Capítulo 14

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DIARIO DE ANNA DECALLE

14 de junio de 1605 

Jorge era irascible. 

Recuerdo esa trágica noche como si hubiese sido ayer: la ventana se entreabría por el helado viento, permitiendo que el sereno se posara en la alcoba. El furioso caballero caminaba de un lado a otro mientras maldecía y aventaba objetos valiosos al suelo. Gruñía como un espantoso animal, su entrecejo se frunció y sus mejillas adquirieron un ligero tono rojizo que acompañaba a una agitada respiración. 

Me ubicaba en el sofá negro, bajo la tenue luz de las ígneas candelas. Mis zapatos apenas tocaban la madera en un pequeño roce, a la vez que titiritaba por el clima. Incliné la vista para no cruzarla con mi esposo, quien se hallaba entre mantos de furia pura. Ignorando mi sentido común, volví a prestar atención para de seguirlo escuchando.

—¡Anna! ¿Qué estabas pensando? ¡¿Por qué tienes la urgencia de ver siempre a esa corriente mujer?! Cada vez que me lo cuentan o que te encuentro en su compañía, parecieras otra persona. Lo que más me irrita es que albergues esa mirada. ¡A mí me dedicabas esos chispeantes ojos! Estás maldita. —Pisó con fuerza, provocando un estruendo en las delgadas tablas del suelo; el eco recorrió toda la habitación. Su rostro se tornó rojizo por la ira que se acumuló en su interior. 

—Jorge —murmuré con timidez tratando de emular la mayor dulzura posible. 

Él solo se apiadaba de una marchita mariposa, ¿verdad? Mi mente se dedicó a fabricar una duda: ¿todavía me quería? No existía otra razón para que expulsase esas palabras. En el fondo de su casco, reposaba el amor por la dama que desposó, de eso estuve segura. Su preocupación y atención eran signos de un aprecio genuino, ¿o me engatusé entre sus sabrosos labios carnosos?

—¡Sr. Decalle! He ordenado que desistas de la informalidad —interrumpió recurriendo a un tono de desespero—. ¿Por qué tenías que estar aferrada a una maldición, Anna? Yo te amaba, ahora, por tu culpa, soy incapaz de evitar observarte con desdén. Gasté muchos meses viajando a través de dos lejanas ciudades para cortejarte, ¡¿y de esta manera me pagas?!

Me aterré y atendí a la expectativa de que me atacaría como era usual. Aunque más que eso, se encolerizó en demasía. En forma de reflejo, mis huesudas manos sostuvieron mis rodillas, y, cerré los ojos. Aún no comprendía su imperante preocupación por mí, ya que su desprecio contradecía cualquier teoría. ¿He acertado al creer que permanezco en su coraza? 

—Te has negado a prestarme atención durante semanas, hasta que apareció Dana. Ese espontáneo interés es sospechoso. Libérame y no seré una carga. Prometo que huiré lo más lejos que la vida me lo permita. ¡Por favor! No perderás nada y serás feliz con Thelma —supliqué entrelazando mis dedos, así como mi voz implorante despedazó mis cuerdas vocales. 

El caballero de plateado lomo detuvo su iracundo comportamiento. No debí mencionar a Zafiro, después de todo, Jorge desconocía mis averiguaciones acerca de su existencia. Ella parecía ser su mayor debilidad: la mujer que ocultaba tras la desfachatez de engañarme y que le reafirmaba esa idea que tenía de ser el hombre más promiscuo de todos.

—¿Cómo te enteraste de Thelma? ¡Es esa infame viuda la que te está metiendo ideas en la cabeza! —Hizo una pausa, bufó y me lanzó un jarrón celeste que pude esquivar—. Y no te marcharás, porque nos hemos jurado un eterno compromiso ante la sagrada iglesia. La muerte será la encargada de separarnos. 

—¿Por qué involucras a Dana? Ella es una santa. Accede a mi escape, te lo ruego —supliqué con la voz rota. Sentía que, con cada palabra propia, crecía la posibilidad de que cediera—. Jamás nos reencontramos. 

—¡No! ¡Deja de insistir! —Contemplé sus bellos ojos revolotear hasta que se fijaron en un punto—. No me vayas a decir, Anna, que tú eres de aquellas mujeres.

Mi aliento abandonó mis pulmones, sin darme cuenta, sostenía la respiración.

—¿De cuáles? —Solté el aire con lentitud, percibí mi corazón palpitando tanto, que lo advertía en las orejas. 

El momento que se localizaba en las pesadillas más profundas de mi interior, había llegado. 

—¡Cuáles va a ser, Anna! Por el pueblo las llaman antinaturales, se dice que tienen deseos lujuriosos por otras damas. ¿Posees pensamientos indebidos con Dana de la Barca? ¡Impensable! —gritó con gravedad. 

Percibí miedo, horror y ganas de esconderme en lo recóndito del país. Temí por mi bienestar, puesto que el hombre lucía enfadado. ¡Ay! Mi gran ente divino no respondía a mis plegarias.  

¿Confesaba o me callaba? Se trataba de una encrucijada inevitable. Un paso en falso y me exponía. Reflexioné demasiado sobre revelar mis sentimientos en relación a la adorada Dana. No obstante, las consecuencias no se podían ignorar. Jorge no era comprensivo, mucho menos como Antel.

Traté de negarlo, pues no anhelaba ser descubierta. Sin embargo, discutir con Jorge era una hazaña imposible. Luego del alba, Dana se esfumó, por lo que comencé a desconfiar de mi esposo, quien orquestaba un infierno personal. La maldad que dirigía su brújula moral era capaz de cualquier acto con tal de elevar su ego.

Primero, reanudó mi aprisionamiento, así que se me limitó las salidas de la habitación. Mi contacto humano se restringió a Retya, la traidora. Se me clavaron varias astillas en las palmas de las delgadas manos, a razón de los fuertes golpes a la madera, aparte que estaba afónica por vociferar en las madrugadas.

—Señora, ¿cómo se encuentra? Traigo unos papeles que encontré en la alcoba del Sr. Decalle, son carticas y documentos que le incumben. Sea cuidadosilla —susurró por las hendijas deslizando lo que mencionó por una fina línea.

Recibí los archivos manchados de tinta encima de mis manos, además, le solicité un poco de material para escribir y relatar las emociones que mantuve ocultas. La nostalgia se aproximó a mi espalda al oler el perfume de la muerte. Me alejé de la entrada a fin de acomodarme en la cama, sobre una delicada manta blanca. Mis manos acariciaban la menuda fibra para empoderarse y descubrir sus enigmas. Los oscuros pecados se escondían en la mente del maligno ser de ojos celestes. 

CARTA DE JORGE GUILLERMO DECALLE VILLA AL DOCTOR LAMBERT VANESHI GULIARTE DEL PETRO (primer borrador)

«Querido Dr. Vaneshi:

Le dirijo este documento apelando a todo lo atravesado como vecinos y amigos. Será una breve misiva, puesto que su motivo es de la misma extensión. Próximamente ameritaré de sus servicios y, usted, deberá ser una tumba; de lo contrario, estoy seguro de que no tendrá ni un solo cliente en su vida».

CARTA DE JORGE DECALLE AL SACERDOTE CELESTINO (primer borrador)

«Querido padre Celestino:

Usted es invaluable para la comunidad, ya que representa a las figuras religiosas con excelencia. Por eso sabrá que los Decalle hemos sido devotos toda la vida, llevado desde generaciones enteras, donde lo que se buscaba era la bendición de Dios. Asimismo, le pido un consejo sin tener que ir al confesionario: quisiera con mi alma entera abandonar a Anna; pedir el infame divorcio que ustedes en la iglesia niegan. Empero, sé que el proceso significaría que no podría volver a comulgar y tampoco tendría la posibilidad de casarme de nuevo. Sé que siempre hago la misma solicitud, esto es debido a que guardo la esperanza de que me avale la humilde petición. 

He consultado con mi abogado, quien dice que anular el matrimonio ha dejado de ser una opción, desconozco si sus palabras son motivadas por el interés de cobrarme una cuota más alta por el otro proceso, aun así, me percibo inseguro. Por esto pido consejo, es una emergencia.

Padre Celestino, lo anterior no es lo único que debo relatar. El espíritu de mi madre me atormenta todas las noches, murmurándome en las orejas que jamás seré digno del apellido Decalle, si es que no cumplo sus dos condiciones. La primera, siendo un heredero; la segunda, una esposa. 

Mi progenitora desaprobaría a Anna. Me colgaría si, en aquel entonces, le hubiera comentado acerca de un divorcio. Mi terror hacia el incumplimiento de sus deseos sobrepasa la muerte que la amarra. Usted la conoció, Rosario Decalle era fría y calculadora. La matriarca que leía la biblia cada noche y me mandaba a hincarme en el maíz cuando cometía alguna falta a sus reglas. 

Con una última esperanza, tengo el deseo de que pueda enviarme una pronta respuesta. Con afecto:

Jorge Guillermo Decalle Villa»

CARTA DE JORGE DECALLE A DANA DE LA BARCA 

(Segunda carta que la dama no recibió)

«Sra. De la Barca:

Mi corazón se posa sobre mis dedos al escribir este párrafo, siendo que me contengo las ganas de estrujarle el cuello. Excluya a Anna de sus visitas al pueblo, porque ella está vetada de su presencia. Su reputación la precede, por eso me aflige la idea de que incite a Anna a rebelarse o, inclusive, escaparse. Aprecio la gota de obediencia que recorre el cuerpo de mi esposa y no me arriesgaré a perderla. 

La mariposa es obligatoriamente de mi propiedad. Así que, aléjese.

De la misma manera, su madre es una mujer agradable, por lo que la llamada en la que le informé sobre la mentira de su esposo fallecido, fue bastante amena. Siéntase libre de irse al infierno y, si retorna a Uril, tendrá la miseria asegurada. 

Carente de algún cariño:

Jorge Guillermo Decalle Villa»

DIARIO DE ANNA DECALLE

14 de junio de 1605 

La información en esas cartas abundaba, y, se me imposibilitó procesarla de con inmediatez. Las amenazas de mi desilusionador marido eran irreverentes. Era innegable que Jorge había sido impactado por su madre, a quien no conocí. Lo leído develaba la razón que me narraba para convencerme de que la apagada sería la responsable de apartarnos. Fui víctima de las terribles circunstancias que alguien más creó y era posible que, si conversaba con él, me liberase.

Antes, debía considerar, con precaución, mi siguiente movimiento, tampoco era conveniente tomar decisiones con imprecisión. He cometido el error de ser impulsiva, lo que nada más me ha provocado cosas negativas; así que me detuve a contemplar la situación. Mi relación con mi esposo dorado tenía el potencial de mejorar. ¡Quizá se daría cuenta de la ausencia de mi culpa en sus traumas! Al menos eso me reconfortaba. 

La situación completa era inverosímil, con tanto tiempo libre, acaté a prepararle un obsequio a Dana. De pronto me invadieron montones de deseos en relación a realizarle un detalle romántico. Con eso, quise verla de nuevo, mi Dios se oponía a ello. 

Busqué por los escondites del habitáculo un objeto significativo para la bella viuda. Casi de milagro, apareció en mi mente un recuerdo en el que me expresaba que adoraba los dados. La dama comentaba que su pasión rodeaba el tema de los artefactos curiosos en los que la religiosidad no tomaba partido. En los juegos de azar, cada elemento se determinaba por la suerte que tuviera el lanzador. 

Siempre fui una romántica. En mi reciente juventud ansiaba la viabilidad de regalar presentes a una persona especial, pero nunca sospeché que darlos a una chica fuera tan condenable, hasta que crecí. 

