Capítulo 22

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«HISTORIA CLÍNICA

NOMBRE DEL PACIENTE: ANNA FRANCESTE DE DECALLE

No.a DE EXPEDIENTE: 7852-23A

FECHA: 20/07/1605 HORA: 13:00HRS

Femenina de dieciocho años de edad, casada, católica, originaria de Goya de Villatenue, conocimientos sobre lectura-escritura, hija del médico Anselmo Franceste, libre de embarazo.

AHF: Se desconocen sus antecedentes familiares.

ANPN: Se encuentra en la cabaña de la familia Decalle, mala alimentación, mala higiene por la misma situación.

APP: No se encontraron enfermedades predecesoras, aunque se sugirió una observación por infertilidad, basándose en De Sterilitate Utriusque Sexus (1605) y Observations diverses sur la stérilit? (1605)

Al día de hoy se examinó a la paciente con exhaustividad a fin de garantizar su salud. Por la mañana comenzó a presentar molestias, señalando su abdomen repetidas veces, aproximadamente unos diez centímetros a la derecha y abajo de los senos. En el lugar evidenciaba un tono color violeta oscuro en forma de huevo. 

Por otro lado, el estado de delgadez de la mujer era preocupante, debido a la inadmisión se podían palpar sus costillas de manera clara, aparte de su pelvis que sobresalía con notoriedad. Una de estas costillas se encontraba rota, lo que provocaba dolores intensos.

Su cabello era normal; sin embargo, se examinaron algunas zonas con carencia de este. Se presumió que fueron causadas por tirones de las hebras, lo que llevó a un desprendimiento parcial. Sus ojos respondieron de manera correcta a luz. Su nariz sangraba con levedad; no obstante, no era signo de preocupación. El resto de su rostro estaba en buenas condiciones. Se muestra una orina normal y digestión adecuada. 

Cerca del mediodía la fémina empezó a quejarse de un malestar en su oído derecho. Para todo lo anterior se le propició una sanguijuela que le ayudaría con su tímpano, además de un par de remedios que se le ordenó a Retya que suministrara y vendajes».

NOTA SOBRE LA HISTORIA CLÍNICA DE ANNA FRANCESTE DE DECALLE

En los últimos días he tenido una memoria pésima que ha ido decayendo con el tiempo y al cruzar el umbral de los sesenta, todo se ha vuelto más confuso. Existen periodos en los cuales me cuesta recordar siquiera mi nombre o de la escuela que egresé. Por lo que, he decidido dedicar estas notas a las historias clínicas y así recordar un poco de lo que veo en el caso. 

 Anotaré todo lo que suceda, comenzando con la historia de Anna Decalle.

La chica estaba en malas condiciones, creí que algunas de las heridas que poseía podían agravarse. Cuando Jorge la volvió a atrapar luego de escaparse, la intemperie había causado varios efectos en ella. Ese bosque está repleto de árboles tenebroso y animales nocturnos. La inmensidad del terreno verdoso atemorizaba a todos los habitantes de Uril. Se decía que monstruos se ocultaban en las piedras y que el diablo rondaba en las cercanías. 

Sospechaba que Anna era infértil, mi intuición me lo indicaba. Aunque su menstruación era inusual. En Dansfo, creo recordar, consultó una vez una joven que carecía de estos sangrados por completo. Su condición requeriría de un examen especial, y yo no poseía los conocimientos necesarios para llevarlo a cabo. El destino de Anna se vería conforme pasaran los días y sus costillas sanaran un poco.

En todo caso, tomé la decisión de quedarme un poco más acompañando a la chica, de esa forma podría vigilar su proceso, en el que monitorearía la sanguijuela y otras cosas. El hombre la ató a una silla, lo que le provocaría algunas heridas por las cuerdas que la acordonaban. Era el motivo de sus revolcones entre gimoteos. Yo traté de calmarla, pero todos mis esfuerzos fueron inservibles. 

DIARIO DEL DR. LAMBERT VANESHI

He perdido la cuenta de la fecha actual, en ocasiones se me entremezclaba el cerebro y Nicolasa tenía recordarme muchas cosas. Asumí que era martes. Me incorporé bastante mareado, de seguro era mi edad. Seguí hasta la cocina a fin de almorzar, por alguna razón terminé en el patio trasero. Continué mi camino para desayunar, antes, escuché a mi esposa reclamarme por la escasez en nuestra despensa.

