CAPÍTULO 25: HAY COSAS PEORES

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—... No puedo leer —volví a murmurar—. ¡No puedo leer! —exclamé, dándome cuenta del peso de mis palabras— ¡¡¡No puedo leer!!! —grité con pánico.

Mis bufidos retumbaron en toda la habitación y salieron por el pasillo con una furia implacable. Sentí el roce de la mano de Angelina en mi hombro, pero me aparté abruptamente de ella, levantándome de mi lugar y aventando con desprecio la carta de Edwin. Mi enfermera se paró milisegundos después que yo; estaba quieta y expectante, esperando a que yo la atacara, no me quitaba la mirada de encima. Apreté los puños hasta que mis uñas se enterraron en mi piel y observé a la auxiliar con desdén.

Por el corredor se escucharon pasos veloces en dirección a la sala donde nos encontrábamos. El demás personal, que estaba quitando las decoraciones, se había ocultado en las esquinas del salón. Algunos enfermeros llegaron al lugar con los ojos de depredadores, buscando el problema para irse sobre él. Casi después de su entrada, la doctora Claire ingresó a la estancia con la misma expresión.

—Escúchame, Emily —empezó a decir de inmediato Angelina. Hasta este momento me doy cuenta que probablemente comenzó a hablar al instante porque deseaba salvarme y evitar que el personal se hiciera una idea errónea. La enfermera tenía las manos por delante como protección. Yo me hallaba echando chispas de la ira—. Quiero que intentes relajarte y escuches lo que voy a decirte: Este es un efecto secundario de las píldoras que te hemos estado dando —comentó con una voz llena de reserva y una pizca de temor. Mi respiración seguía entrecortada y sentía cómo mi sangre hervía, esparciendo cólera por todo mi cuerpo para concentrarse en mi pecho—. Cada vez es más complicado aplacar tus alucinaciones, así que debemos ir subiendo con precaución la dosis de los medicamentos que ingieres. Es normal que pierdas la capacidad para leer, pero regresará en unos días; te lo aseguro.

¡¿En unos días?!, ¡¿se supone que debía creerles que mi habilidad para reconocer las palabras volvería en unos días?! ¡¡Ya lo habían dicho!!, cada vez la esquizofrenia era más difícil de controlar; a este ritmo arribaría el momento en que las medicinas me privarían para siempre de leer. ¡¡¡Escribir era mi trabajo, mi vida!!! ¡¡Con esto sobrevivía allá afuera en el mundo de locos!!, ¡¡¡¡no podían arrebatarme eso!!!!

—¡¡Todos ustedes son culpables de esta desgracia!! —rugí.

—Emily —intervino la doctora Claire, usando la misma posición que Angelina—, tienes que entender que sólo será por unos días, después volverás a estar como antes.

Exploté.

—¡¡¡No les creo!!! —chillé histéricamente— ¡¡Todos aquí mienten con descaro!! —el personal perdió la rectitud en su rostro y me miró con pavor. Unos guardias habían cerrado la puerta de la sala, se oía cómo intentaban calmar a los enfermos que habían escuchado mis alaridos afuera de la estancia— ¡Primero serán unos días, pero con los años se convertirá en algo permanente y llegaré incluso a parecer retardada o catatónica! —sentí cómo las lágrimas ardían en mis mejillas— Quieren matarme, ¡¿verdad?! ¡¡¡Sólo desean destruir todo lo que soy!!! —concluí, escupiendo las palabras.

—No, no —se apresuró a decir la doctora, tratando de hacerme entrar en razón—. Emily, nosotros sólo deseamos que estés bien y que las alucinaciones se vayan. Por favor...

—¡¡¡Prefiero mil veces que las alucinaciones me atormenten el resto de mi vida a perder la única cosa en la que soy buena!!! —proclamé con ferocidad.

Sentía un calor abrasador y amenazante por todo el cuerpo. Mi pecho me dolía por toda la rabia acumulada, lloraba de furia y la saliva se me salía de la boca. Mis labios sabían a veneno. No quería perder la cabeza y agredir al que se me pusiera enfrente porque estaba consciente de que sólo empeoraría las cosas, así que empecé a andar frenéticamente de un lado al otro, jalándome el cabello y golpeando al aire para tranquilizarme. No funcionó.

En aquel instante de demencia sólo podía pensar en una cosa: Si no huyo de aquí, me terminarán destrozando por completo. Había ignorado los murmullos del personal y la salida rápida de la enfermera por órdenes de la doctora Claire, ya que sólo me encontraba ahogada en mis planes incoherentes de fuga.

—Debo largarme de aquí... —murmuré como conclusión— ¡Debo escapar! —confirmé más alto, así que empecé a correr hacia la salida.

Claro, no llegué muy lejos. Auxiliares y guardias me detuvieron con una gran fuerza antes de que pudiera cruzar la puerta del salón.

—¡¡Suéltenme!! —grité con desesperación.

Forcejeé y mordí como un animal para que me dejaran ir, pero nada los detenía. Cuando uno me soltaba, otro lo suplía. Comencé a llorar amargamente porque no conseguía que me liberaran.

—¡¡Tienen que dejarme ir!! ¡¿No lo entienden?!, ¡¡¡las píldoras van a matarme!!! —sollocé.

Segundos después sentí un piquete en el cuello y todo se hundió en la oscuridad.


Desperté con dolor y confusión por lo que había ocurrido anteriormente. Luego me acordé de la triste realidad: Había sido Nochebuena; recibí una carta de Edwin, pero fui incapaz de leer una simple oración; después perdí el control y de seguro me habían sedado porque no podía recordar otra cosa que pasara posterior a mis ataques.

Intenté incorporarme, sin embargo, la presión me lastimó los brazos. Aún seguía adormilada; y al ver techo tan gris, pensé que estaba encerrada en el cuarto de aislamiento con la camisa de fuerza puesta, pero volteé a los lados y me di cuenta de que me encontraba en un error. La cama de Geneviève se hallaba a mi izquierda hecha jirones. Incliné la cabeza lo más que pude y observé que me habían amarrado a la cama con lazos tan resistentes, que estaban empezando a herir mi piel.

Mi vista seguía borrosa, pero pude visualizar muy bien la silueta de mi compañera saliendo del baño. Poco a poco, la figura de la joven se tornó clara. Ella me esbozó una pequeña sonrisa amigable y salió apresuradamente de la celda.

Intentaba apagar un sonido tosco y metálico que continuaba retumbándome en los oídos, así que no me molesté en calcular el tiempo en que Geneviève regresó con Angelina a su lado para valorarme. El eco del martillo casi desaparecía cuando la enfermera entró por la puerta.

—Buenos días, Emily —dijo ella. No tenía ganas de saludar y la auxiliar no esperó que lo hiciera—. Por lo que pasó ayer te tuvimos que sedar. Además, la doctora Claire insistió en que te atáramos a tu camastro; no creía que fueras a despertar, pero por si acaso, dio la orden de que así fuera.

El horrible remordimiento me carcomía el pecho, y la desesperación y nostalgia amenazaban con despertar a la locura para comenzar a gritar. Pero no hice nada. Estaba harta de toda esta situación, sólo deseaba que acabara de una buena vez. Era difícil de explicar el mar de emociones que nadaban dentro de mí, todo mi cuerpo se hallaba envenenado de ira.

—Ahora te soltaremos, confiando en que no agredirás a nadie, ¿está bien? —continuó Angelina justo cuando los auxiliares fornidos llegaron al lugar y aguardaron en el umbral, esperando las órdenes de mi enfermera.

Asentí con mi cara de pocos amigos. De todos modos no tenía intenciones de lastimar a nadie. Estaba tan abatida por mi incapacidad, que todas mis fuerzas para continuar habían desaparecido.

Angelina le hizo una seña a los enfermeros y ellos desajustaron los lazos de la cama, dejándome libre. Me senté en el lecho, y casi de manera involuntaria, estiré mis brazos debido a las rozaduras que me dejó el plástico. Me restregaba fuertemente la piel dañada con mis manos para no dejar rastro de las ataduras cuando la auxiliar volvió a hablar.

—Geneviève, por favor vete a desayunar —le pidió a mi compañera.

—Pero Emily... —empezó la chica con cierta intranquilidad.

—Emily irá en un momento —la interrumpió Angelina con tono de superioridad.

La joven no hizo nada más y se retiró de la celda. Observé un instante la escena y después me dirigí a la derecha para ponerme mi calzado. Aún estaba algo atontada por los sedantes, así que me tardé un poco en meter el pie en la pantufla. Al ver que mis movimientos permanecían lentos, Angelina se dirigió hacia mí y se inclinó para ponerme el zapato restante. Su expresión no indicaba que lo hiciera por irritación, sino por simpatía. En ese instante fue que me acordé más a detalle de mi arranque tan desprevenido de insania y de cómo aventé la carta escrita por Edwin hacia el suelo con desdén; ¡estúpida!, probablemente, entre todo el caos, la habrían tirado confundiéndola con basura.

—Angelina —murmuré, desesperanzada. Ella alzó la cabeza con cierta gentileza en su rostro, haciéndome olvidar por un segundo mi desgracia—, ¿la carta de mi amigo...?

—Yo la tomé del suelo antes de que alguien más la viera después de que te sedaron —susurró—. Está a salvo de ojos curiosos —concluyó, dándole suaves palmaditas al catre.

Seguí su gesto hasta que mis ojos se posaron en un pequeño trozo de papel blanco que sobresalía en la pequeña abertura entre el colchón y la asa de la cama. Sonreí convincentemente, claro que ahí las palabras de Edwin estarían protegidas de todo mal. Mi enfermera se puso de pie sin verificar si había entendido el mensaje o no, ya que los ojos de los auxiliares nos miraban con suspicacia.

—Muy bien, Emily —dijo ella con su voz autoritaria—: La doctora Claire le comentó al doctor Abad de tu ataque y ambos concluyeron que se te debe de incrementar la potencia de las píldoras, así que hoy empiezas con nueva medicación; pero antes que nada debes desayunar, ¿entendido?

Yo asentí de mala gana, otra vez deprimida por la situación. Dentro de mí todo estuvo a punto de explotar, a estos infelices se les había ocurrido la brillante idea de aumentar la intensidad de mis medicinas cuando el problema subsistía en la fuerza adormecedora de las mismas, entorpeciendo cada vez más mis sentidos. Sin embargo, tuve la decencia de contenerme y sólo mostrar una cara afligida mientras que la bilis asesinaba a mi pobre hígado.

—Antoine y Bastien te acompañarán a desayunar y te custodiarán hasta que llegues al puesto de enfermería para darte la nueva dosis, ¿está bien? —indicó, refiriéndose a los auxiliares.

Volví asentir con cierto odio en el pecho.

—Bien —respondió la enfermera, después ladeó la cabeza.

Me levanté de la cama con dificultad, apenas podía sostenerme. Me tambaleé un momento, preocupando a Angelina porque me fuera a caer. Poco después mi cuerpo se estabilizó y arrastré los pies a la salida del cuarto.

Caminé encorvada hacia el gran comedor, era la posición más cómoda; además, quería pasar de incógnita. Sé que la mayoría ni siquiera me miraba, sin embargo, sentía ojos clavándose en mi alma por todas partes.

Al entrar a la cafetería me llevé una gran sorpresa, ya que se escuchaba más bullicio de lo normal. La mayoría se encontraba alegre porque la celebración de la noche anterior había resultado satisfactoria.

En el fondo había miembros del personal, así que puse la espalda recta de forma instantánea. Quería que me vieran caminar con seguridad y no como la mujer a la que tuvieron que inyectarle calmantes porque se le habían desplomado los nervios la noche anterior. Fue la única ancla que encontré en ese momento para no dejarme caer en el suelo y empezar a chillar debido a mi miseria.

Me senté en el lugar que los auxiliares me indicaron: Un sitio aislado de la cafetería, lejos de mis compañeros de terapia que me dedicaban miradas de angustia. Ni siquiera dejaron que me formara por la comida, sino que Antoine fue por ella y me la puso con algo de rudeza sobre la mesa. Los alimentos apenas eran comestibles y en varias ocasiones tuve ese nudo en la garganta por querer vomitar, sin embargo, me contuve. Fue fatídico acabar el plato, pero al final lo logré con un horrible temblor de manos y un vacío de nervios en el estómago.

Posteriormente los auxiliares me guiaron hasta el puesto de enfermería. Angelina no estaba, así que Deborah siguió las instrucciones específicas que había dejado la doctora Claire en el tablero con respecto a lo que yo debía tomar. La enfermera emitió un rasposo sonido con la boca y me tendió el agua con el pequeño papel lleno de pastillas.

—Hasta el fondo —ordenó fríamente al ver mi cara de repulsión.

Puse los ojos en blanco y apreté la mandíbula por un segundo. Luego agarré el recipiente entre mis manos y me tragué las píldoras de un bocado, inmediatamente después bebí el agua.

—Muy bien... —dijo la enfermera.

Mi corazón se agrietaba cada vez más.

Antoine ladeó la cabeza, indicando que ya podía irme. Yo no expresé alguna otra cosa y me largué, arrastrando los pies hacia la sala común. Al llegar al sitio, el cuerpo me pesaba y los ojos me ardían, amenazando con dejar salir a las lágrimas. Vi de soslayo que Geneviève y los demás se encontraban en el sitio de siempre, pero ni siquiera me nacieron las intenciones de acercarme a ellos. Sólo deseaba estar sola, mi alma se hallaba a punto de despedazarse y pronto caería en el doloroso llanto.

Me senté, haciéndome un ovillo en la esquina del sillón donde solía estar en mis primeros días aquí. Cuando tenía a mis brazos y piernas como protección hacia el lugar donde está mi corazón, fue que me derrumbé. Comencé a llorar en silencio. En mi garganta se hizo un nudo tan letal, que apreté mis párpados uno contra otro para no gritar. Estaba perdida. Realmente habían conseguido arrebatarme todo: la Serpiente, Sophie, los médicos... ¿Qué sería de mí sin poder leer? ¿Quién sería yo si no lograba expresarme en el papel y la tinta? ¿En qué clase de persona me convertiría si dedicaba el resto de mis días a desperdiciar mi imaginación? Viviría por nada y para nada, ese era mi mayor temor y me asfixiaba el pensar que iba a cumplirse.

Me costó alzar la cabeza y respirar. El fuego de mi alma se extinguía con gran velocidad, dejando un aterrador vacío a su paso. Mi mente se encontraba a nada de romper la conexión con mi cuerpo y viajar a la oscuridad cuando un roce me despertó. Volteé, lentamente, con algo de desconfianza a mi derecha. Amélie me sonreía con bondad; a su izquierda estaba Ferdinand con un gesto lleno de gentileza, algo difícil de ver en él; a su derecha se hallaba Geneviève, mirándome con amabilidad. Atrás de la adolescente se encontraban Céline y Dominique, observándome amigablemente. Por último, el tierno Gauvin me veía con inocencia detrás de Amélie.

Me limpié las lágrimas rápidamente, me acomodé el cabello, bajé los pies del mueble y me aclaré la garganta. Geneviève, Dominique y Gauvin prosiguieron a sentarse en el suelo frente a mí. Céline tomó asiento a mi lado y me acarició las mejillas con sutileza para quitarme el líquido restante. Ferdinand se sentó junto a ella; y Amélie caminó hacia el librero, se paró frente a él un momento para revisar los títulos y no tardó en regresar con un texto en mano. Todo esto lo hicieron en absoluto silencio, sin hacer algún comentario respecto a mi situación; ellos sabían bien lo detestable que resulta que la gente te tenga lástima. La chica se detuvo al llegar a mí y yo me recorrí con algo de disgusto hacia la izquierda para hacerle espacio. Amélie tomó asiento.

Al principio no sabía qué pretendían, era evidente que deseaba estar sola. Además, me dieron ganas de lanzar maldiciones cuando Amélie trajo el volumen en sus manos hasta mi lado. Quise espetarles que se fueran, pero me sonreían tan afectuosamente, que me avergonzaba gritarles que no los quería cerca, así que me resigné a no decir nada.

La joven inclinó el libro sobre su regazo para que viera el título. Vi que la portada era azul celeste con la sombra de un hombre en armadura, sosteniendo una espada gigante; había un castillo y árboles en el fondo. Lo que no pude distinguir fueron las palabras del título y el autor. Todo era borroso y se cambiaba de lugar. Me mordí la lengua y cerré los puños con fuerza para evitar blasfemar y salirme de control.

El rey Arturo: El hijo del dragón de M.K. Hume —comentó Amélie al leer mi expresión de sufrimiento—. Lo escogí porque está en inglés y todos sabemos que tú estudiaste letras inglesas. ¿Alguien tiene problemas con leerlo en este idioma? —preguntó en un tono más alto.

Algunos negaron con la cabeza, otros respondieron no al unísono.

—Bien —dijo, luego se aclaró la garganta. Abrió el libro a un espacio razonable para que yo pudiera seguir la lectura con ella. Pasó el título, el índice, la dedicatoria, los agradecimientos y los mapas, que fui incapaz de leer, y se centró en el primer capítulo. Decidí que ni siquiera asomaría la cabeza en el texto porque probablemente sólo me enojaría más con el hecho de que no podía distinguir las letras—. Capítulo uno: Los límites de la memoria —inició con su acento francés.

Después del íncipit, comenzó la historia.


El bosque abrazaba al muchacho como una vieja manta con los bordes deshilachados, pero con un tejido todavía fuerte y resistente. Las raíces de los robles se retorcían emergiendo de una tierra profunda y maleable y sus ramas eran tan espesas y tan densamente entrelazadas que el muchacho se sintió como si se hubiera zambullido en aguas frescas y verdosas después de dejar tras de sí el brillo húmedo de los campos de barbecho. La amenaza de que esta aventura podría conducirlo a un severo castigo significaba poco para él, porque sería castigado de todas maneras. Tanto por esas horas de placer sensual como por algún pecado casi olvidado que provocaría la cólera de su padre adoptivo.6


La joven se paró en seco.

—Sigue —me pidió, ofreciéndome el libro.

No tomé la obra en mis manos, sino que dejé que ella me la sostuviera mientras intentaba inútilmente visualizar una palabra coherente. Nada. Las letras se cambiaban de lugar y se caían de la página de forma trágica. Me sentí llena de vergüenza. Pasaron unos segundos donde todos me clavaron la mirada y hubo un silencio entre nosotros para ver si yo podía tan siquiera leer una palabra, pero de mi boca sólo salió un lastimoso sonido como quejido.

De repente, vi de soslayo que las palmas de Céline se extendieron. Amélie y yo la volteamos a ver, su expresión era cariñosa.

—Yo seguiré con la lectura —aseguró con fineza.

Me salvó de mi incomodidad. La chica le entregó el libro.


Bajo la espesa cubierta de ramas de alisos y robles, la sombra de los árboles impedía que la hierba creciese. El muchacho caminaba sobre un peligroso manto de hojas secas y de ramas caídas, engalanadas con un musgo gris verdoso y extrañas flores carnosas que cubrían las escondidas guaridas de los tejones. La misteriosa belleza de este mundo en semi-penumbra le fascinaba y aceleraba los latidos de su corazón ante la promesa de posibles peligros...7


De esta forma tuve que sobrevivir esos espantosos días entre Navidad y Año Nuevo. Aún adormilada por mis medicinas de la noche, que me dejaban literalmente noqueada, desayunaba esa horrible comida que cada vez me sabía peor. Después estábamos en la sala común por un largo tiempo, leyendo la juventud del rey Arturo. Con la intención de que el narrador no se cansara, se pasaban el libro uno por uno para proseguir con la lectura hasta que se acabara el tiempo libre; sólo se saltaban a Gauvin porque él rotundamente negaba que le dieran el tomo, aunque en su carita se reflejaba que le encantaba escuchar. En las ocasiones en que nos reuníamos para aventurarnos en la historia, mis compañeros me insistían que intentara leer... y en todas esas veces fracasé.

Luego nos íbamos a Música o Arte, y posteriormente a terapia. Realmente hubo una sesión que estuve a nada de salirme de mis casillas. La doctora Claire me cuestionó por qué no participaba, provocando que la ira creciera tan ferozmente en mi pecho, que fue un alivio cuando Geneviève respondió por mí, diciendo que era por el asunto de la medicación. Evitó que probablemente me encerraran en el cuarto de aislamiento por hacer una escena. El resto de la hora me la pasé cabizbaja y muda en mi lugar. Culpaba sin remordimiento a la doctora Claire y al doctor Abad por el asunto de la lectura; ahora me resulta algo infantil, pero en ese momento tenía la necesidad de acriminarle a alguien la causa de todos mis pesares.

Al final del día nos íbamos nuevamente al salón y continuábamos siguiéndole los pasos a Arturo. La trama de la historia ayudaba a que se me alzara un poco el ánimo, pero en general me la pasé sumamente deprimida toda la semana. Apenas comía, no prestaba atención a mi alrededor porque me sumía en la negrura absoluta de mi cerebro, e incluso, hubo dos ocasiones que Angelina tuvo que irme a parar de la cama a la fuerza porque realmente no me placía andar por los pasillos, siguiendo una estúpida rutina para llegar a la conclusión de que aún no era competente para leer.

El lunes casi no pudimos continuar con la historia porque estuvimos ayudando al personal con los preparativos para Año Nuevo. Yo me limitaba a hacer lo que me ordenaran, ya que, sinceramente, era incapaz de sentir esa emoción de esperanza que te lava el alma cuando sabes que te encuentras a punto de comenzar una nueva etapa. No le presté mucha atención a los demás, sin embargo, el ambiente se figuraba alegre, no tanto como en Navidad, pero jubiloso.

La verdad es que estuve la mayoría del tiempo arrumbada en alguna esquina del hospital. Tengo muy vagas imágenes de lo que hice en esas horas, no obstante, lo que sí recuerdo a la perfección es el dolor, la ira y el nerviosismo que me atormentó la tarde entera. Creo hubo un momento donde me paré frente al librero e intenté leer las siguientes páginas desde el punto donde nos habíamos quedado, sin embargo, no me llevé nada más que decepciones. Las letras seguían moviéndose de su lugar y las palabras se escurrían en la página.

Las horas previas a la celebración de Año Nuevo fueron muy confusas; estoy segura de que anduve deambulando sin rumbo por toda la Sección D hasta que la enfermera Deborah me hizo entrar en razón con sus gritos, exclamándome por qué no estaba en el festejo. Me aterroricé un poco al ver que mis pies me habían llevado hasta el sexto piso. Me regresé hasta el tercero y entré a la sala común con la energía enterrada en el subsuelo.

Hubo unos cuantos alimentos ligeros y la música decembrina se escuchaba en cada rincón del lugar. Pocos bailaron, pero a la mayoría la vi contenta desde el sitio donde me encontraba. Los de terapia me hicieron compañía casi toda la velada, excepto cuando se pararon a danzar y yo me quedé sentada con mi melancolía sobre los hombros. Después de la canción, con la que los seis se movieron con gracia, se vino la medianoche: el tiempo para dejar atrás al 2012 y respirar los nuevos aires del 2013.

Deborah me obligó a levantarme del suelo para brindar con propiedad. Nos dieron pequeños vasos rellenos con chocolate, pero tenían un raro sabor agrio que te hacía cosquillas en la parte inferior de la boca. De seguro eran calmantes, justo como en Navidad. Ni siquiera me esperé a las palabras de la doctora Claire, sino que, en cuanto me sirvieron la bebida, me la acabé de un solo trago... Esperaba que así el efecto me adormilara más rápido para irme a acostar a la cama y desmoronarme en la nada. Era casi insoportable pensar que hace una semana saltaba de felicidad por Navidad y ahora sólo deseaba estar drogada para olvidarme del dolor de mis desdichas.

Angelina volvía a pasar entre las filas para revisar que todos tuvieran el vaso lleno. Cuando llegó hasta mí, fingí que jamás me habían dado nada para recibir más dosis de esos milagrosos sedantes, pero justo cuando estaba a punto de servirme, Deborah la detuvo.

—No le des más —fue lo que dijo con recelo—, ella sólo desea estar muerta antes de la una.

Angelina me miró con una pizca de tristeza en sus ojos y se retiró con el recipiente.

A la hora del brindis tuve que chocar copas con el vaso vacío y fingir que me llevaba un líquido a los labios. La doctora Claire simplemente nos deseó salud y esperanza en su breve discurso, y después nos pidió con atmósfera mística que pidiéramos un deseo para este nuevo año. Muchos cerraron los ojos con sonrisa de ilusión y susurraron sus sueños al 2013. Yo sólo me dediqué a observar a la gente que tenía cerca. Gauvin, Céline y Geneviève tenían el rostro lleno de optimismo cuando cerraron los párpados para murmurar su anhelo. Amélie, Ferdinand y Dominique se vieron más malhumorados a la hora de realizar el ejercicio.

Sinceramente, yo me sentía desorientada y olvidada hasta por el que llaman Dios. Me dolía todo. Sufrí por no haber pedido algún deseo, pero también me hallaba segura de que me hubiera provocado pesar pedir uno. Me atormentaba estar aquí, pero también allá. Me perturbaba mantener los ojos abiertos, pero también me lastimaba cerrarlos. Me angustiaba no sonreír, pero también fingir una sonrisa. Tuve la sensación de que nunca nada me llenaría otra vez, jamás tendría la certeza de encontrarme completa. Era alguien irreparable que se arrastraba por la tierra yerma sin saber hasta dónde iría a parar. 

La felicidad es la efímera droga que desaparece a nuestros perpetuos dilemas, haciéndonos sentir estables. Cuando estamos nadando en sus mágicas aguas, nos susurra que se quedará eternamente; sin embargo, sabemos muy bien que sus promesas siempre carecen de verdad.

Bueno, queridos nietos, debo decirles que mi somnífero de alegría se hallaba a punto de regresar. La única vez que me abandonó fue en aquella repugnante semana de diciembre, situación que acabo de contarles. Mi supuesto retorno a la firmeza en el manicomio sería un capítulo disfrazado de concordia, júbilo y confianza con aspecto incuestionable. ¿Quién imaginaría que lo que realmente ocultaba este episodio era un olor a putrefacción y sabor venenoso? La vida es engañosa; cuando piensas que ya no puedes estar más abajo, ella te demuestra que el pozo es mucho más profundo de lo que creías. Nunca sabes con certeza si ya has tocado fondo o aún te mantienes a flote. Yo, por ejemplo, tuve la inocente idea de que había tocado fondo con mi incapacidad para leer, pero sin duda se avecinaba algo mucho peor... Era tan aniquilador, que me quemaría hasta los huesos. En fin, ya lo escucharán a su debido tiempo.

Después del brindis, algunos se dedicaron a bailar y otros simplemente tomaron asiento en diferentes partes de la habitación con un gran ánimo por la música. Gauvin y Geneviève danzaron un par de canciones y se fueron a sentar con nosotros. No hubo mucha conversación en el círculo, yo no hablé ni una sola vez. Además, el dolor que sentía en el pecho no me dejaba pensar con claridad.

No sé cuánto tiempo después avisaron que la siguiente canción sería la última antes de irnos a la cama. Muchos aprovecharon esto para brincotear al ritmo de la tonada, incluso los de mi grupo de terapia se levantaron para moverse con el compás. Yo sólo deseaba que ya me dieran mis pastillas de la noche para poder dormir porque, al parecer, los sedantes que habían puesto en el chocolate no eran lo suficientemente potentes para calmarme.

Sonó la trompeta final y los pacientes se dispersaron, así que el personal entró en acción, pidiéndonos a todos que fuéramos ordenadamente al puesto de enfermería para recibir la medicación. En ese momento descubrí que mi cuerpo estaba tan débil, que apenas podría ponerme en pie. Me encontraba a punto de empezar a hacer el esfuerzo titánico cuando Amélie llegó y se sentó a mi lado.

—Ay, Emily, estuviste muy seria en toda la celebración —comentó—. ¿No te gusta Año Nuevo o todo fue por lo de la lectura? —preguntó con nostalgia.

Vi en su rostro que se aproximaba a recitar un sermón de superación personal que sinceramente no me daban ganas de escuchar, por lo tanto, mentí.

—Detesto Año Nuevo —respondí.

—¿Por qué?

Si no decía algo rápido, ella se daría cuenta de que la engañaba, así que decidí ir por el camino de la amargura.

—Tantos colores..., me da asco. O sea, mira ese letrero que dice Feliz Año Nuevo —dije, señalando hacia la pared—, se ve ridículo con esos colores rojizos azulados y la cursiva como tipografía —concluí, fingiendo indignación. 

¡Qué ciega! Estaba tan sumergida en la negatividad, que fui una inepta al no notar algo tan simple, pero hermoso, que se manifestaba frente a mis ojos. ¿Hace cuánto que se encontraba ahí y no lo veía? Amélie me lo tuvo que recalcar para que me percatara de ello.

—Espera... —habló la joven con estupefacción—, ¿cómo sabes que el letrero dice Feliz Año Nuevo?, ¡¿puedes leerlo?! —exclamó.

Mi corazón dio un estallido y volví a mirar la pancarta una vez más... Estuve a punto de derramar lágrimas y me llevé la mano a la boca, atónita. Las letras ya no se cambiaban de lugar ni se ponían borrosas o destiladas, se hallaban justo en el lugar donde tenían que estar para ser leídas. Las palabras Feliz Año Nuevo se clavaron en mi corazón de una manera más significativa de lo que realmente representaban; fueron la salvación para darme cuenta de que no había perdido mi don para siempre..., para notar que aún existía esperanza. Mi ser resucitó de las tinieblas y el fuego de mi alma recuperó toda su magnificencia. Mi euforia fue tanta, que hasta me convencí de que se trataba de un milagro, destino, suerte..., ¡lo que fuera!

—¡Puedo leerlo! —exclamé de emoción— ¡¡¡Puedo leerlo!!!

Amélie se levantó conmigo y comenzamos a dar saltitos de felicidad. Mi mundo había renacido. Brincoteaba y el entusiasmo estaba invadiendo cada célula de mi cuerpo cuando recordé la carta de Edwin esperando por mí en la celda. ¡Debía leerla antes de que apagaran las luces o se me haría imposible dormir por cuestionarme su contenido! Mis ánimos excesivos no se detuvieron, pero mis rebotes sí.

—¡¡Tengo que irme!! —le avisé a Amélie.

Ella sólo pudo asentir debido a la confusión y regocijo. Después escuché que se estaba riendo de gozo cuando yo ya me encontraba en el pasillo con rumbo al puesto de enfermería. Debía ser de las primeras en la fila para que me dejaran pasar a mi cuarto y pudiera leer la carta de mi amigo antes de que las luces se fueran. Claro que no planeaba tomarme el medicamento, sólo fingiría que lo hacía. Me entró un nerviosismo terrible al pensar que tal vez me descubrirían y no pudiera leer las palabras de Edwin por estar demasiado drogada para distinguirlas. Conforme me iba acercando al lugar, bajé la velocidad de mis pasos para aparentar desaliento, pero dentro de mí la felicidad se detonaba en mi pecho, haciéndome sentir tan viva, que ignoré el dolor del pasado y el futuro.

Llegué a la fila y sonreí con disimulo al notar que en menos de cinco turnos estaría al frente. Me crucé de brazos, y de la nada, la persona a la que había ahuyentado de mis pensamientos semanas atrás volvió a aparecerse en mi mente con una intensidad casi letal. Lo extraño demasiado, pensé, ojalá pudiera tenerlo entre mis brazos en esta fría madrugada de enero. Ojalá pudiera tan solo escuchar su voz y decirle cuánta falta me ha hecho. Ojalá pudiera besar esos dulces labios que me acaloran las mejillas... Me detuve en seco para continuar caminando sobre esa cuerda floja que controlaba mis sentimientos por Peter. Desde que había entrado a este sombrío sitio, había definido que estaba prohibido pensar en él de una manera melancólica. Las cosas de por sí eran difíciles, así que serían peor si dedicaba el tiempo a abrir esta herida y a cuestionarme adónde iría a parar nuestra relación... ¿Adónde quedaría el nosotros? Siempre omitía hacerme esta pregunta, pero tarde o temprano tuve que lidiar con ella y aún no decido si la respuesta que me di..., que le di..., fue la correcta... Pero esperen, me estoy adelantando.

Me controlé con un éxito impresionante justo cuando estuve a la cabeza de la fila. Angelina me tendió el agua y las pastillas. Puse el medicamento en mi boca y lo coloqué disimuladamente debajo de mi lengua, luego me bebí la cantidad de agua que usualmente utilizaría para ingerir las medicinas. Posteriormente fui con Antoine y abrí la boca para enseñarle que ciertamente las había ingerido; después la cerré por un milisegundo para pasar las pastillas arriba de la lengua y enseñarle al auxiliar que no había nada debajo de ella. Fui ágil, la verdad; nunca se dio cuenta de que escondía algo. Al final, como yo no era de las pacientes que solía tener problemas por no consumir el medicamento, no me dijo más y me dejó partir.

Tuve que ir despacio y tambaleante hacia mi celda para disimular mi engaño. Creo que me salió bien la actuación porque nadie hizo preguntas. Cuando llegué al cuarto, Geneviève aún no estaba ahí. Lo primero que hice fue ir al excusado, escupir las pastillas y jalarle a la palanca. No importaba si había alguien del personal por ahí para escuchar el ruido del baño, ya que la mayoría de los enfermos no recibían medicinas tan fuertes como para dormirlos casi al instante.

Las luces aún alumbraban con esplendor los pasillos del hospital. Probablemente estarían así durante unos diez minutos como máximo en lo que terminaban de darle los medicamentos a todos los pacientes.

Al salir del sanitario, me dirigí velozmente a la parte derecha de mi cama. Alcé el colchón y saqué la hoja. Mi excitación era tanta, que hasta me tuve que sentar en el suelo, recargando mi espalda en la pata superior del lecho porque mis piernas tiritaban descontroladamente. El papel era suave y blanco, aunque tenía ciertas pigmentaciones que daban a entender que era reciclado. Mi corazón latía con ferocidad y mis manos sudaban. Tuve un cosquilleo por todo el cuerpo. Abrí la página doblada y sonreí de oreja a oreja al ser capaz de identificar cada letra que se encontraba en ella. Mi Edwin había escrito a computadora y después lo imprimió en papel ecológico a doble cara. Como siempre, su destreza con las palabras era lo que hacía todo más especial.


Querida Emily:

Me llena de gusto ver que se te ha ocurrido esta creativa idea para comunicarnos. Tengo la vaga sospecha de que no deseas que nos veamos en persona y respetaré tu decisión; yo tampoco me siento preparado para enfrentarme al pasado, y a decir verdad, tú me recuerdas mucho a él. Por eso hui al verte en Burdeos. Tu mirada clavada en la mía causó que mi cerebro olvidara cómo hacer latir a mi corazón y la oleada de recuerdos de la secundaria, que ha implicado un gran esfuerzo aislarlos en mi memoria, regresaron como un remolino a agitar mi alma. Por lo tanto, mi primer impulso fue escapar..., y eso hice. Te ruego que me perdones si de alguna manera esta acción precipitada te hirió, no fue mi intención. Después de analizar lo acontecido, me percaté de lo mal que había actuado. Te busqué al siguiente día en el mismo parque donde tomó lugar nuestro fugaz encuentro, pero no estabas. Regresé todos los días posteriores a esperar que aparecieras por ahí, sin embargo, jamás tuvimos la dicha de volver a vernos.

Supe de ti hasta que leí en el diario que una de las finalistas del concurso literario británico (por cierto, ¡muchas felicidades!) había sido internada en un hospital psiquiátrico de París. En cuanto lo supe, compré mi boleto de autobús y viajé hasta aquí. Estuve toda la semana reuniendo información para saber en qué sanatorio te encontrabas, hasta que por fin hallé lo que buscaba. Fui al lugar y me dijeron que las visitas eran los domingos, entonces te llevé las hojas para que escribieras. ¡Nunca imaginé que les fueras a dar este uso! Créeme, no es una exclamación puesta por decepción, para nada, me siento honrado. Cuando la enfermera me dijo que me habías hecho una carta, me puse muy feliz. Igual que tú, espero que nuestra correspondencia sea mutua.

Al principio no sabía si podría abrirme contigo, pero conforme estoy escribiendo este texto, tengo la extraña sensación de que en nuestra relación jamás existió un fin; a pesar de los años, puedo contarte lo que sea. Siento que estoy otra vez en la piel de ese muchacho que alguna vez llamaste amigo y eso me gusta. Por lo tanto, aquí voy:

Me fui de Londres hace más de un año, dejando todo un desastre detrás...; lo sé, soy consciente de ello. Evelyn, Dylan, Jade... A los tres los decepcioné... Logré terminar la universidad por internet; y aún con ese triunfo no dejaba de pensar en ella durante los primeros meses, ¿sabes? Realmente la amaba, a veces me cuestiono si lo sigo haciendo..., tal vez así sea. Jade pertenece a ese reducido grupo de personas que verdaderamente dejan una marca en tu interior, al igual que tú. A veces me gustaría regresar e intentarlo otra vez, pero probablemente si nos encontráramos en la calle, ella fingiría no conocerme. No la culpo, tomé muy malas decisiones en un momento de cobardía.

Después de salir de Londres, fui a España, luego a Italia, Alemania y finalmente terminé en la Ciudad de la Luz. Aquí conseguí trabajo en una editorial, traduciendo libros del inglés al francés y viceversa. El empleo es tipo freelance, así que no hubo problema en habitar Burdeos. Estaba conociendo el país cuando vi que había un autobús hacia allá y me acordé de ti, contándome que era tu tierra natal, por lo que fui a visitarla por curiosidad...: La amé, así que decidí quedarme por un tiempo, y sinceramente no tengo lamentaciones porque de esa manera nos pudimos reencontrar.

Ahora va mi sección de preguntas, ansío saber sobre ti: ¿De qué va la trama de la novela que metiste al concurso literario y que ahora ya es finalista? ¿Has tenido nuevas inspiraciones para una siguiente historia? ¿Cómo está tu familia? ¿Bennet y tú aún mantienen una relación? ¿Qué tal van las cosas en el hospital? Disculpa si alguna de estas preguntas te resulta muy personal o agresiva, pero no supe de qué otra forma plantearlas.

Finalmente, espero que la paz, que mencionas en tu carta inicial, esté contigo mucho tiempo.

Con cariño,

Edwin.

P.D. Ya verás, algún día tú y yo lograremos hacer a un lado el pasado y nos reconciliaremos con un abrazo tan fuerte, que estoy seguro de que no querré soltarte. Te quiero, Emily Anderson. Siempre seré tu amigo.


Tenía una tempestad de emociones dentro de mi ser. Edwin constantemente poseía esa chispa para ponerme bien cuando estaba mal sin siquiera intentarlo. Como siempre, sus palabras fueron una inyección de euforia para mi alma. Supe apreciar su significado con gran rapidez, haciendo que se desataran dos cuestiones en mi cabeza: ¿Por qué no me preguntó la razón de mi estancia en el psiquiátrico? Creí que eso sería lo primero que querría saber, pero una vez más, Edwin Bridgerton me impresionó. Sin embargo, me agradó que no lo hiciera porque no me imaginaba escribiéndole al mejor amigo que había tenido sobre cómo me volví loca. Otra cosa que no pude ignorar fue que se refiriera a Peter como Bennet. Claro que durante la escuela constantemente lo llamaban por su apellido —Dylan siempre lo hacía—; pero Edwin sólo llegó a nombrarlo Bennet cuando él y mi novio eran completos extraños y en la ocasión que pasó lo de Alison, las demás veces siempre le decía Peter, así que leer que lo citaba como Bennet me hizo creer que probablemente mi novio ya estaba de nuevo en su lista de desconocidos.

—¡En tres minutos se apagan las luces! —avisaron las auxiliares por el pasillo.

Era tenebroso no estar en la cama cuando ya no había iluminación en el hospital, así que apresuradamente coloqué la carta de vuelta a su escondite debajo del colchón y me subí al camastro para enrollarme en las cobijas. Mi compañera de cuarto llegó a la celda unos segundos más tarde. Estaba arrastrando los pies y parecía que se esforzaba mucho para no cerrar los ojos, creo que ni siquiera notó mi presencia debido a su cansancio. Se metió entre las sábanas y se quedó dormida casi al instante.

Cuando la oscuridad invadió al manicomio, yo seguía planeando detalladamente cada palabra que usaría para escribir mi contestación; mañana le pediría a Angelina que me dejara usar el almacén para ello. Por pensar en Edwin, mi mente comenzó a vagar al pasado, delirando que mañana despertaría en mi antigua recámara y asistiría a la secundaria para llenarme de aspiración por cambiar el mundo y pasar el tiempo con mis peculiares amigos. Deseé con brutalidad regresar a aquellos años joviales, pero de nada sirvió fantasear; esos recuerdos ya estaban tan enterrados por todo el grupo, que resultaba imposible sacarlos de la negrura y actuar como si nada hubiera cambiado.

Logré conciliar el sueño, imaginando que el calor corporal de Peter me acogía. ¡Te encuentras en la final del concurso literario y no lo sabías porque has estado lejos de la realidad en estos meses! ¡Felicidades, Emily!, ¡a pesar de que el mundo se te viene encima, tu brillo nunca se apaga!, fue lo último que concreté, orgullosa.


—Emily... —susurró la dulce voz mientras me movía el brazo para que despertara.

Estaba tan adormilada, que me resultaba inalcanzable abrir los ojos. Una piel suave me acarició la mejilla con delicadeza. Casi al mismo instante sentí el aliento cálido de la voz en mi oído.

—Despierta, mi amor... —murmuró— Despierta, hija...

Este último diálogo fue el que me hizo abrir los párpados de golpe y girar bruscamente hacia la izquierda para encontrarme con la persona que me había llamado hija. Rápidamente me di cuenta de que ya no estaba ahí, así que la empecé a buscar con la mirada sobresaltada por toda la celda.

Sarah tenía las palmas encima del pie de cama. Poseía una sonrisa afectuosa, pero, a pesar del gesto, esta imagen figurando ser mi madre me resultó totalmente ajena a todo lo que ella representaba en mi mente. Mi corazón se llenó de miedo y retrocedí hasta la cabecera para protegerme. Compacté todo mi cuerpo en un ovillo y me quedé viendo a la mujer que no se retiraba de su posición actual. Tenía un vestido blanco increíblemente largo y de su cuerpo salía una luminosidad que casi alumbraba todo el cuarto. Yo estaba en un estado de shock, así que no pude ni sentir las respuestas de mi ser ante tal espectro.

—Mamá...

Ella volvió a sonreír con gentileza y luego movió su mano derecha para indicarme que me acercara. Ni siquiera me atreví a respirar. Sarah se dirigió hacia el umbral de la habitación.

—No, mamá, no puedes salir —le dije—; aquí cierran las puertas con llave durante la noche...

Pero justo después se escuchó cómo el umbral se abrió con sutileza, haciendo que la sangre se me helara por el eco tenebroso. Sarah volvió a verme y me hizo el mismo gesto con la mano. Yo seguía horrorizada por el momento, así que me mantuve como una estatua en mi cama. Ella no expresó ninguna señal de disgusto, sólo se deslizó y desapareció de la celda. Pude escuchar sus pasos retumbando en el pasillo; estaba trotando, pero ¿hacia dónde...?

Sin pensar un segundo en la arriesgada y tétrica situación, decidí seguirla. Salí al corredor justo para poder presenciar cómo mi madre giraba a la derecha en el siguiente pasillo. Corrí hacia su dirección, agradeciendo que dejara un rastro de luz a su paso. Sarah andaba con cierta fineza y hermosura. Su piel brillaba cegadoramente y su cabellera junto con el vestido se alzaban de una manera fantasmagórica, como si flotaran.

Tenía el presentimiento de que no nos dirigíamos a un lugar para nada bueno, pero simplemente no podía detenerme. Mi alma sabía que debía seguir hasta llegar al final del camino y hallar las respuestas.

Mi mamá iba unos pasos delante de mí, trotando con elegancia. Casi la alcanzaba cuando empezó a correr a mayor velocidad, como si tuviera demasiada prisa; me quedé muy atrás. Por más que luchaba para acelerar el paso, ella se alejaba con rapidez. La respiración se me cortaba y mi garganta estaba llena de un aire rasposo que me impedía hablar. Me detuve por mis tambaleos y mi cuerpo se dobló en dos. Tardé unos segundos en recuperarme.

Mi madre se dio la vuelta en el siguiente pasillo, dejándome sólo la señal deslumbrante como rastro de que había pasado por ahí. Poco después, el destello desapareció. Me sumí en una penumbra infinita y perturbadora, por lo que los pelos se me pusieron de punta y un escalofrío recorrió toda mi espalda. Sabía que algo se aproximaba... Cerré los ojos para fingir inútilmente que estaba protegida porque los gritos comenzarían a retumbar pronto, pero de la nada, mis párpados se iluminaron.

Abrí nuevamente los ojos con asombro porque la luz había vuelto. Una silueta se encontraba resplandeciente al final del pasillo, sin embargo, no era la imagen de Sarah. No, esta figura era pequeña, tenía una cara angelical y el cabello corto hasta el lóbulo de la oreja. Su vestido era blanco. como el de mi madre, con varios adornos en el talle.

—¿Amanda? —cuestioné—, ¿qué es todo esto?

Ella sonrió de una manera tan preciosa, que me hizo recordar nuestros momentos en el bosque. Casi se me salieron lágrimas al verla ahí, de pie, entre tanto esplendor. Parecía un querubín. De repente todo se cayó: Al igual que Sarah, esta chiquilla era idéntica a Amanda, sin embargo, en mi interior sabía que no lo era.

La niña movió su mano como mi madre para indicarme que me acercara. Hipnotizada por la brillantez, di un paso al frente. Amanda se dispuso a correr, girando al pasaje por el que mi madre se había esfumado. Yo vacilé por un segundo, pero después la seguí.

No tardé mucho en alcanzarla por las piernas cortas de la chiquilla; no obstante, cuando iba a tomarla por el hombro, ella aceleró, y en un pestañeo, ya me llevaba ventaja. Sin duda había algo ilógico en todo esto, pero en ese momento no podía parar; necesitaba saber cuál era el origen de aquellas alucinaciones.

Giré en dos corredores más —con Amanda como mi faro para ver entre las tinieblas— cuando me detuve en seco al ver la gran puerta del lugar adonde la niña me había traído. El gran salón debería estar cerrado con doble llave, pero en vez de eso se encontraba con las dos puertas abiertas como si nos diera la bienvenida. Olvidándose de mi presencia, vi que mi madre y Amanda se metían a la sala y se desvanecían como fantasmas.

La oscuridad predominaba en el ambiente, sólo la luz de la luna lograba alumbrar un poco. El raciocinio se me prendió al instante, dándole paso otra vez al miedo. Mi alma comenzó a temblar cuando vi con dificultad que había una mujer sentada en el sillón frente al librero... Ella estaba aquí. Mi cuerpo comenzó a retraerse por el pánico. El corazón me palpitaba con violencia, mis axilas se empaparon y tuve que controlar el castañeo de mis dientes, llevándome la mano a la boca para morderla. No debía hacer ruido o vendría por mí. Los ojos se me cristalizaron. ¡¡Ella no podía regresar!!, ¡no ahora que todo estaba empezando a arreglarse! Mi vida era martirizada cuando esta cosa decidía aparecerse.

Retrocedí con sigilo para escabullirme, siempre con la mirada en la figura. Después de unos pasos, volteé y corrí de regreso a la celda. Sin embargo, una sombra me empujó con gran fuerza hacia la pared; ni tuve tiempo de gritar. Milisegundos después de mi impacto con el concreto, una mano agresiva me tomó de las vestiduras y me alzó con brusquedad. Sophie me miraba con bestialidad, acorralándome en el muro. Me atemorizó tanto, que no pude sentir el dolor del golpe que me había dado contra la pared. Mi boca se mantuvo abierta y mis ojos se salían de sus órbitas. Ni siquiera forcejeé en escapar porque estaba sumamente conmocionada por la presencia de la Serpiente en la sala adjunta y en la feroz entrada de Sophie.

—¿Adónde crees que vas? —cuestionó ella burlonamente, escupiendo las palabras— ¡Es hora!

—¿Hora de qué? —pregunté con las lágrimas quemándome los pómulos.

—¿Pensaste en lo que te dije? —susurró con cierta preocupación en el rostro. Su cambio de actitud me desconcertó. ¿De qué rayos hablaba? Entrecerré un poco los ojos y fruncí el ceño— ¡¿Sí o no?! —habló entre dientes con la cara llena de furia mientras jalaba mi suéter.

Hice mi mayor esfuerzo por recordar... Lo tenía.

—Claro —mentí—. "Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento", "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" y "Te preocupará cuando sea demasiado tarde". 

La verdad es que no había ni usado un minuto de mi tiempo para analizarlo, pero tenía que engañar a Sophie para que me soltara. Me estaba lastimando el cuello y la Serpiente pronto vendría a pedirme cuentas, así que debía huir.

—¿Y la otra cosa? —cuestionó sin dar señales de que fuera a dejarme—, ¡¿eh?! —intenté pensar en la otra cosa, pero nada se me vino a la cabeza— ¿Emily, ya sabes lo que significa Habrá paz, hasta que se escuchen los cantos de la noche bendita?

Ah, a eso se refería. Sinceramente no me había puesto a examinar nada de esto; me la estaba pasando tan bien en mi maravillosa tranquilidad, que no le di importancia. Además, luego vino lo de la lectura, causando que una semana la desperdiciara. ¡No había tenido tiempo! Asimismo, jamás imaginé que este día de terror llegaría tan rápido y de una manera tan inesperada.

Negué con la cabeza. El nerviosismo y la incertidumbre por presenciar lo que venía me comenzó a carcomer la carne.

—¡¡Tonta!! —exclamó Sophie— Yo quería ayudarte, Emily. Deseaba que nada de esto se te dificultara. ¡Deseaba que hallaras la manera de destruirla para siempre antes de que las cosas se tornaran de este modo, pero a ti no te importó ni en lo más mínimo!

—¡Claro que sí me importa! —grité entre sollozos al ver que su rostro estaba lleno de ira, melancolía y preocupación.

—Se aproximan cosas devastadoras, Emily Anderson. No podrás salir viva de esto —me advirtió con voz severa—. ¡¡Yo quería evitártelo!!, quería que tu paz fuera eterna, pero esos estúpidos medicamentos me impedían llegar hasta ti de forma directa, así que te envié los mensajes de la mejor manera que pude, ¡pero tú los despreciaste!, ¡¡los despreciaste!!

—¡No es cierto! —brumé.

Sus quejidos se calmaron y el drama en su rostro desapareció.

—Ahora vive con las consecuencias —sentenció con crueldad y me jaló de las vestiduras para arrastrarme hasta el salón principal.

Su fuerza sobrehumana hizo que fuera patético tratar de zafarme, pero, aun así, no me detenía.

—¡¡Por favor, por favor, déjame ir!! —le chillaba a Sophie con desesperación— ¡¡No me lleves con ella!! ¡¡¡Esa cosa sólo desea mi muerte!!! —una ola de sufrimiento se desataba sobre mi pecho con cada lastimoso berrido que lanzaba— ¡¡¡¡Por favor, Sophie, haré lo que sea!!!!

Gritaba, pataleaba, y rasguñaba su brazo y el suelo, pero nada parecía funcionar. Mi destino ya estaba sellado. Ella me arrojó hacia la sala de estar y cerró las puertas con brusquedad, dejándome sola con el mismísimo Diablo en persona.

El dolor me azotó con salvajismo en todo el cuerpo, pero mis brazos resistieron la caída, dándome fuerza para sujetarme y hacerme un ovillo cerca de la puerta. Intenté levantarme y abrirla, pero estaba débil como un trapo, así que sólo contraje todo mi ser para protegerme de lo que planeaba hacerme la Serpiente. Me quedé viéndola fijamente en su posición de estatua mientras las entrañas se me removían en el interior, aguardando el momento de su ataque. Segundos después, dejó el libro que estaba hojeando sobre el sillón, se volteó hacia mi dirección y me sonrió con vileza. El suelo retumbó con sus pisadas escalofriantes cuando comenzó a acercarse lentamente. Se detuvo aún lejos de mí, pero eso no evitó que el vello se me erizara.

Esta vez la Serpiente era diferente... Parecía más... humana. Continuaba con su atuendo negro y su cara de espanto, pero ya no flotaba sobre el suelo y mantenía sus manos juntas a la altura del estómago, con unos aires que la hacían ver convincente.

—Emily, ha llegado el tiempo de continuar con la misión —anunció como una sacerdotisa—. Sophie ya te ha enseñado a sobrevivir en este lugar, ahora llega el tiempo de ejecutar el cometido para que así las tres podamos salir de esta asquerosa pocilga e ir por el último —mi rostro se endureció—. Oh, Emily, ni te molestes en luchar contra mí —dijo descaradamente—; ambas sabemos que terminarás con la sangre de todos sobre tus manos —su voz estaba empezando a distorsionarse en un tono más profundo y lúgubre que me molestaba los oídos. Sus ojos se le tornaron de un amarillo más brillante y aterrador—. Alístate para el siguiente paso...

Se fue sin dejar rastro, salvo mi asfixiante odio por ella y mi completo repudio por creer que podía manejarme como títere. Poco duró el silencio venenoso, ya que no tardaron en hacerse escuchar las voces en toda la habitación. Gritaban de una manera estremecedora y me taladraban la cabeza con sus exigencias. Me sentí en una oleada de viento desastroso, que hacía que mis cabellos volaran y se me tornara la piel de gallina. Me tapé los oídos, pero los aullidos sólo intensificaban su volumen.

Habrá paz, hasta que se escuchen los cantos de la noche bendita. "Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento". "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" "Te preocupará cuando sea demasiado tarde" —siseaban con desesperación—. Habrá paz, hasta que se escuchen los cantos de la noche bendita. "Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento". "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" "Te preocupará cuando sea demasiado tarde" —era insoportable escucharlas con esta ventisca arrasadora que amenazaba con revolcarme por todo el cuarto. Me estaban ahogando. Demandaban que dijera el significado de las frases, o si no, me matarían—. Habrá paz, hasta que se escuchen los cantos de la noche bendita. "Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento". "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" "Te preocupará cuando sea demasiado tarde". Alístate para el siguiente paso.

De repente, entendí lo que quería decir cada una de ellas. Eran palabras de muerte.

—¡Lo sé! —bramé a los cuatro vientos— ¡Lo sé! —hice una pausa— Habrá paz, hasta que se escuchen los cantos de la noche bendita significa que estaría bien hasta Nochebuena: Ahí fue cuando presencié el retorno de Sophie y perdí mi capacidad para leer —dije con lágrimas en los ojos—. "Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento", "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!" y "Te preocupará cuando sea demasiado tarde" pertenecen a un solo mensaje. "Las vísperas del día en que celebramos de nuestro Salvador el nacimiento", los días navideños. "¡Pero su alma sigue siéndonos fiel!", Sophie me era leal, por eso buscaba advertirme del regreso de la Serpiente y deseaba que la destruyera en su punto de mayor vulnerabilidad, pero no lo hice... "Te preocupará cuando sea demasiado tarde", se me agotó el tiempo, ella ya está aquí y desea que siga con sus siniestros planes —las voces se hallaban complacidas, pero no dejaban de chillar porque querían más, aún no les decía lo esencial—. Alístate para el siguiente paso... —los murmullos se callaron, dejándome en la oscuridad para que mis propios oídos me escucharan decir funestamente la nociva revelación— Yo sé cuál es el siguiente paso: matar a Geneviève.


6 Hume, M.K. (2011). Capítulo 1: Los límites de la memoria. En El rey Arturo: El hijo del dragón (p. 19). Alianza Editorial.

7 Hume, M.K. (2011). Capítulo 1: Los límites de la memoria. En El rey Arturo: El hijo del dragón (p. 19). Alianza Editorial. 

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