Capítulo 12

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

21 de agosto de 1605 

La bella mariposa conducida por su corazón, terminó por caer en los terribles brazos del Sr. Decalle. Ese hombre, quien en lugar de ayudarla, la maltrató sin razón aparente. Comencé a cuestionar las singulares palabras de mi madre, porque no se trataba de que no perteneciéramos a la época, al contrario, la época no pertenecía a nosotras. 

La oscura figura del viudo se hacía más presente en mis pensamientos. Sus actos perpetuaban el terror que mi cerebro confirmaba con cada página que leía. Anna nunca debió de atravesar una situación así. Percibía culpa de haberla tratado con odio, porque mientras mi padre y yo pasábamos las tardes leyendo escritos médicos, Anna se desgarraba por dentro con un hombre que la ultrajaba mentalmente.

Recuerdo que una vez mi madre me encontró en la esplendente biblioteca de la morada, intentando entender las confusas letras de las descoloridas hojas. Viene a mi mente, a la vez que escribo, la tapa corrugada color negro y el lomo grueso. Me hallaba en un intento de articular las miríficas letras con coherencia, hasta que la hermosa mantis llegó a toparme con sus grandes ojos para decirme: 

—¡Marlene! ¡¿Qué haces?! Si Anselmo te encuentra toqueteando sus posesiones, se va a enfadar conmigo. ¡Quita las manos de ese libro! —Lo tomó de mis dedos, arrebatándolo con fuerza y observó el título—. ¡Ay! Pareciera que te ha llamado a leerlo. Es increíble que te hayas inclinado por «técnicas médicas». Si hubieras sido varón, serías un galeno como tu padre.

Ese fue anhelo de mi vida, a pesar de que se me impidió realizarlo. En cambio, Anna soñaba con ser una silente esposa y si bien lo logró, tal vez no de la manera que ansiaba. Éramos un par de desgraciadas. 

En ocasiones me preguntaba qué hubiera sucedido si mi madre nunca se hubiera marchado; no obstante, era mejor evitar callejones sin salida que torturaban mi alma.

Estuve todo el día de ayer cuidando a mi padre, hablamos de demasiadas cosas que no puedo recordar. Lo que sí pude comprender, fue que retenía remordimientos por liderarnos al destino que teníamos ahora. Quizá no debería de haberse sentido de esa manera y yo traté de decírselo. Sin embargo, se empeñó en convencerse de ello. De esa forma pasamos las horas, hasta que hoy en la mañana sucedió algo terrible.

Me desperté con varios gritos que provenían de la habitación de mi progenitor, abrí mis ojos en una situación desesperante, luego corrí con velocidad hasta alcanzar su cama. Él temblaba, entre gotas que se deslizaban por su rostro y unos alaridos ahogantes que rebotaban por la alcoba entera. De pronto, apresuramos a revisarlo, Retya, Cómalo, el Sr. Decalle y yo.

—¡Retya! ¡Cómalo! ¡Alerten al Dr. Vaneshi! ¡Es una emergencia! —La voz del viudo se escuchaba estresada, como si, en realidad, sintiera empatía o compasión.

Intenté colocar un pequeño trozo de tela con agua fría sobre su frente. Además, procuré no caer desmayada por el miedo de perder a mi ídolo. Tenía un nudo muy fuerte atorado en la garganta. Igualmente como mi corazón salía por mi pecho, el de mi padre estaba en la misma situación. ¿Qué haría yo sin él? El tiempo desapareció en esa alba, así que no pude darme cuenta de la entrada del doctor con su maletín.

—¿Qué ha sucedido? Luce como otra intoxicación, ¿ha ingerido otro alimento contaminado? —El galeno sustrajo miles de frascos de los diminutos compartimentos, acomodándolos encima de la mesa—. Esta vez ha sido en más cantidad que hace dos días, será un milagro si puedo salvarlo.

Las ácidas lágrimas descendían por mis amplias mejillas, como diamantes que acariciaban mi cuello. Pretendí contener el mar que fluía por mi rostro, aunque fui incapaz de lograrlo. Para mí, estaba claro que las intoxicaciones fueron provocadas por el Sr. Decalle: ese infame sujeto que me quitó mi familia por completo. 

Yo era la siguiente en su lista mortal.

—¡Padre, no te atrevas a dejarme sola! ¡No seas capaz de irte! ¡Te lo prohíbo! —reclamé desesperada, entre tanto, sostuve su mano derecha, acariciando sus cicatrices y esperando que continuara vivo.

Primero, mi nómada madre, luego Anna, y ahora estaba a punto de ser la única que quedaba en pie de la casa Franceste. Sonaba a que el destino me llamaba a morir sola. Me cuesta rememorar el día, puesto que, al parecer, mi mente no estaba en ese habitáculo. 

»¡Vamos! Te recuperarás y regresaremos a Goya —Sonreí con levedad, reteniendo mis emociones a los presentes—. No partirías, sé que no lo harías. ¿Verdad? 

En retrospectiva, batallé al caer en cuenta de su ascenso al cielo. Inclusive al palpar su helado recipiente, lucía inverosímil. Lo miré tan templado, calmado y pulcro; que me imposibilitó razonar su probable muerte. 

—Señorita, insto a que se despida de su padre, de ahora en adelante no le queda mucho tiempo. Es notable que ha ingerido demasiado de lo que lo intoxicó para poder recuperarse. Lo lamento. —El Dr. Vaneshi retrocedió un par de pasos, con un semblante serio. 

—¡No! —Recuerdo mi declamación con absolutez—. Él se levantará y caminará. ¿¡Cierto!? ¡Retya! Toma sus dos piernas, funcionan a la perfección. ¡Mire sus ojos! Reaccionan con la funcionalidad correcta. ¡¿De qué se supone que morirá?! Yo te veo en óptimo estado, padre. 

Apercibí que yo sujetaba la amigable mano del hombre que me forjó como ser humano: mi querido padre. Conservé mis fuertes cuencas cerradas, porque me era imposible observarlo. Cada segundo se hacía más difícil de soportar. Fue así, que estando a su lado, murió la figura autoritaria que me mantenía a raya.

»Yo sé que puedes resistir. —Por dentro acudía a un Dios, en el que no creía, para que me auxiliara. Si es que lo curaba, me convertiría en la más devota feligresa—. Tú, que me enseñaste el valor de darlo todo por quienes se quiere. Te vedo de que me abandones... 

Su agarre se desvaneció. Él yacía sobre el frío sofá de terciopelo carmesí, mientras me despedazaba por dentro. Un ferviente sentimiento de ira me invadió por completo, como si estuviera poseída por algún ente. Me levanté para caminar hacia el seco Sr. Decalle.

—Mis condolencias —suscitó el viudo doble cara, dirigiendo sus luceros al suelo.

—¡Esto es su culpa! Usted fue el encargado del envenenamiento. Me he cansado por fin de sus juegos, ha colmado mi paciencia. ¡Hágase responsable! ¡Dígame que lo asesinó! —grité por los aires. Sin poder sostener aquella farsa por más tiempo. 

Sabía que no era propio comportarme de esa manera; no obstante, el anciano falleció por causa de ese diablo. Una corazonada lo apuntaba como el perpetrador del crimen y, ¿quién creería lo opuesto? Gracias a él pasé un tormento eviterno desde mi llegada. Despreciaba a los caballeros como el viudo: arrogantes, engañosos y con una falsa personalidad. 

—No diga tonterías. El Sr. Franceste pereció a causa de una carne contaminada, ¿qué tengo que ver en ese asunto? —El tono que utilizó marcaba indignación y un vil intento de convencerme.

Mi mente efectuó un recorrido por cada imperfecta experiencia que atravesé desde que arribé a Uril, donde el Sr. Decalle no era más que un villano. Ese señor se asomaba en su capa negra para atisbar a las distintas y posibles víctimas de sus ataques, en este caso, la familia Franceste. 

Aun así, una duda bailaba en mi cabeza: los medios empleados para alcanzar el cometido. ¿De qué forma consiguió que sirvieran el platillo dañado?

—¡No trate de hacerme suponer que fue una coincidencia lo sucedido en los días anteriores! No le creo ni una sola palabra —comenté furiosa. 

Salí de la habitación para ir a la alcoba adjunta, ansiaba llorar mientras el Dr. Vaneshi retiraba el cadáver. 

Gasté muchas horas entre las sábanas, goteando por mi rostro y arrepintiéndome de arrastrar a mi pariente a Uril. Era evidente que este punto se localizaba bajo una gigantesca maldición. El pueblo antiguo que escondía al Sr. Decalle: un lobo en piel de cordero. 

Me maldije cuantas veces pude con la añoranza de una explicación.

No quería pensar en el futuro todavía, aunque tampoco debía quedarme en mi estado actual. En ese momento escuché dos golpes.

—Srta. Franceste. —Ese era el sonido de las cuerdas de Cómalo, quien atravesaba la puerta con delicadeza—. ¿Cómo se encuentra? Retya me comentó lo acontecido.

No estaba de humor para ver a nadie, al mismo tiempo, opinaba que el mozo me consolaría con precisión. Me sentía triste, como si poseyera una línea de alfileres alrededor del pecho. Asimismo, percibía cómo me asfixiaban las costillas.

—Pase —respondí.

El chico avanzó con cuidado, luego se sentó a un lado. Debido a esto no necesitó hacer nada más que prestarme su compañía. De manera ligera presentí su brazo rozando mi espalda, lo que, lejos de escandalizarme, me reconfortó. Cómalo aparentaba entender que en ese instante ocupaba apoyo. 

—Usted es una mujer maravillosa, Srta. Franceste, estoy seguro de que hallará a manera de sobrellevar la situación. —Su tono me acariciaba las orejas. Se acercó mucho más—. Si necesita de algo o alguien, no dude en avisarme.

Lo miré con ojos oscuros de soledad, entre los tonos blancos color sangre. Podía sentir el cariño que teníamos, una minúscula fracción de los tiempos que habíamos pasado en compañía del otro.

—Gracias, Cómalo. Si me permite expresarle lo más profundo de mi ser, estoy desconcertada. Mi alma se ha fragmentado ante la partida de... y dudo con grandeza de aquello que planeé previo al incidente. Y si se lo confieso, es porque confío en usted. Me da miedo abordar el barco al matrimonio con el Sr. Decalle. —Los fonemas que salían de mi garganta se empapaban del dolor profundo de un duelo.

El chico escuchaba mis palabras e inquietudes, examinándome con dos luminosas estrellas que me daban a entender que sí me atendía. Cómalo era el único hombre, aparte de mi padre, que prestaba atención a cada sílaba. Lo que me provocaba conmoción en grandes cantidades, a la vez que me recordaba la reciente pérdida.

La tarde completa me acompañó, oyendo mis aflicciones. Mis penas absolutas se recargaban sobre mi espalda. Mi corazón presentaba un encogimiento por el daño. Era así, que me aconsejó que asistiera al solitario cementerio a fin de cerrar mi odio con Anna. Era lo único que me permitiría trasladar mis sentimientos al duelo. 

En aquel momento, no sonaba como una mala idea, por lo que decidí seguir la sugerencia. 

22 de agosto de 1605

Me desperté con los párpados tan hinchados que ardían, además tenía una gran pesadez en el cuerpo. Con prisa me alisté rápido y me dirigí al sitio que el Sr. Decalle me indicó, en él se ubicaban los restos de mi hermana. Sin embargo, primero pasé a recoger unas posesiones que dejé en la habitación de Anna. 

Entre pasos sigilosos, me percaté de un par de individuos que vociferaban, con cuidado acerqué mi oreja a la madera proveniente del cuarto del viudo.

—Ya no puedo más, Jorge. Sé que al principio se trataba de esos diarios, pero se ha vuelto muy personal. Necesito que detengamos este teatro y enviemos a Marlene a Goya, o será una mentira de la que no podremos escapar. —Ese era Cómalo, aunque no entendía ni una palabra de lo que decía. 

—¡No me digas que te enamoraste de esa vulgar solterona! —Decalle bufó—. Te envié con la misión de que la encariñaras para que te los entregara, aún aguardo por ellos. No tiene permitido marcharse, si no me da los malditos libros. ¡Me vuelvo loco!

Esa conversación se volvió una pieza fundamental, ¿Cómalo me utilizó para obtener los diarios de Anna? Era increíble, tal vez de manera exagerada. Eso quería decir que el joven en el que confié ese tiempo me engañó. Se despojó de la piedad de jugar con mi corazón. Desde ese segundo, inició mi otra perspectiva acerca del mozo. 

No quería verlo como un hombre dulce y tierno, sino como otro manipulador repulsivo. ¡Maldito! Yo, que le brindé mi confianza absoluta, me sentí asqueada por haberme permitido confiar en él. Pero, es que sus ojos melosos llenos de cariño me engatusaron. 

—Es mi pecado, hermano. He caído por ella, ¿qué debería hacer? En lo profundo de su ánima se encuentra el pasaje a mi felicidad. Ya no soy capaz de engañarla y tampoco he visto que los tenga, si así fuera, me lo habría dicho. —Pausó su discurso—. Pero sé que te la has prometido en matrimonio, aunque eso no me agrade.

—¡Qué va! Para lo carnal dispongo de Thelma y quiero tener a Marlene de esposa para que se encargue de la casa. Sabes que nadie en Uril me acepta como pretendiente por las intimidaciones. Eres libre de dejártela, con la condición de que me otorgue los fastidiosos diarios. Son indispensables, contienen la historia de la maldita. ¿Consideras que yo también he estado muy cómodo con el papel de viudo afligido? ¡No! —gritó con molestia—. ¡Lo que quiero son esos libros del demonio!

De repente, atendí a otra persona entrar a la habitación, pero dudé de su identidad. ¿Alguien más? De pronto, cada miembro de esta infame morada se había involucrado en los tratos con el diablo en persona: Decalle. 

La información era muy valiosa, tanto que me corrompía. Fue doloroso saber que Cómalo poseía malas intenciones, aparte, el Sr. Decalle mostró su naturaleza. La cucaracha hablaba en las lenguas malditas e inquiría en crímenes violentos. En él, no existía la melancolía o la tristeza, se rellenaba su espíritu con aspiraciones de superioridad. 

—¿Cuál de «ustées» le proveyó la carne contaminada al Sr. Franceste? Eso no estaba en el plan, «ustées» me prometieron que los dejarían irse. —Esa era la voz de Retya, otra de las traidoras.

—¡Cállate! Yo no tengo por qué justificarme, mejor volvamos todos a nuestras funciones.

Me alejé con precaución.

¿Cómo era posible? Me sentía ultrajada por las abundantes mentiras. ¿Ahora qué haría?  No tenía donde ir. ¿Huir? Ni familia me quedaba. Estaba en la obligación de resignarme a casarme con Decalle para evitar el aislamiento perpetuo y, así, hundirme en la hipocresía del demonio. ¿Qué era verdad y qué era mentira? ¿Por qué razón Retya me ayudaba a la vez que me traicionaba? No comprendía nada.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro