Capítulo 16

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DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

1 de setiembre de 1605

La mujer se situaba al lado del pozo, llevaba puesto un conjunto color gris. En su pecho lucía un delantal blanco manchado; sus piernas se ocultaban tras unas enaguas que rozaban el suelo y se ensuciaban de la tierra bajo ellas. Sus grotescas manos subían la sólida cubeta para conseguir el recurso buscado. 

Me miró con particularidad, en sus dos monumentales ojos marrones.

—Buenas, disculpe si soy una intrusa en sus labores diarias. No tardaré demasiado, solo necesito... tomar aire —expliqué limpiándome el sudor de la frente, provocado por el calor y los nervios, con mi mano derecha.

Me sofoqué entre el duelo de mi padre y la confesión de Cómalo. ¿No pudo elegir un mejor día? Parecía que lo hizo a propósito, atacando en mi momento más vulnerable. Tomar una decisión sobre el asunto me lastimaba, en especial, porque me colocaba en una encrucijada con dos opciones: aceptar o rechazar la estima de un embustero. Mi único impedimento para rechazarlo era lo que mi corazón me dictaba. Cómalo conflictuó mi raciocinio. Debí prohibirme juzgar guiada por las emociones, aunque fuese imposible de controlar. 

—No se asuste, doña. Jalar agua del pozo es mi brete, como cuando plancho su ropa y se la doy a Retya —añadió la anciana con una voz rasposa y entrecortada. Su rostro presentaba manchas en el contorno de los ojos, era probable que las causase el sol—. Tenga «cuidao» con los zancudos, porque a esta hora se alborotan. 

»El patrón nos dijo que le recordáramos de Frebritil si la vineábamos fuera de la casa, así se entera, mamita. —Ofreció media sonrisa. 

Desconocía su identidad, tampoco reaccioné apropiadamente por la misma razón. Aun así, escuché el nombre de Retya acariciar sus labios, lo que me inspiró confianza. 

En la mansión Decalle trabajaban muchos empleados: unos fueron designados a la cocina, las cosechas; otros se encargaban de las gallinas y del mantenimiento de los interiores. Todos los puestos se determinaron en un estricto programa que manejaba el viudo. En las mañanas lo veía entregarle una hoja a Retya con las tareas del día. Al hombre le agradó siempre el orden y la estructura, lo intensificó en su manejo del personal. 

—¡Estoy hastiada de esa enfermedad!—exclamé con agotamiento a la vez que agité mis brazos. Luego intenté cambiar el tema—: Dígame, ¿es, usted, la responsable de la preparación de mis vestimentas? Si es el caso, mucho gusto. Creo que no hemos cruzado palabra con anterioridad. 

Dejó la cubeta a un costado, sacudió su esquelética mano en un intento de secarla y la extendió hacia mí. 

—Soy María Chena Reyes de los Ángeles de Osorio, por si no conocía mi bello nombre. Y si no nos hemos topado, ha sido porque «usté» es una pega con Cómalo y Retya, eso «toos» los sirvientes lo sabemos. —Arqueó sus grandes y rellenas cejas. 

—Bueno, no debe de repetírmelo, ya he tratado de conversar con la demás servidumbre y parece que les comió la lengua un roedor —musité con decepción al soltar un largo suspiro—. No sabía que po-

—¡De ratones nada, doña! —interrumpió con una confianza que demostraba que la laburadora era increíble, sin miedo o intimidación en su tono—. Es el patrón que las amordaza de decirle las verdades a «usté».

Su expresión verbal me recordaba a la de la servidumbre, excepto Cómalo. Su forma de ser explayaba alegría, además, una constante falta a las normas sociales. 

—¿Y usted no lo está? —interrogué con curiosidad alzando mis cejas—. Se refiere a mí con seguridad y confianza, como si no estuviera bajo el mismo mando. El Sr. Decalle es conocido por ser el dueño de casi todo el pueblo.

—¡Ay, doñita! El patrón solo tiene la muerte pa'menazarme, tampoco es que la vida me tenga amarrada, si varias veces quise dar vuelo. ¡Eso sí! —señaló a mi dirección con su dedo índice y levantó su voz exaltada—. Callándome favorecí a Cómalo, el carajillo que yo misma crié. 

—¿Qué la hizo cambiar de opinión para revelarme esto? —cuestioné con un poco de furia, arrugando mi nariz a la vez que di un par de pasos a fin de acercarme a su sinceridad—. Y, ¿por qué, si conocía estos detalles, prefirió enmudecer?

—Ese guapo morenito es como mi hijo, reina. No quisiera entregarlo. Luego enterarme de unas cosillas he podido entender que la verdad no se oculta. ¡Ponga atención! —Me zarandeó con violencia, lo que me desbalanceó—¡Nos encontramos! Aproveche que tengo suelta la lengua para chorrearle todo. ¡A ver! ¿Quiere que le diga o no? 

De localizar a la señora antes, puede que mi camino hubiese sido más sencillo, ¿o es demasiada coincidencia? De cualquier manera, no remueve la utilidad de la información en caso de ser verídica. 

—Sí. Puede comenzar, ¿qué motiva a sus compañeros a evitar mis preguntas? —Compuse mis palabras de amabilidad para aliviar el ambiente.

—Tenga «usté» en cuenta que el jefe anduvo contándole a Mariana, Cristina y Salomé que, si abrían la boca, mataría a su descendencia. Como ninguna «dellas» se casó, mejor se «quean» en silencio. —Hizo una pausa—. Lo que ocurre es que, no sé si sabrá, Retya y mi niño han estado protegiendo algo con candado. Ya sabe cómo dicen: secretos de dos, no son de Dios. 

»Por una lengua de serpiente me enteré de que entre el patrón y la Retya, —Se acercó a mí para susurrar en mi oreja—, planearon asesinar a la jovencita Anna, pero no lo consiguieron. ¡A saber!

La circunstancia fue un sinsentido. Desde mi perspectiva, Cómalo estaba involucrado, aunque hesité. Algunas partes concordaban con lo que yo conocía y otras no lo hicieron. 

La enigmática dama me comentó muchos datos irrelevantes, añadiendo, en piezas, los detalles claves: Anna escapó, existían documentos contenidos de promesas, confesiones y amenazas en posesión del Sr. Decalle; además, me afirmó que Thelma no me narró nada de la realidad del acontecimiento.

No confié en la señora por varios motivos, parecía que las palabras se colocaron en su boca con meticulosidad. Su discurso excluyó al mozo de la culpa. No obstante, yo había escuchado que él colaboró. Fue un abuso del destino que estuviera en ese particular momento, parecía, más bien, una artimaña. 

No me constaba dónde se localizaba el cadáver de la mariposa, por ello seguía leyendo los diarios en busca de alguna pista que me liderara a ese lugar. 

Retorné a la casa con un semblante de angustia, todavía no debía replicarle a Cómalo. Necesitaba clarificar una respuesta; sin embargo, era normal que estas emociones brotaran de mí. ¿En verdad, el hombre, me gustaba tanto? Tal vez sí, tal vez no. 

A fin de cuentas, el trabajador era un traidor que me sonrojaba y que, con el ligero contacto de su piel, me estremeció. Ansiaba que se sincerara conmigo. 

2 de setiembre de 1605

Anna no era mi hermana, a pesar de ello, se trataba del producto de la arcana mujer que nos abandonó. Su cara me la memoraba. Su dulce voz o los ojos que se enchinaban al sonreír evitaron que no la quisiera por breves instantes, hoy en día, soy incapaz de aborrecerla como solía hacerlo.

No pude dormir por dos razones. Lo primero fue el sonido ensordecedor proveniente de las afueras de la morada; Lo segundo: la reunión con Dana, la viuda. La hora acordada se aproximaba. Empero, necesité concentrarme y bajar las escaleras, puesto que quería comentarle algo a Retya antes de irme.

Con mis zapatos pisé cada escalón que rodeaba la alfombra roja terciopelo. Posé mi brazo sobre la fría madera del barandal a fin de evitar caerme. Divisé al horrible viudo, traía su típico traje de jubón corto con calzas por debajo de la rodilla. No ambicioné que me observara, mas fue imposible. Sus ojos color cielo me acecharon. 

—Srta. Franceste, buenos días. ¿Cómo amaneció? He notado que no es una mujer que derrama lágrimas con facilidad. —Entrelazó sus dedos.

Poco a poco me fui encaminando a él fijando una mirada con desprecio. Después de los diarios o las amenazas, mis cuencas dejaron de verlo como antes.

—Es correcto, pero no son de su incumbencia mis sentimientos, es mejor que se guarde para usted mismo la hipocresía. De seguro lo único que quiere saber es si reanudaré mi compromiso. ¡Es un buitre! —No creí ni una sola palabra de mi irreverencia, por fin me enfrentaba al demonio. Sin mi padre, simplificó permitir que mis pensamientos se exteriorizasen. 

—Se ha convertido en una insolente desde la muerte de Anselmo, no se lo niego. Sepa que me preocupo por su bienestar. Si bien no es oportuno, le reitero mi compromiso, así no tendrá que marcharse —dijo con un tono templado y mostró una expresión de astucia. 

—Evadiré el tema. ¡Es un insensible! Mi padre falleció y, usted, desea que nos comprometamos. —Alcé mi ceja en señal de desafío—. Si me disculpa, me iré.

Mi pecho se expandió con cada ruido de mi tacón sobre la madera. Las groserías que anuncié me colocaron en una posición de poder y el Decalle no lucía contento con eso. 

Continué con mi camino hacia el área del comedor rebuscando a Retya. La chica amarró su cabello rizado, sus ropas eran de color negro con blanco y poseía un par de pendientes verduzcos. Después, volteé a ver si me seguía, teniendo la grata sorpresa de que no estaba a las faldas de la charla.

Fluctué de fiar en Retya, parecía que trabajaba exclusivamente para sí misma manipulándonos. No obstante, lo que iba a conversarle no aguardaba relación con el asunto de Anna. Es más, ocupaba que me aconsejara sobre Cómalo.

—¡Retya! Es agradable encontrarla aquí. —Le di un pequeño abrazo.

—Señorita, ¿en qué ayudo? —comentó la chica. Detuvo sus acciones y me avistó sonriente.

—Cómalo me confesó acerca de sus sentimientos sobre mí. —Oculté la mirada por algún sonrojo que me apareciera en el rostro—. No sé qué hacer, Retya.

La morena me ojeó con atención, sus cejas se fruncieron en señal de duda. Yo quería que me auxiliara, estuve tan perdida que no supe qué hacer.

—¿Y «usté» siente algo por Cómalo? Tenga en cuenta que es un sirviente, no es como el Sr. Decalle, él no tiene donde caerse muerto —cuestionó con agresividad—. ¿Está «usté» segura?

Lo pensé, era cierto; no obstante, no me importaba su patrimonio. No me obsesioné con mi posición social, porque entendí que Anna perseguía un callejón sin salida. 

—Retya, toda mi vida me rechazaron los hombres por ser una mujer inteligente, mi actitud o mi ambición. En cambio, Cómalo se ajustaba a ello y la manera en la que me comentó que era hermosa e inteligente solo me derritió el corazón. El dinero no importa si se es feliz, aun así, ¿cómo sé que debo arriesgarme? —Mi tono de voz comenzó a quebrarse acompañando a mis vidriosos luceros. 

La sirviente me alentó a que rompiera la barrera de lo inexplorado, me costaba mucho ser espontánea, en gran medida dar mi corazón sin la rigidez del control. No era racional, sino loco y rebelde, que desafiaba lo de buscar alguien con dinero. Quise comunicarle a Cómalo mi intención de manera inmediata, pero no se hallaba en la casa.

Atisbé el reloj para darme cuenta de que faltaba tan solo un minuto para la hora acordada, por lo que corrí con jovialidad. Salí de prisa y localicé la edificación de la viuda. Caminé despacio a sus alrededores, topando con múltiples cerrojos. La casa era imponente, vieja y sabia. 

Con ambas manos empujé las puertas y ninguna respondió, hasta que esa mujer figuró por debajo de una, la que traía un candado enorme. Me instó a ir entre señas, para arribar a un cuarto oscuro. Continuamos caminando por unos túneles hasta un salón bajo la casa.

Todo era antiguo, lleno de telarañas y la mujer era aún más misteriosa, cargaba una bata color gris del suelo hasta la cabeza, de la misma forma, caminaba arrastrando el pie izquierdo desprendiendo un olor desagradable. Ciertamente, se distinguía que la viuda había pasado todo lo perverso que puede sucederle a una individua. Por mi parte, podía escuchar gotas de agua bajando por el techo y mi vestido, el cual se había mojado por la lluvia. Observé mis zapatos para examinar que estaban repletos de barro. Luego, me senté sobre una silla de madera que había en una esquina.

—¿Es usted Dana de Villermo? —anuncié con voz fuerte.

—Correcto. La he visto el otro día llegando a la casa, son pocos los que vendrían a buscarme luego de lo que pasó y tiene un gran parecido con Anna. —Sonrío con cordialidad. 

—¿Es así? —Me lo preguntaba—. Soy Marlene Franceste, la hermana de Anna, vine porque ella falleció...

—Marlene, Jorge Decalle es un demonio —refunfuñó hastiada—. ¿Se ha enterado usted de la historia de lo que sucedió con Anna? Fue cruel y cruda.

—Sí, yo leí sus diarios. Yo, la estaba buscando para saber si conocía algo que tuviera que ver con su paradero. Tengo un par de teorías y cosas que me gustaría comentarle, comenzando porque me dijeron que ella había escapado —pregunté con picardía frunciendo el ceño. 

—Adelante, creo que tendremos mucho de lo que conversar —dijo con una cara demacrada, rugosa y sucia—. Anna fue el amor de mi vida, gracias a ella pude descubrir que no estaba mal. Siempre andaba con ese gran ímpetu. La mariposa se emocionaba por cosas pequeñas e imaginando imposibilidades. Sin embargo, no quisiera pecar de desconocimiento, porque sé que ustedes dos no eran amigas.

Venía una gran cantidad de información que esperaba, me beneficiara, con suerte, Dana me revelará datos sustanciales. Era importante que le pusiera atención, en demasía. El ambiente no ayudaba mucho, en general, existía paredes carcomidas del agua y tierra. Además, las ratas se paseaban por todo el lugar, ensuciando de nuevo cada rincón.

—Sí, a decir verdad, ya llegaremos a ese tema. He estado investigando su deceso, no creo que ella haya muerto por una enfermedad. Cabe destacar que el Dr. Vaneshi me comentó que no existía y tampoco hay un cuerpo en el cementerio. Por eso quería saber si usted tenía alguna pista de qué había sucedido con Anna luego de que escapó.

La mujer bajó su mirada, tocó su barbilla con la mano, aparte que removió un poco de su desaseado cabello de los hombros. Su apariencia era igual de mala, casi no considero distinguir a quien estaba bajo esa cubierta de tierra. Pude avistar su cabello café claro, sus ojos cafés y un rostro muy delgado. Entiendo que en aquel tiempo, pudo haber sido una dama muy hermosa, ya no era.

—Y, ¿por qué usted la busca? ¿No es que estaban enemistadas? —Apretó sus labios, su mirada revoloteó hasta aterrizar en mis ojos, los que permanecían impactados.

Era una excelente pregunta y la razónera... algo que no estaba claro. ¿Cuál era mi motivación para mover mar y tierra por una hermana como ella? Sí, le tenía odio, rencor cuanto menos, pero me sabía mal que estuviera desaparecida. Anna, tal vez en el fondo demialma, la apreciaba en minúsculas cantidades, por ello la buscaba; o puede que sintiera la necesidad de redimirme de tantos años de odio.

—Ese no es el caso, sino que me cuente qué le sucedió a usted, a Antel y si sabe algo de mi hermana —subí mi tono. Estaba un poco fúrica, había esperado tanto, pero la mujer solo divagaba. 

—Claro, claro, no se enfade. Mire, ¿en los diarios Anna relató algo sobre... nosotras? —Seguidamente detuvo su voz.

—Si se refiere al amorío que mantuvieron, está todo en las páginas. Anna la apreciaba, Srta. —Junté mis manos por los temblores que comencé a presentar—. Su participación llega hasta el día de la cena en la que se encontraba su familia y la de ella, ¿qué sucedió con usted luego de eso?

La chica parecía buscar entre sus recuerdos, cerraba sus ojos fuertemente y apretaba los dientes. Lucía como la escena en la que una persona no recordaba, aunque lo intentara.

—No volví a ver a Anna, debido a que el Sr. Decalle le envío una carta a mi familia. En dicho documento mencionaba que yo era una antinatural, por lo que mi madre me citó a su casa. Yo tenía la intención de una visita cualquiera, pero ese mismo día me enviaron a un loquero, fui sometida a terapias traumáticas, me mantenían cautiva, además de intentar sacarme los demonios cada semana. Fue culpa de ese hombre, el vil sujeto que sin piedad me delató. 

—Jorge Decalle es un entrometido, debe pagar por todo lo que ha hecho. Perdone, si me incluyo, Antel tampoco tardó demasiado en desaparecer de la escena, ¿qué le sucedió?

—Antel —suspiró—, me rescató de aquel espantoso lugar en el que me encontraba, no obstante, al volver todo fue una pesadilla. ¿Creerá usted que ese sirviente alto, moreno, que siempre anda con el disque esposo y él, vinieron una noche a intentar asesinarnos? Sí, como lo escucha. El Sr. Decalle —sollozaba en lo que lo relataba, su mentón bajó, colocó ambas manos sobre su boca y por un momento creí que se ahogaría— asesinó a Antel, mientras que yo me escapé y logré estar ocultándome. 

Glosario del capítulo

Brete: trabajo.

Pega: persona que se acerca a otra todo el día de manera intensa.

Carajillo: niño.

Chorrearle: decirle muchas cosas a gran velocidad. 

Lengua de serpiente: una mujer chismosa.



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