CAPÍTULO 7: LA NIÑA

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Pensé en escapar y encerrarme en mi casa hasta que se fuera. Traté de contar hasta tres —en medio del pavor— y acatar el plan, pero cuando llegué al número indicado, mis piernas no respondieron; mi cuerpo entero no respondió, el terror me consumía.

La chiquilla no se movía de su lugar. Sin embargo, parecía que no tenía intenciones de atacar; de hecho, me sonreía muy cálidamente, hasta llegué a pensar que se reía de mí en silencio por tenerle miedo, lo que era lógico. Yo, una adulta joven, contra una niña que no sobrepasaba los doce años...; era patético creer que me podía hacer daño. Comencé a relajarme un poco.

—La mujer te espera del otro lado de la línea, ¿no seguirás con la llamada? —preguntó la chiquilla, entre risas.

Su voz era totalmente encantadora, y las carcajadas, complacientes. No había ni un rastro de maldad en su expresión. Su presencia me llegó a reconfortar. Alcé el celular lentamente del pasto, sin despegar mis ojos de la pequeña, aún temía que me fuera a agredir.

—¿Sí? —dije, poniendo el auricular en el oído.

La línea estaba vacía. Supuse que por no contar con una respuesta, la operadora había colgado. Me comunicaría al mismo número más tarde.

—No hay nadie —le informé.

Ella lanzó otra risotada.

—Pues claro, ¿cómo crees que adivinarían que tiraste el teléfono por asustarte al ver a una niña tan adorable como yo? —alardeó.

Alzó las cejas y me sonrió de una manera tan picarona, que no pude reprimir contestarle el gesto. Me comenzaba a agradar esta pequeña, pero había algo que todavía me inquietaba... ¿Cómo dijo que se llamaba...? Ah, sí, Amanda.

—No es por nada, nena, pero ¿cómo sabes mi nombre?, ¿por qué me has estado espiando?, y más que nada, ¿cómo consigues seguirme a todos los lugares a los que voy?

—¿Qué...? —me preguntó, frunciendo el ceño—, yo no te estoy siguiendo. Sólo tengo once años, ¿cómo crees que podría hacer eso? Y la otra vez, aquí en el bosque, no te espiaba; es que he venido a este sitio a jugar desde que podía escaparme de mi casa sin que nadie se diera cuenta. Es mi lugar secreto. Pensé que los dueños la habían abandonado para siempre, así que cuando te vi, me espanté y hui. He regresado a pedirte disculpas y a que me hables de tus cuentos y monólogos; ¿por qué crees que sé quién eres? Gracias al internet, he leído los textos que has publicado en el portal de la Universidad de Oxford.

Las cosas empezaban a tomar sentido. Por fin encontraba una explicación razonable al por qué la encontré deambulando en el bosque. Lo que aún no me quedaba claro era la justificación de su presencia en la casa de mi tía y abuela... Y después vino la ocasión donde la vi en el cementerio, ¿qué había ocurrido entonces?

—¿Me dices que, lo más lejos que has huido de tu hogar, es esta casa en medio del bosque?

—Sí —respondió, extrañada.

Por lo tanto, lo supe: La sensación que Amanda me provocó al escapar se quedó armando una terrible historia en mi cabeza, por eso la aluciné en París. Pero ella era real, estaba delante de mí; y no era malvada ni quería hacerme daño. Deliraste, Emily, mala señal. Cada vez había más razones para creerle al psiquiatra...

—Señorita Anderson —me llamó Amanda, alejándome de mis pensamientos—, ¿se encuentra bien?

—Oh, sí, sí; estoy bien, linda —contesté, tratando de volver a la realidad.

Tuve la vaga sensación de que la niña iba a desaparecer de un momento a otro, así que me inquieté.

—Bueno..., está bien. Me presentaré una vez más: Me llamo Amanda Breslow.

—¿Breslow? —pregunté, sorprendida—, ¿ese apellido no es inglés?

—Sí, lo es. Soy de allá, nací en Brístol.

—Oh, bien. Soy Emily Anderson; y nací aquí, en Burdeos. Mi apellido es inglés porque mi abuelo es de los Estados Unidos de América. Gusto en conocerte —concluí, extendiendo mi mano.

Amanda me la estrechó. Al tener contacto con su piel, sentí una leve conexión; pero por lo visto, yo fui la única que lo percibió, ya que la chiquilla actuó normal. Por otra parte, dudé sobre su verdadera edad; se veía como tal, pero actuaba como una adolescente madura. Era extremadamente raro.

—¿Realmente tienes once años? —pregunté mientras apartábamos nuestros palmas.

—Sí, cumpliré doce en dos meses. El doce de noviembre... —sonrió—, qué loco.

El corazón me dio un salto. ¿Doce de noviembre? Ese mismo día era el cumpleaños de Peter, ¡qué gran coincidencia!

—¿Qué? —cuestionó Amanda al verme esbozar una sonrisa.

—Nada, es sólo que mi..., una persona muy especial para mí —corregí— cumple el mismo día que tú.

—Oh —fue lo único que agregó.

Después de analizarnos por un segundo, la niña se sentó en el pasto y yo copié sus movimientos. Mirábamos cómo las hojas otoñales caían de los árboles mientras estos se movían por la brisa. Era un lugar muy apaciguado, casi un paraíso. Hubo un prolongado silencio..., pero a ninguna de las dos nos importó, ya que estábamos presenciando el hermoso espectáculo que la naturaleza tenía para nosotras.

—¿Señorita Anderson...? —empezó a hablar la chiquilla.

—Dime Emily. No te preocupes por ser tan formal, Amanda —afirmé.

Ella asintió con la cabeza.

—Emily, ¿cuál es la historia de este maravilloso lugar? —preguntó, observando hacia la punta de la arboleda.

—Este sitio cuenta muchas historias —dije—. Algunas tuvieron su final aquí y otras comenzaron en el mismo punto.

—¿Y cómo fueron esas historias? —volvió a cuestionar, aún hipnotizada por el meneo de las hojas.

—Las que iniciaron, lamentablemente tuvieron un principio tormentoso; y las que terminaron, acabaron con un golpe de violencia —contesté.

La piel se me erizó, juré escuchar el grito de mi madre otra vez: ese aullido ensordecedor de la muerte. Moví la cabeza frenéticamente y la bajé para evitar perder el control.

—¿Por qué? ¿Puedes contarme?

Sentí que la mirada de Amanda me atravesaba por la profunda curiosidad que la inundaba. Volteé a verla, dejando ir todos los recuerdos que amenazaban con hundirme.

—Te lo contaré, sólo si tú me dices por qué te escapas de tu casa —traté de negociar con la niña.

—No es una historia muy bonita —me respondió, agachando la vista.

—¿Tus padres discuten mucho?

—No, mi padre y mi madrastra se llevan muy bien.

—¿Madrastra? —cuestioné con el ceño fruncido.

—Sí. Vivía con mi madre en Inglaterra, hasta que murió; entonces mi papá me trajo a Francia —explicó—. Es horrible que te estén paseando por todos lados sólo para huir del recuerdo de tu madre.

Me asusté por un momento.

—Créeme, sé lo que se siente —dije, mirando a un punto nulo.

—¿Qué?

—Sí, mi padre hizo lo mismo. Mi mamá murió en Francia, por lo que, casi después, decidió que nos iríamos a Italia.

—¿Tenías una madrastra también? —preguntó, interesada.

—Así es, se llamaba Miranda.

Nuestras miradas se cruzaron. Me atacó una mezcla de miedo e intriga, sin embargo, la niña sólo tenía júbilo en sus pupilas.

—¿Por qué nos parecemos tanto? —pronunció la chiquilla con un hilo de voz, aún clavándome la vista.

—No lo sé..., ¿pero crees que sea malo?

—No, nada de eso...; es que... asusta —respondió con una risita amigable.

Sonreí de oreja a oreja.

—Tienes razón: Asusta.

Nos observamos un segundo más y después bajamos la mirada para llegar a nuestras propias conclusiones. Esta niña era adorable, no había transcurrido ni una hora desde nuestro encuentro y ya me había encariñado con ella.

—Tu madre... ¿de qué murió?

El silencio se apoderó de la escena. Pensé que mi pregunta había quedado en el aire, hasta que movió los labios.

—Cáncer —suspiró—. Fue hace tres años.

Pude notar que se le cristalizaron los ojos, pero trató de ocultarlo. Supuse que no le gustaba que la vieran llorar, al igual que a mí.

—Así que me fui a vivir con mi papá.

—¿Desde antes ya se habían divor...?

—Sí, ya lo habían hecho —me interrumpió abruptamente—. Se separaron cuando yo tenía seis años. No entendía por qué, hasta que oí por teléfono a mi mamá; estaba hablando con una de sus amigas, ese fue el momento que lo comprendí todo. Mi padre había engañado a mi madre, por eso fue el divorcio —de los ojos de Amanda empezaron a emanar lágrimas—. Cuando me enteré, ya ni siquiera podía verlo a la cara, sentía que también me había hecho a un lado a mí; me había traicionado. Lo bueno es que mi madre hizo que me distanciara de él. Éramos ella y yo, pero vino el cáncer y se la llevó —terminó con sequedad, no obstante, en su mirada perdida en el horizonte pude ver que estaba furiosa—. Al final tuve que irme con mi padre y él quiso mudarse para acá —se detuvo por un momento—. No me gusta estar en esa casa, no me gusta vivir con ellos —se quejó con ira.

Amanda empezó a temblar y a sollozar en silencio como si la estuvieran torturando. Por el movimiento de su garganta, supe que estaba ahogando un grito; y de repente, explotó. Se levantó de su lugar —desesperada— para agarrar una piedra y lanzarla a los árboles. La tomé por los hombros, impidiendo que hiciera alguna locura, pero ella forcejeó con aflicción... hasta que se dio por vencida. Me abrazó con vehemencia y yo la sostuve fuertemente en mi regazo, mientras me volvía a sentar. Se fue tranquilizando poco a poco, escuchando los latidos de mi corazón.

—Todo estará mejor, te lo juro. He pasado por ahí y sé que pronto la melancolía se irá —aseguré.

Amanda abrió los ojos, expectante.

—¿Estás segura? —cuestionó al borde del llanto.

—Sí, estoy segura —le sonreí con nostalgia e hice una pausa—. Cuando tenía tu edad, me hice amiga de una chica llamada Doretta —casi me rio al recordar a mi primera mejor amiga—. Sin que yo se lo pidiera, ella me ayudó a no sentirme tan triste y sola; y ahora, si quieres, yo puedo acompañarte hasta que este dolor no te aflija más.

La niña no añadió otra cosa; sólo se limitó a sonreír de una manera tan bella, que mi corazón dio un vuelco... Jamás encontraré palabras para describir aquel gesto, llenó mi alma de pura luz.

Ella recargó su cabeza en mi hombro y miró hacia los árboles. Ahí pude percatarme de que en serio le encantaba apreciar la naturaleza. Me hizo sonreír porque me recordaba mucho a mí. Nos quedamos el resto del día contemplando el movimiento del bosque mientras llegaba el atardecer.

Cuando el sol se ocultaba —dejando libre a la noche y a la gélida ventisca—, Amanda se despidió de mí, agitando la mano y prometiendo que mañana regresaría para ayudarme a arreglar mi hogar. Al momento de verla marchar, mi cuerpo experimentó el vacío; realmente me asusté por sentir esta desolación.

Me levanté y sacudí el pasto de mi pantalón para entrar a la casa, terminar de desempacar, hacerme algo de cenar e irme a la cama. Quedaba poca ropa, así que no tardé en acabar. Después me puse la pijama y una bata para dormir porque hacía demasiado frío. Luego bajé a la cocina para prepararme un té caliente. Noté que ya había oscurecido.

Sería la primera noche que pasaría en el bosque desde el incendio, por lo tanto, me resultaba imposible no estar a la defensiva. La sensación de ser observada me invadió, así que no me mantenía de espaldas hacia un punto por mucho tiempo. Mi cuerpo no dejaba de emanar escalofríos. Tenía mucho miedo...

Saqué una taza de la alacena; mis manos temblaban, traté de convencerme de que era por la brisa y no por el pavor que me estaba consumiendo. Presentía que algo malo se aproximaba. Justo cuando el té empezó a hervir, ya no pude moverme más, ni siquiera supe si respiraba... Vi a Amanda... Ella corría por la oscuridad de la arboleda, estaba huyendo de algo. Su rostro se encontraba lleno de pesadumbre y sus ojos lloraban por la desesperación. ¿Estaba regresando a mi casa? ¿Por qué? ¿Qué la había aterrorizado tanto que no pudo volver a la ciudad?

 Sacudí la cabeza frenéticamente para centrarme en el ahora. No es real, Emily; Amanda ya está sana y salva en su hogar, probablemente preparándose para dormir, le dije a mis adentros.

Posteriormente, apagué la lumbre y tomé el traste con un trapo, después coloqué el líquido en mi taza. Cuando el utensilio alcanzó el tope, tomé la tetera y la volví a colocar en la estufa.

Se desplazaba ágil y rápidamente entre las tinieblas. Parecía que no tenía piernas, sino que simplemente se arrastraba como un animal. Sus ojos eran idénticos a los de una serpiente asesina. Casi no se distinguía su cuerpo de la inmensa y terrorífica negrura de la noche. Tenía intenciones muy malas...: Quería matar a Amanda. Ella iba unos pasos más adelante, tratando de no tropezar. La niña estaba cansada de tanto correr, lo sabía porque su respiración le fallaba demasiado y sus piernas apenas podían seguir; pero no se rendiría hasta encontrarse a salvo. Ya le quedaba poco camino, pronto llegaría a mi casa.

Me llevé la taza a mis manos y le soplé al líquido para beber un sorbo.

La criatura estaba a punto de tomar a Amanda por los hombros. La pobre chiquilla lloraba silenciosamente por el nerviosismo. Se me pusieron los pelos de punta; no era una cosa la que perseguía a la niña, sino una persona. Era la mujer... Sí, la misma mujer que me había espiado en París; la misma mujer a la que se le iluminaron los ojos de color amarillo cuando me clavé la navaja. De repente, me dolió intensamente mi cortada en la pierna, así que mi mano se dirigió ahí como si de esa manera pudiera detener el dolor.

La mujer tomó a la pequeña con sus huesudas y blancas manos. La tumbó en el pasto, poniéndola boca arriba. La niña aullaba por su vida y trataba de defenderse, lanzando patadas y manotazos, pero no funcionaba. La Serpiente sacó un cuchillo con el objetivo de dañar a Amanda.

La taza se resbaló de mis palmas y cayó al piso con mucho estruendo. Mi mente sabía lo que estaba por venir... Después se escuchó un grito ensordecedor.

—¡Amanda! —chillé a todo pulmón.

Recibí un golpe de adrenalina, combinada con terror absoluto, que sentí que me llenó de poder. Corrí lo más rápido posible, evadiendo los cristales rotos y los muebles para salir al bosque. Empecé a buscar con exasperación entre la oscuridad algún indicio que me diera la posición de la pequeña. De la esquina izquierda, los arbustos comenzaron a moverse y unos pasos desesperados se escucharon, tratando de salir a mi encuentro. Amanda apareció trotando con todas las fuerzas que le quedaban. Lloraba por el pánico y estuvo a nada de caerse porque sus piernas temblaban.

Sé que debí de sentir miedo por contemplarla de esa forma, ya que eso significaba que era cierto que había visualizado lo que ocurrió, pero no sentía ni una pizca de temor, sino que mi cuerpo y mi mente estaban listos para protegerla. Me fui a reunir con la chiquilla a zancadas, ella llegó a mis brazos para desparramarse sobre ellos. Le costaba respirar y lloraba con agitación. Pensé que nos quedaríamos así unos minutos mientras lograba calmarse, no obstante, sólo pasaron unos segundos antes de que me tomara la mano y me jalara en dirección a la casa.

—¡Corre!, ¡ya viene! —exclamó aterrorizada. Sus súplicas me provocaron pavor absoluto; quise gritar, pero tenía un nudo en la garganta que me lo impidió— ¡Viene por nosotras! —concluyó.

Mis piernas atendieron las peticiones de Amanda y se movieron hacia mi hogar; pero la chiquilla no podía andar con tanta facilidad, la mujer la había herido. Pasé sus brazos sobre mis hombros para ayudarla a entrar a la casa. Al llegar, solté a Amanda y cerré la puerta con todos los cerrojos existentes en ella. La niña estaba muda por el miedo.

Corrí a asegurar cualquier umbral por donde la mujer pudiera ingresar. La última entrada que cerré fue la ventanilla del cuarto de mis padres. Miré hacia el bosque para ver si la Serpiente por fin había llegado al lugar, pero no, todo estaba en sigilo y no había sombras misteriosas entre la nebulosidad de la noche. Pensé que estaríamos a salvo. Regresé a la planta baja con Amanda, la chiquilla seguía en el mismo sitio.

—¿Amanda? —dije mientras me acercaba a ella con toda cautela.

La niña me vio con una mirada cansada y temerosa.

—Gracias, Emily. Si no hubieras ido por mí, probablemente ya estaría muerta.

Me hinqué para observarla mejor. De repente, tuve la enorme curiosidad por saber quién era esa mujer. Primero creí que había sido delirio mío, pero Amanda también la vio, por lo que, la Serpiente era real.

—¿Sabes de quién se trataba? —pregunté con un hilo de voz.

Ella apartó la vista para dirigirla a un punto nulo de la habitación. Sacudió la cabeza de un lado al otro.

—No... no lo sé. Pero me ha estado... siguiendo en estas últimas semanas —comentó.

Me angustié. ¿Qué quería esa mujer con la pequeña Amanda?

—También me ha estado vigilando —afirmé.

—¿Qué? —espetó la niña, frunciendo el ceño.

—Sí, ella me ha estado espiando desde que llegué a Francia.

La pobre chiquilla se sobresaltó. Puedo asegurar que estuvo a punto de perder el control por el miedo, pero trató de sosegarse..., y yo también.

Estuvimos varios minutos sentadas en el suelo. Supuse que la niña esperaba que yo le diera una solución al problema, pero no se me ocurría nada. Una opción era informar a las autoridades, pero entonces, me nació la remota idea de que esa mujer no existía realmente. Fue cierto que Amanda y yo la habíamos visto con nuestros propios ojos, pero algo no me convencía. Era demasiado fantasioso el hecho de que flotara y a veces pareciera más un animal que un humano. Nos creerían locas, y sabía perfectamente dónde terminaríamos Amanda y yo si avisábamos a la policía: En el lugar que más temía, en el lugar de mis pesadillas...; ese frío sitio, pero al mismo tiempo, infernal. Me obligué a sacudir la cabeza para alejarme de la idea.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —pregunté, rompiendo el silencio.

Ella me miró con el ceño fruncido.

—No... —empezó a hablar como si yo hubiera dicho una estupidez—. Emily, ¿has perdido la cabeza? ¿Qué tal si ella está afuera y nos ataca? No podemos atravesar la carretera en medio de la oscuridad hasta Burdeos, es una locura.

Tenía razón, era un disparate.

—Entonces quédate a dormir, mañana te llevaré a la ciudad y no me iré hasta entregarte sana y salva en la entrada de tu hogar.

—Gracias por tu hospitalidad, Emily. Dame un par de cobijas y pasaré la noche en el sillón.

—Amanda, ahora tú no digas tonterías, ¿cómo crees que te dejaré dormir en el sillón?; hay bastantes habitaciones arriba donde puedes descansar sin problemas.

A la niña se le iluminó una sonrisa en el rostro. Se levantó de su lugar al igual que yo. Comencé a andar para mostrarle la subida a las escaleras, pero cuando ella trató de caminar, se quejó. La cortada que la mujer le hizo en la pierna, ay, ¿cómo se me pudo olvidar? Era un hecho, yo ya estaba muy mal.

Me acerqué a ella y la ayudé a llegar hasta la que solía ser mi recámara. Me apresuré a lavarle la herida con agua y jabón. Amanda ni siquiera emitió algún sonido de dolor, apretó los dientes para no crear escándalos. Su cortada no era tan grave como la mía y eso fue perfecto. Busqué gasas entre mis pertenencias que había traído para vivir aquí. Por suerte, encontré lo que necesitaba. Atendí a Amanda y después le dije que se pusiera cómoda mientras yo iba a lavarme las manos.

—Puedes dormir aquí, Amanda —le ofrecí cuando salí del baño.

—¿Y dónde dormirás tú?

—En el cuarto de mi hermana mayor; no te preocupes por eso, lo importante es que tú estés cómoda.

Contemplé sus movimientos para destender y acomodarse en la cama.

—Gracias —dijo y me dedicó una media sonrisa. Yo asentí y me encaminé a salir de la recámara, pero entonces, su delicada mano tomó mi muñeca para detenerme. Volví a sentir esa rara electricidad, como si ella estuviera, de algún modo, conectada a mí—. ¿Te puedo decir un pequeño secreto? —me preguntó con ojos tiernamente suplicantes.

—Claro que sí, ¿qué pasa?

Ella bajó la mirada y comenzó a juguetear con las cobijas.

—Es extraño, pero siento un parentesco contigo; y no es sólo por las similitudes que tienen nuestras vidas, sino que se trata de una conexión más fuerte.

Me quedé perpleja. Ella también lo había percibido... ¿Todo esto era normal? No lo sé; sólo podía decir que, cada vez que veía a Amanda, sentía que la conocía de toda la vida.

—No te preocupes, yo también me he dado cuenta de esta conexión misteriosa entre tú y yo. Es algo más que simpatía, lo sé. No te puedo explicar a qué se debe, pero te aseguro que, mientras tengamos oportunidad de estar juntas, te ayudaré.

No hubo respuesta alguna por mi promesa, sólo un gesto de gratitud que para mí fue suficiente. Ella se colocó para dormir, poniendo su cabeza en la almohada. Miré cuando cerró los párpados y esa fue mi señal para apagar la luz de la habitación. Cerré la puerta al salir del cuarto.

Los próximos minutos los dediqué para prepararme. Cepillé mis dientes, cerré el umbral de la habitación y me acosté en la cama. Ya no tenía miedo, me encontraba sumamente calmada... tal vez porque mi mente no se concentraba en mis alucinaciones ni en los hechos extraños que estaban ocurriendo o en personas que trataban de matarme, sino que pensaba en mi familia, en mis amigos, en Peter... ¿Qué estaría pasando en Inglaterra? Esperé que mis hermanas y Jack no supieran que había retornado a Francia por esta razón, confiaba en mi novio; si ellas y mi padre llegaban a enterarse, no sería por él.

Cuando recordaba la palabra amigos, lo primero que se me venía a la mente era Edwin. Simplemente no comprendía por qué terminó con Jade y después desapareció. ¿Y por qué no lo habían buscado? Yo lo habría hecho de inmediato, pero no me enteré hasta un año después. Me estaba matando el hecho de que jamás podría localizarlo. Él formaba una parte de mí muy importante que nunca quise perder, así que me puse una meta: Al regresar a Inglaterra, haría hasta lo imposible para hallarlo.

No sabía cómo era posible que yo hubiera resistido tanto tiempo sin conversar con Peter... Lo que fuera, era bueno; no podía hablarle porque sabía que le suplicaría venir hasta acá para reunirse conmigo. Lo extrañaba demasiado. Aunque pronto tendría que llamarlo para decirle que estaba bien y que tardaría un poco más de lo planeado en volver a casa; ya que, probablemente, si no lo hacía, él se preocuparía y revelaría mi paradero con tal de obtener mi ubicación exacta y acudir aquí para asegurarse de que no me hubiera pasado algo malo. Lo haría en alguno de estos días cuando estuviera más fuerte para luchar contra mi voluntad, ese día sería. Sin embargo, me encantaba la idea de que, en un futuro, mi novio viajara a Francia y conociera la casa y a Amanda... Deseé que estuviera aquí para enrollarme en sus cálidos brazos. Me encontraba a punto de conciliar el sueño cuando Amanda gritó, provocando que mi cuerpo entero se pusiera alerta. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro