Parte 20: Búsqueda de la solución

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Tras el encuentro con el Embaucador, Joseph pasó toda la noche dando vueltas al inexplicable reto que le había dado como inauguración del Juego. Hasta antes de aquello, el chico había temido que el Embaucador pudiese haberlo obligado a tener que asesinar a alguien o a realizar algún tipo de Ritual Cósmico incomprensible para ganar el Juego. No obstante, en ningún momento se le había paso por la cabeza que el primer reto tan solo consistiese en hacer amistar a una pareja. Joseph consideró que si su vida había sido una historia de horror hasta aquel momento, ese primer reto cambiaba por completo el género a un drama romántico.

Por un lado, la aparente simplicidad de aquel reto había tranquilizado considerablemente los nervios de Joseph. Sin embargo, también había puesto en tela de juicio sobre qué era exactamente lo que el Embaucador buscaba conseguir con su Juego. A fin de cuentas, concluyó Joseph, dado que aquel ente era un ser del caos, era normal que un simple humano no pudiese comprender sus objetivos. Con dicha seguridad, decidió dejar de darle vueltas al trasfondo del asunto y dedicarse por completo a cumplir el extraño reto.

Cuando despertó al día siguiente, Joseph se sintió renovado y rebosante de la confianza necesaria para ponerse manos a la obra. Si bien el Embaucador había afirmado que volvería a buscarlo en una semana para brindarle alguna pista, Joseph consideraba que era mucho más conveniente cumplir el reto antes de aquello. Al fin y al cabo, cuanto menos se demorara en cumplir los diez retos y ganar el Juego, antes podría volver a ver a Sia. Y, si bien podría tratarse de un caso de optimismo exagerado, Joseph estaba decidido a no dejarse volver a amilanar por los desafíos que le presentara el Embaucador.

Al llegar a su universidad, Joseph intentó comportarse de la manera más normal posible durante las clases para no levantar sospechas de sus amigos, y así respetar la regla que exige mantener en secreto la existencia del Juego. No obstante, una vez finalizadas todas sus obligaciones académicas, Joseph se percató que no había pensado en una excusa creíble para no asistir a la reunión diaria del Club del Terror. Asimismo, tampoco le resultó viable la opción de escapar en silencio, ya que la última clase la había llevado con Edward.

De esta manera, los ánimos de Joseph decayeron al resignarse a tener que perder aquel día. Además, considerando la situación general que le presenta aquella rutina, era consiente que siempre tendría aquella misma dificultad: buscar la forma de actuar sin que los demás se inmiscuyan en sus asuntos.

Con esta preocupación en la cabeza, Joseph llegó al salón del Club en compañía de Edward. Dentro ya se encontraban Lilian y Hans, a quienes saludaron. Habiéndose reunido todos los miembros del Club del Terror, se dio inicio a su reunión.

...

Luego de media hora de reunión, que básicamente había consistido en charlar un poco sobre películas de terror y leyendas urbanas, comenzaron a perder tiempo cada uno por su lado, ya sea leyendo alguna revista o libro como Lilian o Hans, o simplemente revisando algo en el celular, tal como decidió hacer Edward. Analizando aquel improductivo periodo de tiempo, Joseph fue capaz de darse cuenta sobre cuán inútil, aburrido y molesto podía llegar a ser el Club del Terror.

Sin embargo, el club no siempre había sido así de tedioso. Durante el tiempo en el que Sia había estado viva, había sido quien se había encargado de preparar variadas dinámicas de acuerdo a la temática del club. En términos generales, había sido ella quien siempre había mantenido prendida la chispa del club y de cada uno de sus integrantes. Joseph suspiró con añoranza, recordando a Sia haciendo ondear su precioso cabello castaño con el gran ánimo que tanto la había caracterizado.

—Ahora que lo pienso... —dijo Edward, atrayendo la atención de sus amigos—, hace ya un buen tiempo que la abeja reina del Consejo Estudiantil no nos ha molestado, ¿no?

—Tal vez está ocupada en otras cosas... —murmuró Hans.

—Siente lástima por nosotros —espetó Lilian, con aire ofendido—. Se cree la gran cosa. Mejor que nos haya dejado en paz.

—Si bueno, la verdad es que era divertido verla fracasar en sus intentos por desarticular nuestro club... —comentó Edward, tras lo que dirigió su mirada a Joseph—. ¿Tú qué opinas?

El aludido no respondió. Desde el inicio de la conversación, una pequeña idea había comenzado a germinar en su mente.

Repentinamente, Joseph se levantó de manera abrupta de la silla en la que había estado sentado, con una gran sonrisa plasmada en el rostro. Sus amigos lo miraron muy sorprendidos, pero él no les prestó la más mínima atención. La única persona que podía ayudarlo a encontrar a dos individuos de la universidad era, irónicamente, su mayor enemiga: la presidenta del Consejo Estudiantil, Ericka Francoise.   

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