Capítulo 24

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OBITUARIO DEL 25 DE ABRIL DE 1598

Traducido del latín

«ISABEL VANESHI ROMA (1582-1598) Única hija del Dr. Lambert Vaneshi y Nicolasa Roma Flores. Fecha del funeral: 26/04/1598. Misa en Iglesia Celestino Sombra, 10:00AM. Entierro en el Cementerio Jorge Decalle de Uril. Se bendice su alma, que descanse en la gloria del señor. 

TATIANA ROSSI (1598-1598) Única hija de Thelma Rossi y padre desconocido. Fecha del funeral: 26/04/1598. Misa en Iglesia Celestino Sombra, 8:00AM. Entierro en Cementerio Gloria del Ángel de Goya. Que su alma inocente sea amparada bajo las alas de la esperanza»

DIARIO DE LAMBERT VANESHI

¿Miércoles?

Recordé ese obituario por muchos años, ¡para variar! Lo mantuve oculto entre los documentos de mi oficina, alejado de Nicolasa o la servidumbre. 

Nunca supe olvidar a Isabel. Siempre me decían que un padre no se cura de una herida así, me recalcaban que perder una hija era un cuchillo que atravesaba el corazón. A tantos rostros que lamentaron su muerte no les reclamé que se limitaran a sus propios asuntos. Todos se pasearon por la gran estructura de madera el día de su muerte, pero no se resistieron de ofrecer sus supuestas disculpas en el funeral. 

Conocí a Nicolasa demasiados años atrás como para contarlos. Era hermosa, pulcra y el sueño de cada jovencito del pueblo. Yo ni siquiera era médico en ese entonces y pronto partiría a Dansfo para la escuela de medicina. Esa bella noche de... ¡No es importante! Tomé la valentía que transitaba mi cuerpo y caminé hasta su hogar. En la puerta me recibió su madre, quien era una mujer de tez blanca e impecable. Gritó mi nombre varias veces para alertar de mi presencia en el pórtico. 

Esa fue la noche de mi vida. Observamos las estrellas en el río de camino a Palente, en el cruce donde estaba el puente más transitado. Por las noches, el lugar, daba paso a una melodía de luces estelares y caían los brillos sobre su cabellera ondulada. Debíamos regresar antes de las campanas de la iglesia a su casa. Su progenitora era distinta, pues entendía que su retoño decidiría de la forma correcta, a pesar de que en el pueblo se comentaba, a escondidas, de los libertinajes que le concedía a la chica. 

Esa fue la noche de mi eternidad. Allí se inmortalizó nuestro espíritu, sin dudar ni un segundo de que seríamos el uno para el otro. 

En fin, estudié en Dansfo durante muchos años, aunque traté de enviar la mayor frecuencia de cartas, en algunas ocasiones me era imposible. Temía que Nicolasa fuera a desanimarse y que se casase con otro cuando hubiese regresado. Así que apenas terminé mi especialización, corrí de vuelta a Uril. En aquel entonces este era terreno nuevo para los galenos y se pagaba muy bien entre las altas cunas. 

Esa fue la noche de mi desilusión. Al regresar me aguardaba Nicolasa con una promesa de matrimonio ajena y, cuando la visité, colgaba de su ropero el inmenso vestido que pertenecía a la abuela de su prometido. Intenté preguntarle qué había acontecido; no obstante, ¡se quedó muda! Llevábamos meses charlando por cartas y me traicionaba de esa manera. Al parecer, ella quería buscar un nuevo amor.

«¡NO! ¡OLVIDA! ¡OLVIDA!»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

¿Cuántas veces lo escribí para detener el sufrimiento? ¿Debí romper la página con manchas de tinta para que no me ardiera la coraza cuando lo miraba? ¡Hice lo que me dio la gana con mi diario! Las frases se me impregnaban en la cabeza, como era usual, y me machacaban mis pensamientos desde el interior de mi acelerada y testaruda consciencia. 

«¡NO! ¡OLVIDA! ¡OLVIDA!»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

«Lambert, no podía esperarte toda la vida»

Y yo, que le entregué todo, fui desterrado a las tinieblas de la omisión. También era teatral en esas épocas, por lo que no culpé mis acciones pasadas. Lo cierto era que me dolió en el pasado; sin embargo, pronto desaparecería de mi memoria. 

«¿Con quién te comprometiste?», esas palabras me acechaban. Salieron de mis labios desgarrando y rompiendo la carne que los sujetaba a mi rostro. Mi semblante cambió por completo porque me sentía engañado por ella; la odié por unos segundos y repudié los ojos que admiré con tanta belleza. Aunque ese sentimiento no duró bastante tiempo. 

Con el mutismo que adoptó, no me dirigió ni una sílaba. Sus belfos se sellaron con cera, junto a su voz, que no tuve la oportunidad de escuchar más. 

Decidí ir a Dansfo para terminar de estudiar otra especialización y conocer personas que me cambiasen el rumbo. Pasé los siguientes años como un transeúnte de la vida. ¡Qué buena etapa! Pero nos reencontramos por obra del destino. Lucía pálida, cubría su cabeza con un velo negro delgado y una túnica del cuello a los pies. Sus húmedas cuencas gimoteaban por el mercado de Palente, atisbé las cristalinas lágrimas caer al suelo y convertirse en un charco diminuto. 

«¿Qué hace aquí?», pensé en el momento con una duda recelosa.

No tardé lo suficiente para seguirla ese día, por lo que me alejé. Se percibía triste desde lo lejos, como esas viejas damas que uno veía en una eviterna agonía. Me carcomía la curiosidad de saber de ella, empero era incorrecto. El punto de esta historia tan larga y aburrida era inmortalizar el trayecto con Nicolasa antes de perderlo entre las lagunas de mi retentiva. 

No consideré, ni por un microsegundo, rendirme ante la enfermedad de los locos, p̶i̶e̶n̶s̶o̶... 

Convencí a un lugareño de que me prestara sus ropas en ese horario específico, con la esperanza de no ser avistado. Los meses transcurrían y la espié en el mercado los sábados, hasta que una vez me descubrió encubierto. El día en cuestión, se acercó a mí con calma, me saludó con su mano derecha y sollozó sin mesura. Luego me reveló los detalles del acaecimiento varios años atrás. En su abrazo palpé sus costillas que se rodeaban de piel casi transparente, su rostro se adhirió al hueso, exponiendo sus fuertes facciones. 

Nicolasa se casó y vivió un par de años con Mario Valtierra, el tío del actual General Valtierra, quien no le sobrepasaba en edad por mucho. Quizá su diferencia fuera de un año o dos, ya no lo sé con certeza y tampoco me importa almacenar ese dato. Con el paso de las conversaciones, las que eran repentinas para mí, estrechamos la relación. Se disculpó tantas veces conmigo, que los vocablos exactos eran inexistentes. 

Salimos de los huecos de la soledad. Por mi parte, enfrentando la inmadurez que me llevó a abandonar lo nuestro de forma súbita y su falta de claridad conmigo. No quise protestar como un niño, ¡ya no ostentaba ese título! Fue difícil; un reto. 

En un periodo de tiempo comencé a sospechar que Nicolasa era distinta. Anna era el mismo caso que ella, pues eran víctimas de la infertilidad desconocida. Era una auténtica pesadilla para las familias. Fuimos incapaces de concebir, por lo que acudí a un maestro en Dansfo. Sin embargo, me indicó, en su sabiduría y criterio, que la posibilidad era nula porque presentó algo intratable. Sin más, nos acotamos a ilusionarnos con la sensación de un bebé. Nos congregamos en la iglesia, ya que el padre Peitrenco nos apoyó en Uril, como pudo, hasta que falleció. 

Celestino era un viejo en el traje de un joven, cuando arribó al pueblo. Le advertí a Nicolasa que no me dio una buena impresión, aunque ella se opuso a creerme. Nos repletamos de fe, era increíble la forma en la que variamos nuestra personalidad por sus discursos. Pero no éramos los únicos, ¡todo Uril se unió! ¿Conversiones? Sí se realizaban, se entrometían en la mente de las esposas y recolectaron a cada miembro. El sacerdote se asustó de la situación de mi mujer, por lo que nos llamó a una charla privada y nos ofreció «la solución». 

Esa noche fue mi condena. A cambio de permanecer leales, nos brindaría «la cura mágica». ¿Cómo nos íbamos a resistir? ¿Cómo le negaba a mi esposa lo que deseábamos? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? No entendía que el remordimiento me acarrearía problemas futuros. 

¡Ni me acordaba de mucho! Sí comprendía que nos lideraron a una habitación oscura. Existían un par de lámparas que apenas alumbraban las expresiones de los asistentes, el suelo era de tierra y en el centro se hallaba el padre. Varias jovencitas se arrodillaban besando sus pies y tirando de su túnica rojo intenso.

Era una locura. ¿Esos actos eran aprobados por los superiores de Celestino? Desearía haber sabido quién era ese hombre en realidad. ¡No se debía involucrar con el Diablo! En un ropaje negro subió de los infiernos para dar sermones en la Iglesia de Uril, no dudaba de ello. ¡Y es que no sólo fue nuestro perpetrador! Ese tipo tocaba una cortada con la mano y retorcía sus dedos adentro. 

CELESTINO ERA LA OSCURIDAD

¿Lunes?

Mi existencia era atemporal, ni me esforzaba en rememorar la información. Tampoco creí que fuese justo desvelar que desconocía la imagen de Isabel, no más. Me aborrecí y traté de dibujarlo. 

Escribía la historia de Nicolasa, ¡si fuese tonto! 

Para agilizar el asunto, mi esposa bebió un extraño líquido de una copa de oro que el padre sostenía en sus manos y nos dio instrucciones. Rezamos siete días sin parar, sólo para los asuntos básicos parábamos. Nicolasa se embarazó con prontitud e Isabel apareció. Fueron lindas alusiones; no obstante, esta enfermedad me las arrebataría. 

Me mantendría como un cascarón vacío de muestras, confundiendo presente con pasado y futuro. Relegaría el olor a leña que poseía Nicolasa, sus luceros de color... de Isabel, o si la mujer que convivía en mi casa era mi esposa. ¿Qué hice? ¿Arremetí condenas? Me confesé y comprendí por más años de los necesarios que era un viejo derrocado. 

Tal vez mi pecado fue suplicar por mi muerte cuando mi hija fue asesinada y nunca pagaría la deuda.

¿Miércoles?

Divagué con exageración. Resolví que me levantaría con la motivación de encaminarme rumbo al éxito. La ruta de tierra me dirigió a la cabaña Decalle, donde se localizaba, ¿Anna? Perdí la cuenta de la cantidad de mujeres que atendí para esos hombres, en algún momento. ¡Una tras otra! ¡Mi subsistencia dependía de la cantidad de sangre de las jovencitas! El pueblo desviaba la mirada hacia las acciones deplorables, ¡eh! No cometería tal comportamiento, valoraba mi entidad como para arriesgarme de esa forma. 

Llevaré de inmediato una nota que traduje para Valtierra. Era una copia, al menos, para avisarle a Jorge de los planes que mantenían sus cómplices. Como dije, si tuviera la memoria intacta, era posible que fuera el mejor espía que haya visto Uril, ¿o no? Sí, en la boca de todos estaría el increíble Lambert Vaneshi. 

Las aguas se calentaban al punto de evaporarse, sin mostrar la veracidad de lo obtenido. Ninguno dominaba el tema, a excepción de este humilde médico. ¿Podría jugar mis cartas a favor o en contra de quien quisiese? ¿Sería Valtierra, Celestino o Decalle?

Jorge era curioso y me inclinaba hacia él, pero era importante intuir acerca de Tatiana Rossi. Era una bebé menor de un año que falleció. No supe a cabalidad los detalles, sólo realicé el reporte del obituario y auxilié en el cementerio. Sin embargo, su cara era justo como la de Decalle cuando era un niño. Su madre, Rosario, solía declamar que el chico nació con una marca en el ojo derecho y que con el tiempo se desvaneció. Por supuesto que no le creí, dichas de nacimiento no se borraban. Tatiana poseía una en el mismo párpado.

Thelma era Thelma. Le aterraba ser una mala madre, pues su enfermedad le causaba decir incoherencias y alimentar un diálogo consigo de forma extraña. Cuando la niña nació, se reveló su nombre y su padre se esfumó. En la profesión de Zafiro era fácil quedar encinta. Así tuvo a la niña, días después la encontrarían muerta. El caso nunca se resolvió. Se supo que la niña dejó de respirar por las noches. Y si tuviera que apostar a quién lo hizo, lo más probable era que no fuese el infractor. 

Valtierra era un mentiroso, empero eso era historia para otra ocasión. 

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