Capítulo 8

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DIARIO DE MARLENE FRANCESTE

12 de agosto de 1605

Mi primera desobediencia a las reglas sociales sucedió a los siete años. En mi cabeza de ese entonces, se volvió una excelente idea recostar a mi vecina sobre una mesa y con un pequeño cuchillo de cocina realizarle una "operación". Así como yo había visto a mi padre hacerlas por tanto tiempo. De repente, la progenitora de la niña entró, se asustó y se dirigió a delatarme con mi madre.

Creí que me regañaría por haber casi asesinado a la niña. No obstante, para criar hay que saber implementar más que castigos. Mi madre era esa mujer. Ella se preocupaba porque aprendiéramos con refuerzos positivos, en lugar de negarnos todo. 

Y recuerdo todavía cada palabra de esa conversación. Se inclinó para decir:

—Marlene, ¿por qué hiciste eso? Sabes muy bien que tu padre pasó años aprendiendo a operar personas de esa manera. Además, dudo que tu amiga necesitara una intervención tan urgente. —Sus ojos me miraban con atención, pero de una forma dulce.

Sé que yo estaba enojada, a tal punto que pasaba explicándole que podía hacerlo y que ya había practicado en muchos muñecos. Alardeaba de una supuesta experiencia adquirida en la escuela de medicina Kamera Tal;  ese era el nombre que venía adherido a las etiquetas de mis juguetes. Exclusivamente repetía lo que había escuchado decir a los amigos de mi padre en las reuniones que espiaba por debajo de la hendija de la puerta.

—Mi niña, tú y yo hemos sido siempre muy similares. Sé que ninguna de nosotras pertenece a estos tiempos y que queremos más de lo que la vida nos ofrece, a pesar de eso debes entender nuestro papel en la sociedad. Dicho rol dista mucho de ser médicos o mercaderes, sino se trata de ser esposas. En otra vida serás capaz de cumplir tus sueños, por ahora mantente alejada de los cuchillos, ¿está bien? —Sonrió con calidez. 

Esas melódicas palabras perduran en mi memoria. Mi madre; mi adorada figura. La dama de los cabellos brillosos, estilo elegante y voz melosa. En su presencia, las situaciones se tornaban flores de primavera. Todo eso despareció con su existencia en mi vida y con la razón por la que se marchó.

Desperté de mis pensamientos a fin de caminar un poco, después de todo, unos ruidos extraños que escuché me habían dejado en vela. Con pequeñas pisadas recorrí la inmensa casa del Sr. Decalle. En el camino, observé cada habitación por la que paseaba, dando un vistazo a las alfombras persas en el suelo, hasta que choqué con una gran biblioteca. Al dar la pisada dentro del sitio, fui capaz examinar a mi padre sentado en una delicada silla, tenía el almohadón color ámbar y un respaldar de madera delgado.

—¡Marlene! Adelante, el señor me prestó unos manuscritos de su abuelo, quien conoció al Sr. Lamas Caicondi, dichos documentos son una biblia médica. —El destello que salía de sus cuencas hacia el exterior era bárbaro. Sus experimentadas manos acariciaban las páginas amarillas con un cariño increíble. Era notoria su emoción por aquel material tan invaluable—. Manus Decalle fue un médico cirujano que trabajó en el país vecino durante años. Lo que yo ignoraba por completo era que él había creado la norma actual que utilizamos con pacientes del síndrome de Petro.

—¡No! —exclamé con emoción—. ¿Fue quien impulsó la técnica de avanzado de instrumentos con el siete bidireccional? Me alegra el corazón que el viudo pusiera a disposición esta documentación tan valiosa. —Me senté sobre otro mobiliario a unos metros de distancia.

—Presiento que el detalle tiene que ver con el cortejo, hija. —Alzó ambas cejas bañadas en canas de plata y apretó los labios. 

Hubo un silencio de pocos segundos en los que pensé acerca de la situación, aunque no concreté nada. Me mantenían bloqueada las circunstancias, así que mis manos iniciaron a atacarse unas a otras con arañazos en las palmas. 

Sé que mi padre nota estas cosas, él se encuentra muy consciente de las tragedias que suceden en mi vida y lo que abarca mis preocupaciones.

—Considero lo mismo —dije con neutralidad. 

Mi figura paterna cerró el libro, lo colocó a un lado, junto a sus espatuladas manos y me dijo con una voz suave; era un tono templado, relajado y que me recordaba a aquellos días de adolescente en los que me sentaba a platicarle a mi padre cómo había sido mi día:

—Dime la verdad, Marlene. Sé que tal vez he presionado mucho, aun así, no quisiera condenar a una de mis hijas a una vida de desgracia. —Dirigió sus ojos a los libros que lo rodeaban—. Mirando este material se me vino a la cabeza todas nuestras tardes de lectura de periódicos médicos, he dudado si la mejor opción es que te vayas con el Sr. Decalle. Anna tuvo la libertad de casarse con el hombre que eligió, ¿por qué habría de remover el derecho sobre una de ustedes? Por lo que reitero la pregunta.

Me congelé por un momento, no sabía qué era lo correcto. Yo ya me había resignado a que tenía que hacerlo con ese hombre y que mi decisión se aferraba a lo prometido. La respuesta estaba más que clara en mi mente. La decepción de un padre es muchísimo peor castigo que cualquier tristeza. 

—Padre, quisiera que volviéramos a Goya, yo te juro que me casaré, pero no con ese hombre. —Tomé sus manos mientras lo veía a los almendrados ojos con toda la esperanza que me quedaba.

Sí. Entendía que no poseía absolutamente ningún sentido el hecho de aceptar para luego cambiar de parecer, no obstante, ¿quién no correría despavorida luego de leer el diario? Traté de usar la situación a mi favor lo más que pude, y me di cuenta que todo tiene un límite. 

—¿No crees que es una buena oportunidad para casarte? Digo, el Sr. Decalle tiene dinero, tierras, un buen nombre. Me preocupa que te vayas a quedar sola toda la vida, ¿quién va a cuidarte cuando yo no esté? Esta es una opinión repentina... —Sus cuencas me examinaban el corazón. 

Entiendo su preocupación, aunque no es justo para mí. El riesgo de estar con ese maligno hombre era demasiado, puede que incluso yo fuera a terminar como Anna. No deseaba llegar tan pronto a un aterciopelado ataúd, con el fin de desfallecer entre los gusanos. Aquellos insectos de seguro devoraban a la mariposa.

—El viudo fue el responsable de matar a mi hermana, estoy segura de ello —afirmé, mientras arriesgaba todo con esas palabras—. Por esa razón es que quiero alejarme lo más que pueda de Uril, es un pueblo malicioso. Y yo, padre, me siento perdida en un lugar tan lejano de Goya. ¿Vale la pena perder otra hija por un capricho de matrimonio? 

—¡No digas tonterías! Alguien podría escuchar tus barbaridades. —Mi padre presionó mis manos y volteó a cada lado de la habitación, supongo que buscaba oídos intrusos—. Ese hombre la amaba, tanto que la trajo desde el otro lado del país. Pienso que has aprendido lo suficiente como para no hacer acusaciones al aire, en tanto, haz silencio. Ella murió por una enfermedad llamada Frebritil. 

Incluso si trataba de decirle la verdad, no me creía nada. No quería mostrarle los diarios, era muy arriesgado todavía. 

—¿Y es que hemos visto casos de ello? No ha habido ni una sola persona en este lugar que tenga remotamente los síntomas, ¿por qué no ves que nos está mintiendo? —Solté sus falanges y di media vuelta. Estaba molesta, tal vez demasiado—. Ese hombre es el demonio y estoy muy lejos de querer estar en este sitio a solas. Hagamos un acuerdo, padre. 

—¿A qué te refieres? —susurró. 

—Yo me caso con el Sr. Decalle si nos permite exhumar el cuerpo de mi hermana. —Mis cuerdas no temblaban ante la petición, puesto que ya era hora de tomar las riendas del asunto. 

—Está bien, Marlene. Hoy por la tarde le estaré notificando al Sr. Decalle del acuerdo. Quisiera saber algo más, aprovechando la ventana de sinceridad. A pesar de haberlas criado, nunca he comprendido el odio que posees por Anna. Claro, debe ser algo fuerte, puesto que fallecida, parece que el sentimiento repugnante crece. —Se levantó para dar pasos alrededor de la habitación—. Antes suponía que se debía a una rivalidad natural, supongo que eso no suena muy lógico. Me faltaría ser loquero para comprenderlas.

Lamí mi dedo en un intento de sanar la herida que me provoqué con el jugueteo de las uñas hace unos minutos. 

—Eso es un asunto complicado, padre. —Todavía no estaba lista para hablar de ello, lo que si es cierto es que me comenzaba a sentir mal por Anna. Tras cada noche de lectura, se me hacía más difícil sentir ese ardor en el alma. 

—Siempre has sido igual que yo, sin embargo, no te deseo una vida de soledad como la propia, es por ello por lo que te he instado a casarte. La belleza es efímera y pronto se te complicará aún más poder encontrar un buen esposo. —Se acercó a mí, colocó su mano en mi rostro y la deslizó en la mejilla. 

Cerré mis ojos.

Sus sílabas bailaban sobre mi cabeza, tocando cada parte de lo que yo tenía dudas. Ahora parecía que mi padre me presionaba para que no tuviera su mismo destino, eso me llevaba a cuestionar si es que mi madre seguía viva o en todo caso, si es que la reconocería en las calles. Ha pasado un largo tiempo desde que la vi, casi ni podía recordar su rostro. 

Continúe con la caminata hasta llegar a mi alcoba, allí me preparé lo suficiente para hacer algo que venía pensando. En el transcurso reflexioné sobre mi decisión, a razón de que yo me había quejado tanto sobre no tener a alguien, para que cuando por fin aparezca, termine rechazándolo. Pareciera ilógico, aun así, se debiera a la naturaleza del Sr. Decalle.

Llevé mi mente a otro lugar, entonces yo tenía que hallar a la famosa Thelma, esa mujer que se escabullía en las noches a las sábanas del Sr. Decalle para cumplir sus más infames deseos. La poseedora de la verdad parcial sobre lo sucedido a mi hermana, he de suponer que algo habrá visto u oído.

De la misma manera, tomé en préstamo a Cómalo, el mozo que me hacía reír. Comenzamos a caminar hacia la calle de mala muerte en la que la adivina me había indicado que estaba ella. Mis zapatos eran quienes rellenaban el lugar de sonido hasta que inicié la conversación:

—Cómalo, disculpe si le causé molestias el otro día en la cosecha. —Continué mirando el suelo donde mi vestido celeste de seda con vuelos blancos se arrastraba. 

—No causó ninguna incomodidad, cualquier tiempo con su compañía es grato. Además, rompió con la monotonía que me condenaba, es más, debería agradecerle por sacarme un par de sustos. —Río un poco.

No entendía la razón de mis temblores repentinos, aparte, es que ni era capaz de mirarlo a los ojos. He de admitir que era la primera vez que experimentaba aquello, por tal, mi cuerpo estaba teniendo una reacción alérgica a sus palabras. Todavía me quedaba la duda, ¿habrán sido mis pensamientos o él estaba diciendo que disfrutó ese pequeño rato? Porque de mi parte no quedaba ninguna duda de la buena química entre ambos.

—Me alegra bastante. Cómalo, casi no tengo conocimientos sobre usted. Aprovechando que este pueblo me recuerda a la Francia gótica, ¿ha asistido usted a un teatro? —interrogué. Podía sonar como una pregunta sin sentido, aun así, desconocía por completo los alcances de la economía de la clase baja.

—No, en el pueblo no hay teatros, aunque hemos logrado escuchar que se están volviendo muy populares. Verá, por mucho tiempo las ejecuciones públicas de presuntas brujas fueron el entretenimiento en Uril. Ciertamente, eso pasó en el momento que se prohibió la caza de las poseedoras de magia en este lugar.

Mis cuencas no evitaron mirarlo de inmediato, es de esa forma que quedé pasmada con el pronunciamiento de sus palabras. En Goya, no había tales prácticas debido a que era una ciudad neutral, autónoma y separada de las leyes del país. Habíamos escuchado de las sospechosas cacerías de brujas, sin embargo, nunca se habían hecho en nuestro hogar. Ni siquiera cruzaba por mi cabeza la posibilidad de algo de ese tipo. 

—¡Qué barbaridad! ¿El Consejo Médico no les advirtió sobre colgar personas? Son unos neandertales quienes apoyaban la atrocidad. —Mis cuerdas vocales subieron a un tono de indignación. Una clara violación a todo lo que profesábamos en Goya.

—Srta. Franceste, tengo entendido que Goya es la cuna de la civilización actual, aquí en Uril se valora la religión antes de cualquier otra cosa. El Sr. Decalle fue uno de los primeros en adoptar la metodología.

No me extrañaba para nada, a decir verdad.

En ese momento llegamos al curioso barrio. Cada lugar tenía un ambiente oscuro, había un lugar en particular, un edificio color naranja en el cual había muchas mujeres con poca ropa en la puerta.

—¡Hey! —gritó Cómalo al ver que un hombre se aproximó a nosotros. Colocó su mano frente a nosotros para evitar el paso.

Este se fue acercando poco a poco, nosotros aguardábamos. Yo estaba aterrada, jamás me hubiera imaginado que algo así me fuera a pasar. Si bien había traído a un compañero, fue mucho más por ubicación. El tipo corrió tirando de mi cabello un prendedor dorado, asumo que lo vio valioso. Cómalo no tardó un segundo en comenzar a perseguirlo, dejándome asustada en medio de esa misteriosa calle.

La situación me originó unos vertiginosos mareos, del mismo modo que me encontraba respirando en sobreesfuerzo. Revoloteando los cristales por el edificio, divisé a Thelma, la chica en el escaso vestido blanco; por tanto, corrí tanto como mis pies me permitieron. Ella parecía huir muy impactada.

—¡Zafiro! —exclamé corriendo—. Necesito hablar con usted.

La chica seguía avanzando hasta que pude alcanzarla. Era extremadamente delgada, casi esquelética, por lo que he de suponer que su condición física estaría igual.

—¡Déjeme en paz, señora! La he visto en la casa del Sr. Decalle y el otro día me espiaba. Por favor, le pido que se aleje. No la conozco. —Desvió su mirada —. Thelma, ¡Maldición! Yo sabía que ir a la casa de ese hombre me traería problemas.

Su diálogo me estaba confundiendo aún más, de esa manera parecía que no era exclusivamente yo quien se encontraba en el constante estado de preocupación. 

—Yo quiero hablar con usted sobre mi hermana Anna Decalle, pensaba que tal vez tuviera alguna pista de la razón de su muerte. Si me pudiera colaborar, se lo agradecería en demasía. —Tomé mi bolso para sacar un saco de tela negra—. ¿Cuál es su tarifa?

—¿Disculpe? —dijo sorprendida. Sus ojos de mar me observaban con confusión.

—Sí, le pago un par de horas con tal de que me comente sobre lo que sabe. ¿Acepta? —Mi pregunta iba enfocada a encontrar información útil de cualquier manera. 

La adivina me había guiado hasta ella, eso significaba que iba a influir en el descubrimiento de la muerte más misteriosa. Tenía que descubrir la verdadera causa de su fallecimiento, aparte del otro hombre mencionado por ella misma. Podría correr peligro yo misma de no apresurarme. 

—¿Por qué desea saber tanto sobre esa mujer? Digo, mi tarifa es de cien uriles la hora. ¡Cóbrale más!

Thelma era una mujer peculiar a lo que veía, con un poderoso discurso interno que externalizaba sus pensamientos. Aunque era de conocimiento general que las mujeres de su profesión suelen ser madres solteras o tienen alguna enfermedad que les impide incluirse.

Luego de eso llegamos a una sala amplia, donde nos sentamos frente a frente.

—En su comodidad, ¿qué sabe sobre lo sucedido con mi hermana?

—Bueno. Yo llegué a la vida de mi Jorge por «hay» de abril, puesto que él venía frecuentemente, sin embargo, sus visitas comenzaron a ser más habituales. Siempre buscándome y pagando más de trescientos uriles por una hora. Que le conste que él solía dejar ese extra. Es un hombre especial, lindo, atento, atractivo; pero que no la engañe, por dentro es un demonio. Justo el maligno que me complementa. Luego de que falleció la tal Anna, me citó a su casa. No conocía a su difunta esposa, no obstante, me había hablado de ella. —Extendió su mano, a lo que comprendí que quería el dinero—. Ahora viene la parte que a usted le interesa tanto.

—Correcto.

—Jorge me dijo que tenía planes para su esposa, apenas le llegara una carta a una persona, además me explicó que estaba obsesionado con encontrar unos libros que ella ocultó en alguna parte. De eso fui testigo, estuvo mucho más tenso esos días, dando vueltas de un lado a otro. Me relató que revolcó cada parte de ese lugar esperando encontrarlos, aun así, su esposa le hubiera dicho que solo su hermana podría «jallarlos». Este otro hombre del que hablaba... ¡Calla! —expresó para sí misma en voz alta—. Aquí termina lo que tenía que decir, una palabra más y mañana no amanezco. Si ya me estoy arriesgando por usted.

—No se preocupe, ha sido de mucha ayuda. —Conversamos un poco más y luego me levanté. 

Thelma se quedó sola, mientras mendingaba pobres trabajos en la entrada del burdel. Eso, dicho por ella, me daba un norte muy claro, si es que estuvo en mis narices el tiempo entero. El Sr. Decalle fue el responsable del desorden de la habitación, como quien nos llamó para encontrar los diarios. No obstante, ¿eso quería decir que su carta no fue más que una artimaña que buscaba atraernos al nido del lobo? ¡Ya me extrañaba que Anna me dejara sus pertenencias! Lo cual me hacía más imperante averiguar la verdad.

 Al llegar a la casa, después de preguntarle a cada ser que se me cruzaba dónde quedaba, decidí buscar a Cómalo. Tenía la curiosidad de saber si es que había llegado bien, rápidamente lo encontré preparando un puré con papas frescas.

—¡Cómalo! No sabe usted lo preocupada que me encontraba. —Con mis manos tomé su delgado rostro, notando pequeños rasguños. Acaricié con suavidad su mejilla, a la vez que me miraba.

—Srta. Franceste, fui a buscarla a la calle, pero no pude encontrarla. —Sus luceros me examinaban el alma—. Logré recuperar lo que ese tipo le trató de usurpar, espero haberle sido de utilidad. —Con su mano extendió el objeto robado, probando esas buenas intenciones que traía consigo.

La distancia entre ambos se limitaba a unos pocos centímetros, donde podía sentir mi abdomen en estado de alerta. Cómalo, Cómalo. Querido diario, pareciera que el mismo Dios en el que no creo, me lo envío. Un hombre alto, fuerte, amable, desinteresado que ha buscado protegerme y moverme cada hormona posible. Su dulzura me derretía el corazón.

—¡Claro! De ahora en adelante recuérdeme llevarlo a cada salida. Le agradezco profundamente su voluntad de haber hecho eso. —Una amplia sonrisa se posaba en mi rostro—. Por su habilidad de protección, le solicito que me permita llevarlo algún día al teatro. Es como pago, solamente.

Todavía me costaba entender por qué lo hice. ¿En qué estaba pensado al tomar ese primer paso? Me arriesgaba a tanto, estaba segura de que mi padre me iba a acribillar auténticamente. Cómalo, Cómalo. Con esa alma pura, de oro, que no había sido rota o profanada. Me llamaba la curiosidad de quién era. Es que acaso, ¿él era el único bueno que existía? Tal vez lo estuve suponiendo en exceso, pero luego de que él aceptara, no pude estar más contenta.

Horas más tardes fui a visitar a mi padre con el fin de hablar un poco y tal vez confesarle mis teorías. Sentía que había un misterio más grande del que podía resolver. Sabía que el Sr. Decalle era el culpable, sin embargo, ¿quién era el otro hombre? ¿Vaneshi? O incluso podía ser la viuda de la Barca. Todo parecía borroso.

—¡Papá! —dije con fuerza—. ¿Qué ha pasado? 


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