemorar el nacimiento de Jesús, sino porque amaba la convivencia que experimentaba con mis seres más cercanos. Esa noche era una de las pocas veces que podía compartir plenamente con todos mis familiares, ya que el resto del año cada quién estaba en sus asuntos. Este año no me encontraría a su lado, pero me conmovía pasar estos días con mis compañeros de terapia. Lo veía como una nueva experiencia.

La Navidad es una bonita ilusión. Te hace creer por una noche que por fin hay paz y bondad, luego al día siguiente despiertas del sueño y te das cuenta de que el mundo no ha cambiado: Todos siguen con los ojos vendados, matando por poder y dinero. Me gustaba vivir el espejismo de diciembre, me gustaba vivir en la esperanza tan solo por una noche.

En fin, unos minutos después, el doctor Abad alzó la voz para llamar la atención de los pacientes y comenzar la celebración.

—Acérquense, por favor —pidió.

Nos aproximamos alegremente hacia el centro del salón con muy poco orden. El personal fue entregándonos vasos llenos de chocolate a medida que íbamos llegando. Yo me quedé hasta atrás del gentío. El murmullo de voces entusiasmadas no cesaban en toda la habitación.

—Silencio, por favor —dijo la doctora Claire—. El director general de Psiquiatría quiere dirigirnos unas palabras.

—Gracias —manifestó el narizón. Tenía una actitud que me parecía asquerosamente insoportable, pero intenté relajarme—. Primero quiero felicitar a la directora de la Sección D, la doctora Claire —aplaudimos—, por haber organizado este gran evento —dijo más alto para que se le escuchara entre el alboroto—. También felicito a auxiliares, guardias, y al personal de la cocina y limpieza —otra vez los vitoreos. Volteé a ver a Angelina; junto a ella estaban Bridget y Deborah, las tres sonreían—; pero sobre todo felicito a los pacientes porque hicieron un trabajo espectacular —los gritos se escucharon con más fuerza.

Yo salté y aplaudí eufóricamente. Era la primera vez que abiertamente nos daban mérito por haber hecho algo bueno en este hospital.

—Quiero hacer un brindis —declaró Claire con su vaso en lo alto— por ustedes: pacientes y personal —alzamos nuestros vasos—, ¡salud!

Algunas personas se echaron a reír al instante de forma despavorida; yo sonreí tanto, que las mejillas me dolieron. Qué burla.

—¡Salud! —contestamos, pero la mayoría lo hicimos con ironía. 

Me tomé la bebida y sentí una calma infinita cuando el primer sorbo atravesó mi garganta. El chocolate estaba exquisito, aunque había algo en su sabor que me recordaba a los medicamentos. Supuse que tenía una pizca de algún calmante que nos dejaría estar alegres, pero no demasiado. De cualquier manera, me lo bebí todo en un santiamén. Después pusieron precipitadamente la canción de O Holy Night.

—¿Listos? —dijo la doctora Claire cuando la voz ceremoniosa y los violines comenzaron a escucharse por las bocinas.

En vez de responderle, guardamos silencio, enderezamos la espalda y pusimos duro el diafragma para empezar a cantar el villancico. Iniciamos algo desafinados, pero después de unos segundos entonamos casi a la perfección; parecíamos coro de iglesia.

En el primer minuto experimenté una paz y felicidad implacables. La letra de la canción salía por mi garganta con gran gozo y entusiasmo, sin embargo, todo fue apagándose paulatinamente. Dejé de cantar poco a poco y la música se fue ahogando en mis oídos, al final sólo podía oír su sigiloso eco. El calor fraterno desapareció y vino a suplirlo el frío absoluto, puedo jurar que vi cómo salía vaho de mi boca por mis jadeos.

Mi cuerpo se había endurecido y no me atreví tan siquiera a mover un músculo de mi cara. El corazón me comenzó a palpitar con violencia. Intentaba no caer en un episodio de locura... Ellos me encerrarían si gritaba para ahuyentarla... Tenía que calmarme y concentrarme en la melodía, pero sólo podía sentirla a ella. Sophie estaba aquí..., en todos lados. Trataba de llegar a mí, pero una fuerza invisible e irradiada de mi ser —que en cada segundo transcurrido perdía más poder— se lo impedía. La chica se movía a velocidad sobrehumana. Con mi cabeza quieta, mis ojos se movían por todas partes para seguirle el paso; incluso tuve la sensación de que podía mirarla cuando ella se hallaba a mis espaldas. Parecía un fantasma. Sólo era una sombra difuminada en los colores azules que estaban en el ambiente, pero sabía con claridad que se trataba de ella.

Me mordí la lengua para callar a todos los sonidos que podían salir de mi boca por el pánico. También cerré los ojos con fuerza para silenciar a las voces de mi cabeza que gritaban con pavor, exigiéndome que estuviera preparada para defenderme; me pusieron la carne de gallina y aumentaron mi nerviosismo.

Sophie atacaba mi escudo con furia. Yo sólo oía los feroces golpes en mi salvaguardia, intentando no desplomarme. Segundos después se escuchó el sonido de los cristales estrellándose a mi alrededor... ¿o dentro de mí? Como sea, un choque más y mi escudo se rompería en cientos de pedazos. Me encogí en mi sitio, esperando el golpe de gracia, pero nunca llegó. De la nada, todo regresó a la normalidad: La habitación estuvo otra vez iluminada por esos colores cálidos llenos de esperanza y las voces de mis compañeros, cantando el villancico, resonaban armónicamente por las paredes de todo el cuarto. Relajé los hombros y di un suspiro de alivio.

Un milisegundo después, O Holy Night acabó con su cierre angelical y la sala común estalló en aplausos. Yo imité el comportamiento de los demás para quitarme los escalofríos de encima... Lo logré. Sentí una vibra tan mágica y agradable por el lugar, que se me hizo casi imposible que Sophie aún estuviera por aquí. En pocos segundos me convencí de que sólo había venido con intenciones maliciosas, y al no conseguir lo que quería, se había largado lejos de mí. 

—¡Felicidades! —exclamó la doctora Claire— Ahora vayan por sus dibujos para que el personal pueda pegarlos alrededor de la habitación —concluyó con entusiasmo.

Nos fuimos brincoteando hacia nuestros sitios para ir por nuestras creaciones. Los de mi círculo y yo las habíamos dejado en la esquina, donde habíamos estado sentados al inicio de la noche. Los seis tomaron su dibujo y se dirigieron hacia el centro del salón para que las enfermeras pegaran sus trabajos.

Fui la última del grupo en tomar mi obra del suelo. Me incorporé, dándome cuenta de que había una misteriosa chica cabizbaja a unos cuantos pasos de mí. La joven estaba sentada con las rodillas hacia el cielo y la espalda recargada en la pared. Su cabello castaño le tapaba la cara y su piel blanca era como la de un muerto. Su presencia me dio un poco de miedo. De seguro estaba deprimida y había decidido no participar en la celebración. Le quité la mirada de encima rápidamente y me encaminé al centro del lugar. Cada zancada que daba se traducía en una descarga de temor y electricidad en mi interior. Debía pasar frente a la chica para poder llegar con las auxiliares, así que planeé hacerlo velozmente y manteniendo mi distancia. Algo dentro de mí me decía que saliera huyendo de ahí. Pasé saliva, se acercaba el momento de caminar por sus dominios, por lo que el corazón se me aceleró. Mi ser ya sabía lo que iba a ocurrir.

La joven saltó de su lugar y me jaló del brazo con una fuerza extremadamente impetuosa, que juré que me iba arrancar la extremidad. Apenas lancé un pequeño gemido porque ahogué al grito. El brinco le había quitado a la chica la melena de la cara. Los escalofríos regresaron y la garganta se me cerró. Mi corazón estaba a nada de estallar.

—¡"Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento"! "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" ¡"Te preocupará cuando sea demasiado tarde"! ¡"Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento"! "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" ¡"Te preocupará cuando sea demasiado tarde"! —repetía alterada como reloj mientras yo intentaba zafarme de sus garras, haciendo mi mayor esfuerzo por no gritar— ¡"Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento"! "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" ¡"Te preocupará cuando sea demasiado tarde"! —estaba con los nervios de punta y llena de pánico porque si alguien veía esta escena, me mandarían al cuarto de aislamiento o algo peor; así que intentaba estar callada para no llamar la atención aunque estuviera muriendo por dentro— ¡¡Piensa, Emily!! ¡"Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento"! "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!"

Hasta ese momento mis oídos escucharon, percatándome de que vociferaba las citas de los libros abandonados en el sillón. Dejé de forcejear y la vi a las ojos con interés y desasosiego. Sophie me miraba con una completa desesperación, que la hacía estar al borde de las lágrimas. Mi corazón se detuvo por un instante.

—Te preocupará cuando sea demasiado tarde, Emily —declaró con un hilo de voz y me soltó.

La caída de espaldas fue dolorosa y no pude evitar emitir un quejido. Me senté inmediatamente: Ella había desaparecido y la sala estaba en completo silencio.

—¡Emily!, ¡¿estás bien?! —escuché la voz de Geneviève.

Se oyeron unos cuantos murmullos por la habitación. Dejé de ver el espacio donde Sophie había estado unos segundos atrás y miré hacia el centro del salón. El personal me observaba con curiosidad al igual que algunos pacientes. Por suerte, el doctor Abad no estaba entre ellos; supuse que ya se había ido, ¡qué bien!, así podría mentir con la esperanza de que me creyeran.

—¿Emily? —preguntó Angelina.

Giré hacia ella. Se encontraba esperando una respuesta, como todos.

—Mis torpes pies me hicieron caer, pero estoy bien —dije.

Ante mi contestación, algunas personas asintieron o se encogieron de hombros para concentrarse de nuevo en sus conversaciones; los de mi grupo de terapia y algunos miembros del personal eran los que no se hallaban del todo convencidos.

—¿Estás segura de que te encuentras bien? —quiso saber la doctora Claire.

—Sí —aseguré.

Lo tomaron como verdad, y sin más que añadir, me integré a la celebración. Angelina pegó mi dibujo del mar entre las obras de Geneviève y Ferdinand, se veían lindos en conjunto. Amé la armonía que hacían todas las creaciones aunque cada una de ellas fuera completamente diferente. Me encantó tanto, que el resto de la velada olvidé por completo las palabras que Sophie me había dirigido. Cenamos sencillamente y bailamos hasta que la celebración concluyó.

En medio de toda la alegría efímera, una señora, que parecía trabajadora social, nos pidió amablemente que la dejáramos tomarnos una foto, asegurándonos que por nada del mundo sería publicada en los medios, sino que serviría para el Estado. Estaba segura de que sería parte de la evidencia que usaría el hospital para constatar lo bueno que era este lugar. Los siete nos hallábamos de tan buen humor, que no vacilamos cuando le respondimos que sí. Ferdinand quedó en el centro; a su derecha estaba Dominique, y a su izquierda, Geneviève. A la derecha de Dominique se encontraba Amélie y a la izquierda de Geneviève me hallaba yo. De lado derecho de Amélie estaba Gauvin y de mi lado izquierdo se encontraba Céline. Ninguno tocó los hombros del otro, nadie se tomó de las manos o tuvo algún contacto físico con el consiguiente; solamente sonreímos de la manera más sincera que nuestros corazones lo permitieron, siempre mostrando el hecho de que, aunque éramos compañeros de guerra, jamás seríamos tan cercanos como para abrazarnos.


Estaba sentada a una de las mesas, que se hallaban al centro del salón, cuando la fiesta había llegado a su fin. El personal se encontraba limpiando la sala común donde había sido la celebración. Por otra parte, algunos pacientes ya se hallaban en sus celdas o hacían fila en el puesto de enfermería para ingerir los medicamentos nocturnos; yo iría en unos segundos más, necesitaba un momento para respirar y agradecerle a la vida por un festejo tan fantástico. Estaba por despertar de la ilusión de la Navidad para razonar por qué Sophie se había aparecido esta noche tan alterada cuando Angelina arribó a la habitación y se sentó a mi lado. Yo la observé con los ojos entrecerrados y le dirigí una sonrisa amigable.

—¿Te gustó el evento? —preguntó con gentileza.

—Sí, bastante —le confesé.

—Qué bueno —respondió, sonriendo con satisfacción.

Un silencio muy prolongado se hizo presente entre nosotras. Yo bajé la cabeza y empecé a juguetear con mis dedos. Sentía cómo la vista de la enfermera me perforaba, me ponía nerviosa. Después de un tiempo, Angelina se aclaró la garganta.

—Emily... —comenzó lentamente. La volteé a ver y ella agachó la mirada—, quiero pedirte una disculpa por no decírtelo en el momento —me observó con sus iris marrones—, pero creí que sería bueno que la leyeras hasta Navidad —tragué saliva y mis hombros se tensaron. No sé por qué tenía miedo—. Toma —concluyó, tendiéndome un sobre blanco.

Mi cansancio por la velada se esfumó. Los ojos se me abrieron de par en par, mi corazón bombeó con violencia y la piel se me erizó. Sentí un fuego intensificándose en mi pecho. Edwin. Tomé el papel que Angelina me ofrecía con un temblor evidente en las manos. El pulso en mi garganta no dejó tan siquiera que le agradeciera a mi enfermera por recibir el paquete.

—Tu amigo vino hace casi dos semanas a la visita con intenciones de verte, pero la doctora Claire y el doctor Abad me comunicaron que es mejor que por el momento no recibas a nadie, así que, en vez de llamarte, le di tu carta al joven explicándole la situación. El domingo pasado él regresó y me dio personalmente este sobre, pidiéndome cortésmente que te lo hiciera llegar —me contaba mientras yo sacaba el contenido de su envoltura—. Lamento darte las noticias hasta ahora, pero primero temía decirte que la carta ya había sido entregada al chico por el riesgo de que él no volviera y después deseé darte el recado como regalo navideño.

Fue un lindo detalle. Sin duda disfrutaría más leer las palabras de mi amigo en una noche tan bella como esta. Desdoblé la hoja para comenzar a admirar los vocablos. La respiración se me entrecortó y tuve la sensación de que mi corazón murió. Se me hizo un nudo tan desgarrador en la garganta, que apenas pude seguir pasando saliva. Mis manos empezaron a sudar en exceso. Las palabras eran indescifrables y las letras desaparecían de su sitio, cayéndose del papel como si lloraran. Toda mi emoción se desvaneció en un segundo. Varias veces intenté con desesperación interpretar los términos, pero al parecer mi cerebro había olvidado cómo organizar correctamente las palabras para formar sonidos y significados. Mis ojos se cristalizaron. En lugar de agradecerle a Angelina por lo que había hecho, la conmoción me obligó a expresar otra cosa:

—No puedo leer...

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