Además, solía poseer un sentido de ética que predominaba en mi personalidad, tanto, que si veía «prohibido» tallado en madera o colocado sobre cuero de cabra, evitaba cruzar la línea de la obediencia. Al crecer con el ensimismamiento de lo justo, se me dificultó descubrir ciertas partes de mí misma. Aparte, no se restringía a una introspección, sino a externalizar qué sentía. ¿Podría alguna vez atreverme a anunciarlo a Goya? 

Por mucho tiempo, la idealización de ser una dama de la corte me poseyó. Ambicionaba adoptar sus manierismos y recortar mis comidas a la mitad. No obstante, era engorroso marcar un límite. Mis "recompensas" consistían en halagos, aunque pagué el asqueroso precio de elevar mi ego. En la levedad se encontraban los ardores en el abdomen que me carcomían de dolor y en lo profundo se hallaba la incapacidad de mantenerme despierta por más de una hora.

En parte, las «antinaturales» de las que habló Jorge estilaban ser mujeres solteras o viudas con una apariencia distinta a la dama usual, al menos a las que «tradicionalmente» señalaban como pecadoras. Por esa razón, supuse que nunca me sentenciaron en el juzgado social, después de todo, a nadie le importaba lo que sentía en mi corazón, si es que cumplía mi papel en Goya. Fui arrastrando emociones por dentro, a la vez que intentaba convertirme en otra adinerada. 

Con Jorge, olvidé mis planes. Tal vez él pretendía transformarme en una joven con gustos, exclusivos, por los caballeros. Su mente era un misterio, solo se permitían suposiciones acerca de lo que transitaba en ese cráneo. 

Durante meses conocí al caballero de ojos de hielo, supe que su estado mental no era óptimo, que sus negocios eran la base económica del pueblo entero y que custodiaba un secreto en lo insondable de su cerebro: el motivo de buscar una esposa de forma apresurada. 

Desperté del trance, destrocé varias hojas de libros viejos, luego las doblé hasta lograr que se asemejaran a la figura de un diminuto dado. Esperé a que Retya me trajera un objeto para lograr escribirle un mensaje por encima de las letras existentes. Había pensado en una dedicatoria, enfocarme en lo preciosos que eran sus vestidos o lo magnífico que se miraba su rostro cuando sonreía. Lo medité con calma, indagando en mis emociones. 

Retya tocó la puerta sin discreción. 

—Sra. Decalle —verbalizó la sirvienta hipócrita—. Solo pude conseguir una hoja «y'una» pluma con muy poca tinta. Sujételo antes que el patrón me vea.

Tomé ambas cosas para revisarlas. Había observado esa vieja plumilla en el escritorio de mi esposo, mientras que la fibra del pliego era revolucionaria. Costaba trazar líneas rectas, tuve que presionar con fuerza y ensuciar la escritura.  

—Gracias, Retya. No sé cómo pagarle, ¿me hace un favor adicional? Digale al Sr. Decalle que quiero hablar con él.

La chica no parecía creerlo, lo que derivó a que me llamase demente. Ella aconsejaba que me portara de acuerdo a las condiciones del hombre; sin embargo, lo pensé demasiado como para considerarlo un vil impulso y desistir. 

Cuando Retya se marchó, empecé escribiendo entre los espacios blancos sobrantes. 

«Dana, la flor de primavera naranja, te brindo esta galana pieza por tu espléndida presencia que deleita a la mía. Es evidente que no he conocido amor tan puro como el que se niega para confirmarse. Pero, es relevante que me aceptes, a fin de disfrutar nuestro amor»

De inmediato resonó la madera de la entrada contra la puerta: era el demonio pasando a conversar. Escondí el obsequio bajo mis enaguas, después lo contemplé a los ojos para empatizar.

—¿Qué quieres, Anna? Retya me dijo que me habías enviado una citación. ¿Ya recapacitaste sobre Dana? Si es así, te permito dejar este sitio para rondar por la casa como alma en pena. —Se inclinó para quedar a mi nivel. 

El hombre portaba una camisa y un pantalón negro que lucía manchado de tierra.

—No, te llamaba porque deseaba platicar con respecto a unos asuntos. —Relamí mis labios, atrayendo la valentía de la que carecía—. ¿Por qué quieres tenerme prisionera a tu lado? Si es ni siquiera parecemos esposos, ¿aún me aprecias?

—Ya vas a empezar...

Hice un esfuerzo sobrehumano para no divulgar ningún dato sobre mi conocimiento de la relación con su madre, el padre Celestino y Dana; pero mantuve la cabeza serena.

—Dime, si te arrepientes de casarte conmigo, podíamos tomar cada uno nuestro camino, ¿por qué te aferraste a la iglesia? Regálame el porqué es necesario enjaularme, si me liberalizas seré capaz de no entrometerte en mis pecados. —Sonreí con suavidad. 

—Lo sé. —Tragó de tal manera, que fui capaz que provocó una mueca de dolor en su semblante—. Al enterarme que estabas maldita, fue complicado no repugnarte. A decir verdad, hay dos razones principales de lo que te refieres.  

—No tenemos que sufrir por siempre, puedo abandonarte. —Mi mano rozó la suya en un toque ligero de palmas—. ¡Hazme la villana de la historia! Esparce que te engañé, que te mentí y que por eso me alejé. Tu madre hubiera querido que encontraras una esposa acorde a ti.

Al momento de pronunciar esas palabras me arrepentí, puesto que había caído de nuevo a la trampa de mis labios. Él no se contuvo reclamándome sobre la pronunciación del nombre de su progenitora, lo que condujo a tirar de mi cabello unos centímetros. De esa forma descubrió el minúsculo regalo. Ese día acabé recitando la biblia mientras me inclinaba para rezar, a petición de Jorge.

Cuando se iba, una tarjeta cayó de su pantalón. 

«Padre Celestino, venga a mi casa el 16 de junio, alrededor de las 11 pm. Solicito su ayuda urgente»

¿Para qué ocupaba Jorge al sacerdote? Una interrogante que no me dejó dormir.

15 de junio de 1605

No percibí el paso del tiempo en la oscuridad de los dolorosos golpes de Jorge. Además, había entendido que razonar con él era inútil, aprendí la lección de no precipitarme. Al cabo de un par de albas, vino el Dr. Vaneshi a revisarme, a lo que me estremecí.

Paso a paso entró a la habitación cargando consigo un horrendo equipo. El amable hombre contenía unas ropas grises, en ellas se resaltaba su delgada figura. Corrió por la gran puerta para comprobar un espantoso dolor en las costillas que yo estaba presentando. Reposé en cantidades insanas, gimiendo de lo tortuoso que se sentía. Algo no encajaba en mis interiores.

—¿Qué se supone que tiene? —cuestionó Jorge con desdén—. De seguro está fingiendo.

No estaba haciendo pantomima de nada; no obstante, mi esposo se negaba a creer cuanta palabra saliera de mi boca. 

—Es menester examinarla. —El doctor volteó su cabeza hacia el Decalle—. ¿Por qué no la asesina, a sangre fría, de una vez? Si piensa seguir perpetuando estas barbaridades. De esa forma no me tendrá que pagar tantas consultas y la pobre mujer estará en paz.

—¡Cállese!, nadie le ha pedido su opinión. Anna no puede morir, esperamos una visita que arribará mañana, después de eso espero que regresemos a la normalidad. 

¿Qué planeaba? Me dejaba colgando del precipicio de la incertidumbre. Emití varios sonidos con tal de desviar la conversación, en un segundo, el Dr. Vaneshi me dedicó su atención por completo, mientras extraía millones de artefactos. 

—¿Esto le duele? —presionó mi costilla y chillé con vigor—. Ya veo, su descanso es imperante y, Sr. Decalle: si matarla no es su intención, absténgase de golpearla. En el caso de una alteración, es mejor optativa salir a correr, pues los maratones ayudan con la liberación de estrés.

Luego de eso me dio un líquido grumoso, ese me mantuvo dormida, dejando de escuchar cualquier curiosa palabra en la temible habitación. 





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