Capítulo 6

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DIARIO DE ANNA FRANCESTE

13 de mayo de 1605

Fue un día oscuro, repleto de lluvias que no se detenían. Veía por la gran ventana como cualquier otro día, observando las transparentes gotas caer de manera veloz. En algunas de esas situaciones me imaginaba una carrera entre ellas, como cuando jugaba con Marlene de pequeñas; era usual que yo ganara, lo que la irritaba hasta que ya no quiso volver a jugar. 

Decidí convertirme por completo al ámbito de las damas de la corte, a razón de que me daría la ventaja para poderme casar. Por mucho tiempo ese fue mi único sueño, hasta que luego de un tiempo comencé a sentirme vacía. Pero ¿qué iba a hacer? Toda mi vida fui dirigida a ser: «Anna, la hermosa mariposa», no conocía más allá de eso. Es así, que me comencé a acostumbrar a la idea de que sería nada más una esposa por siempre. 

De pronto, las nubes se separaron, despertándome de mis pensamientos y dejando salir un precioso sol de color amarillo llamativo. Incluso pudo alegrar mi día ver ese hermoso arcoíris recién hecho.

Eso me hacía volver a las mariposas, los bellos y coloridos insectos que trataban de sobrevivir en un mundo cruel que no las merecía. Yo iba a las praderas cerca de mi casa a fin de tocarlas, aparte de deslizar mis dedos por las flores, donde ellas se posaban. Siempre quise ser de esa forma y poder tener la capacidad de volar lejos.

Jorge estuvo trabajando mucho tiempo, por lo que yo me sentaba a esperarlo en la puerta hasta quedarme dormida; no obstante, este nunca llegaba. Por su apatía presentada desde los hechos, no pudimos asistir de nuevo a la iglesia. Mi esposo quería calmar sus necesidades con mujeres y trabajo, lo que lo llevó a pasar domingos enteros en sus labores.

Esa tediosa mañana llegó el sacerdote a nuestra casa, cruzando el deteriorado pórtico. El hombre de tez clara golpeó varias veces la puerta, por tal, Retya corrió a abrirle para permitirle pasar. Venía en ropas oficiales, como si acabara de salir del sagrado templo. Asimismo, su cabello era blanco, con una sonrisa y un par de ojos tiernos. Salí a su encuentro, puesto que fue él quien nos casó.

Yo era bastante creyente, sí le tenía fe a Dios. También habría de decir que todos los años en misa me habían enseñado una que otra moraleja, las cuales habría aplicado en mi vida personal, por ello nunca me perdía la ceremonia de los domingos en Goya. Sabía que Jorge era fiel de la misma manera, supe que su madre era una mujer exigente con el tema. Por mi parte, entendía que debía pensar más allá de mí. 

—Señora, ¿quiere que llame a Cómalo para que la acompañe? —decía Retya, mientras aludía a la orden de no estar a solas con un hombre mayor, lo cual no era de mi particular preocupación.

—No, déjalo así. —Mi firmeza se percibía en la manera constante que pronuncié las sílabas.

Con pequeños pasos y levantando las comisuras de la boca, se sentó sobre uno de los sofás rojos principales. Su rostro era confuso, para ser sincera, nunca supe si estaba afligido o asustado. Añadido a esto, querido diario, te advierto que las palabras que salen de la boca del sacerdote eran muy extrañas. El día de la boda casi ni pude entenderle.

—Mi chiquita*, que llevo sin verla muchos días. Que vaya a misa he esperado atiborrado de ansias —pronunció entre miles de letras que no pude compaginar de manera coherente.

Intenté comentarle que mi matrimonio había sido tan espléndido como él se lo hubiera imaginado, yo quería que pensara que seguíamos como en la cariñosa celebración. Si me arriesgaba a decir algo que no debía, acontecería lo mismo que en Goya y no estaba dispuesta a volver a pasar por un rechazo social.

  —¡Qué alegría! Que usted perdida se me hace desde el casamiento, el motivo ya me es claro. El señor Jesús es tan piadoso que un hombre ha de haberle puesto bueno. Usted debe decirme como parte de esta informal confesión, ¿los hijos en sus planes están? —Levantó ambas cejas y se inclinó un poco.  

—Claro, pronto nos verá con un retoño. —En ese instante no tomé en cuenta cómo iba a sustentar esa mentira—. A ambos nos encantan y espero que tengamos un par de hermosos varones.

—Entonces deseos de buena voluntad le extiendo. —Su felicidad parecía genuina, porque alrededor de sus cuencas se mostraban pequeñas arrugas.

—Padre, ¿puedo preguntar la causa real de esta visita tan repentina? —expuse. Me parecía algo fuera de lo común, con una interrogante en la espalda. 

¿Por qué se presenta el sacerdote luego de misa para preguntar sobre mi vida de casada? Eran temas personales, que aunque el hombre fuera cercano, no debería venir a cuestionar.

Levantó su mano para santiguarse y me contempló para decir:

—Perdóneme por haber mis razones ocultado. —Se relamió los labios—. Sé que no debería cotilleos escuchar, con todo lo que ha estado sucediendo se me hace imposible cuando en los secretos de confesión las cosas me dicen. Contarle, no pretendo. De cualquier modo, asegurarme de que Zafiro no andaba en estos lares era mi fin.  

Creí haber escuchado ese nombre en los labios de Retya, una escena vaga se me incrustó en la mente. ¿Quién era con exactitud Zafiro? Por lo que me atreví a preguntarle al padre si es que esa mujer tenía por nombre de pila: Thelma. Lo que salió de su boca fueron sílabas que temía escuchar. Ahora todo lo que yo había estado sufriendo estaba de la mano de lo que comentaban.

Todo lo demás era incómodo, hasta que me despedí del clérigo con aras a sentarme a llorar bajo la ventana del comedor principal. Mientras escribo esto, muchas lágrimas empapan las hojas de papel, provocando unas grandes manchas de profunda tristeza. No tenía fuerzas para pelear con Jorge, debido a mi falta de alimento.

La única que me mantenía con vida era Dana, una de las vecinas que con lentitud se acercó a mí. Hace unos días salí al jardín en busca de unas flores para colocar en la habitación que Jorge me dio, allí la vi en un enorme vestido color menta sentada al otro lado de la calle. Al examinarla me recordó a una amiga que tenía en Goya, por lo que la familiaridad me jugó a favor.

Horas después estaba la chica en la puerta de la casa con un plato de sopa de col entre las manos, bajo la excusa de una bienvenida al vecindario. Ella mencionó que no sabía que yo había llegado como esposa de Jorge, ya que acababa de arribar de un viaje. Fue encantadora, hasta Retya quedó asombrada con sus ondulados cabellos color café resplandecientes bajo el sol. Su rostro era liso, un poco bronceado y con unos ojos marrones soñadores.

Pienso que nunca habrá tenido una amiga o alguien más, porque terminó detallando su vida completa entre unas cuántas tazas de té. Revoloteando entre recuerdos y con una confianza abrumadora. Yo apenas si hablaba con Retya, inesperadamente esta mujer estaba en el sofá rojo de bordes finos contándome su caótica vida como si nos conociéramos desde el nacimiento. Yo hice mi mayor esfuerzo por mantenerme atenta, escuchando cada palabra que decía.

De repente me encontré que estaba viniendo de manera más frecuente; sin embargo, nunca pude curiosear a su esposo. Luego me confesó que su marido Paolo de la Barca, mercader de una producción de nabos, era un hombre muy ocupado. Además, su sueño de toda la vida fue desposarlo hasta que se dio cuenta de que no lo amaba. Aunque habiéndose casado no tenía más remedio. 

Posterior a esto, supe por boca de Retya que era de conocimiento público que su esposo estaba al otro lado del mundo trabajando, al mismo tiempo que dejaba a Dana sola. 

Por esta razón llegó a mí como si yo fuera ese salvavidas que le faltaba.

20 de mayo de 1605

La joven amable se convirtió en muchas historias referidas de tarde, yo le expresaba de mi hermana Marlene, a quien ahora me arrepiento de haber tratado mal todos esos años en venganza de sus maltratos. Hablando con ella he llegado a la conclusión de que mi odio hacia ella era únicamente un sentimiento reaccionario al odio que siempre me tuvo.

«Nota: Enviar carta a Marlene disculpándome»

25 de mayo de 1605

Dana se quedaba conmigo en la negrura observando las hermosas estrellas cuando Jorge viajaba. En ocasiones, lloré contándole aquello que me aquejaba. Justo ayer me regaló su pañuelo. Asimismo, nos sentábamos a criticar a esas mujeres exuberantes que desfilaban al atardecer en camino a la imperante iglesia. }

En esos pocos días su presencia me devolvió la vida, aun así, no terminaba de causarme apetito.

Retya me externaba lo feliz que se encontraba por mí. Ese día estábamos en mi habitación, yo me hallaba sobre la suave cama con una bata larga color crema, esperando que me cepillara.

—Si me permite el comentario, ha cambiado mucho con la llegada de esa vecinilla. Es una buena amiga. —Su tono era alegre, lo que se demostraba en esa gran sonrisa que poseía. Tal vez era muy genuina, pero me parecía aterradora.

—Sí, Dana es una persona muy curiosa. Tiene la peculiaridad de que jamás se queda sin un tema de conversación y que tengo más en común con ella que con mi propio esposo. Si es que puedo darme el lujo de seguirle llamando de esa manera. Ni siquiera lo he visto desde la noche. —Hice una pausa y la miré a los ojos—. ¿Ha notado la manera en la que Jorge observa a Dana? Es como si tuviera un sentimiento negativo.

—Esa señora lleva por esta ciudad tamaño rato, solo estuvo ausente unos meses. Le recomiendo que no intente averiguar nada sobre ese par de diablos, fielmente creo que vienen odiándose desde el nacimiento. —Soltó un suspiro cansado.

—Claro. Tal vez mi hermana y yo seamos ese mismo caso. 

—¿Algo lo causó o fue de repente? —Abrió de forma amplia sus luceros, supongo que trató de investigar por curiosidad—. Digo, sobre el asuntillo del odio.

Allí acabó la breve conversación. Me he negado a revelar de manera ferviente y así seguirá hasta que me entierren con esas palabras sobre mi boca. Los secretos, así como los hechos de nuestro pasado, no se los comenta ni al diario mismo porque cualquiera que lea estas páginas puede averiguarlo. 

Quise dejar el tema a un lado, por tanto, recurrí a una temática que mi dama conocía: Jorge. 

De un modo muy extraño comencé a notar cómo ojeaba a la vecina. Retya me narraba que uno de los empleados le dijo a él que Dana estaba frecuentando demasiado nuestra casa. Estoy segura de que Jorge quería tenerme bajo su zapato todo el tiempo, a pesar de que no me quisiera. De esa forma había terminado aislada, hasta que me llegó algo a la puerta y me sorprendió.

CARTA DE DANA DE LA BARCA A ANNA DECALLE

(Copia del documento en el diario)

«Querida Anna:

Me atrevo a escribir esta carta con un motivo en específico, ya que considero que manuscribir al aire no tiene sentido alguno. Han sido momentos bizarros al estar lejos de usted, quien ha sido mi amiga desde que logré volver a Uril. Mi juicio se ha visto nublado ante su lejanía, la razón de mis alegrías era pasar aquellas tardes de té. Ahora me arrincono a estar entre estas cuatro paredes dormitando mientras pienso en la amistad que tenemos. El corazón se me parte de solo escuchar su voz a través de la extensa carretera. Como la vez cuando relatábamos historias estando en habitaciones distintas y que logram... ¡Que me desvío del tema!

Sabe muy bien usted que mis dotes en la lingüística son bastantes, puesto que la duda sobre confesar mi vida entera se ve nublada por mis ganas de querer contarle al mundo lo que me ha sucedido. Hablar es expresarse, por lo tanto, las letras igual.

Disculpe mi caligrafía que se mancha, es a causa de que no poseo tanta tinta como desearía.

Aterrizando en el objetivo de esta carta me encuentro con nuestra separación. Tengo algo que confesar: he mentido todo este tiempo al contarle de mi esposo al pueblo entero. El querido mercader ha muerto hace más de un mes. Así que cuando mis padres se enteraron de la noticia, me llamaron para organizar otra pronta boda con un hombre llamado Antel Villermo. Argumentan que no puedo ser una viuda por mucho tiempo o caerá una gran maldición sobre la familia. Cosa que no considero precisa, por la razón de que las supersticiones nunca han sido parte de mí. 

Me despido de camino a Palente. Con cariño:

Dana viuda de la Barca.

25 de mayo de 1605»

CARTA DE ANNA DECALLE A DANA DE LA BARCA (nunca entregada)

«Mi querida Dana, 

Te envío este documento con Cómalo, mi empleado de confianza. Por favor, apenas vuelvas llámame a tomar el té, volvamos a lo mismo. No importa que estés casada, al menos hablemos por cartas, esta amistad que ha surgido es lo único que me sostiene de pie. Pido con devoción que no me prive de esas horas enteras que pasamos en compañía de la otra. No me importa que lo de su esposo haya sido una mentira, el mío tampoco es el mejor. Me deja sin aliento la triste noticia que llega a mi puerta, aunque le ruego una vez más por una última visita antes de dejarme con el alma hecha pedazos. 

Anna Decalle

25 de mayo de 1605»

*Es cultural el llamar de esa manera a otra persona sin importar su posición o edad. 

Tamaño rato: mucho tiempo.



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