Capítulo 19

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DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

5 de setiembre de 1605

Conforme leía el diario de Anna sentía, en el fondo de mi agrietado corazón, empatía por ella. Fue una mujer maltratada por el hombre que juró, ante la iglesia, apreciarla. De mi rostro se deslizaban unas miseras lágrimas que me afectaron. Mis párpados se hincharon por primera vez en mi existencia, por lo que cerré las páginas del libro maldito. Guardé la ingenua esperanza de no continuar ojeando oraciones sobre el sufrimiento de la mariposa. 

El diabólico viudo se trastornó por la condena de odiarse a sí mismo, supongo que por ello decidió, junto con el sacerdote, que debía realizarle el procedimiento a mi hermana. 

Bajé las escalinatas con mi mano apoyada en el barandal, puesto que los escalones seguían repletos de gotas de sereno que caían en la madrugada. Posterior a ello, caminé por los pasillos de madera que crujían, como cuando disminuye la temperatura. Aquello sonaba como un chirrido, similar a un ruido provocado por un alma en pena. Percibí mis latidos aumentar, además de que titirité por el trayecto completo. 

Después del aterrador recorrido, llegué hasta la cocina para buscar a Retya, quería comer antes de irme. Ambas hablamos un poco de lo mucho que el diablo Decalle detestaba los potajes de papa, hasta que escuchamos la puerta. Por su parte, la rizada se apresuró a desvelar el misterio del invitado.

—Buenos días, Retya. —Me avistó de pies a cabeza el nuevo tipo—. Marlene debe ser usted, ¿o me equivoco?

El padre Celestino: un clérigo chismoso con complejo de Jesucristo, creía hacer milagros a cualquiera que requiriera sus servicios. Con sus zapatos negros escondidos por sus ropas de misa, las que parecía que nunca removerse, paseaba por las maderas agujereadas sonando todas mis alarmas. Ciertamente, era una persona curiosa y un entrometido, por tanto, se había presentado varias veces para acontecer asuntos personales.

—Mucho gusto, padre Celestino, he escuchado cosas buenas sobre usted. —Un par de engaños inofensivos no eran tan espantosos. Lo invité a pasar—. ¿Viene a reunirse con el Sr. Decalle?

—Sí, he estado haciendo confesiones a domicilio, por si gusta el ejercicio realizar. Anna era muy devota, según mi entendimiento, ¿es usted así? Las intromisiones discúlpeme, sabe que nosotros los sacerdotes perseguimos el bien. —Sonrió con aparente hipocresía y unos ojos dulces. 

Era interesante, a primera vista era agradable y amable. Por lo que, exuberaba ese calor paternal característico de algunos sacerdotes, tanto, que alentaba una confianza excesiva. Al conocerlo, uno pensaba que todos los secretos del mundo estarían a salvo en su mente. Tal vez era intencional, o al contrario, inconsciente. De cualquier manera, lo decantaba como peligroso, pues contaba con su poderosa habilidad de influencia. 

—Sí, ¡viva el Señor! —exclamé, si se llegaba a saber que no adoraba a la supuesta divinidad, me colocarían una soga al fibroso cuello—. Aunque no estoy en ánimos de confesión, por la muerte de mis familiares.

—Lo comprendo, usted recuerde que en las alas de Dios están, de la gloria eterna, disfrutando. —Me dedicó una mirada melancólica, mostrando las arrugas de su frente y presionando las comisuras. 

—Bueno, padre, tengo que marcharme. Retya me indicó que el Sr. Decalle se encuentra en su habitación, así que lo dejo —dije juntando mis manos y ofreciendo un semblante cálido. 

Hice la pantomima de salir de la casa en lo que el sacerdote subía los delgados escalones. Pues, me daría la oportunidad de devolverme y espiar la plática. 

Cuando lo escuché alcanzar el segundo piso, tomé la gruesa puerta con cuidado y vislumbré si es que la sirvienta se localizaba por allí. Ante la negativa, di leves pasos. Era un riesgo aproximarme porque no tenía la certeza total de que fueran a quedarse en esa pieza. No obstante, debía constatarlo.

Fui acercando mi oreja a la ventanilla, notando sus voces. 

Los susurros eran delicados, pero una objeción del viudo, despertó las palabras del clérigo:

—Tiene que asesinarla, Jorge, dicho se lo tengo. Muy débil se halla la joven, así que mucho esfuerzo no tendrá que hacer para a mejor vida enviarla. Póngale una almohada encima o prestarle un cuchillo puedo. En dos minutos el problema se nos acaba. —El padre se expresaba cruel, frío y ya no era amistoso. Su tono soleado se dispersó en una nube de engaños.

—¡No! Anna todavía puede ser «arreglada». Si no funcionó al inicio, quizá en otra oportunidad. A mí me sirvió, incluso le lancé improperios a la hermana Franceste; es cuestión de intentar. —Decalle imponía sus vocablos con desesperación, como si imperara en él el deseo de rescatarla.

—Jorge, déjeme explicárselo. Si el ritual no surtió efecto con Anna, fue porque de seguro virgen no era. Su esposa deambulaba de ramera con Dana de la Barca, ¿o me lo va a negar? Sólo el demonio se resiste a Dios. No me convence que esa mujer sobreviva, ¡liquídela! —gritó con furia, aunque de inmediato bajó el ruido de sus cuerdas vocales—. Le recuerdo que Dios mismo me manifestó que ese mandamiento se puede romper bajo una justificación. En este caso, es una situación de devolverle a Satanás uno de sus demonios.

Oí pisadas en círculos, que por el peso, deduje que eran de Celestino. Lucía como si rodeara a Jorge Decalle, en lo que presuponía era una táctica de manipulación. 

Me sorprendía, cada vez más, la calidad de respeto del padre hacia Anna; casi nulo. Lo que anunciaba era algún sermón con el que intentaba convencer al viudo de su teoría. Seguí prestando atención, la conversación era cautivadora. En ese momento el demonio declaró que Cómalo se tornó un problema por sus sentimientos por mí.

»Eso conveniente no es. Ahora que tiene todo el dinero de la familia, es más útil que se case usted con ella, porque si unen sus pertenencias, tendrán poder y riqueza. —Situó su pulgar en la barbilla y tragó fuerte—. La lealtad de Cómalo me es dificultosa. Si causa inconvenientes, prescindimos de él y ya. 

Entonces el Sr. Decalle quería casarse conmigo aunar mi patrimonio al suyo, aunque eso no removía la posibilidad de que me asesinara cuando lo consiguiera. No se podía esperar nada bueno de hombres con esas intenciones. Los deseos helados del alma justifican todo para poder evitar calentarse.

—Padre, es mi hermano, no puedo simplemente eliminarlo.

—¿Caín no mató a Abel? Estoy ahíto de recalcarle las reinterpretaciones que hacemos sobre esas partes del libro.—Escuché una fuerte cachetada—. Ejecuto lo mejor para ustedes, soy como su «salvador». Atiéndame con atención y finalice a Anna esta oscuridad, es importante que el protocolo seguido sea. Mi niño, toda la vida los he cuidado, ahora no será distinto. Pero debe obedecerme.

Analicé el asunto: el padre tomaba las historias bíblicas para tergiversarlas a su manera, esa tenía la posibilidad de ser una de las razones por las que la población de Uril era de las más desastrosas.  

Descendí los peldaños con precaución, ansiaba alejarme de esas atrocidades dichas. 

Jorge era un desbarbado traumado por su madre que terminó bajo las maniobras de una persona igual que ella. Aparte, el padre era el verdadero villano frente a la situación y era quien suscitaba las palabras detestables. El asesinato todavía no ocurría, aunque pronto sería. Las manos de Jorge se obligaban a reclamar esa sangre. Por lo que, ese mismo día tenía que hallar a Anna o corría el riesgo de no dar con ella nunca.

Al salir el clima era bello, las nubes se apartaban del cielo para dejar unos blanquecinos destellos sobre la pradera. Casi parecía que Uril era un lugar bonito; sin embargo, era un nido de arpías. Circulé hasta la calle Bretry, acechando a Thelma y siendo golpeada por una memoria de Anna. 

La mariposa era una niña que traía consigo la alegría de la juventud, corriendo y saltando por los lugares. Rememoro sentarme sobre el suelo con algo entre las manos; de pronto, la menor saltó a quitármelo y llevárselo. De inmediato se lo aseguré a mi padre, a lo que me indicó: «Anna siempre va a querer lo que tú posees, eres su hermana mayor». Aquello se contradijo con la época,  yo pasé la máxima parte de mi vida idolatrando lo que Anna gozaba. Por eso, con Cómalo no anhelo ser Anna, ansío a Marlene, disfrutar y aventurarme, junto al mozo encargado de mi coraza.

De repente, la arribada al burdel me despertó los pensamientos y como era usual: estaba Zafiro, la hermosa rubia que sostenía un diminuto bolso y se adornaba de unos labios rotos por darles tantas mordidas. Ella restregaba su espalda contra el muro de la pared principal, sola.

Me acerqué esquivando una oleada de personas.

—Thelma, ¿podemos hablar? —agité mi bolsa de tela negra en el aire.

Andamos al sitio de la otra vez, donde ella me dio la pista de que Jorge fue quien revolcó la habitación de Anna. Ahora perseguía una información que pudiera darme a cambio del poco dinero en uriles que me quedaba. El resto de las monedas que ostentaba eran vitenes, el dinero de Goya.

—Buenas, señorita, ¿en qué soy útil? —Revoloteó sus ojos—. Claro... Lamento su pérdida. 

—No se disculpe. Me imagino que ha recolectado más datos acerca del Sr. Decalle desde nuestro último acercamiento, además, no la he vuelto a observar rondar los pasillos. —Alcé una ceja con astucia, intenté darle a entender que yo no era tonta.

—Es muy amable, ¡sí que lo es! Hace unos días Jorge me despidió, le encantará el porqué, se puso extraño y me dijo que no nos viéramos de nuevo. Desde que nos visitamos ha pasado mucho. No obstante, no le puedo contar todo. ¡Sí soy capaz! —exclamó, dando énfasis a sus palabras—. Necesito conocer qué entiende usted. 

—Todo, desde que Anna está viva hasta que el padre Celestino es el responsable de los actos del Decalle. También me enteré de los traidores, ¿qué se supone que hay más allá?, ¿por qué el sacerdote se entromete tanto con Jorge? ¿Dónde está Anna? —cuestioné con firmeza, impuse mi conocimiento respecto a cada aspecto del malévolo plan. 

Puntué mis dudas para evitar divagaciones. 

—Tranquila, a paso lento. ¡Cállate, Thelma! El padre Celestino es un excelente vecino de la comunidad, está involucrado en cada familia con los pies enteros. ¿Conoce que existen las personas malas? Bueno, en nuestro mundo abundan, en especial, como el sacerdote. No tengo que divisarlo dos veces para conocerlo; pero más peligrosos que los que cometen el mal a plena vista, son los que manejan los hilos sin ensuciarse las manos. Al padre no le gustaba que le dijera al viudo que él era malo, por lo que pactaron: si se alejaba de Thelma, no me mataría. No lo había cumplido, ¿comprende la razón?, ¡la sabe! —Me zarandeó con vigor, reclamando una respuesta. Sus cejas se fruncieron, sus mejillas caían y sus comisuras se presionaban.

—No, ¿cuál sería? —Empujé su cuerpo con mis falanges. 

—Estoy embarazada de mi Jorge. —Una noticia inoportuna salió de sus belfos—. Cuando se marche convertiremos esa habitación en un precioso cuarto para bebé y nos casaremos, no será un bastardo. Nos mudaremos a Palente, allí no sabrán mi antiguo trabajo. —Masajeaba su barriga en círculos, aquello no se evidenciaba. No entendía si me decía la verdad o era mera alucinación suya.

—Thelma, ¿está consciente que el Sr. Decalle me ha propuesto matrimonio? —pregunté por lo bajo con delicadeza, pues esa mujer era inestable.

Su expresión cambió a una seriedad completa. 

—No, no, mi Jorge no es así. Él me quiere —sollozó—. Él me ama, vamos a formar una familia. ¡No! ¡Thelma! ¡Váyase!

Después de que Zafiro perdiera la cabeza, me marché. Lo que me narró se resbalaba en el borde de la ilusión y la realidad. No podía imaginarme a Jorge teniendo un hijo, mucho menos que me comentara que se casaría con ella. Era un mix de sensaciones, ¿era todo real o estaba en la cabeza de Thelma? 

Las ideas daban vueltas en mi mente, confundiéndome. Anna fue imposibilitada de elegir un peor pueblo que este, si tan solo se hubiera quedado en Goya nada de esto habría pasado.

Caminé de vuelta a la casa cabizbaja, decepcionada de lo que sucedía. Arrastré mis pies un par de metros y no le tomé cuidado a mi vestido amarillo pequeño, que se ensuciaba en los bordes. Por tal, llegué más tarde de lo previsto. Unos cuantos pasos antes de ingresar a la vivienda, escuché un par de voces y vi a Amadeo junto a Jorge. Me acerqué a una esquina.

 Desde que vine a Uril me he acostumbrado a escuchar conversaciones ajenas.

—Me lastimaste, Jorge. —Oí la voz del chico de cabello café: Amadeo. Adquirió un tono apesadumbrado, descendiendo el volumen con cada cuidada sílaba. 

—Es impropio que se presente en mi casa. Persiste en la calle Tremor actuando como caballero de gran armadura. No comprendo su capacidad para portar tanto peso en los hombros, tampoco entiendo la manía de vestir de acero por completo. —Por una esquina pude divisar cómo se aproximaban. Tal vez era un intento de dominar a Amadeo, algo muy típico del viudo—. Se lo he dicho un millón de veces, pero insiste. 

Se respiraba la tensión en las pausas para tomar aire, por ello, me concentré tanto en la escena que olvidé el ambiente cambiante y gris. Ambos se envolvían en una burbuja, en la que no cabíamos el resto de seres, sólo los jóvenes que a duras penas se separaban. 

—Te esperé, me aseguraste que irías por mí, a pesar de eso han pasado meses y sigo creyendo que desafiaras a ese vil sacerdote. ¡Es inhumano, empero tú sigues sus órdenes! Eso no te exime de culpa, al contrario, te hace portador de ella. ¿Crees que mi cabeza no está confusa? Mi propia familia me envió a un lugar del que casi ni me acuerdo, tengo fragmentos, estos ataques repentinos de felicidad, otros de calma; soy un impostor en mi propia vida. Lo único que siempre me ha calmado, eres tú. Ven conmigo, Jorge. —El jovenzuelo ofreció su mano, junto a una sonrisa de alivio. 

—Amadeo, ¡deja de recitar esas palabras! Hemos sido arreglados, intenta buscar una esposa y ser feliz —susurró el varón Decalle con tristeza, sus cuencas acataron al suelo. 

—¿Si lo estuviera dejaría de sentir esto por ti? —suscitó al tiempo que tomó al Sr. Decalle por la camisa. Observé la manera en la que con poca fuerza agitaba la cascasa del hombre de adelante hacia atrás. Era un signo de reclamo, porque cuando lo soltó, dio un par de palmadas en su pecho, a la vez que bajaba su cabeza al nivel de los pectorales de Jorge—. Porque en ese caso, ni todas las barbáricas terapias sirvieron para que me olvidara de las noches juntos. ¿Es que no recuerdas cómo se siente querernos? Vivir sin limitaciones, dejándonos guiar por nuestras propias reglas. ¡Ese tipo se metió en tu cabeza, Jorge! Lo único que ha hecho en este pueblo es causar estragos.

—Siempre serás el mismo, Amadeo —comentó afligido el viudo. 

—No necesito ser médico para notar que tu pulso ha aumentado —Amadeo elevó sus ojos hacia el Sr. Decalle y por un breve contacto en su cadera, se cayó la pieza que sostenía su espada de hierro, provocando un ruido que se maximizó por el frío silencio que abundaba. Era posible, desde mi posición, percibir los pequeños pasos, las respiraciones agitadas, las partículas de arena que se deslizaban por el viento e incluso el ruido que hacían las piezas metálicas que acarreaba Amadeo—. No me confieses que has abandonado las emociones nerviosas cuando estoy cerca.

—Si vienes de nuevo o me envías una carta... —El viudo se acercó al joven a un punto en el que la inhalación de ambos se compartía. 

Jorge agarró a Amadeo por la camisa y le dio un empujón, por lo que el joven, de cabello café, cayó ensuciando su indumentaria. El caballero alzó hacia el viudo su espada, empuñando el mango con precisión, ya que no tenía que desfundarla, se le facilitó. La punta del metal quedó rozando una de sus piernas, causando un corte de lo afilada que se hallaba. La sangre descendió por las calzas. 

—No me lastimarías —afirmó el Casanova moviendo su cabeza de lado a lado. 

Jorge retrocedió un par de pasos hasta quedar fuera del alcance del objeto, a lo que Amadeo aprovechó para reincorporarse.

 »¡Ve por el mosquete de tu padre! Si con él vas de valiente, te invito a usarlo ahora.

Ante este último comentario, el Sr. Decalle corrió hasta alcanzar al joven y con empujones lo quitó de la propiedad. Con su zapato, pateó arena que seguía atascándose en los pantalones de Amadeo. Al final, lo único que quedó de esa discusión fue el chorrete de sangre que acabó en el suelo. 

Por mi parte no cabía de las emociones, todo advertía un sentido. Jorge era como Anna, por eso su odio, por eso la arreglaba. Aunque por lo que vi, existe entre ellos un amor lleno de adrenalina.

Me movilicé hasta topar con Cómalo, quien me vislumbró con sus artísticos ojos. Me preguntó si estaba lista, porque había robado las valiosas llaves que ataban la metálica jaula del túnel. Asimismo, caminamos hacia el campo de flores en la mayor rapidez y asistimos a un agujero. Bajé de las manos del mozo, quien no podía entrar. Al introducir la llave hizo un perfecto encaje, por lo que corrí para atinar la sorpresa de la inexistencia de una persona. 

—¡Cómalo, aquí no hay nada! —grité con el eco que se devolvía.

Subí y lo encontré, enseguida comenzamos a discutir, ¿es que el moreno avisó? Me pareció una mala coincidencia decirle al joven y que se llevaran Anna. También cabía la posibilidad de que fuera imaginado por mí, guiado por un delirio de ubicarla. En este momento, la desconfianza me apretaba el pecho, ¿confiaba en Cómalo?

Regresé con Thelma, volando por la calle pedregosa ocultándome de unas ligeras gotas de lluvia, necesitaba aclarar algunas cosas. Por lo que, a lo lejos dimensioné el burdel, rodeado de personas y vicios. Abrí los cuartos sin encontrarla, hasta que pasé a la habitación donde nos reuníamos y ella continuaba llorando a mares.

—¿Qué hace aquí? —gritó Záfiro furiosa, aventó un pañuelo en su mano. 

—Thelma, no debe sufrir más por Jorge, estoy segura de que con Amade...

—¿Ese maldito volvió a ver a Amadeo? ¡Jorge! —Se levantó y como si estuviese poseída, salió del lugar, empero se devolvió.  

Me sorprendió ver una mezcla de sentimientos. Thelma acató a sentarse encima de la cama para relatarme los detalles de la relación de Amadeo y Jorge, un secreto a voces que mantenía el pueblo. Ella anhelaba que él recapacitara; pero al mismo tiempo me expresó conformismo. Después de un largo rato sincero, le comenté sobre todas mis teorías y de que yo presuponía que Anna estaba en un túnel en el terreno de Jorge, a lo que ella me respondió:

«Anna está en la cabaña, no en el túnel».

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