Capítulo 5

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


TELEGRAMA DEL DOCTOR VANESHI HACIA LA SEÑORITA MARLENE FRANCESTE

«Srta. Franceste:

Le entregué este documento al joven que la acompañó el otro día: Cómalo. Debo comentarle que el Sr. Decalle se enteró de su visita por oídos vecinos, así que se apresuró a asistir a mi morada con el fin de amedrentarme. Entiendo que sus palabras tenían el objetivo de silenciar lo que tengo que decir sobre su hermana Anna.

En vista de la amenaza inminente que me ha ofrecido el Sr. Decalle, he desistido por el momento de contarle mi versión de los hechos. Le ofrezco disculpas a usted y a su padre. Además, la insto a salir de esa casa lo más pronto que posible.

1 de agosto de 1605»

DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

2 de agosto de 1605

Han pasado días desde que no tocaba el papel, debido al diario, porque leer esas tediosas palabras me causó dolor de cabeza. Cabía mencionar que el odio era fuerte, aunque el arrepentimiento era mucho peor. En ocasiones, me preguntaba el momento exacto en el que había perdido mi humanidad hacia Anna, otras veces solo me ardía el estómago de pensar en ella.

Igualmente, mi hermana alardeó con las interminables doncellas de Goya sobre su maravilloso compromiso, después de todo, éramos rechazados por las familias. Al mismo tiempo, esa petimetra mujer se escondía tras una máscara de perfección para insultarme. 

Eso me llevó a creer que, tal vez, el Sr. Decalle y mi hermana, se merecían el uno al otro. Ambos daban al exterior una imagen de la figura que querían ser, no de quien eran.

En la misma línea de pensamiento llegué a mi madre, la gran mantis con cabellos de ébano que me adoraba, que era igual de sociable que Anna. Mi padre y yo éramos distintos en aquel aspecto, solíamos disfrutar una limitada cantidad de personas. Por su parte, eran ese mismo tipo de mujeres que disfrutaban de la atención, así que recuerdo a mi progenitora ofrecer grandes fiestas. En una de aquellas conocimos a Vinicio Portento, amigo suyo de toda la vida y un soltero desenfrenado. 

Enseguida me dirigí hacia la cocina en busca de las cocineras para averiguar un poco más sobre lo sucedido, puesto que la curiosidad era una cosa bárbara. Al llegar estaban tres mujeres pelando papas para el almuerzo, todas con el cabello recogido, la piel oscura, unos trajes en su totalidad negros de vestido y todas una destreza increíble. La mesa era de una madera clara, al igual que toda la habitación.

—Buenos días, Srta. Franceste —dijeron todas al unísono.

—Buenos días —respondí de manera grata—. Tengo el deseo de saber si ustedes me pueden corroborar con unas preguntas.

—Quedamos a su disposición —mencionó una mujer de cabello rizado, bajando de modo ligero la cabeza. Se encontraban dispersas y nunca me detuve a pensar porqué había tantas de ellas preparando un almuerzo para dos. 

—Asumo que debieron conocer a mi hermana Anna, ¿cómo era la relación de ella con el Sr. Decalle? —La pregunta cayó de manera voraz. Pude observar sus miradas perdidas, como si hubiera dicho algo que no tenía que haber traído a la conversación. 

—La Sra. Decalle era una mujer atenta y muy amable con la servidumbre, sin embargo, no sabemos mucho más allá de esos detalles. —La misma de cabello rizado se adelantó a hablar, dominando a las demás que permanecían silenciosas.

Sabía que mentían, hubiera querido que cantaran cuál pájaro, pero eso no hubiera sido posible. Los rostros de todas habían palidecido, así que comenzaba a creer que el terror que le tenían al Sr. Decalle era justificado; poco a poco, iría aceptando aquella condena que se me había impuesto por el público en general. Tal vez ese hombre era la manera de expiar mis pecados.

—Comprendo. ¿Ustedes la atendieron mientras se encontraba enferma? —Me acerqué a la mesa llena de grandes bolsas de verduras y sus delantales sucios de cocinar—. He de suponer que la enfermedad Frebritil causa estragos en el cuerpo, por ello mi hermana falleció.

—El Sr. Decalle nos mantuvo lejos de su esposa, debido a que se tiene la suposición de que la enfermedad es transmitida por contacto físico. Así que aisló a toda la servidumbre, a los esclavos e incluso a los vecinos. Nosotras no sabemos nada, Srta. Franceste —dijo, empezando a juguetear con sus manos bajo el delantal abarrotado de manchas marrones—. Tampoco estuvimos cerca el día que falleció.

—Muchas gracias. —Les ofrecí una sonrisa a medias.

A la vez que escribo la escena, me sigo preguntando si debería creer o no lo que la servidumbre dice. Las versiones del Dr. Vaneshi y ellas se contradecían. El galeno mencionó que el Sr. Decalle no era de fiar, entre tanto, las sirvientas se enfocaron en destacar su ausencia en el asunto. Me parecía que debía de haber algo desconocido por mí. Si lo que decía el diario de Anna es cierto, alguien debía saber la verdad de su muerte.

«Nota: ¿Cómo puede el Sr. Decalle intimidar a tantas personas? Necesito buscar la fuente de su poder y la razón por la que se sienten amenazados»

Luego de ese breve discurso, pude observar a Cómalo entrando por la puerta de la cocina. Alivió el momento de una manera escalofriante. Su sonrisa, junto a la amabilidad que desprendía, eran contagiosas. Yo alcé mis labios al verlo, como cuando nos encontramos de nuevo con una cara conocida.

—Buenos días, Srta. Franceste. Es un gusto tenerla en la cocina principal. ¿Las demás ya le presentaron el lugar? —Su voz era cálida, dulce, sutil y muy suave, como guiada por las estrellas. 

Me aproximé un poco a su grupo. Se notaba desde lejos que todas esas mujeres tenían algún tipo de sumisión ante el hombre, puesto que se sentía el poder que cargaba con cada paso.

—Cómalo, el almuerzo se encuentra totalmente hecho, sin embargo, creo necesario recolectar un poco más de verdura. ¿Queridas compañeras, quisieran acompañarme en tal labor? —Observé los ojos de unas a otras dándose direcciones cómplices, todas salieron de la habitación, quedamos solamente Cómalo y yo. Algo tan incorrecto como lo que estaba a punto de pasar.

Su ropa estaba considerablemente más limpia, sus cuencas desprendían un claro brillo. Tenía una camisa blanca puesta junto a un chaleco color gris. Avanzó un par de pasos quedando a unos pocos metros. Mi respiración se agitaba, lo que provocó que mi pecho se presionara contra el corpiño. De cualquier manera, sus grandes y profundos ojos nunca se despegaron de mis pupilas. 

—Entre la servidumbre se comenta que el Sr. Decalle pidió su cortejo ante su padre. Sé que mi opinión es nula, aun así, quiero expresarle mi alegría por usted y el patrón. Él siempre ha sido muy bueno conmigo. —Bajó su mirada y colocó una de sus manos sobre la áspera mesa.

—No se preocupe, conmigo puede expresarse de forma libre. Es un hecho, a pesar de lo inapropiado que me parezca, espero pueda ser tan buena esposa como todos describen a mi hermana. La duda sobre lo que pasará me socava el corazón.

Al parecer mi cabeza no razonaba bien. ¿Qué estaba hablando con él? Hubo un entonces en el que deseaba con mis fuerzas enteras la vida de Anna, pero al leer el diario, nada más podía compadecerme de mí misma. Contemplé a Cómalo exhaustivamente, intentando saber la manera en la que quería averiguar si él ocultaba el asunto.

—Al Sr. Decalle no agrada que las sirvientas preparen su comida, contrariando a lo que todos sus vecinos hacen, a él le gusta que su esposa la realice. En su tiempo, la Sra. Decalle le colocaba su almuerzo en la mesa, tiempo después eso cambió. —Me miró, inspeccionándome de pies a cabeza—. ¿Sabe usted cocinar?

—No, Anna era excepcional con una infinidad de cosas, yo no. 

—Si usted lo desea, algún día, podría yo instruirla en el arte culinaria. Al haberme criado con todas las sirvientas, aprendí cada truco suyo. —Paseaba sus manos por las verduras, tocándolas de una manera familiar.

Mi mente navegaba entre lo que debía y quería. Era muy cierto que yo no tenía que estar recibiendo clases de un sirviente, la curiosidad se decidió a matarme. 

Yo quería saber más de Cómalo, me parecía una persona tremendamente interesante. El hecho de que un hombre trabaje en la cocina es lo suficiente para despertar mi interés, aunado a todo lo que escondía.

—¿Qué espera usted? Si tenemos a disposición estas frescas hortalizas, ¡instrúyame! —verbalicé con fuerza.

Desconozco si Cómalo era tímido o respetuoso, puesto que cada palabra mía pareciera hacerlo encogerse de hombros. Su posición corporal develaba mucho, comenzando porque se mantenía encogido, con el rostro bajo y las manos a la vista. Esa era la señal de que toda su vida había sido un sirviente.

—No quisiera contradecir sus deseos. —Sonrió—. Pase al lado derecho.

Me recogí las largas mangas verdes hacia los codos. Tomé un par de chiles y Cómalo me dio las instrucciones de cómo debía partir cada cosa. Luego suavemente las añadimos a lo que tenían preparado las demás cocineras. En la habitación entera se escuchaban risas provenientes de los dos. Con perlas cálidas que destellaban todo el lugar, puedo recordar que ese fue otro de los momentos en los que más me había divertido en mi existencia en este mugriento mundo.

Cómalo hacía ver mis torpezas como algo talentoso, a mí me hacía reír que no parara de tratar de ser amable. Cabe resaltar que nunca me tocó siquiera un cabello y aun así se sentía cercano. El momento fue breve en tiempo, pero perduró lo que pudo en mi memoria. Yo estaba alegre, chispeante, risueña hasta que él cruzó la puerta.

—Marlene... —anunció mi padre con autoridad—. Hija, ¿qué haces con el sirviente del Sr. Decalle?

—Él me ayudaba con unas cosas, es un cocinero. Yo solo pretendía...

—Nada —interrumpió con una voz grave. Sus ojos me despachaban de cualquier valentía existente—. No deberías estar haciendo nada con un hombre a solas.

—Claro, padre. —Bajé la cabeza y salí del lugar, aunque antes de irme escuché las palabras de mi padre hacia Cómalo.

—Y a ti, tendrías que saber tu lugar en la jerarquía de la casa.

Fue muy duro, más de lo que debió ser. Cómalo estaba pagando por algo que yo le insistí hacer y la culpa le cayó a él.

Luego del incidente, decidí que era mejor alejarme un poco, así no le causaría problemas. Por su parte, mi padre volteó a verme con el rostro más desagradable que pudo haber hecho, salió de la cocina y me alcanzó de manera veloz.

—Marlene, tienes veintisiete años, yo no debo estar detrás de ti revisando los pasos que das. Eres una dama con un próximo cortejo. —Sus cejas se arquearon, provocándome mucho temor.

No quise comentar nada, no obstante, sabía que tenía razón. En mi defensa, mi padre podía ser protector, si esa es la palabra, así que los chances de que me dejara irme sin un marido eran pocas. No lo culpo, luego del incidente de mi madre, comprendo por completo que tenga miedo, mucho más si se añade lo de mi hermana a la lista. 

3 de agosto de 1605

Salí al mercado en la mañana, buscando especies que creí leer en un libro de la habitación de Anna, aquellas descritas como refrescantes y perfumadas llevaban el nombre de romero y manzanilla. 

Al caminar por esos grandes pasillos, se observaba un comercio bastante afluente. El suelo era del mismo material liso de la carretera, los edificios eran de madera oscura, incluso cada vasija que se encontraba alrededor de las casas, tenía un tono ocre.

Todo resplandecía bajo las hermosas luces mañaneras. Me paseaba entre todos los puestos con discreción, mostrando un leve interés por esas artesanías que pude observar. Uril es un pueblo curioso, puesto que la influencia gótica nunca se ha ido de este lugar. Así que, cada adorno tenía un ligero toque depresivo.

—Señorita, le hacemos un descuento si decide comprar —expresó una vieja con ropas olivas.

Intentaba ignorar todas esas voces, aunque en gran parte fuera inútil. Irremediablemente estaba rodeada de muchos. Avanzaba con mis zapatos lisos, golpeando el suelo, ocultando mi cabeza bajo la sombrilla. El calor estaba comenzando a aquejarme, hasta que vi una gran carpa de color violeta. Había un letrero blanco con finos bordes de madera de caoba.

Una anciana salió de la misma y me miró directamente. Nunca había sentido unos ojos tan iluminados, tenían una tonalidad esmeralda que casi me hipnotizaba, al punto de perder mi camino. De manera irracional, me fui acercando a ella.

—Chica, pasa, pasa. —Su brazo se extendió para abrir la cabina de tela. Me agaché para entrar. El alivio de proceder a un lugar desconocido quedó atrás cuando vi su letrero de adivina.

Tengo que hacer una confesión a ti, mi querido diario. Hay una cuestión que jamás le he relatado a nadie y que se encuentra en lo más profundo de mi ser. Si es que se llega a conocer tal detalle, mi padre me degollaría. Al contrario de nuestro ambiente, no creo en ninguna entidad divina. Sin embargo, mantengo mis expresiones sobre pecados, Jesús o la Biblia para intentar camuflar el hecho de que no coincido en lo que debería. No hay día en el que no despierte preguntándome si esas religiones impuestas son una farsa.

«Nota: ¿Es que acaso el irascible Dios al que alabamos enviará a todo aquel que no sea católico a su infierno?»

Considero que el único propósito que ha servido, es para colocarnos a las mujeres en algún lugar por debajo de todos, porque se nos adjudicó el pecado y como incitadoras de él. Es de esa manera que rechazo cada religión, a pesar de que se sienta incorrecto decirlo. Por tanto, atiendo lo que me dice la adivina.

—Por solamente tres uriles te doy toda la información sobre la lectura de tu futuro.

Por dentro era un sitio bastante curioso, lleno de sinsentidos. Había una mesa en el interior, yo me senté y le extendí mi mano. Estuve dispuesta a eso sin ninguna duda. Me conformaba con alguna información pertinente al escabroso misterio que me rondaba en las frías noches. No obstante, fueron varios incesantes monstruos los que me acechaban.

—¡Ay! Mi querida chica, ¿estás segura de querer saber? El conocimiento es un arma de doble filo y una vez que lo tienes, ya es imposible escapar. —Su mano era rugosa, con pliegues nobles. Su tono era una brisa de playa que venía con la arena carrasposa.

Mi intrépida interacción con ella se limitaba a asentir a sus inteligentes preguntas.

—Lo primero que veo es un hombre que te causará muchos problemas, no debes confiar en él. Se meterá de a poco a tu corazón. ¡Pobre de ti! Lo segundo es una mujer que llegará a tu vida con un secreto que debes conocer a toda costa. Y...hay algo más. Chica, chica, ¿tienes relación con Jorge Decalle? —Sus húmedas cuencas habían cambiado a miedo puro.

—Sí, es el viudo de mi hermana —afirmé.

—Necesito que te vayas, por favor. —Me empujaba a la salida—. Antes te diré una cosa, chica. Busca en la calle Bretry a una joven que ya habrás visto en el pasado. Ella tiene algo que tú debes saber.

Salí de la estrecha carpa a toda prisa, dirigiéndome hacia la oscura calle que me había indicado. Corrí lo más que pude antes de que el sol se pusiera, pregunté a un sin fin de caminantes y llegué al paso de un par de horas. Estaba en un corredor de mala muerte, donde había jóvenes chicas con escasa ropa en cada vulgar esquina, además hombres mareados borrachos se paseaban con vidriosas botellas en las sucias manos. Y como me dijo la mujer de ojos esmeralda, allí estaba la rubia de la otra noche con el mismo vestido blanco traslúcido.

Nos observamos por unos segundos, yo salí en su búsqueda, pero ella se esfumó entre las personas. Así que por la hora preferí volver. En tanto, al entrar a la casa, me puse a leer de nuevo. Había una intriga que aquella vieja me había despertado. Asimismo, el hombre que mencionó podía ser el Sr. Decalle, ya que me traería problemas sin que yo los solicitara y aún pensaba en la rubia, que me daría información delicada.

Preferí pasar las páginas para encontrar la respuesta sobre quien era esa desconocida.     



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro