Capítulo 18

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DIARIO DE ANNA DECALLE

18 de junio de 1605

Siempre me gustó el inusitado aroma del campo, la magnífica naturaleza y las grandiosas mariposas. Cuando era niña corría por las verdes praderas para atrapar los lepidópteros. Me enlodaba desde los zapatos hasta el cabello, así que Marlene se pasaba cambiando mi ropa. Mientras tanto, ella lucía pulcra, limpia y atenta. 

Mi hermana contaba con un auténtico talento para dirigirse al personal. Existía un elemento hipnotizante en la manera que agitaba sus brazos o cómo alivianaba los ambientes. Por lo que al momento de colocarme otros vestidos, yo corría deprisa a esconderme. Deseaba admirarla y anotar en mi libreta los secretos para ser similar a esa gran doncella. Sin embargo, mis actitudes fueron fugaces. 

La verdad es más triste de lo que, por muchos años, le narré al mundo entero. Pues cuando crecí, mis recuerdos se tornaron en fragmentos y desaparecieron. Luego de un tiempo, Marlene comenzó a cambiar su comportamiento hacia mí, como si representara un estorbo ante sus actividades. Yo, que ensayé sin parar sus gestos, disfracé mi decepción con ira. Desarrollé un rechazo a su forma de odiarme, representándolo igual. 

Reflexioné este tema con Dana, concluyendo que no tenía motivos «reales» para mis sentimientos negativos; aunque desconocía la razón por la que ella me aborrecía. Por años pensé que la causa rondaba los comentarios sobre mi belleza o su imposibilidad de un casamiento; no obstante, no me hizo todo el sentido. 

Tal vez fue por mis abundantes amigas y su ausencia de ellas; o la preferencia de mi profesor hacia mí cuando me llamaba brillante, mientras que apenas la mencionaba a ella. Inclusive recuerdo la sociedad de Goya como posibles responsables. La ciudad era un estrecho círculo del que no éramos miembros, a pesar de que todos trataban a Marlene con indiferencia, sin importar la riqueza. Ella se encargó de ello, porque la juzgaban mucho por intentar asistir a la escuela de medicina, ofrecer a otras esposas sus servicios como "aprendiz" y aquellas cartas que enviaba al alcalde. 

Al mismo instante, yo cumplí con las avocaciones designadas y decidí ser una dama. Todo iba de maravilla hasta que llegó Jorge.

Me hallé en la habitación, con tanto calor como para hervir una buena sopa y entre suciedad. El sol me azotó el rostro palmeando mi piel contra la moralidad. Mis ojos entrevieron a mi esposo, quien abrió la puerta de un golpe y la estalló de cara al muro. Gritó: «¡Levántate! ¡Es urgente!». Me tomó del brazo delgado con el objetivo de bajarme a rastras a un "sótano". 

Mi cuerpo se paralizó varios segundos, debido a mi terror por el hombre. Temí que me lastimara de nuevo o que algo peor me sucediera. No quería morir, ambicionaba volver a soñar con bailes y coronas, en lugar de fantasear con su desprecio. Me introdujo en uno de los túneles de Uril, por tal, tropecé múltiples veces y doblé mis tobillos. Gemí de dolor, al parecer, a Jorge no le interesó. 

El sitio me repugnaba, sus paredes estaban repletas de hongos, el suelo se conformaba de madera podrida y tierra que se colaba por las tétricas hendiduras. Respiré hondo para retener las náuseas. Enseguida el varón me arrastró hasta una silla, sujetó mis manos y las ató con fuerza. Hice el esfuerzo de preguntarle sobre mi estadía; sin embargo, enmudeció. 

Desde abajo fui capaz de escuchar la puerta principal, de pronto alguien se deslizó por la imponente entrada. No tenía idea de quién era, por lo que me espanté. Traté de liberarme golpeando mis quebradizas manos con la silla de caoba, pero me fue imposible. 

Abrí mi oído a las palabras de mi marido.

—Está abajo —susurró el villano. 

Examiné la inmunda alcoba de pies a cabeza, buscando algún sitio por el que escapar.

Rápidamente me di cuenta que algo acontecería. Lo intuí y tuve miedo por ello, el que se intensificó cuando observé la túnica blanca descender por los escalones. El sacerdote, la persona invitada a ofrecer mi ceremonia de tortura. Me pregunté: ¿qué orquestaba Jorge y por qué un padre participaría? Supe que decían que era un hombre gustoso de rumores, subestimé sus intromisiones. 

—Mi chiquita, un saludo le doy. —El caballero blanco y calvo sonreía. En una mano sostenía el rosario y con la otra apañaba una biblia a su cuerpo.

—¿Listo? Recuerde lo que acordamos, ¿ella será como antes? —cuestionó con una mirada genuina, su semblante me lo reveló. 

También percibí que ansiaba la aprobación del hombre junto a él. 

—Sí, mi estimado. ¡Dios es capaz de curar a los enfermos y de enderezar a los antinaturales! Eres un esposo hecho y derecho, ¿qué mejor ejemplo? —exclamó con entusiasmo, agitó sus brazos en señal al cielo y relajó su expresión. 

Quedé atónita. 

Al atisbarlos se hallaban examinándome antes de ejecutar su horroroso plan. Lo comprendí en un breve periodo: iban a "sacarme" el demonio que, según ellos, me poseía y que provocó mi supuesta maldición. Refunfuñé cada paso que di; empero era una lástima que no les importara mi opinión. El sacerdote declamó que era el diablo persuadiéndolos y que el poder de la persuasión yacía en la palabra de la mujer. 

A cada letra pronunciada me lanzó agua bendita. 

No creí que el religioso conociera tan bien lo que hacía o qué efectuaba, sino que meneaba sus falanges con agua helada para dictar en latín una variedad de sinsentidos. Se apoyó de la biblia, entre tanto, me vociferaban ambos. A los minutos, Jorge me brindó cachetadas mientras gritaba.

—¡Debe salir de ti el ente maligno que se apoderó de tus deseos! —expresó con pasión, frunció el entrecejo y escupió al piso. 

Lloré sin comprender qué acaecía, hasta que me desmayé.  

Al despertar muchas horas después, lo evidencié por la pequeña abertura que daba indicios de ser de noche, el Dr. Vaneshi se encontraba justo enfrente con sus instrumentos sobre mi cuerpo. ¿Qué me habría acontecido? ¿Se suponía que algo me transformaría? Yo sabía que eso tenía el fin de cambiarme; sin embargo, no se sentía correcto. 

—Respire hondo, Señorita. —Sus ovalados ojos nunca me dedicaron un segundo, solo se situaban a la altura de su sombrero negro—. Permítame revisarle la costilla, puede que allí esté todo el problema. —Su espatulada y arrugada mano presionó mi abdomen con vigor, a lo que produje un minúsculo ruido—. Sana bien. 

—Ya ha quedado lista, Vaneshi, no tendrá que venir más. No fue tan difícil como yo, ahora podremos ser felices —recitó Jorge con una frívola sonrisa en su rostro.

Lo que más me aterraba no era el ritual o el padre Celestino, sino la forma en la que sus luceros me poseían. Sentí que creía en cada vocablo que decía, como si estuviera convencido que las pantomimas ejercerían efecto en mí. 

El galeno fue guardando sus cosas sin despegar sus cuencas del suelo. Luego, giró sobre sus talones con el objetivo de quedar justo frente al Sr. Decalle, mi maldito esposo. Nunca oí qué le susurró, pero estoy segura que no era nada positivo. 

—Señor, no soy loquero, a pesar de eso he de decirle que su atracción hacia el joven Amadeo jamás desaparecerá; aun así acudan a su dios para curar lo que no debe ser compuesto. Puede hacer esos rituales a quien quiera, padre, ambos sabemos que no sirven. —Una macabra sonrisa se mostró sobre sus labios de piñón, dándome a entender que confianza en sí mismo. El médico enseñó su valentía. 

—¡Se atreve usted a cuestionar la autoridad del Todopoderoso! —El padre se alteró, dando pisotones y acercándose al hombre con el pecho repleto de aire. 

—¡Claro! Por su culpa Amadeo está por la calle Tremor con esa espada buscando sombras donde no se le han perdido y es también por ustedes que Dana de la Barca desapareció. Parece que andan en caza de lo que burdamente llaman antinaturales. A ver, ¿quién les dio la batuta de justicieros? —reclamó el médico con toda la razón. Su posición corporal no permitió amedrentamientos, pues se sostuvo firme. 

Jorge y el sacerdote terminaron acechando el pueblo entero para lograr encontrar a los que no les pareciera o a la inversa. Entonces, cualquier rasgo que se saliera de lo que ellos definían como correcto, se convertía en una sentencia de muerte. ¿Por qué? Marlene, una chica que luchaba con su rol asignado, ¿también merecía que el verdugo le cortara la cabeza? 

—Era necesario, ¡son una plaga! Antinaturales. —El padre hizo una mueca de disgusto—. El Todopoderoso en cuenta tiene lo justo, usted nada sabe.

—El diablo repartiendo escapularios. ¡Deje a las personas vivir su vida y viva la suya! —rebatió el galeno en un tono de voz furioso. 

—Nosotros no fuimos los que a su hija delataron, eso no tuvo nada que ver. Que por bruja haya sido juzgada, culpa nuestra no es. —El sacerdote reclamaba, gritando, incluso sacudiendo su rosario en el aire. Me dio la impresión de que deseaba aporrear al médico; no obstante, se negó.

—Mejor cállese, antes de que le envíe una carta al alcalde alertando de que su esposa Nicolasa anda en los mismos pasos de su hija. —Decalle estrenó sus comisuras para amenazar. 

«¡Vaya sorpresa!», pensé. 

—¡Ella era inocente! Ustedes lo advertían. Pero les imperó la necesidad de condenar a los marginados, porque no se pueden aguantar a ustedes mismos. —El Dr. Vaneshi se marchó, dejando al padre y a Jorge con una cara confusa.

Entre ambos, me subieron al piso principal de la casa, donde había un gran espacio y llamaron a Retya. Esta me sumergió en aquel cuenco lleno de agua para bañarme y vestirme. Había quedado como una muñeca, aunque gran parte de ese tiempo volvía y venía de las medicinas para el dolor.

Retya me dejó en la habitación de Jorge y este vino a verme. Era un sitio nostálgico, hacía tiempo que yo no estaba en ese lugar. Las cortinas que bloqueaban la luz del exterior se sentían tersas, las sábanas oscuras eran sedosas, por lo que pasé mis manos por las telas. En ese momento recordé mis principios en esa casa, cómo cambié y lo feliz que lucía el primer día.

Jorge tomó mi rostro con ambas manos y acarició mis rojas mejillas, no pude evitar voltearme por lo que me producía.

—Estás preciosa, Anna, y ahora te arreglaste, podremos ser felices juntos. ¿No crees que es bello? Como habrás escuchado, tus deseos también fueron míos. Yo soy un hombre nuevo, contigo, y te he traído al lado bueno. —Poseía un tono auténtico, tuve la sensación de que en su voz había orgullo.

—¿Qué declaras, Jorge? Si no se peca por lo que se quiere. Deberías ser tú mismo, no lo que el mundo te dice que seas. Sé que es un tema difícil; no obstante, fuimos hechos de esta manera. ¡Vamos! Eres libre de atacarme con los rituales que quieras y nunca voy a cambiar. ¡Vamos! Tú comprendes lo que es eso. —Arañé su brazo con mi poca fuerza. 

—No, Anna. Mi madre y el padre siempre tuvieron razón con respecto a eso. El pueblo se enteró y por eso ninguna doncella quería casarse conmigo. Más tarde, al amenazar a cada miembro, mucho menos tuve alguna aspirante. —Suspiró con desilusión—. Hasta que llegaste, Anna, siendo la bella mariposa que flotó hacia mis brazos en un capullo de pureza infinita. Pasamos un largo proceso, ahora ya estás bien.

—Entonces, ¿por qué me agredías? —pregunté con melancolía. 

—Querida esposa, te relataré algo bastante simple: toda la vida conocí a Amadeo, era proveniente de otra familia pudiente del pueblo. Crecimos juntos, corriendo y jugando por las tardes. Siempre disfrutábamos los seis chicos de la calle bajo un árbol en la antigua maderera. Tiempo después, dejé de ver a Amadeo, él era muy unido a su familia, aunque no pudieron soportar que él no quisiera una esposa. Así era él: extravagante, extrovertido y desafiante. Nunca le importó el bien o el mal y le gustaba llevar la contraria a quien se le pusiera en frente. —Una diminuta risa salió por sus labios—. Único en su clase.

Su mirada se perdía, como si evocara migajas de los recuerdos que relataba. Tenían un aire nostálgico, de amistad de ambos a un cruce de lo que no pudo ser. Su cabello ondeaba con el viento para acabar sobre su frente, provocando que me entrara una escena de inmediato. 

»En fin, él me lo confesó una noche, que no entendía el motivo por el que no le atraía la idea de un matrimonio, aparte que comentaba que, se sintió perdido en un sitio donde eran esenciales. Por mi parte, continué con el plan que mi madre diseñó para mí: desposar a Lady Smith, una chica inglesa que buscaba un esposo con dinero, en ese caso, era perfecto. 

»Pasaban las semanas con Amadeo peleando con su familia, quienes querían forzarlo a una chica, mientras que mi compromiso estaba cerca. Así pues, entre tantos instantes que habíamos pasado, confesiones, noches estrelladas, tuvimos el primer momento especial. Sus abrazos no venían siendo lo mismo y cuando me besó, todo cambió. —Sostuvo su pulgar cerca de su labio inferior, supongo que esos recuerdos marcan la memoria y el cuerpo para toda la vida—. Era como si ese fuera el momento en el que tendría que estar. Al mismo tiempo, no había noche que yo no llorara por sentir que habría defraudado a mi madre. —río—. Cuando ella lo supo, me ayudó como yo a ti: golpeándome, humillándome y me hizo escribirle una carta a la familia de Amadeo contando la verdad. Ellos lo llevaron a un lugar distinto y como no lograban que se compusiera, lo dejaron en Uril, creo que, si te ayudo con el mismo proceso, volverás a donde se debe.

Yo quería reclamarle, decirle algo, pero de pronto alguien entró por la puerta principal y Jorge corrió. Bajó las escaleras deprisa, lo supe por el sonido de sus pies en los escalones. Además, al llegar hasta abajo percibí la voz de Antel saludándolo. No sabía el motivo de su conversación, así que me acerqué a la puerta de la habitación para escuchar.

—¡Qué va! Si el precio de comerciar se hace cada vez más alto —dijo mi esposo—. En fin, quisiera saber el motivo de su visita.

—Claro, claro. Quisiera extenderle una denuncia formal por parte de sus trabajadores, quienes comentan que han sufrido maltratos por parte suya.

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