Capítulo 3

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DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

29 de julio de 1605

Me desperté agitada, muy asustada en realidad. 

No recuerdo el sueño exacto que tuve, mas mi corazón palpitaba a la velocidad más rápida que podía bombear. Despacio, salí de la gran cama para intentar tranquilizarme con cada paso. Las tablas del suelo estaban muy frías, así que en eso me concentré. El aire del cuarto se sentía ligero y me permitía deslizarme de lado a lado.

Logré llamar a una de las amables mujeres de servicio. Retya me ayudó en todo lo que pudo, aunque de la misma manera me advirtió entre susurros sobre el Sr. Decalle; ella decía que él era un peligro que ya no estaban dispuestos a soportar. Yo le pregunté sobre los diarios, quería tener la certeza del panorama de ellos, a lo que la mulata me insinuó que, si encontraba tales objetos, debía llevarlo a la tumba conmigo.

Minutos después, me percaté que nunca averiguamos lo suficiente del Sr. Decalle cuando se casó con mi fastidiosa pariente. Ese hombre guardaba un doble rostro con esos ojos celestes y cabello oscuro. Ciertamente, cuando una persona no tiene buenas intenciones, se puede deducir que no es del todo maravillosa. En el caso del Sr. Decalle, tenía todas las cartas para ser un tipo misterioso. Por consiguiente, la curiosidad estaba llamándome a buscar la verdad.

Busqué asearme lo mejor que me permití, pasando aquella helada agua que caía a montones por mi cuerpo. En seguida de colocarme un vestido blanco con bordes gruesos celestes, me dispuse a arreglarme el sedoso cabello con asistencia de Retya. Por alguna razón, tras cada cepillada sentía que Cómalo se metía en mis pensamientos. Tenía ganas de saber de él, ¿quién era en realidad? Nuestra salida a la casa del Dr. Vaneshi fue lo más agradable que he interactuado con alguien en mucho tiempo y su historia me cautivó. De cualquier manera, sabía que debía proceder con cuidado gracias a la amenaza del Sr. Decalle.

—Señora, ¿ha visitado «usté» grandes ciudades? —preguntó Retya con un tono alegre.

—Sí, he viajado con mi padre a lugares hermosos, en la cuna de múltiples países. Todos ellos parecen compartir las grandes multitudes sofocantes. Además, los bailes son muy frecuentes. ¿Es que acaso quiere visitar una? —Sonreí para animarla.

—Aunque quisiera, no podría. ¿Pa'qué? «Ustées» las doncellas siempre cuchichean de los bailes en sus viajes a las grandes ciudades. Pareciera que hay una gran montaña entre nosotros los sirvientes y todo lo que «ustées» pueden tocar. —Soltó el peine para comenzar a trenzar, sentí las callosas manos al contacto con mi cabeza.

—Es mejor nunca guiarse por aquellas mujeres glamorosas, la gran mayoría de ellas están ahí por dos razones. —Volteé hacia la mujer, clavando mi mirada en sus cuencas oscuras—. La primera, son las herencias, quienes tuvieron la suerte de nacer cerca de la realeza o con padres adinerados. La segunda corresponde a los matrimonios, basta con ser hermosa o encontrar al hombre indicado. 

—¿A cuál pertenece «usté», señorita?

Una interrogante que me dejó en blanco. Las clases sociales hoy en día estaban muy marcadas por el patrimonio y nosotros no poseíamos exceso o carencias. En grandes bases se nos situaba en una área gris que no existía, el que nos mantenía al borde de ser de cualquiera y en la esfera de no pertenecer a ninguna. 

—A ninguna. Somos personas con cierta economía, aun así no tenemos la riqueza que el Sr. Decalle posee. —Coloqué mi cabeza en el lugar donde antes la tenía, a la vez, bajé mi mirada.

—En ocasiones el dinero puede venir de aquellos que peores intenciones tienen.

—El Sr. Decalle nos relató la historia de Cómalo, al parecer alguna buena intención ha de tener. Me tomo la libertad de sospechar que no es bueno, a pesar de eso, mantenga un rostro implacable. ¿Usted qué me dice? Solo quienes en realidad lo conocen pueden verificar sus hechos. —Arqueé una ceja, intenté sacar alguna conclusión de sus pequeñas pistas. 

No quise expresarle a Retya sobre el comentario del Sr. Decalle. Tampoco era un asunto que nadie debía conocer, lo dejé pasar con un improperio más que nos hacen a las damas.

—La historia de Cómalo es increíble, mucho más desde la perspectiva del señor, puesto que él tiene la convicción de que su padre lo salvó. No obstante, el chico fue criado por nosotras las empleadas. —Descendió un par de tonos en su voz, casi llegando a un murmuro—. De cierta forma, el padre del Sr. Decalle solo contribuyó económicamente y su primogénito tiene la costumbre de alardear sobre aquello que dice que hizo. Cómalo le guarda una gran lealtad, ya que lo convenció de que sin ellos hubiera muerto. 

Retya había develado una de las cosas que yo más sospechaba: el Sr. Decalle tenía tendencias mitómanas, soltando todo menos verdades al viento. Disponía de un par de labios delgados y engañosos, de los que gozaban de un poder extenso sobre lo que los demás creían. 

Dudé que mi padre tuviera algún presagio, debido a que sé que confiaba en el tipo grácil de cabello negro.

El resto de la mañana fue repleta de monotonía, aparte, tuve la firme intención de huir del esposo de mi hermana un largo rato. Empero, Retya y yo nos acercamos a él con el objetivo de que destapara la sala de posesiones de Anna, de la misma forma, quise que la dejara sin llave. Él accedió llevándome hacia allá de nuevo. Abrió las grandes puertas, mostrándome la esencia extraña que ese lugar dejaba sobre la Franceste perfecta.

En el suelo se mantenía una alfombra persa en tonos amarillo y rojo, las paredes tenían ese mármol impecable y había un desastre, como si un huracán hubiera tirado los mapas, collares, pergaminos, la tinta, incluso encontré lo que parecía un poco de telarañas en las esquinas. Él me permitió estar sola en ese sitio con la esperanza de que yo encontrara dichos diarios.

Fui capaz de registrar muchos de los objetos que yacían sobre el mobiliario, así fue cómo di con unas joyas preciosas, su delicado vestido de novia y antigüedades de siglos tan pasados como la historia misma. Admití que lo que más me sorprendió fue que aún conservara el prendedor de mariposa regalado cuando éramos niñas. En ese entonces, mi abuela me obsequió ese pequeño accesorio con un diamante de insecto contenido; yo corrí emocionada a enseñarsela a Anna, quien de inmediato se sintió triste. En mi diminuta cabeza de doce años pensé que sería una buena idea concedérsela, se había convertido con el paso de las primaveras en un símbolo de unión.

La rivalidad vino después.

A continuación, tropecé con una pulcra carta que yo había escrito avisando a mi hermana que no quería asistir a su boda. Asimismo, le reclamaba todo en la vida, desde su nacimiento hasta el momento que... Un evento que cambió la relación de ambas. En retrospectiva, no fue la mejor de las ideas salirme demasiado del tema principal. Tampoco tenía particulares deseos en conocer al prometido o ver a las hipócritas damas de Goya que Anna invitó.

Caminé un par de pasos pisando las tablas en el suelo, de pronto una de ellas produjo un sonido extraño. Traté de averiguar cuál había sido la responsable de la sorpresa, así que me incliné palpandolas. Por alguna razón, el ruido parecía venir de varias, lo que dificultó aún más la situación. Me encontré a mí misma tratando de hallar la providencia de la distorsión por horas, puesto que habría recordado lo mucho que Anna escondía cosas debajo del piso. Realmente, era un detalle que solo una persona que conociera a mi hermana lo hubiera sabido. 

Comencé a golpearlas, lo que causó que una de ellas se levantara, allí estaba un espacio donde cabía una mano a duras penas. Luché intentando buscar si había algo allí abajo, mientras que percibía telarañas, polvo, bichos y tierra en las cavidades. De repente, cuando estaba a punto de desistir, mi tacto sintió los diarios que el Sr. Decalle mencionó.

Esos libros eran la cuna de los sentimientos de Anna, añadiendo a eso, me llevaron a empaparme de curiosidad. ¿Qué había en ellos? Ante todo, preferí esperar a poder venir en la noche, a raíz que ahora el Sr. Decalle podía entrar de improviso. Después de todo, su habitación se situaba muy cerca de esta. 

Por lo que había pasado esos días, no tenía intención alguna en decirle sobre los diarios.

Más tarde, asistí a la merienda ligera con mi padre y el Sr. Decalle, ahora bien, preferí utilizar un vestido menos atractivo, tomando en cuenta el presunto interés del enigmático señor hacia mí. Yo le prometí a mi padre que, al siguiente hombre, lo trataría como mi interés definitivo, aunque no quería que hubiera sido el viudo de mi hermana. 

En esa situación, Retya nos trajo pan para acompañar a la tenebrosa bebida.

—Tengo entendido que ha estado visitando el pueblo —dijo Sr. Decalle a mi padre. Sus ojos celestes eran como un mar revuelto, haciendo que pareciera inocente sin serlo. Las facciones de su rostro eran fuertes, dominantemente atractivas, el perfecto compañero para mi hermana—. Me alegra que explore donde vivió Anna.

—Por supuesto, estuve buscando flores para ella; sin embargo, unos hombres me atrajeron con una propuesta de negocios tentadora. He estado pensando sobre la situación, ciertos negocios harían que dejara mi hogar para vivir por estos lares. No quisiera hacerle eso a mi hija y tampoco quiero alejarla en estos momentos. —Me dedicó una mirada melancólica con sus ojos oscuros y una pequeña barba blanca.

Yo muy feliz hubiera salido corriendo del lado del Sr. Decalle, aun cuando sabía que mi padre me necesitaba más que nunca cerca de él. Cada duelo se sufre diferente, en el caso de mi padre, se podía deducir por la manera en la que se pegaba al hablar de Anna, era prueba fehaciente de su dolor. 

—He estado reflexionando sobre un asunto que tal vez podría ser una buena alternativa a eso que me menciona. Además, brindaría a su familia beneficios. —La voz del hombre fino sonaba cada vez más fuerte. Se inclinó hacia adelante en una silla de madera, donde sus pies no tocaban el suelo—. Su hija, Marlene, es una mujer soltera, una que requiere de un esposo lo más pronto posible. Asimismo, yo necesito una esposa que pueda tomar las riendas de la casa, ya que como habrá notado, se ha vuelto un desorden.

—Quisiera que me indicara su intención de una manera más directa —respondió mi padre, colocando sus brazos sobre la mesa, donde las mangas se dejaban caer.

No quería opinar que el Sr. Decalle fuera a decirlo de tal manera tajante, ¿qué se creía él? Se casó con mi hermana, ella falleció y se presentaba con tales humos insinuando que me comprometiera con él. Definitivamente, nunca había conocido a nadie que sufriera un duelo, como el Sr. Decalle, quien se empujó a los brazos de la mujer más inapropiada que pudo. 

—Tengo la intención de solicitarle cortejar a su agraciada hija, Marlene. —Al finalizar la oración suspiró, ensanchando su pecho con el aire que entraba por sus pulmones. 

En mi cabeza lo visualicé como un pavo real, alzando sus plumas en signo de orgullo. 

El golpe más seco que me habían dado en la vida, una amarga noticia que tenía prohibido procesar. Esas palabras, cada sílaba, se habían quedado atoradas en mi garganta, no sabía si quería vomitar o huir.

—¿Considera usted que es la mejor opción cortejar a la hermana de su difunta esposa? —Los tajantes vocablos de mi padre resquebrajaba la interrogante del viudo.

—Sí, lo creo. Tengo una deuda con su familia por la muerte de Anna, aparte, su hija es muy hermosa, es así que se aproxima más a mi edad que la que poseía mi amada. Quisiera aclararle que este año he cumplido por fin los cuarenta y uno. —Realizó una breve pausa—. De la misma manera, el cortejo les podría traer en el futuro un bien económico y social, a razón de esto le pido darme la oportunidad. —Allí reapareció el tono, aquella distintiva manera de hablar que le daba la ventaja ante cualquier receptor. 

No entendía la fijación del Sr. Decalle con mi familia, por ende, me parecía impensable el hecho de que se atreviera a hacer tal petición. Aun así, había visto los antecedentes en familiares lejanos en los que un hombre viudo debía desposar una mujer lo más pronto que pudiera y en este caso, yo era la más cercana.

Empecé a tocar mi cabello negro de una manera frenética, en señal de algún tipo de estrés. No era lo mismo decírselo a mi padre que tener que ser cortejada por un insulso hombre. En el fondo tenía una ambigüedad de sentimientos al creer que era incorrecto, sin embargo, era gratificante tomar lo que alguna vez había envidiado de Anna: esa intangible capacidad de atraer pretendientes como arroz.

—Desearía la opinión de mi hija Marlene. Ya sabrá que, sin la aprobación de ella, no se efectúa dicho asunto. —Los grandes ojos de mi padre me presionaban todo el cuerpo, siendo pasmoso el hecho.

No tenía deseos de tal acción por parte del viudo. No obstante, se lo había prometido a mi padre. Existían varias razones para aceptar la propuesta, siendo que podría tener más tiempo para averiguar qué sucedió con Anna; además, si bien me desagradaba la idea, entendía que debía ceder mis opiniones cuando se trataba de lo dicho a mi padre. Bajé mi rostro, cortando el contacto visual con ambos para pronunciar aquellas sílabas que salían arrastrándose por mis labios:

—Estoy de acuerdo. —Recuerdo que luego de decirlo, tragué con tal fuerza que lastimé mi garganta. 

Las letras bajaban por mi faringe arañando los bordes. Tres palabras bastaban para condenarme. En circunstancias, lo que es mejor para uno, no es lo que se quiere.

La tarde avanzaba veloz, entre tantas cosas el tiempo se fue corriendo. Por mi parte, después del desastre de cena, me incorporé para llegar a mi estancia, posé mi cabeza sobre la suave almohada y sentí la manera en la que mi corazón se estrujaba en mi pecho. Era ese lado emocional llamándome a sentir, a odiar, a reclamarme, ¿cómo podía aceptar un matrimonio así? El cortejo era solamente un preludio a lo que ya estaba asegurado; sin embargo, debía obedecer a mi padre porque él había sido bueno conmigo. Ese hombre de barba blanca y bigote cargaba la penitencia de un matrimonio fallido y desastroso que le impedía volver a pisar un altar.

Con la dolencia en mis manos, ya siendo muy tarde, decidí elevarme para leer en incógnito los diarios de mi hermana, esperaba hallar pensamientos viles, crueles, que me llevaran a sentirme mejor de llegar a desposar a su marido. Necesitaba reforzar ese odio por ella para mantenerme en un estado calmado, a tal punto, que ese sentimiento amargo, lúgubre y oscuro invadiera mi cuerpo, tapando la tristeza que me empapaba.

Avancé por los pasillos hasta llegar a la habitación de las posesiones, no obstante, en el trayecto tuve un choque muy interesante con una mujer misteriosa quien salió de la habitación del Sr. Decalle. Ella era rubia, con un par de joyas azules en sus ojos, las que destellaban bajo la luz de la luna. Su cuerpo estaba apenas cubierto por una ligera ropa blanca, moviéndose en la oscuridad. Intercambiamos miradas, la suya estaba abundante de miedo. Me pregunté quién podría ser.

Sin más distracciones me dirigí hacia el aposento, lleno de soledad en una noche de hielo, saqué los diarios y me dispuse a leerlos con el cuidado de que nadie me escuchara pasar las páginas...



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