¡He olvidado sus palabras exactas! ¡Maldición! Me juré que haría el esfuerzo por mantenerme al margen con las oraciones y la parte comunicativa. Repudié cuando mi maestro en Dansfo inició con los síntomas de la enfermedad de los locos, al poco tiempo se vio obligado a beber un potente veneno. Eso sí lo sé, porque yo le serví la copa. Él me consideró su pupilo por varios años, su más grande aprendiz. Aunque su nombre es imposible de rememorar. 

Ser médico estos días estaba infravalorado, lo que me forzó a participar en trabajos de partero para poder costearnos la vida. En ocasiones traté pacientes por la mañana y otros por la tarde. Por tal, tuve que hacer alarde de mis dotes como romancista para incursionar en el arte de las letras, después de treinta años trabajando de galeno. En estos días escribí algunos documentos; laboré en mecanografía, transcripciones y traducciones del latín al español. Todo era insuficiente. 

«Nota: Revisar si entregué los encargos del General Valtierra»

Si mi memoria estuviese intacta, sería un peligro para el pueblo. Esos papeles que le arreglé al militar contenían planes secretos para derrocar al alcalde actual; sin embargo, nadie me creería en mis condiciones. El Sr. Decalle se involucró en el complot, manejando los hilos por debajo de la mesa, como era usual en él. Sería un desastre, uno terrible. Colocaré un fragmento entre las hojas como recordatorio de la entrega pendiente. 

Pensé en revocacionarme a la poesía, ya que, ellos y los sacerdotes, adquirían las licencias para laburar en el área de la medicina. Incluso Felipe III permitió a médicos ejercer otras profesiones. Nuestra relación con la iglesia se estancó y el padre Celestino no era la excepción a las diferencias. No obstante, necesitaba ir a confesarme cada jueves. Esta semana me extendería, era grave la situación que me rodeaba.

Se acercaba el aniversario de muerte de mi niña, la que murió por causa del padre Celestino y Jorge Decalle, por ella me mantenían amordazado. No paraban de decir que iban a hacer lo mismo con Nicolasa. Era evidente que el poder que ejercía esa familia sobre el pueblo era incontrolable y peligroso. Él manipulaba a todas las familias, luego de la muerte de ambos de sus padres, el patrimonio total fue heredado por Jorge, quien manejaba las finanzas él por sí solo. 

Era un hombre inteligente y malvado en la misma manera. Así, junto al padre Celestino conformaron un dúo terrible en el que se aprovechaban de lo que el otro proveía para conseguir lo que consideraban, sin anteponer a los demás. Yo no era un santo, empero no era un demonio. 

«Nota extra: es importante no olvidar esto jamás»

Anna cayó en las telas del Sr. Decalle, lo que me compelía a visitarla y rezar para su supervivencia. Su debilidad y soledad le machacaban el espíritu, a mí me sorprendía que continuara respirando. Tan lejos y tan cerca, donde no era capaz de liberarle una palabra de lo que conocía a nadie o me colgarían. El destello de sus ojos suplicantes de soporte urgente, me torturaban por las noches. 

Al final, la auxilié el día que llegué y dejé sueltas sus cuerdas. Era una forma de expiar mis culpas acerca de mi hija, la flor que descansaba en las noches junto al cementerio, rogando por algo más allá de lo que se observaba. 

«Dr. Vaneshi, ayúdeme por favor», esos vocablos se impregnaron en mi mente. Las súplicas de la joven, sucia y descuidada, se tatuaron en mi cerebro como una leyenda. Se repetían en un círculo infinito de lástima. ¡Ay, la culpa!

—Lo sé, aunque no está en mis manos. Me amenazaron —dije por lo bajo. Ella temblaba, sus delicadas manos me estrujaban las mías y volvían a su lado.

«Dr. Vaneshi, ayúdeme por favor», ¡otra vez daba vueltas esa maligna oración! Es lo único que vi salir de sus sellados labios, carcomidos por las mordidas de la ansiedad de hallarse encerrada. La chica sangraba y sollozaba en la oscuridad. 

¿Qué me detenía?, ¿quién me coaccionaba? Quizá era la pena, vergüenza, el pecado propio o mis apercibimientos sobre lo acertado que eran sus acciones. Aun cuando yo juré que protegería a las personas, era imposible verla y comportarme indiferente. Mi deber me perseguía donde fuera, no permitir la corrupción; no obstante, cada vez que lo intentaba, sólo me topaba con una pared de cobardía envolvente. 

«Dr. Vaneshi, ayúdeme por favor»

La dueña de mis pensamientos y de los fragmentos colgantes de mis cabellos: Isabel, mi adorada hija. Seguía llorando su muerte, la situación más fatídica que acaeció. Repetirlo lo revive, así que continuaré haciéndolo. Mi retoño era extraordinaria, tal vez en demasía. La jovencita no era inteligente a secas, la bandida nació con la milla extra de Cervantes, Fallopio o Galeno. Cerca de sus diez años memorizó todas las enfermedades de la época, devorando libros de mi biblioteca. Al finalizarlos, se dirigió a la de mis amigos. 

Isabel tenía que crecer y comenzó a cuestionar cada cosa. Ella anhelaba saber por qué el sol brillaba y por qué se escondía en los mares y por qué los barcos flotaban y por qué las hormigas formaban un camino. Mi hija añoraba los enigmas del universo, cuando la explicación era: Dios; no se conformaba. Al agrandar más, dejó de ir a la iglesia, en su lugar, leía todo el día y de la medicina se trasladó a la ciencia. De pronto, comentaba que Dios no existía, que cada elemento era producto de cosas exactas, números y datos. 

El padre Celestino se enteró por boca de Decalle, quien con anterioridad solicitó la mano de Isabel. La joven se negó y el hombre no se detuvo a pensarlo dos veces antes de enviarla a quemar por bruja. No pude asistir a su ejecución, aquello era demasiado como para soportarlo.

«Dr. Vaneshi, ayúdeme por favor», ¡si lo escribo saldrá de mi cabeza!

Siempre lo recordaba de la misma manera, «ese día». El aire se congeló, las nubes se esparcieron, la lluvia viajaba con intermitencia y el ambiente estaba grisáceo. Salí de casa para atender a un cliente y vi la gran estructura de madera encargada de sostener su inerte cuerpo. Los recuerdos de su niñez y vida me azotaron, traté de reclamar en la casa de Decalle, en la iglesia, donde fuera que me escucharan: nadie respondía y nadie lloraba y a nadie le importaba Isabel. 

Si digo que gimoteé, que grité, hubiese sido un gran alago. Desde entonces rezaba para que Dios nos perdonara y no hiciera que eso pasara de nuevo.

Por esa razón seguía las órdenes de Decalle, de lo contrario, Nicolasa acabaría igual. Anna ya lo estaba pagando de la forma más cruel, aun así eso no era lo peor, sino que se hallaba débil. Aquella cabaña que se localizaba al lado del antiguo árbol de peras de la familia Tamira y frente al lugar donde solía estar el templo de las mil cruces, se llenaba de miedo absoluto. Por el bosque, casi no se percibían sus gritos, a lo lejos, como un eco en la noche, un ruido de algún perro en la oscuridad que insistía en ladrar.

—¿Cree, usted, que pueda salir viva de este matrimonio? —preguntó Anna, muy cabizbaja.

—No diga eso. —El pesimismo era la peor arma contra la esperanza—. Sé que lo hará, es usted fuerte y valiente.

—Dr. Vaneshi, ayúdeme por favor —Soltó varias lágrimas que bajaban por sus mejillas y escurrían hacia su cuello; narró entre gritos ahogados de aire cansado—. Yo no le hice nada, yo solo...

Le expliqué, realicé un recuento de las actividades que... ¡acabo de olvidar qué escribía! Bueno, que Anna la pasó muy mal todos estos días. No se me escapaba la culpa de cooperar, otra de las cargas que tendría que llevar en mi espalda por el mayor tiempo posible. Me desgarraban las grandes cadenas que me esperaban en la otra vida, en la que me uniría a Isabel. 

Jorge siempre fue un niño cruel, pasó la mayor parte de su vida aislado por su madre, escondido entre las ventanas de la mansión. Se decía, en aquel entonces, que Rosario Decalle era un ser horrendo en el alma, oscura y ególatra. Algunas ocasiones, muy raras, en las que ella le permitía jugar; no obstante, ningún niño se le acercaba, excepto Cómalo. Por esos tiempos lucían distintos debido a la diferencia de edad, los dos hermanos más unidos que existían en Uril. Ambos fueron separados por las dos Franceste, quienes, al contrario, se unieron en consecuencia de la situación.

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