Capítulo 4

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DIARIO DE ANNA DECALLE

Nota de autora: El diario de Anna son situaciones narradas antes del diario de Marlene, aunque se desarrollan en el mismo año: 1605. 

13 de abril de 1605

Plasmar las ideas en papel siempre me ha parecido una genialidad. Aprender a leer y escribir fue aquella revelación que tuve, puesto que, cuando lo hice, se abrió un mundo de infinitas posibilidades. Con ese conocimiento viene un hecho que mi maestro siempre fue puntual en brindarme:

«Los seres humanos nos debemos al contexto».

Al principio, no logré entender a qué se refería. Sin embargo, cuando mi padre iniciaba a hablar de cosas sin decirnos antes los antecedentes, yo quedaba bastante confundida. 

Cada uno de nosotros debe entender qué es lo que sucede de forma previa a procesar la información de ese mismo instante. He de suponer que con un diario no es diferente, así que así lo he escrito.

Mi contexto es mi infancia, esa etapa de mi vida que me formó como doncella. Desde que tengo memoria quise casarme, aún más, con un hombre adinerado. Ansiaba traer abundancia a mi familia, además de muchos vestidos a mi armario. Crecí con Marlene, mi hermana, quien nunca dejó de ser lo opuesto a mí. Siempre se supuso que como la mayor debió protegerme; no obstante, aprovechaba cada oportunidad suya para sabotearme de la peor manera.

Mi padre era un hombre amoroso, también solía ser duro en sus acciones. Ese cariño se vio afectado cuando yo tenía siete meses. En ese tiempo nuestra madre se fue, algo revolucionario, aparte que nos condenó a una vida con desgracia social. Lo que más adelante me orilló a contraer matrimonio con mi querido Jorge, quien vivía al otro lado del país. 

La razón por la que terminé en los brazos del príncipe de ojos de mar, fue la inexistencia de alguna familia que nos aceptara como parte de la suya. Yo tuve la suerte de hallar a Jorge, pero mi hermana jamás pudo encontrar a uno como él. El atrevimiento de casar a la más pequeña de ambas, primero, fue todavía peor y Marlene terminó pagando las consecuencias de ser llamada solterona. 

De mi parte, deseaba ser feliz, tener la vida que me habían prometido en la corte si me llegaba a casar. Casi que podía apreciar los preciosos vestidos sobre mis manos o las ceremonias a las que iría, todo me hacía sentir perteneciente.

Jorge y yo nos conocimos en un baile que ofrecía una amiga mía proveniente de Goya, fue una conexión inmediata. Él era muy atractivo, con su cabello negro, piel clara y lisa; ojos celestes y un cuerpo delgado. Lla elegancia en la vestimenta del imponente hombre era simple e impecable. Pronto inició el cortejo con permiso de mi padre, por ende, comenzamos a salir con un chaperón que vigilaba cada paso que dábamos. Luego, me propuso matrimonio. Marlene no asistió por gusto propio al casamiento y en su última carta lo expresó con las palabras: «tengo fe en que disfrutará mi ausencia, ya que será algo constante mientras ambas estemos vivas y espero solo reencontrarnos cuando alguna de las dos se encuentre en un ataúd».

La ceremonia fue inaudita; un sueño hecho realidad. Nuestro primer beso bajo la bendición de todos me trajo mucha felicidad, por eso llegué a cambiarme a esta gran casa con un esposo cariñoso.

Esa noche te la confesaré por ser mi diario, mi bello confidente de tapa dura. Los besos del hombre se sentían cercanos, mis manos se posaban sobre sus hombros altos, presionándolo hacia mí. La yema de su dedo índice se posó sobre mi mejilla, poseyendo mi rostro con la fuerza suficiente para acercarme más. Después seguí con mis nudosas manos a sus brazos, aquellos eran enjutos. Mi corazón estaba tan desecho que era imposible pensar de manera clara. Era difícil no respirar de forma tan agitada cuando miraba el caballero frente a mí y recordaba que estábamos casados.

Nadie me dijo mucho de cómo debía actuar en la penumbra, sino que tuve que descubrirlo yo misma entre sus escuálidos brazos. Glamorosa nos reveló hace mucho a Marlene y a mí que cuando llegara el momento, debíamos cerrar los ojos para que todo pasara rápido. Lo demás lo dejaré en mi memoria.

 Luego de consumar la noche de matrimonio, se atrevió a dejarme una tarjeta sobre la cama:

«Mi querida amada:

 No pude haber deseado una noche más espectacular, por lo que deseo que pronto podamos ver los retoños.

J. D»

Es debido a las prohibiciones de la iglesia que no podíamos tener más consumaciones si no se trataba de quedar embarazada. Era una ventana para proliferar la familia y así ir ganando terreno, del mismo modo, yo quería tantos niños como pudiera. Adoraba sus pequeños rostros iluminados por todo, así, prevalecía en mí un don innato para calmarlos. Gracias a mis habilidades con ellos, es que tuve la oportunidad de ayudar a un par de criadas cuidando a los príncipes de la actual reina. Esas acciones traían beneficios con la corona, por lo que recibíamos regalos de la monarca. Esas actividades solo incrementaban el odio voraz de las demás doncellas en Goya. 

30 de abril de 1605

Tengo varios días de no escribir en el diario. Creo que se debe a mis ocupaciones como esposa, también tiene mucho que ver con Jorge. Los primeros días del matrimonio fueron estupendos, hasta que comenzó a preguntar sobre la posibilidad de un embarazo. Le extrañaba la situación; sin embargo, yo le decía que era muy pronto. Sin escucharme, me llevó a la iglesia para rezar por la llegada de un futuro hijo, incluso requirió una cita con el Dr. Vaneshi. 

INFORME DEL DOCTOR LAMBERT VANESHI, MIEMBRO DEL COLEGIO DE MÉDICOS Y CIRUJANOS, ESCUELA DE DANSFORT, AL SEÑOR JORGE DECALLE

(copia adjunta en el diario de Anna)

«Querido Señor Decalle: 

Le externo el informe sobre la situación de su esposa, Anna. La solicitud correspondió a una revisión general de su salud. Igualmente, se procedió con la inspección para acotar si la mujer se encontraba en un perfecto estado de fertilidad para engendrar un hijo. Por lo que de manera científica, efectué varios métodos en la comprobación, de lo que le escribo los resultados.

Como primer punto, he examinado la orina y la coloración de los ojos a fin de determinar que la señorita no está embarazada. Tampoco muestra signos del mismo, aparte que, siguiendo el reglamento de la escuela de médicos, las preguntas realizadas no indican nada fuera de lo normal.

Recomendaciones finales:

Señor, todavía se encuentra en una etapa muy temprana para que la ciencia identifique un embarazo. Es probable que en un mes o dos la situación sea más notoria; sin embargo, le agradezco la solicitud de los servicios.

21 de abril».

Luego de aquella visita, la llegada de mi menstruación no era una buena señal. Marlene y mi padre adoraban a un señor llamado Galeno, un médico al parecer, así que seguían sus recomendaciones. Él comentaba que debíamos estar aisladas durante tres o cuatro días, además, que nos sucedía a causa de la imperfección por no poder mantener el calor adecuado en el cuerpo. Del mismo modo, la iglesia reconocía el evento como un mensaje de Dios para señalar el desperdicio de días para engendrar.

Mi edad cercaba los dieciocho, yo no tenía problema alguno para quedar encinta. Hablamos tanto del tema que comencé a soñar con un hijo, pues Jorge estaba empeñado en que, si era niña, la despreciaría. 

7 de mayo

Ha pasado mucho, en tiempo y cantidad. Una vecina nos recomendó salirnos de nuestras creencias por un minuto para preguntarle a una adivina la razón de mi ausencia de embarazo. Yo seguía creyendo que era muy apresurado, a pesar de eso, Jorge parecía desesperado. Al fin, dicho día arribamos a la casa de la mujer, quien tenía un lugar repleto de colores extraños y una mesa redonda con objetos extravagantes. Vestía de una manera común, con prendas no muy bien fabricadas.

—Sabe usted que no debe revelar esta información a nadie fuera de nosotros y la Sra. Tamira. —Mi esposo lucía paranoico, estaba fuera de sí—. Es imperativo que no tengan la noción de que hemos venido a este sitio.

—Claro, chico, chico. Puede sentarse, que nadie se enterará de lo que aquí suceda. —Una sonrisa se asomaba, sus dientes demasiado sucios me desalentaban—. Aunque no lo piense, he trabajado para varios vecinos de la calle en la que residen. Todos son religiosos hasta que quieren saber más allá de lo que Dios les permite.

Yo estaba aterrada, así que me acerqué a la oreja de Jorge para expresárselo. Me sentía cuanto menos mareada de la situación en general, como si fuera a vomitar todo el almuerzo. Con mis manos le sacudí la ropa, intentando que nos fuéramos. Todo lo que hice ese día fue inútil.

—¡Cálmate! —gritó con un tono agresivo—. La adivina nos ayudará con lo correspondiente a tu gestación. La ausencia de un bebé me ha colmado la paciencia.

La mujer nos permitió sentarnos.

Casi no recuerdo nada sobre ese día porque mantuve mis ojos cerrados y me sentía descompensada. Lo que más quise fue irme, pero cuando terminamos, Jorge nunca me vio igual.

—Su esposa está maldita, tiene un maleficio que ni siquiera puedo detectar de manera correcta. La razón por la que no puede quedar embarazada, yace en esto mismo, es en su totalidad infértil. Nunca podrán tener un hijo, además, Sr. Decalle, esa mujer le va a traer muchos problemas, los que lo llevarán a la locura. —Una sentencia selló sus labios—. Lo mejor será que la devuelva a su padre. 

De inmediato mi esposo le pagó, asimismo me tomó del brazo para conducirme de vuelta a la casa. Con fuerza me lanzó lejos, cayendo al suelo de nuestro propio hogar, siendo ahogada por las grandes telas de mi vestido.

—¡¿En qué momento fui a desposarte?! ¿Sabes lo que esto traerá sobre la familia? Eres una maldita y para colmos, ya comienzas a darme problemas. ¡Solamente tenías que quedar embarazada! Y ni eso fue posible. —Se acercó a mí, con su mano levantó mi cabeza y con la otra me proporcionó una cachetada.

—Jorge, yo no tengo la culpa de lo que diga esa adivina, es cuestión de intentar un poco más. —Me arrastré a sus pies, sosteniendo sus piernas, suplicando—. Te lo pido, Jorge.

—Lo berzotas se hace muy presente. No puedo dejarte ir, nos unimos para siempre bajo el manto de la iglesia y la visión de los demás sobre mí se desplomaría. Un fracaso me llevaría a lo peor, mucho más saber que traje una maldita desde Goya. —Hizo una pausa, luego, me avistó con rencor—. Así que te quedarás acá, callada y sin salir de estas paredes. 

No pude evitar llorar de modo desconsolado. 

Ese hombre no era mi esposo, ni pude creerlo por mucho tiempo.

10 de mayo de 1605

Han sido días tortuosos, por motivo que mi alma ya no soportaba el peso del sufrimiento que me destazaba. He estado en cama sin poder probar algún alimento, Retya comentó que he bajado de peso desde que inició el calvario. Me mantenía calmada con un hombre que duerme a mi lado, sin ser aquel que adoraba. La última semana me dijo que me repudiaba, así que colocó todas mis pertenencias en una habitación que se cierra cada noche. Yo estaba encerrada y alejada de todo.

Las mariposas me reconfortaban, con la idea de que un día fuera una de ellas. Tal vez me convertiría en ese insecto tan precioso para salir de allí.

Nunca supe si en realidad estaba maldita, nunca supe si en realidad no podía embarazarme. Yo quería tantos hijos como nadie, pero Jorge no me volteaba a ver. Me había convertido en un símbolo de la esposa que tuvo, aunque lo condenaba al infierno tenerme, por lo que empecé a notar su ausencia en las noches.

Retya me dijo que Jorge estaba ocupando los servicios de una mujer de la calle llamada Thelma. Con el pasar de las noches yo me había convencido de que era mi culpa que mi esposo cayera en los brazos de una mujer de ese calibre. Así pues, no podía irme. Estuve encadenada a ese hombre que nada más me hacía sufrir.

Un día nos encontrábamos almorzando, juntos debido a mi insistencia, así podría hablarle.

—Jorge... —voceé lo más suave que pude expresar.

—Te pido que quites mi nombre de tu boca, Anna. Es mejor que de ahora en adelante te refieras a mí como Sr. Decalle. —Su tono era cada vez más frío y solitario.

Estábamos en aquel comedor de madera, donde había un gran espacio para entrar, al lado de la sala, frente a un par de insulsas cortinas.

—Eres mi esposo todavía, ¿cómo pretendes que te diga de una manera tan impersonal? —Me acerqué por encima de la mesa tomando su mano.

—Preferiría que no te refirieras a mí del todo; sin embargo, no puedo dejarte ir —dijo con una voz que me aterró. 

Removí mi mano y retrocedí hasta mi silla. Podía sentir ese respaldar de madera apuñalando mi corazón, estaba destrozada y no sabía en qué momento había sucedido.

—Aún le crees a esa adivina. —Cerré mis ojos, a la vez que mi cabello oscuro reposaba sobre la mesa principal.

—¿Cómo no lo haría? Tuviste el tiempo suficiente para quedar embarazada, aunque no lo hiciste. No me cabe duda de que estás maldita. Tal vez no tienes en consideración el hecho de que vecinos estén preguntando sobre ti, ya que tienen cuestionantes comunes que no puedo responder. ¿Qué les digo acerca de un bebé que yo estuve deseando toda mi vida? ¿Qué se supone que les hable cuando vean que pasan los años? —Sus palabras eran cuchillos en mi alma, sus ojos se tornaron ríos de indiferencia.

Ahora había dejado de considerarme su querida esposa para pasar a ser la sucia Anna.

Si mi padre viera esta situación, no dudaría en alejarme; no obstante, Marlene se alegraría de que mi matrimonio resultó una desgracia, como ella misma me lo deseó. Yo no sabía que de su boca salía una auténtica profecía.

—Dame la oportunidad de tener tu hijo, Jorge. Prometo que en pocos años tendremos a un bebé sano. —El desespero salía de mis cuerdas vocales para terminar en sus oídos. 

—Considerando tu maleficio, si tuvieras la gracia de quedar preñada, es probable que tuvieras una débil niña. Eres una burda mujer y, por tus comentarios, no nos volveremos a juntar en estas comidas, así pues, esperarás a que yo haya terminado para probar algún alimento. —Se levantó y caminó por la casa. 

Sus zapatos formales hacían ruido en el suelo, uno que me aturdía por completo. 

—No me hagas esto, Jorge. —Lágrimas se deslizaban por mi rostro—. Yo te amo.

En ese instante dejé de escuchar sus pisadas. Hubo un silencio y luego avanzó hacia mí con una expresión de furia, con su mano tomó mi cabello, después lo sostuvo atrás para acercarse.

—La próxima vez que vuelvas a decir esas palabras en esta casa, te irás a trabajar con la servidumbre. ¡¿Entendido?! —Las gotas de saliva cayeron en mi boca, algo asqueroso.

Caí en los brazos equivocados, aquellos de la amargura pura, quienes ya no me acariciaban por las noches, sino que me volteaban la mirada. Hubiera sido mucho más fácil buscar alguna solución si no estuviera enamorada de Jorge; no obstante, ese sentimiento me impedía si quiera pensar con claridad.

Retya me contaba que Jorge se comportaba como un esposo feliz, incluso una de las empleadas de otras casas les había dicho que andaba esparciendo rumores sobre mí. Aparentemente, dijo que yo tenía Frebritil, una extraña enfermedad que se esparcía por el país entero. Yo estaba segura de no estar enferma, pero me hallaba más segura de la mitomanía de mi esposo. Un hombre que prefería pasar sus noches con una vulgar mujer prestada. Cierto caballero que tenía a una joven en su casa, aunque ni siquiera soportaba tocarla.



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