Capítulo 21

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

6 de setiembre de 1605

La ayuda de Vaneshi era crucial, por ello, me entró una emoción que invadía cada rincón de mi cuerpo. Las piezas se iban uniendo más. Poseíamos apoyo y un semi plan que esperábamos que funcionara, pero antes debía actuar y realizar algunos asuntos. Una de ellos sería hablar con Thelma, la mujer de la esquina grisácea, quien conocía valiosa información, no sólo sobre el desconocido paradero del cuerpo de Anna, sino que se trataba de los auténticos oídos del hombre.

Partí de la casa mientras me encontraba sola, mi sentido de la orientación mejoró en gran cantidad y reconocía las calles hasta Tremor. Caminé recordando y pensando: ¿qué sería de mí una vez que saliera de esa situación? Mi padre se esfumó con el viento, con él se fue el soporte de mi vida. Anna no permanecería con Jorge, ni Dana ni Cómalo tenían dinero. Quizá nos podríamos sustentar con La Hacienda o vendiendo objetos.

Aun cuando Goya fuera más civilizada, nos juzgarían por muchos temas. El amor de una dama y un sirviente bastardo no eran aceptados dentro de la sociedad. Cómalo y yo éramos el uno para el otro y con la acción de contarme sobre sus padres, me demostró que es de confianza. Tal vez en mis adentros sospechaba de lo inexistente, debido a las ocasiones en las que me engañaron.

A lo lejos observé el lugar: un cruce entre Tremor, repleto de soledad, y Bretry, la calle más poblada. No noté a Amadeo ni supe la razón de su ausencia. Además, la rubia coqueteaba con un hombre; sin embargo, al mirarme lo abandonó para aproximarse. La jovencita caminaba con debilidad, al parecer por sus tacones y su delgadez extrema causada por la inadmisión. El ritmo de sus caderas se inestabilizaba con cada movimiento. 

—¿Qué hace aquí? ¡Déjeme! ¡Déjanos! —gritó alterada, sacudió sus brazos en el aire en señal de alejamiento. 

Sus zapatos resonaban, su vestido negro se deslizaba de lado a lado provocando curvas en la tela por las ráfagas de viento. Zafiro portaba el atuendo de una prostituta, por él chorreaban las lágrimas de sol que la joven derramó desde su nacimiento. En su aroma se percibían todos los asquerosos varones con los que había estado. 

—Necesitamos hablar, Thelma —murmuró la chica y me empujó, por lo que coloqué mis manos al frente con las palmas extendidas. Me hallé a pocos metros de ella, creando una barrera de aire entre ambas—. Antes de cometer una locura, escúcheme. Piense en su bebé, el hijo de Jorge.

Sus ojos se abrieron con interés, luego se detuvo. Aproveché el espacio para tomar una gran bocanada de aire que me tranquilizó, cada minuto se me dificultaba mantenerme tranquila. Una mujer así no tenía escrúpulos y era capaz de lo que fuese. Apostaba a que no la guiaba la ley o la justicia, sino lo que creía o no correcto. La moralidad de una mujer de la calle era cuestionable.

—Dígame lo que desea o la golpearé. —Frunció el ceño, dobló las rodillas y alistó su puño con ansias de pegarme. 

Retrocedí aterrada un par de pasos y situé mis manos en forma de equis sobre mi rostro. Quise cubrirme en caso de que se atreviera a hacer algo. La precaución no era sobrante. 

—Cálmese. Jorge necesita auxilio. Si usted me colabora, le prometo que nos iremos y jamás volveré. Jorge será suyo, en la inmensa morada criarán a su bello hijo. Aunque antes de eso, elaboremos un trato, ¿está de acuerdo? —Sonreí, alentando una respuesta positiva de su parte. 

—Sí —afirmó con convicción en su voz. 

Si existía una verdad, era que Thelma siempre amaría a Decalle y que trataría de mantenerlo alejado de Amadeo. El joven Casanova representaba un peligro para su amor incondicional, pues quebrantaba todo lo que alguna vez soñó a su lado. 

Narré la absolutez de la cuestión y prometí que le enviaría casi mil uriles, con tal de contar con su asistencia. Dijo que nos acompañaría a buscar la cabaña porque Jorge le habría mencionado su paradero. No confié del todo, pero sabía que si algo sucedía, Cómalo me defendería. 

El burdel era inquietante, se alimentaba de la lujuria de los habitantes de Uril. Cuando entraba por su puerta, un gran peso caía sobre mi espalda. La luz del sol se corrompía al cruzar las ventanas y caer encima de las sábanas, aquellas contaban más historias que las propias empleadas. Las paredes eran oscuras y sucias, muchos hombres se recostaban en ellas. El alcalde y el jefe del gobierno local recibían a jovencitas sobre sus piernas y reían y se miraban y tocaban y traspasaban los límites de la decencia. Era diversión que no comprendí jamás, ni la razón burocrática para que los esposos tuviesen un pase libre a estas cosas. 

Existía una discusión minúscula sobre Zafiro y su participación en el matrimonio Decalle. La misma prostituta deliraba con alcanzar un título que se le escapaba de las manos. Los amantes y las queridas eran comunes. Si el puesto era alto, las probabilidades de que aconteciera algo como eso subían y las esposas no decían nada. Mi padre nunca fue ese tipo de hombre, él se entristeció desde que mi madre se marchó; no obstante, la mantis rompía esa regla con Vinicio. 

Según atisbé hace años, Vinicio Portento era un guerrero importante hasta que fue asesinado en una trinchera. De acuerdo a los registros, sus hombros eran anchos, ojos de color del pasto fresco, cabellos revoltosos y rasgos fuertes. Siempre supuse que su masculinidad atrajo a mi madre, aparte, escuché que era un conquistador. 

Un toque en el hombro me despertó de los pensamientos y al voltear, la calle continuaba en ese ambiente de fiesta perpetua, las almas de Uril bailaban en la inmundicia de su inmoralidad. Marché hacia la casa Decalle. En el trayecto pensé en Anna y en aquel verano del 1600. En ese entonces, mi padre cumplía años, ambas hermanas intentamos planear algo para él. En esas cuestiones, Anselmo Franceste removía la relevancia de una rivalidad. Nunca vi a mi padre tan alegre como cuando le entregamos un pan recién hecho junto a sus regalos. 

—Señorita —musitó la mosca con la maldad rasgando sus cuerdas vocales—, no sé cuántas veces le he ordenado que no salga, Frebritil está a la vuelta de la esquina.

Él no sabía cuánto lo odiaba. Sin embargo, me obligué a seguir con la idea del casamiento hasta mi fuga. Su cuerpo completo me causaba náuseas, alentando mis ansías de salir corriendo. La maldad le transpiraba todo el cuerpo, recorriendo sus poros para dejarlos y terminar en lo fino de mi nariz. 

—Sr. Decalle, hicimos un velorio con todo el pueblo, ya me hubiese contagiado —repliqué hastiada. 

—Eso era distinto, sabe que vinieron personas sin síntomas, puede preguntarle a Vaneshi —señaló el pórtico con su dedo índice y alzó sus cejas. 

Una visita inesperada nos llegó, yo esperaba que fuera alguien más. Terminó siendo un uniformado que lucía ser de la Guardia Nacional. Los ojos de Decalle me contemplaron al tiempo que hizo una mueca de sorpresa. Era un invitado importante y me cuestioné qué hacía ese tipo de persona acá. Sería una excelente oportunidad para mostrarle de Anna y sus diarios. El hombre se acercó con familiaridad; era alto, con una contextura más gruesa, una mandíbula definida y un traje de guerra de pies a cabeza. 

—Buenos días —expresó el demonio Decalle.

Aquel hombre era frío y meditado, por lo que no ofreció siquiera una sonrisa. Su presencia se limitó, por unos segundos, a la compañía de un tímpano gélido. El misterio decoraba el espacio con lo enigmático del caballero. Su impotencia me atraía un poco, como un hechizo de obsesión. 

—Buenos días, bella dama —Sostuvo mis dedos para brindarles un ligero beso, luego volteó a Decalle y asintió.

—Si me disculpan, iré a otear si está listo el almuerzo —declaré, mi idea era escabullirme para escuchar la conversación, después de todo, me daría la información necesaria que nadie más. Así que caminé unos cuantos pasos y me situé al lado de la casa, donde apercibí cada vocablo.

—¿De qué se trata esta visita, General Valtierra? —El Sr. Decalle lucía confundido, era de la manera si conociera a esta persona, pero no supiera su razón de estar aquí.

—Hemos recibido una engorrosa carta que dice que usted mantiene cautiva a su esposa Anna Decalle, además, enviaron el citatorio para el juicio por maltrato a empleados. —Abarcó cada palabra con un tono oscuro, grave y perpetrador.

—¡Maldición! —Dio una vuelta—. De seguro fue esa solterona, la tipa que estaba acá, sólo ha traído problemas y para colmos, será mi esposa. Y, ¿qué procede con eso? Se supone que nuestro trato consiste en que no me apresarían por nada de esto.

El Sr. Decalle no dejaba demostrar todo el poder que poseía sobre Uril, cada piedra se movía con sus direcciones. Se trataba de una gran familia, quienes habrían apadrinado el pueblo entero con todos sus habitantes, aparte, se habrían reservado el mejor lugar para vivir. Aquí, en este corredor, solo se veían grandes damas y caballeros de altos mando, además de que la calle terminaba con una iglesia en el fondo aludiendo a las costumbres propias.

—Se va a casar con la hermana de la difunta —río de pronto—. Es usted un desvergonzado con todas las letras. No se preocupe, por una denuncia anónima no vamos a arrestarlo, de igual manera, en la carta que me envió el otro día queda claro que, si algún día esto llegara a salir a la luz, Cómalo sería el responsable. Con la evidencia del envenenamiento que ocurrió en la cocina y otras cosas que podemos plantar, no habría problema. No tolero las personas de su clase, ya es hora de que vayan a dar a la cárcel.

Luego de eso hablaban de la batalla que libraban contra otras tierras, lo que no me interesaba. Estaba constatado que el corazón del Sr. Decalle no existía, aunque si se piensa bien, era como si prefiriera encarcelar a Cómalo que asesinarlo el mismo. Se veía que el padre Celestino daba todas las órdenes, no obstante, nunca las ejecutaba. También era evidente que no iba a poder pedir ayuda, puesto que se habían confabulado, me preguntaba ¿quién habría enviado la carta? Tal vez Cómalo que estaba con ese cuento en la cabeza de ser fuertes y afrontar lo que viniera.

Entré a la casa para buscar un poco de paz, me situé en la sala principal y procedí a recostarme sobre el sofá. Necesitaba pensar, sobre todo con más claridad, en estos meses había procesado una cantidad inhumana de información. Me sentía abrumada por la situación por completo, hace unos meses no tenía esperanza de casarme y ahora estaba armando un plan para todo aquello, ¿en qué momento? Pero este era el momento para el que mi padre nos habría preparado, el fin era sobrevivir estando solas.

En ocasiones seguía lamentándome por mi padre en las frías noches, al mismo tiempo que miraba por la ventana y sentía el frío entrando por los pies. Recordarlo era un vacío profundo en el alma que me lastimaba con cada pensamiento, aun así, prefería esa situación a tener que olvidarlo. Mi padre hizo demasiado por nosotras en toda su vida, desde criarnos sin ayuda a buscar algún matrimonio para ambas. Jamás podría llegar a pagarle cada acción suya.

De repente, Retya irrumpió en la habitación de prisa, traía consigo un gran objeto blanco que parecía...

—Srta. Franceste, mire, ya ha llegado el vestido de novia de la madre de Jorge. —Emocionada movía de un lado a otro la gran tela blanca que se deslizaba en sus manos—. ¿No es bonito? Tuvimos que enviar a traerlo desde el museo de Uril, allí estaba puesto en la ventana principal.

—¿De qué habla? —comenté asombrada. Era increíble para mí lo que estaba sucediendo, si es que yo solamente habría aceptado el cortejo del asqueroso con el fin de conseguir mucho más tiempo para buscar a Anna—. El Sr. Decalle ni siquiera ha comenzado el cortejo, ¿cómo es que se permite la libertad de traer cierto elemento?

—Hace días envié una carta a su nombre para recogerlo, pero no sabía que «usté» no sabía. Como aceptó el compromiso, yo asumí que...

—¿Y qué hay de Cómalo, Retya? —espeté—. Estoy esperando encontrar a Anna para deshacerme de este cortejo, no pienso casarme con el Sr. Decalle. ¿Dónde se encuentra el susodicho?

Retya estaba avergonzada, por lo demás me dijo que el Sr. Decalle se habría ido a la misa del mediodía, así que tendría que esperar un poco. Puede que el Sr. Decalle fuera a tratar con el padre Celestino buscando una respuesta o consejo. Le pedí que se lo llevara, pero antes me extendió una carta que venía en el correo de la semana.

CARTA DE EVARISTO HACIA MARLENE FRANCESTE

«E. S. C

Uril de Vayamerta de Costa (Cementerio Jorge Decalle)

Uril de Vayamerta de Costa (Calle 22, Mansión Decalle)

Querida Srta. Franceste:

Es de mi agrado hablar con usted a partir de estas cartas, ya que hacía rato que ningún alma me contactaba fuera del cementerio. Lo que pregunta es estrictamente confidencial, así que no puedo revelarle datos, aunque como viejo 'cacreco' que soy le diré un poquitico. 'Diay', ¡se figura que ese nombre no está en mis registros! Listo, eso sería lo que le voy a asegurar. Ya sabe, cuídese de alguna zurra. Con cariño:

Evaristo Sánchez de la Casa».

Era interesante, ¿eso qué quería decir? Que Antel vivía o que el Sr. Decalle escondió su cuerpo en otro lado. Dana dice que ella esa noche salió corriendo y que jamás volvió a escuchar de su esposo, ¿dónde estaba la verdad de todo? Es que ese viudo negro terminó haciendo lo que quiso con todo el pueblo, manejando a su antojo, la policía, el cementerio, los comercios y supuestamente asesinó lo único a la única persona que lo desafiaba. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro