Capítulo 9

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CARTA DE DANA DE LA BARCA DIRIGIDA A ANNA DECALLE

«D. V. B. G

Palente de Centriudad

Uril de Vayamerta de Costa

Querida Anna:

Amiga del corazón, desde el caluroso Palente envío todos mis maravillosos deseos. He escuchado, por boca de las sirvientas, que se ofrecerá un baile en Uril para celebrar el nombramiento del general Valtierra de la guardia real.

Así como me llegó la noticia, de esa manera me pregunté si es que habría alguna forma de encontrarnos. Le he solicitado a mi reciente esposo que asistamos a dicha ceremonia. Puede que sea una oportunidad para unirnos de nuevo a platicar sobre lo que ha sucedido en este tramo de tiempo. Además, tengo el presentimiento de que será beneficioso para ambas salir de las cuatro paredes que nos aprisionan.

También quería dirigirme al tema del Sr. Decalle, quien envió una carta a mi casa dedicando unas grotescas palabras. Sinceramente, las amenazas solo me brindan más intenciones de hacer las cosas; por tal, aconsejo ocultar este documento.

Tengo la esperanza de vernos en esa fiesta.

Con cariño:

Dana viuda de la Barca

26 de mayo»

CARTA DE ANNA DECALLE DIRIGIDA A DANA DE LA BARCA

«A. V. D.

Uril de Vayamerta de Costa

Palente de Centriudad

Querida Dana:

Me encuentro dirigiendo esta carta con una felicidad absoluta en mi rostro, puesto que pensé que jamás volveríamos a contactarnos. 

¡Claro que estoy informada acerca de la celebración que menciona! Aun así, mi esposo convenció a cada persona en Uril que estoy enferma con algo llamado Frebritil y que, de ir, podrían correr un riesgo fatal. Con discursos manipulativos llegó a inventarse una inmunidad a la enfermedad, por tanto, él puede dejar la casa sin problema.

Extiendo mis anhelos de ir, aunque expreso mis impedimentos. Espero que tenga un viaje ameno con su nuevo marido y que pueda arribar a salvo a Uril. 

Con respecto a Jorge y sus amenazas: es un asunto que está fuera de mi alcance. Mi amiga del alma, no me perdonaría si es que él se atreve a cometer algún acto contra suya, en su lugar, me atravesaría con un cuchillo en el pecho para unirme con usted a la otra vida.

Anna Decalle

29 de mayo»

DIARIO DE ANNA DECALLE

29 de mayo

Dana me recuerda a una amiga que tuve en Goya: su nombre era Valera. Poseía un rostro muy joven, junto a su cabello rojizo que bajaba por su espalda en rizos hermosos; tenía la sonrisa más bonita que había visto en toda mi vida. Ella fue especial, puesto que su propio relato va más allá del tiempo.

Conocí a la doncella en la boda de su hermana mayor, quien aceptó casarse desde sus veinte años con un marqués inglés de cincuenta y seis, a fin de subir un poco su estatus social. Según lo que me había contado Valera, su padre tenía serios problemas económicos, es de esa forma que la primogénita cargó con el peso de conseguir riqueza. 

Valera era la menor de dos hermanas y la única de cabellos rojos; sin embargo, los ocultaba en tocadores elegantes y sombreros excéntricos. Todavía recuerdo cuánto tardó en enseñarme su larga cabellera. En Goya, tener un hijo de cabello de fuego, es una señal de mala suerte. Su progenitor evitaba a toda costa que alguien lo supiera.

Adquirí bastantes amigas doncellas, pero siempre quería estar con Valera. Había algo en la alineación de las estrellas que nos lideraba a estar juntas. Con el transcurso de los meses nos unimos, cayendo en los brazos de un cariño que traspasaba barreras. Así fue como Valera tocó dos cosas en mí que, hasta ese momento, permanecían vírgenes: mis labios y mi corazón; empero, lo que sentíamos contrariaba cada enseñanza. 

Esa húmeda unión de labios significaba dejar atrás lo que nos habían adoctrinado, desechando cualquier posibilidad de que yo fuera perdonada por mis pecados. Debí exigir a mi mente que borrara la expiación o el paraíso de mis propósitos, estaba en un punto de no retorno. 

Por mi parte, toda la vida quise casarme con un hombre adinerado. No obstante, Valera me movió esos anhelos. En ese instante, percibí la incertidumbre de saber qué era experimentar ese amor pasional por un hombre y por una dama. 

Como he dicho: en los diarios dejamos un trozo del alma, y la hermosa doncella tenía uno de piel de cordero. Una noche de rabia por parte de sus padres terminó con su libro de confesiones en las manos de los verdugos, se sentaron a leer cada vieja página descubriendo que la cristalina chica confesaba sus sentimientos hacia otra fémina. Eso derivó a que aplicaran medidas como cortarle el cabello, aislarla y despreciarla. 

La última vez que hablé con Valera, me contaba sobre todo esto, aparte de darme un adiós definitivo. Hubo algo en las palabras utilizadas que me llevó a deducir que ella pensaba que no volvería.

Después me enteré de su traslado a Tures, allí la arrojaron al rio a fin de descubrir si era una bruja. Era bien conocido que los esposos acostumbraban colocar piedras bajo las enaguas de las damas, con el objetivo de que se hundieran. Nunca corrían el riesgo. Así se libraban de que, si ellas flotaban, colgaran a todos los familiares como castigo póstumo. En este caso, las rocas las había atado su padre. Valera murió cuando tenía cerca de dieciséis años.

Dana es similar a Valera sin necesidad de ser pelirroja, puesto que sus personalidades burbujeantes me atraían con infinitud. Supuse que se debía, en una cantidad considerable, al hecho de que eran lo contrario a Marlene o a mi padre, ya que ellas ostentaban esa esplendorosa chispa que calaba en los ambientes, perpetuando el sentimiento de felicidad inocente.

El día del festejo, me levanté con falta de ánimos, porque tenía en cuenta que Dana estaría muy cerca de mí, aun cuando, no pudiera verla. Jorge se convirtió en un auténtico villano, pues me privó de las interacciones sociales que realizaban en el intimidante pueblo. Además, mi relación con el personal era normal, Retya era quien me hablaba de lo que sucedía fuera de la casa.

Podía sentir el eterno paso de las abominables horas en mi habitación hasta que escuché a mi odioso esposo, al mirar por una línea fina de la puerta lo pude observar abrochándose el último botón de su chaleco.

 Me apresuré para salir.

—¡Jorge! —exclamé con esperanza a la vez que extendía mi mano en el aire. Trataba de alcanzarlo.

—¿Qué quieres, Anna? Creo que hemos hablado de la limitación de nuestras interacciones. —Me observó de reojo con, aparente, desprecio—. Estoy a punto de irme.

Ese tono de condescendencia que usaba cada vez que me hablaba me rompía el corazón en mil pedazos, no comprendía la razón de mis emociones, a causa que era evidente que él ya no me amaba de la misma manera. En el fondo, quizá yo lo seguía queriendo y eso me lastimaba a profundidad.

—¿Es posible que pueda ir contigo a la ceremonia de nombramiento del alcalde? Será bueno para la imagen pública y tengo un vestido que traje de Goya que he estado guardando con el objetivo de utilizarlo en un evento especial. Prometo tratar de no decir ni una palabra de nada. —Cerré mi boca. Levanté mi mano derecha señalando mis labios y haciendo un gesto de coserlos. 

Sus enigmáticos ojos me daban una curiosa antelación a la respuesta que estaba por salir de sus asimétricos labios. 

—No, ¿cómo se te ocurre? —carcajeó con fuerza—. Te quedarás aquí, después de todo, si nadie te conoce, no te querrán en ese lugar. Nunca te han sido de interés las festividades, ¿por qué tendrías las mínimas ganas de asistir?

Caminó hacia la imponente entrada con un ritmo lento, sus pisadas me dejaban abismales desilusiones. Cada sombra que creaba luego de pasar a mi lado, me hería el alma. No quise aceptar que, antes de haber preguntado, yo tenía en cuenta que sabía lo que diría.

—Yo solo aspiro a ver a Dana de la Barca, ella viene con su nuevo esposo. Es una oportunidad única, porque ahora vive en Palente. Te lo pido para poder reunirnos un poco —supliqué con mis manos en el aire, arrojando mi dignidad a las cenizas. 

—¡Eso era! —gritó y aplaudió un par de veces, de forma sarcástica—. No te atrevas a salir esta noche, no vaya a ser que te encuentres a esa mujer. 

Intenté rogarle y explicarle de rodillas que necesitaba ir para recuperar mi cordura, lo que dije entre las tinieblas fue a dar al espacio donde nadie podía escucharlo. 

Estaba muy desesperada día y noche en esas asoladas paredes, viendo como el sol salía y se ponía. Trataba de leer o de escribir en este diario, lo que me ayudaba en demasía para lograr enfocarme unos escasos minutos. 

Ese día, así como en los anteriores, mi apetito desapareció. Cuando me colocaba los vestidos por encima del cuerpo, llamaba a Retya para que los ajustara. Los huesos de mi pelvis comenzaban a mostrarse por encima de la piel. Sin darme cuenta, fui perdiendo peso de un modo que nunca hubiera querido. Ahora me era imposible probar más de un bocado al día, sentía que con unos minuciosos granos estaba saciada. Sufrí de ardores, dolores, acidez, malestares; no había día en el que la comida no me provocara náuseas.

Al ver por la ventana, pude encontrarme con la bella luna, un círculo brillante que alumbraba la noche, fuera aquí o donde estuviera Dana. Me desvivía por irme.

Hasta ese entonces, alguien tocó la puerta. Naturalmente, pensé que se trataba de Jorge, por lo que ni me moví de mi cómodo lugar. Ya no valía la pena ir a su encuentro.

—¡Anna! —dijo tras la puerta—. Soy Dana.

Me incorporé con rapidez para destapar el secreto en la madera, la dama resplandecía bajo esa increíble luz, con un vestido negro de brillos y unos luceros soñadores. Tomé sus manos para abrazarla como su ropaje me lo permitía. Sentía mi corazón justo al frente de mi rostro, era impensable.

—¿Qué haces aquí? —pregunté entre suspiros agitados. Con mis dedos sostuve su delicado semblante. 

—Recibí tu carta, mi esposo está esperándome en el baile. ¿Cómo has estado, Anna? Sé que no debí dejar los objetos de manera tan presurosa, te pido, me disculpes. La situación general estaba un poco complicada, la prisa me respiraba sobre la espalda. Yo ya te había contado sobre mi familia, quienes querían controlar cada aspecto de mi vida. —Bajó su mirada con desilusión. 

—Pasa, está helando. —Cerré la puerta.

Estuvimos largos ratos sobre el sofá rojo, riendo, hablando, susurrando. Las cosas volvían a ser cómo antes, en esos segundos tan alegres que me derretían el alma. Sus palabras eran cada vez más dulces, con el fresco aroma del cariño. 

—Casarme con Antel fue lo mejor que me pudo haber pasado, es increíble. —Sonreía sin contención, las comisuras de sus labios se abrían para recibir un precioso sentimiento—. Podrás imaginar mi sorpresa la noche de bodas cuando me confesó que, tras un par de aventuras en tierras foráneas, había hecho un voto de celibato al dios al que creía; pero que eso lo mantenía en secreto. Somos buenos amigos, no todos los matrimonios son por amor, Anna. 

—Lo entiendo, es solo que Jorge es un caso perdido. Yo debería estar en esa fiesta, junto a las brillantes luces amarillas del fuego iluminandome. —Me levanté para bailar un poco al ritmo de una melodía que sonaba en mi cabeza—. Uno, dos y tres.

—Allí perteneces, no a esta cárcel. —Dana permanecía en aquel asiento, con sus manos cruzadas. 

—Con todos vislumbrando el espléndido vestido o mi cabello estilizado. —Toqué mis hebras agitándolas de un lado a otro—. ¡Ay, Dana! Daría toda mi vida si me dieran un minuto en la corte, no ahora, donde decaigo en cada luna nueva.

Aunque era rechazada en los eventos, solía ser una intrusa en las festividades. El hecho de pisar una celebración, me hacía sentir viva. Realmente, los caballeros y doncellas hacían mágico el momento. 

—Anna, tengo algo que decirte. —Hizo una pausa—. Me voy a mudar con Antel a la casa de enfrente. Lo hemos estado planeando... no quiero dejarte de nuevo. 

Me arremetí a abrazarla otra vez, la calidez de su cuerpo me daba vida. Ella me devolvía la muestra de cariño acercándome a su cuerpo. No sabía qué pensar, mucho más si ella no se separaba de mi lado, lo que me hacía pensar que tal vez estaba tan confundida como yo. 

—Dana, eres la razón por la que me levanto cada mañana. —Cometí el garrafal error de besarle la mejilla derecha.

En ese instante, el tiempo se detuvo y su mirada se perdió. Posteriormente, se levantó y se fue de prisa con pasos cortos. Asimismo, fue uno de los momentos que recuerdo con más incomodidad. No paré de llorar esa noche, tenía el corazón destrozado por haber arruinado ese momento. Por mi mente pasaba que Dana se iría, que cambiaría de opinión o que quizá nunca la volvería a ver. 

De pronto, escuché un fuerte portazo. Supe por lo violento del ruido que no había sido Dana, hasta que volteé a ese fúrico hombre que se asomaba a la entrada. De inmediato acaté a encogerme, como si fuera un reflejo al lenguaje corporal de mi esposo. 

—¡Anna! —dijo Jorge encolerizado—. ¿Es que acaso esa desgraciada mujer vino a esta casa?

Sus pasos eran muy violents, se escuchaba el eco por el lugar. 

—No sé de qué me hablas, no ha venido nadie. No me has dejado asistir a la ceremo...

—¿De quién va a ser? —interrumpió—. Dana de la Barca, júrame que no la estás viendo de nuevo. No puedo con esa mujer, ¿es que no ves que trata de alejarte de mí? ¡Habla!

¿Es que esa demostración era amor? Me parecía que tal vez aquello podía venir de ese sitio, donde se había acunado el sentimiento cuando me conoció.

—No, Jorge. —Intentaba sonar segura, con voz aparentemente firme—. He estado sola este tiempo. 

Me tomó con vigor del brazo derecho, luego me cerró las desmesuradas puertas de la habitación para no dejarme salir. Ahora sí que estaba aprisionada, sentenciada a una cadena perpetua por una adivina mentirosa.

—Jorge, Jorge...—Lloré mientras golpeaba la puerta—. No me encierres en este lugar. Jorge, sácame de aquí. —Sollocé derramando lágrimas por todo mi vestido, empapando mi alma. Con mi puño producía pequeños sonidos de la puerta—. Por favor, te lo ruego.

Mi esposo no tenía alma, solo era un vacío cascarón con traje de lobo. 

—¡Retya! ¡Cómalo! Alguno que me saqué de aquí, se los ruego. ¡Jorge! Te pido que me saques, haré lo que sea para que lo hagas y si no déjame ir. Puedes decir lo que quieras de mí, te permito inventarme un adulterio, insulto, lo que quieras. ¡Libérame! 



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